Wednesday, March 7, 2012

La Ciudad de la Estatua

Estoy sentado en la silla que mira a mi escritorio. Encima de él, un montón de papeles arrugados que irán a la basura. Dentro se hayan encerrados millones de intentos de sacar algo genial y fantástico, algo que diga que aún estoy vivo, que al menos mi mente sigue funcionando como hasta ahora, que aún soy aquel que tenía algo que aportar al mundo.

Apuro la copa de whisky y la dejo encima del escritorio. Cojo la cazadora y salgo a dar un paseo. “Esta ciudad es un congelador, terminará matándome”
Empiezo a caminar sin ningún tipo de dirección, al azar, como muchos de los viajes fantásticos que acaban en algo inesperado.
Mis pasos parecen guiarme al río. Camino tan absorto en mis pensamientos que no podré rememorar lo que medito nunca más.

No muy lejos de mí se ve la Seu Vella, imponente, reinando por encima de la ciudad, vigilante, al acecho de cualquier historia digna de ser contada. Y como no, me dirijo a ella desoyendo las recomendaciones de los nativos de no acercarse de noche.

Por el camino veo gente por la calle, borrachos y sin techo vagando como muertos vivientes por la ciudad en busca de la comprensión que el mundo les niega. Caminando por los rincones, recordando cómo cayeron en la desgracia de dormir sin techo con -7 ºC, maldiciendo la suerte que les deseó la desdicha de sufrir en la mayor de las indiferencias.

Prosigo mi camino hasta mi parada, la Seu. Desde allí se puede observar la ciudad de Lleida entera, de norte a sur y de este a oeste puedo contemplar una ciudad semicubierta por la niebla. ¡Oh que fantástico espectáculo! Un mosaico de casas iluminadas de forma difusa se extiende a mi alrededor, envolviéndome, aislándome del mundo. El puente levitando sobre el río allá al frente, Els Camps Elisis…

Y claro, esa misteriosa figura que me observa. Siempre lo ha hecho, ¿se dejará ver hoy? Giro la cabeza hacia ella, pero ya se ha movido, está en otra parte. ¿Dónde habrá ido? No entiendo qué le lleva a ir detrás de mi cada vez que salgo a pasear. Me produce cierta inquietud, pero no llega a ser una molestia ya me he acostumbrado.


Se escapan tus ideas en la tierra.
Surca el cielo tu esperanza fugaz.
El que no pertenece a este mundo,
privado de sentir se haya.


Noto un sudor frío recorriendo mi cuerpo. Me giro y ahí está, oculta por las sombras, la misteriosa figura que me sigue con ahínco. De pie, con una capucha. Avanza hacia mí. Me gustaría moverme, pero no puedo, tengo todo el cuerpo en tensión, cada fibra de mi cuerpo se encuentra paralizada.

Por fin se quita la capucha y me deja ver su rostro. Mis ojos quieren salirse de su sitio. No puede ser…
Un cuerpo humano que termina en una cabeza de león. Tiene una larga melena que le sale de la parte más alta, como si de pelo humano se tratase. Por detrás puedo detectar el movimiento de lo que debe ser su cola.

A pesar de lo imponente del ser que tenía delante, no podía dejar de maravillarme, era majestuoso, bello en cierta forma. Seguía quieto. Me encontraba en un doble estado de terror y admiración a la vez.

-¿Qué eres?

Por respuesta no obtuve más que una profunda mirada que penetró en lo más profundo de mi ser. Noto perfectamente como analiza cada centímetro de mi mente. Hasta mi subconsciente… Pensamientos, imágenes, fantasías que yo no conocía comienzan a fluir entre los dos cuerpos para terminar entrando dentro de él.

Gano ligereza. Mis pies siguen pegados al suelo, pero mi mente comienza a volar. Estoy en el paraíso, en un estado de liberación total donde la nada más absoluta me envuelve. Ahhhhhh que sensación más agradable.
No se cuanto tiempo llevo así, la verdad, pero tampoco me importa. Por fin soy libre, nada ocupa mi mente.

Espera. Estoy comenzando a ver algo, la imagen de mis padres y mi hermano se presenta ante mí. Me miran, y yo siento una calidez que jamás había sentido, como si el universo entero me estuviera abrazando ahora mismo, meciéndome, muy suavemente. “Por favor, haz que no acabe nunca esta sensación…”

Comienzan a desvanecerse ante mis propios ojos. Pero no me siento mal, la sensación de calidez desaparece, tampoco la recuerdo. Sólo sé que era muy placentera, sin embargo, rememorarla, volver a sentirla me es imposible.

Paulatinamente, aparece otra imagen, su pelo, sus ojos. “Oh, no. Ella no…”
Se acerca, despacio, muy despacio, apoya su cabeza sobre la mía sin que yo pueda moverme. Mis piernas muestran el primer indicio de flaqueza, creo que me voy a desvanecer. Me mantengo en el sitio, percibiendo su olor, noto su suave pelo posado sobre mi nariz.

Ella levanta la mano y me acaricia. “Esto es demasiado. No puede estar pasando”.
Noto lava hirviendo dentro de mi pecho. Apenas puedo describir la sensación, la fragilidad, la comodidad, una sensación de evasión completa. He perdido el contacto con la realidad por completo. “Sigue”
Y ella obediente, me mira a los ojos, sólo un instante, pero me transmite una ternura infinita. Vuelve a cerrarlos y posa muy suavemente sus labios sobre los míos. Me besa con delicadeza, los microsegundos en los que nuestros labios dejan de estar conectados noto una fuerza que me impulsa hacia ella, y vuelve a besarme…

No puedo más. El calor que sentía es ahora mucho mayor, ¿qué pasa? Todo parece explotar. Algo está saliendo de mí.
Lo siguiente que veo es al león con la boca completamente abierta, enorme, como un agujero negro abalanzándose sobre mí. Paralizado, incapaz de hacer de nada, me quede absorto mirando su boca, hasta que finalmente me absorbe.

Los rayos del sol calientan mi cara, aunque aún hace frío. Abro los ojos. Todo ha pasado ya. Estoy mirando la ciudad desde lo alto. No siento nada. No noto ninguna presencia a mi alrededor, parece que se ha ido ya.
Quiero volver a casa, pero no puedo estoy paralizado. No sé que pasa… Pero no me importa… Me-me-me estoy c-c-c-omo a-a-a-pa-gan…


*******


El día es soleado. La verdad es que es un lujazo tener un día de primavera así para poder pasear con mi hija. Hoy la voy a llevar a la Seu, la catedral que tanto orgullo me produce. Tantos siglos de historia, tanto que contar sobre ella…

-Mira hija, que catedral más grande.

-¡Ala papá que chuli! ¿Y esa estatua quién es?

-¿Cómo que esa estatua? Nerea, cariño, aquí no hay ninguna estatua.

La niña, miró a su padre y a la estatua repetidas veces, como para cercionarse de que su padre no le estaba tomando el pelo.
Al ver que su padre la miraba algo asustado, se soltó de su mano, y se acercó a la estatua. ¿Cómo podía ser que no la viera su padre?

En ese instante notó por primera vez en su vida que la observaban. Tenía cinco años, pero era muy lista y sabía que algo había. Miró en todas direcciones, pero sólo vio a su padre que la seguía desde la distancia perplejo, y la estatua.

La acarició muy suavemente, y al hacerlo, notó algo raro, como si le fuera similar el tacto de aquel hombre mirando al tendido. Se separó un poco y fue cuando pudo ver una inscripción en el suelo.

Se escapan tus ideas en la tierra.
Surca el cielo tu esperanza fugaz.
El que no pertenece a este mundo,
privado de sentir se haya.

Volvió a notar una mirada penetrándola. Pero ya no le dio importancia.
Tuvo la extraña sensación de que pertenecía a aquel lugar y que no debía marchar nunca.

Se dio la vuelta, sonrió a su padre (atónito ante lo que estaba sucediendo), y le dijo:

-Papá creo que quiero ser escritora.

El padre, más tranquilo, le respondió a su hija que le parecía estupendo. La cogió y la subió a sus hombros para proseguir la visita.
Mientras se alejaba, la niña seguía mirando la estatua fijamente.
“Te prometo que volveré.”