Ella se quedó clavada en el sitio como si
un rayo la hubiera alcanzado y paralizado en el momento. Con los ojos fuera de sus
órbitas. Su cara reflejaba un grito sordo mezclado con incomprensión. Era
consciente de que había apretado el gatillo del revólver, pero no asimilaba lo
que había pasado.
Él notó que le temblaban las piernas, se
sentía cada vez más débil, aguantó unos segundos antes de ceder y caer al suelo
de rodillas. Apoyó las palmas de las manos en el suelo mirándola fijamente con
lágrimas en los ojos y un gesto de rabia. Por un tiempo se aguantaron las
miradas, hasta que finalmente ella decidió dar media vuelta y salir corriendo
dejándolo allí abandonado a su suerte…
*****
Se habían conocido como tantas otras
parejas en un parque de la ciudad donde la gente solía llevar sus perros a
jugar. Era un parque poco visitado por las familias, lo cual era aprovechado
por la gente que normalmente tenía que tener atados a sus mascotas para
dejarlas libres y que así pudieran jugar y correr sin la preocupación de que
hicieran daño a algún niño pequeño.
Disfrutaba mucho corriendo con sus dos
perros. Mientras él hacía su recorrido, sus dos acompañantes jugaban y daban
vueltas a su alrededor mordiéndose el uno al otro sacando fuera todas las
energías que tenían que guardarse el resto del día.
Siempre acababan parándose en el mismo
sitio, una pequeña zona del parque donde había una llanura con más hierba que
en el resto de sitios. Allí él se unía al juego. Disfrutaba corriendo delante de
ellos, revolcándose, agarrándoles por el hocico, dejándose mordisquear y otros
juegos varios que se habían convertido en la mayor alegría de aquel pobre chico
absorto en la rutina y embargado por la soledad.
Sólo los tenía a ellos.
Uno de esos días, mientras jugaban, el
chico tropezó y cayó hacia atrás llevándose consigo a una chica que pasaba por
allí.
-¿¡Pero qué!? ¡Qué haces! –Espetó ella.
-Lo siento mucho, no te he visto venir.
¿Estás bien?
-Sí, sí. Bueno he caído pero no es nada…
Lo siento es que no me lo esperaba, estaba concentrada y caí. Me he puesto un
poco más borde de lo que correspondía. No es nada de verdad. –Sonrió.
-Oh no. No no no la culpa es mía que me
pongo a jugar y pierdo la noción del espacio. De verdad que lo siento.
-No, no te preocupes, de verdad que no es
nada.
Se quedaron unas centésimas de segundo
mirándose fijamente. Apartaron al mundo entero de su alrededor, se encerraron
en una especie de conexión paralela a la realidad en la que nada había excepto
ellos mismos.
-Eh bueno…
-Sí claro, no te quiero entretener. Sigue
corriendo.
-Vale, un placer. –Volvió a sonreir.
Continuó su camino y a los pocos pasos se
dio la vuelta para mirar al chico con el que acababa de tropezar. “Vale un
placer. ¿En serio he dicho eso? Se ha pensado que soy una amargada y encima estúpida.”.
Él, que no había apartado la vista de
ella mientras se alejaba, captó esa vuelta de cabeza y sintió la necesidad de
salir corriendo tras ella. No tardó mucho en alcanzarla.
-Oye, perdona. –Dijo algo jadeante.
Ella paró, le había dado una vuelta al
corazón al verlo a su lado.
-Sí, dime.
-Es que me he dado cuenta de que no tengo
modales, lo mínimo que se hace cuando uno tira a alguien al suelo es invitarle
a tomar algo. ¿Te apetece un helado? Aquí en frente hay un sitio muy bueno.
Algo sorprendida por la emboscada, no se
dejó llevar por ese dulce pánico que entra en ese tipo de situaciones. Aceptó.
A partir de ahí todo fluyó con muchísima
facilidad, estuvieron dando un paseo los cuatro durante toda la tarde, hablaron
de su familia, de sus amigos, los hobbies que tenían…
Ella supo atraerlo con la facilidad de su
sonrisa y la mirada intensa que tenía. Él con su seguridad natural y su buen
sentido del humor.
Estaban disfrutando tanto los dos que no pudieron
resistirse a quedar para cenar después de pasar cada uno por su casa para
asearse. La había convencido de que era un genial cocinero, y ella, no había
podido evitar pedirle una demostración.
Desde el principio estaban abocados a lo
que iba a suceder aquella noche. Habían conectado, simple y llanamente eso, eran
el uno para el otro, sólo necesitaban encontrarse.
Acabaron esa noche durmiendo juntos
extenuados de hacer el amor, escuchando su respiración acompasada y jadeante,
abrazados, y deseando que no acabase aquella noche.
A la mañana siguiente los despertó el
móvil de ella. La llamaban del trabajo, tenía que acudir a la oficina
rápidamente. Antes de salir de casa lo besó y apuntó su número de teléfono para
que la llamase de nuevo. Al cerrar la puerta lo último que pensó es si tardaría
mucho en volver a verlo.
*****
Cuando llegó fue informada de por qué
tenía que estar allí con tanta presteza. Tenía una nueva misión.
-Agente L, veo que esta noche no ha
descansado demasiado. ¿Se encuentra bien?
-Sí señor. Dígame, ¿para qué me necesita?
-Tiene un nuevo objetivo, el gobierno no
atraviesa su mejor momento y debe eliminar a los principales cabecillas de las
revueltas que existentes. Va a tener trabajo las próximas semanas. Es lo malo
de ser de lo mejor de esta agencia.
-No hay problema jefe. ¿Quién es el
primero?
-Esta noche a las once esté en el parking
posterior del centro comercial de la ciudad. Coja su coche de la oficina. Se le
entregará un sobre con la foto del hombre que tiene que matar. Ahora váyase a
descansar.
-Muy bien allí estaré.
*****
A la hora convenida estuvo lista y a
punto, con el arma cargada dispuesta a cumplir su misión. Esperando en el coche
a que llegara ese compañero que cada vez tenía un aspecto diferente.
Después de un rato en el que su único
entretenimiento fue la radio que tenía puesta, golpearon el cristal. Abrió la
ventanilla y un hombre calvo, de piel blanca, muy alto le entregó el sobre.
Tenía el gesto muy serio.
Ella lo abrió y al sacar la foto se le
heló la sangre. Poco a poco su gesto fue mudando al que más tarde pondría
cuando disparase al chico con el que había estado el día anterior. Estaba
estupefacta, maldecía su suerte. No podía creer que para una vez que conocía
alguien hubiera que asesinarlo.
No tuvo mucho tiempo para pensarlo. Apareció
entre las sombras silbando, con las manos en los bolsillos, tranquilo,
caminando como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Salió del coche y se puso en frente de él
con el semblante muy serio. En un principio, él no la había reconocido. Estaba
oscuro y no había demasiadas farolas alumbrando. Se alegró de verla en un
primer momento, pero rápidamente se dio cuenta de que algo no iba bien.
Antes de que pudiera decir nada ella lo
apuntaba con la pistola. No dio crédito. Una mezcla de estupor y terror le
recorrió la espalda.
-¿Me utilizaste? –Acertó a decir.
-Créeme que no.
Todo fue muy rápido, se oyó el disparo y
él estaba en el suelo viendo cómo se alejaba. Jadeaba, estaba atenazado, apenas
se podía mover.
Consiguió ponerse de pie de nuevo y
comprobó que no estaba herido, la bala le había pasado cerca, pero no le había
acertado. Rememoró la cara que había puesto justo antes de dispararlo y acto
seguido salió corriendo tras ella.
Ella, ajena a la persecución que se
acababa de iniciar, estaba tratando de aclarar por qué no había sido capaz.
Había desviado la mano antes de apretar el gatillo, sí. Pero ¿por qué? Era
conocida por su profesionalidad y su certeza a la hora de cumplir con su obligación.
En la agencia no se lo iban a tomar nada
bien, no era momento para fallar, le habían dicho. Tenía que haber acabado el
trabajo. ¿Qué iba a hacer ahora? Abrirían una investigación y antes o después
descubrirían lo que había pasado. Estaba en peligro, no atenderían a razones.
Andaba absorta en estos pensamientos
cuando sintió que la zancadilleaban por detrás. Cayó al suelo, pero se levantó
rápidamente apuntando. Lo tenía allí mismo, tan cerca que el cañón de la
pistola rozaba el pecho del chico. Casi podía notar el pulso acelerado de éste.
En un rápido movimiento le arrebató la
pistola y la lanzó a unos metros de donde estaban. La agarró por los brazos y la
trajo hacia sí. Sin darle tiempo a nada la besó. Ella apenas opuso resistencia,
abandonándose, derritiéndose en sus brazos.
Eran dos unidos en un mismo ser,
fantasmas en medio de la noche, sin tener un plan más allá de aquel momento. A
partir de entonces no tendrían nada más que el uno al otro. Sin ser conscientes
de ello, habían renunciado por completo a sus vidas, tendrían que escapar
dejando todo de lado. A lo único que aspirarían desde ese momento sería a
disfrutar de cada momento de vida que tuvieran, hasta que inevitablemente,
antes o después, la muerte los viniera a visitar. Jóvenes o no, pero felices.