Monday, July 30, 2012


Tus ojos verdes vidriosos perdidos en la inmensidad del infinito contenido en un centímetro de pared. Tu pelo sobre el pecho cubriendo a medias tu desnudez perfecta, casi insultante para los mortales. Las sábanas sobre tu translúcida piel blanca que se eriza al contacto de la yema de mis dedos.
Tus labios rosados y carnosos, suaves, desgastados de tanto amor vacío.

Mueres tan rápido que se te hace eterno, la incertidumbre incrementa tu angustia, cada momento es un cuchillo clavándose en tu pecho lleno de lamentos y resoplidos ansiosos de expresar tu tristeza.
Tu soledad nubla la habitación en la que nos hayamos postrados, exhaustos, flotando en la frágil ilusión de que tenemos aquello que nos hace falta: tú.

Vives de bar en bar, asolada por la falta de sentido que tienen las noches que pasas en compañía de hombres y mujeres desnudos en tu cama paliando la oscuridad instalada en sus vidas, tratando superficialmente de poner diversión en la tuya.

Niegas la ayuda que te ofrecen porque crees no merecer nada, la suerte ya te ha sido esquiva y no tienes tiempo para que cambie.
Ya nadie lo intenta, excepto yo, que te tiendo la mano, expectante, esperanzado de que alguna vez entiendas que no hay existencia corta sino existencia sin vida.
Pero hace tiempo que renunciaste a vivir.

Me pierdo en tus caricias y susurros al oído. En las risas de porcelana, en las noches blancas en tu cama hablando de viajes que ambos sabemos que no haremos. En los paseos viendo el atardecer a tu lado, en el evanescente romanticismo de la luz de las velas y los pétalos de rosa.

Nada es real porque planeas etérea en un mundo al que ya no perteneces.
Te vas, y tu regreso ya no es esperado por nadie, ni por mi.
Mueres, en fin, de todo, y yo contigo de necesidad.