Monday, December 24, 2018

Senectud

Son fechas especiales, días en familia y como cada año me he trasladado a lo más profundo de la provincia segoviana: a La Losa, un pequeño pueblito de cerca de 500 habitantes que como tantos otros pueblos de la ruralidad española se llena (con suerte) de urbanitas dispuestos a copar los bares mientras hablan sobre los niños, el trabajo, la política, los consejos sobre gangas que no encuentra nadie...

En él viven mis dos abuelas, cada una ha vivido lo suficiente como para narrar dos guerras: una mundial y otra civil. Una apenas lo recuerda, de hecho, a veces apenas sabe quién soy yo y en una residencia se maravilla: "quién me iba a decir a mí que le iba a conocer a usted". A su nieto, ¿quién lo iba a decir, ¿verdad?
La otra conserva el cerebro bastante bien, sabe lo que se dice y el desgaste de su memoria aún le obliga a romantizar un pasado que, aunque amargo, le resulta familiar en contraposición a un presente que dirán que es mejor, pero "a mí que no me digan que no hay quién lo entienda".

El pasar de los años nos condena, lentamente, a habitar cuerpos que no son los nuestros, mundos que no son los nuestros, realidades ajenas a nosotros y mi abuela no deja de mostrarlo.

La cara se llena de surcos, las manos se deforman, los dolores llenan cada aspecto de la vida. Y la realidad golpea. 

Mi abuela ha dejado de cocinar, ella insiste como cada año en que "yo ya me he cansado de cocinar, ahora les toca a otras". También está esa otra versión de "así no se mancha la cocina, pedimos un cordero y que nos lo den hecho y santaspascuas". No se menciona el hecho de que ya no puede, que ya no calcula como antes. Se ve torpe.
A cambio se empeña en ir colocando la mesa "que vosotros no sabéis dónde están las cosas" y mientras la miro de reojo veo cómo la impotencia domina su rostro mientras intenta infructuosamente estirar el mantel y el hule, pero no puede levantar los brazos para que se extienda. Se lamenta:
"Ay niño, a ver si puedes hacer esto, que desde que me rompí el hombro ya no estoy igual".

Suena el teléfono de casa y sale corriendo, ella es la dueña de su hogar, y por tanto ella es la que responde. Da igual que tenga las rodillas (bueno sus prótesis) doloridas, ella echa la carrera. No le ganes, aunque se para ti. Ahí está vigilando su nido "Dame... Dame... Dame... ¿Pero quién es?" y tú mientras intentas mantener una conversación con esa mujer prima de tu tía que llama a tu abuela para saber qué ha pasado este último año y ya que estoy le pregunto al chaval.
Y cuando mi abuela recupera ese reino suyo que es el teléfono protesta: "Es que ya nadie me hace ni caso" "Ese lo tenemos por ahí en. Con los niños claro" "El otro allá está, trabajando como." "Ese no sabe lo que hace. Pero a ver, como ya estoy loca y nadie me hace caso pues pa qué buenas..." "Ay si yo hablara...."
Luego toca informe en casa a un auditorio desinteresado o que directamente no conoce las referencias: "Ha llamado el Moisés, que la Puri está que no se entera ya de las cosas" "Y la María, que ahora está estudiando... Quién lo iba a decir con lo que era ella... ¿Que ya lo hablamos hace un mes? ¿Y eso quién lo dice? No es cierto eso, yo me acabo de enterar... ¡Bueno! Que sois muy listas todas y lo sabíais ya, como yo estoy perdiendo la cabeza..."

Las abuelas, los abuelos, son el resultado de una obsesión por la juventud a toda costa de una sociedad que ha ido construyendo de la muerte un fracaso inevitable. Aunque ya no les puedan solucionar, ni siquiera paliar, sus problemas. En el mejor de los casos son esa abuela que "hay que ver hasta que le dio, qué bien estaba, al menos murió rápido y no se vio mal". Pero que en la mayoría son: "Hay que ver con lo que era ella. Ya no tiene edad para. Son muchos años que no." Y en los peores quedan en "para esto mejor estar muerto, qué pena, yo que me muera rápido".

Son una biblioteca algo repetitiva de historia, árboles genealógicos y una amalgama de achaques:
"Niño, y a mí por qué me duelen todos los huesos ahora"
"Coñe, pues ya sé que es por el brazo y los años, pero y qué me tomo"
"¿Irbufeno? ¿Y eso qué es? Yo de esas no tengo... A ver si se lo pido a la médica cuando venga".

Ser viejo, vieja, te pone en peligro de ser abandonado, de que te empastillen para tratar tu pena, o si hay suerte, de que te tengan por el loco de la casa.

Tenemos que tratar mejor a nuestros mayores, por empatía, por consciencia colectiva, aunque sólo sea porque en el futuro vamos a terminar siendo esa persona solitaria y nostálgica que van a terminar llamando abuelo.