Las plumas nunca
mueren si volaron con tinta. Me entero de tu muerte tarde y mal, en la
biblioteca y con un día de retraso (ayer todo fue intentar luchar contra el
sueño y sacar un examen no preparado). Me gusta el haberlo hecho a través de la
misma persona que me hizo descubrirte, las cosas cuadran, como si de
reencarnación hablásemos.
Hace poco le
escribí a un compañero que también nos dejaba sin avisar, en aquella ocasión lo
llamé abuelo y lo mismo me pasa contigo. Ayer Gabo, hoy tú. Y no, no me acostumbro
a perder abuelos, de esos que con pelo canoso te cuentan algo y tú sólo puedes
escuchar con cara de idiota y ensimismado.
Pero es que era
imposible resistirse. Cuando el acento de allá aterciopelado se desliza en tus
oídos seduciéndote con cada palabra, con cada adjetivo bien puesto…
Cada vez que esa
prosa se movía sigilosa ante mis ojos imponiendo el compás, el ritmo al que las
sinapsis de mis neuronas vibraban… ¿Pero quién se iba a resistir?
La última vez
que te escuché fue a través de mis cascos, en un espacio compartido con otro de
esos abuelos que escucho con pasmo cuando le tengo que imponer a la vida calma
y algo de sentimientos, te escuchaba con Silvio. Como siempre tú introduciendo
el viaje y él haciendo de la primera parada un placer con el que deshacerse, en
el que paladear y entregarse a la lujuria de la poesía no está mal visto.
No recuerdo mi
primera vez contigo, sé que fue a través de algún vídeo, de estos que te
rebotan en las redes sociales, una pequeña chispa. A partir de ahí te fui
siguiendo rachas, siempre a través de esa pequeña rebelde que tanto te
idolatraba.
Hasta que me
tocó irme para allá. No pudo ser, pero esa aventura que no fue hizo que me
licenciase en tu escuela, aunque no conozca qué pasa por tus venas, tengo esa
escuela encerrada en la mesita de noche, como recordatorio (aunque sólo sea
visual) de que hacer religión de la televisión es perjudicial para la salud.
Veo que el otro
abuelo uruguayo ya te dedicó unas palabras, veo que la tinta va poco a poco
como desangrándose, recordándote… Y sus dueños ya se podrían esforzar en
aprender un poco de ti. Yo con los periodistas tengo una atracción fatal, una
relación de amor-odio difícil de apagar. Los genes supongo. A ti algo te dio la
profesión, aunque compartiésemos el desencanto.
Te dedico unas
líneas como si así nos fuéramos a conocer, como si de haber un allá arriba (que
no lo creo) esto te fuera a llegar por fax o algo así. En cualquier caso, si
hubiera un sitio desde el que ver cómo nos matamos por acá abajo me saludas a
Jose Luis y Gabo, que por aquí ya dejasteis dicho todo lo que hacía falta decir
y ahora sólo nos queda escucharos.
Un abrazo y como
se suele decir en estos casos, que la tierra te sea leve.