Sunday, June 11, 2017

Here Comes the Sun

Los pasillos de un hospital son un lugar curioso cuando cae la noche larga abrazando todo lo que la vista alcanza a ver.
Es un sitio solitario a pesar de la cantidad de gente que se encuentra en él. Los pacientes duermen... o lo intentan y sus familiares más o menos lo mismo.


Así queda este monstruo de tantas cabezas descansando y en sus entrañas máquinas que velan por personas, personas que velan los últimos suspiros de algún ser querido, personal de la salud que vela los pacientes que tiene la desdicha de enfermar a esta hora...

Es un sitio de espera, donde se cruzan historias contrapuestas. Alegría y dolor, como la vida, como la muerte.


****


Adrián recoge un poco el escritorio donde acaba de regalar unas ligeras tonadas a Morfeo, ha sido apenas un momento, pero su cabeza se ha tambaleado cual púgil contra las cuerdas del descanso ante los envites del sueño.
Está siendo una noche dura a pesar de su tranquilidad.

La cabeza le da vueltas, ha sido un día duro en el que ha tenido que atender a muchas personas, ha escrito en el ordenador, su más fiel compañero, ha pensado, analizado...
No le gusta dormir mal, prefiere no dormir en absoluto y le molesta haber caído así.
Cierra la ventana del ordenador que ha iniciado una lista de reproducción automática de vídeos, no sabe bien cómo, pero de un capítulo de su serie favorita, una distopia sobre la muerte y el afrontamiento humano, ha llegado a una reposición de programas de Operación Triunfo...


"Madre mía... Cómo éramos." –Piensa para sí. –


Sale del despacho y se decide a dar una vuelta por el hospital, lo siente ya como su propia casa, demasiadas horas encerrado entre esas paredes color pastel que inspiran enfermedad sólo de verlas, muchas noches, muchas risas, mucha adrenalina, mucho miedo, mucho dolor...

Sus pasos van automatizados, si se parase a pensar sabría perfectamente a dónde va, pero el sueño le impide un pensamiento claro y nítido. Se deja llevar como flotando a lo largo de los pasillos hasta que llega a un ascensor.
Entra y sube hasta la 8ª planta.
Un timbre le hace notar que por fin ha llegado, las puertas se abren y él reinicia esa marcha zombie que mantenía.
Ha llegado a la planta de pediatría.


Adrián va absorto en sus pensamientos, incapaz de volver atrás sobre la línea que sus neuronas han establecido, pero totalmente volcado en ellos. Comprueba impulsivamente el busca entre aliviado y aburrido de ver que no hay ningún aviso.

"Qué buenos somos, que ya conseguimos que ni siquiera enfermen" –Mantiene en tono sarcástico.–

Una bocanada de aire cálido le golpea en la cara y le saca de sí mismo. La noche madrileña es algo insufrible a mediados de junio, pero no le importa. Ha llegado.
Ante él se extiende lo que considera El Dorado. Un parque en una terraza del hospital con columpios, coches de plástico, pelotas y un largo etcétera. Es la parte más humana del hospital. Allí los niños que se encuentran con fuerzas salen a divertirse, a olvidar por un momento que la vida les ha elegido a ellos para poner a prueba su crueldad inútil, su injusticia desmesurada, su sadismo inmisericorde.

Es un oasis en medio del desierto...

Adrián coge aire. Llena sus pulmones lo máximo que puede como si aquel aire pudiera renovarlo por dentro y darle las energías que parecían abandonarlo. Cierra los ojos.
Ama ese lugar y se escapa siempre que puede. Tanto de día como de noche, busca cosas distintas, energías diferentes, pero igualmente necesarias.

Se sienta en un banco que hay lo más cómodo que puede para intentar observar las estrellas.

"Maldita ciudad... Eres tan vanidosa que te permites esconder las estrellas que andan encima de ti como si tu vida fuera más importante. Y sin embargo, ¿por que será que me gustas tanto?"

Se queda mirando uno de los coches que hay allí guardados en una esquina esperando a que un nuevo conductor lo coja.
Rápidamente le vienen flashes a su cabeza, fotogramas de una vida que fue y no pudo ser más.

*****

Dani solía decir que algún día sería campeón del mundo de Fórmula 1, también quería ser astronauta, delantero centro del Barcelona... al menos al principio.

Luego quiso ser médico para curar a muchos niños para que pudieran jugar, no como él, que siempre estaba malito y no le apetecía hacer nada; quería inventar una medicina que eliminase para siempre el vómito, por no hablar de la máscara de papel que llevaban todos sus médicos... Así podría ser espía en sus ratos libres. Nadie le descubriría jamás así de tapado.

Adrián recuerda con una sonrisa atravesada por el dolor uno de los días que trajo la guitarra para cantar con su hijo. Salió a la terraza con él y lo dejó encargado de lo más importante, del ritmo de la canción, lo más invisible de la música, el alma...


-¿Como nuestro latido, papá?

-Efectivamente, como nuestro latido. Las personas somos canciones hijo, cada uno tiene su historia y su melodía, a veces alegre, a veces triste, otras da miedo y es oscura, y otras es alegre y parece iluminar el día como cuando llega el sol.

-¿Y si se para el ritmo?

-Se acaba la canción, hijo mío.

-¿Y si mi latido para, qué me pasará a mí?

-Que pasarás a ser como esas canciones que nos gustan tanto y que son tan antiguas. Serás una leyenda, y tu melodía nunca se apagará en todos aquellos que alguna vez te hayan escuchado.

*****

Adrián cierra los ojos con fuerza. Hay cosas que nunca dejan de doler.
Saca su móvil para escribir un mensaje a Lucía: “Me seguimos encantando… cada día. Me gustaría verte alguna vez, ojalá nos atrevamos.” Mientras se marca el doble tick en la pantalla de su teléfono más recuerdos brotan en su mente.

-Papá…

-¿Si hijo?

-No entiendo el miedo a morir. –Dijo Dani en un susurro débil de voz. –

Y Adrián sintió como un nudo insoportable le agarrotó la garganta y se extendió partiéndole el pecho por la mitad. Los ojos se le inundaban por momentos y no tardaron en empezar a desbordarle las lágrimas.

-¿Por qué dices eso, hijo?

-Bueno, es lo que me va a pasar, y no entiendo por qué habría de tener miedo.
Me voy al Salón de la Fama, no? Con los Beatles. No puede estar tan mal. No me queda claro dónde está eso, pero tiene que ser divertido.

-Claro, hijo.

Lucía se despertó con la conversación empezada, pero había escuchado eso último. Se puso al lado de Adrián apretándole la mano fuerte, éste era su papel, era él el que inventaba historias que Dani conseguía entender.

-Además, tú siempre dices que a veces las canciones más cortas son las más bonitas, ¿no? Porque no te aburren y los cantantes sienten tanto lo que cantan que no quieren alargarlo más.

-Exacto, hijo. –Farfulló Adrián temeroso de la siguiente respuesta de su hijo.–

-Pues eso, yo estoy muy contento con mi canción y hacerla demasiado larga sería doloroso.

Adrián y Lucía no se atrevían a romper ese momento de su hijo. Estaban profundamente orgullosos de él, era su momento, se estaba despidiendo y no querían quitarle eso; aunque les matase por dentro, aunque pudiera perseguirlos durante años.
Pero Dani no dijo mucho más…

-Os quiero mucho.

-Y nosotros a ti…

Y aquella noche Dani se hizo eterno mientras dormía en la cama con sus padres.

*****

Adrián se secó las lágrimas que resbalaban por su mejilla.
Este tipo de cosas le venían bien. Ahora, después de años, había aprendido a querer a su hijo en la pérdida.
Miró el reloj, ya faltaba poco para el pase de guardia así que debía regresar.
Le sonó el teléfono, en la pantalla vio reflejado el nombre de Urgencias Pediátricas.
Respiró hondo un par de veces, volvió a mirar la pantalla y cogió el teléfono.

-Buenos días, Oncología Pediátrica.

Los primeros rayos de sol iluminaron la cara de Adrián que se sintió fortalecido ante esa agradable sensación. Colgó el teléfono.


“Una nueva canción… Un nuevo día… Here comes the sun”.