Imaginemos por un momento que el infinito existe, que eso es todo lo que hay. Sólo por probar... sólo por jugar.
Una alegría juvenil y la luna dibujaban una sombra extraña alrededor de aquella pareja que disfrutaba del espectáculo de la noche junto al mar. A sus pies, el salitre y la humedad daban a la madera un brillo apropiado para un escena de película, aroma a historia interminable mezclada con sal, de aquellas que mi abuelo decía que era romanticismo idílico, todo colocado en el sitio oportuno en el momento justo... Pero era real...
El bar se encontraba iluminado con un tono bajo, sin grandes pretensiones, con la intención de que el mar y su sonido arrullador creasen esa escena perfecta, una melodía material en la que perderse en la inmensidad de un segundo. Las respiraciones acompasándose suavemente, las manos entrelazadas delicadamente en una caricia comprometida.
La luna como testigo reflejándose en el mar, en una porción pequeña, marcando el camino a la eternidad de dos amantes decididos a combatir la rutina, el gris del día a día, creando en el regazo del otro ese hogar en el que refugiarse, sin temor a otra guerra que no sea la de los cuerpos luchando piel con piel, poesía de lo bruto, la pasión por bandera.
Somos un país intangible y que viva nuestra patria.