Pasa el verano dejando su espacio a un
gris otoño
mientras los últimos aromas primaverales
se desvanecen.
El árbol se queda solitario, vacío de
hojas,
aguantando el viento cada vez más frío.
No se permite temblar o no recuerda cómo
hacerlo.
Allá sólo, desafiante, queda como
muriendo,
pero dormido, aletargado.
Sueña con brotes de colores
que lo abriguen, lo acaricien y susurren.
Las golondrinas anidan entre su cuerpo,
y así como por accidente,
son las que limpian sus telarañas.
Sin quererlo adecentan
a aquel, que sólo tienen por apoyo.
Sus raíces ajadas
lo anclan a un suelo indolente
que apenas lo nutre.
Mientras, se pregunta por qué no se seca,
cómo se respira sin sol,
por qué el agua continúa subiendo
por su hastiado tronco.
Quizás la única razón
sea dar vida a estos versos,
o lo que sean.