Los pasillos de un hospital son un lugar curioso cuando
cae la noche larga abrazando todo lo que la vista alcanza a ver.
Es un sitio solitario a pesar de la cantidad de gente que
se encuentra en él. Los pacientes duermen... o lo intentan y sus familiares más
o menos lo mismo.
Así queda este monstruo de tantas cabezas descansando y
en sus entrañas máquinas que velan por personas, personas que velan los últimos
suspiros de algún ser querido, personal de la salud que vela los pacientes que
tiene la desdicha de enfermar a esta hora...
Es un sitio de espera, donde se cruzan historias
contrapuestas. Alegría y dolor, como la vida, como la muerte.
****
Adrián recoge un poco el escritorio donde acaba de
regalar unas ligeras tonadas a Morfeo, ha sido apenas un momento, pero su
cabeza se ha tambaleado cual púgil contra las cuerdas del descanso ante los
envites del sueño.
Está siendo una noche dura a pesar de su tranquilidad.
La cabeza le da vueltas, ha sido un día duro en el que ha
tenido que atender a muchas personas, ha escrito en el ordenador, su más fiel
compañero, ha pensado, analizado...
No le gusta dormir mal, prefiere no dormir en absoluto y
le molesta haber caído así.
Cierra la ventana del ordenador que ha iniciado una lista
de reproducción automática de vídeos, no sabe bien cómo, pero de un capítulo de
su serie favorita, una distopia sobre la muerte y el afrontamiento humano, ha
llegado a una reposición de programas de Operación Triunfo...
"Madre mía... Cómo éramos." –Piensa para sí. –
Sale del despacho y se decide a dar una vuelta por el
hospital, lo siente ya como su propia casa, demasiadas horas encerrado entre
esas paredes color pastel que inspiran enfermedad sólo de verlas, muchas
noches, muchas risas, mucha adrenalina, mucho miedo, mucho dolor...
Sus pasos van automatizados, si se parase a pensar sabría
perfectamente a dónde va, pero el sueño le impide un pensamiento claro y
nítido. Se deja llevar como flotando a lo largo de los pasillos hasta que llega
a un ascensor.
Entra y sube hasta la 8ª planta.
Un timbre le hace notar que por fin ha llegado, las
puertas se abren y él reinicia esa marcha zombie que mantenía.
Ha llegado a la planta de pediatría.
Adrián va absorto en sus pensamientos, incapaz de volver
atrás sobre la línea que sus neuronas han establecido, pero totalmente volcado
en ellos. Comprueba impulsivamente el busca entre aliviado y aburrido de ver
que no hay ningún aviso.
"Qué buenos somos, que ya conseguimos que ni
siquiera enfermen" –Mantiene en tono sarcástico.–
Una bocanada de aire cálido le golpea en la cara y le
saca de sí mismo. La noche madrileña es algo insufrible a mediados de junio,
pero no le importa. Ha llegado.
Ante él se extiende lo que considera El Dorado. Un parque
en una terraza del hospital con columpios, coches de plástico, pelotas y un
largo etcétera. Es la parte más humana del hospital. Allí los niños que se
encuentran con fuerzas salen a divertirse, a olvidar por un momento que la vida
les ha elegido a ellos para poner a prueba su crueldad inútil, su injusticia desmesurada,
su sadismo inmisericorde.
Es un oasis en medio del desierto...
Adrián coge aire. Llena sus pulmones lo máximo que puede
como si aquel aire pudiera renovarlo por dentro y darle las energías que
parecían abandonarlo. Cierra los ojos.
Ama ese lugar y se escapa siempre que puede. Tanto de día
como de noche, busca cosas distintas, energías diferentes, pero igualmente
necesarias.
Se sienta en un banco que hay lo más cómodo que puede para
intentar observar las estrellas.
"Maldita ciudad... Eres tan vanidosa que te permites
esconder las estrellas que andan encima de ti como si tu vida fuera más
importante. Y sin embargo, ¿por que será que me gustas tanto?"
Se queda mirando uno de los coches que hay allí guardados
en una esquina esperando a que un nuevo conductor lo coja.
Rápidamente le vienen flashes a su cabeza, fotogramas de
una vida que fue y no pudo ser más.
*****
Dani solía decir que algún día sería campeón del mundo de
Fórmula 1, también quería ser astronauta, delantero centro del Barcelona... al
menos al principio.
Luego quiso ser médico para curar a muchos niños para que
pudieran jugar, no como él, que siempre estaba malito y no le apetecía hacer
nada; quería inventar una medicina que eliminase para siempre el vómito, por no
hablar de la máscara de papel que llevaban todos sus médicos... Así podría ser
espía en sus ratos libres. Nadie le descubriría jamás así de tapado.
Adrián recuerda con una sonrisa atravesada por el dolor
uno de los días que trajo la guitarra para cantar con su hijo. Salió a la
terraza con él y lo dejó encargado de lo más importante, del ritmo de la
canción, lo más invisible de la música, el alma...
-¿Como nuestro latido, papá?
-Efectivamente, como nuestro latido. Las personas somos
canciones hijo, cada uno tiene su historia y su melodía, a veces alegre, a
veces triste, otras da miedo y es oscura, y otras es alegre y parece iluminar
el día como cuando llega el sol.
-¿Y si se para el ritmo?
-Se acaba la canción, hijo mío.
-¿Y si mi latido para, qué me pasará a mí?
-Que pasarás a ser como esas canciones que nos gustan
tanto y que son tan antiguas. Serás una leyenda, y tu melodía nunca se apagará
en todos aquellos que alguna vez te hayan escuchado.
*****
Adrián cierra los ojos con fuerza. Hay cosas que nunca
dejan de doler.
Saca su móvil para escribir un mensaje a Lucía: “Me
seguimos encantando… cada día. Me gustaría verte alguna vez, ojalá nos
atrevamos.” Mientras se marca el doble tick en la pantalla de su teléfono más
recuerdos brotan en su mente.
-Papá…
-¿Si hijo?
-No entiendo el miedo a morir. –Dijo Dani en un susurro
débil de voz. –
Y Adrián sintió como un nudo insoportable le agarrotó la
garganta y se extendió partiéndole el pecho por la mitad. Los ojos se le
inundaban por momentos y no tardaron en empezar a desbordarle las lágrimas.
-¿Por qué dices eso, hijo?
-Bueno, es lo que me va a pasar, y no entiendo por qué
habría de tener miedo.
Me voy al Salón de la Fama , no? Con los Beatles. No puede estar tan
mal. No me queda claro dónde está eso, pero tiene que ser divertido.
-Claro, hijo.
Lucía se despertó con la conversación empezada, pero había
escuchado eso último. Se puso al lado de Adrián apretándole la mano fuerte,
éste era su papel, era él el que inventaba historias que Dani conseguía
entender.
-Además, tú siempre dices que a veces las canciones más
cortas son las más bonitas, ¿no? Porque no te aburren y los cantantes sienten
tanto lo que cantan que no quieren alargarlo más.
-Exacto, hijo. –Farfulló Adrián
temeroso de la siguiente respuesta de su hijo.–
-Pues eso, yo estoy muy contento
con mi canción y hacerla demasiado larga sería doloroso.
Adrián y Lucía no se atrevían a
romper ese momento de su hijo. Estaban profundamente orgullosos de él, era su
momento, se estaba despidiendo y no querían quitarle eso; aunque les matase por
dentro, aunque pudiera perseguirlos durante años.
Pero Dani no dijo mucho más…
-Os quiero mucho.
-Y nosotros a ti…
Y aquella noche Dani se hizo
eterno mientras dormía en la cama con sus padres.
*****
Adrián se secó las lágrimas que
resbalaban por su mejilla.
Este tipo de cosas le venían
bien. Ahora, después de años, había aprendido a querer a su hijo en la pérdida.
Miró el reloj, ya faltaba poco
para el pase de guardia así que debía regresar.
Le sonó el teléfono, en la pantalla
vio reflejado el nombre de Urgencias Pediátricas.
Respiró hondo un par de veces,
volvió a mirar la pantalla y cogió el teléfono.
-Buenos días, Oncología
Pediátrica.
Los primeros rayos de sol
iluminaron la cara de Adrián que se sintió fortalecido ante esa agradable
sensación. Colgó el teléfono.
“Una nueva canción… Un nuevo
día… Here comes the sun”.