Nos quemaron los poemas
en la noche más oscura
cantos a una patria seca
ciegos en su penumbra.
Mataron nuestras poetas
rosal negro lleno de espinas
plantado en nuestras cunetas,
olvidadas, son heridas.
Ordenaban hoy legislan
que muera la inteligencia
así encierran insumisas
fieles son a su hosca esencia.
Con ropajes de patriota
al abrigo de su Pepa
no se ocultan ya en las sombras
otro amanecer les llega.
Gallo negro nunca muere
aparenta estar ausente
pero es solo que duerme
al amparo de su gente.
Tan verdad es como pena,
nos quemaron los poemas
mataron nuestras poetas
y con esas hoy retornan.
Mas recuerda gallo negro
jamás pudieron vencernos
porque ellos nunca podrían
robarnos la Poesía.
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"Otra vez aquí..."
-Mamá, ¿te encuentras bien?
-Sí hija, sí. Me duele un poco el pecho sólo eso.
Miro la escena enternecido, una madre ya mayor (pasa los 90 años) aunque pareciera más joven viendo cómo se desenvuelve, la ternura de la hija en la mirada a pesar del tiempo... Un espíritu joven.
El lugar riñe con la escena de cariño. Una sala repleta de personas llenas de esperanza, de dolor... Las hay que aparentan estar tremendamente enfermas, otras, la verdad es que no tanto. Rompe la escena quejosa el personal del hospital. Las médicas, demasiado jóvenes, van apareciendo cada vez más cansadas, enfermería, que podría doblar la edad de éstas en algunos casos, algo menos; varían más las caras...
Pasa el tiempo y no me llaman, tampoco a la madre y su hija... pero parecen relajadas...
-Esto parece que no avanzase... –Me animo a decirle a la madre–.
-O que se hubieran olvidado de nosotras... –Responde ésta–
Nos miramos... Sentimos una conexión especial...
-Madre mía, tú fíjate qué barba y que aspecto... Cómo han cambiado las cosas...
-Qué me vas a contar...
-Yo es que estoy muy vieja ya... Tengo a mi marido muy malo, ¿sabes? Tiene Alzheimer y ya no se entera demasiado, se olvida de todo y se pone muy nervioso y pues claro... igual...
-Ya... ¿Llevan mucho tiempo juntos?
-65 años, pero fíjese que nos casamos ya tarde a los 39...
-¡Uuuhhh! ¡Qué me dice! Sí que fue tarde sí, ¡y con hijas!
-Claro, yo lo tenía claro. Yo difícil, pero cuando encontrase al bueno, se iba a llevar a la mejor...
-Eso no se sabe hasta que se muere ¿no?
-¡Qué me va a contar! Y todos aquí pensando cómo será la muerte sin pensar en qué es la vida...
Nos interrumpe de nuevo el personal médico.
-¡Sánchez Campos!
-Por fin me toca... A ver qué me encuentran...
-Espero que no sea nada.
-No sé yo... Que vaya bien...
La mujer mayor se aleja con su hija del brazo que la acompaña. Cada vez luce un aspecto más de porcelana...
Yo, mientras, sigo esperando a que me toque...
Veo al fondo de un pasillo a mi nueva amiga nonagenaria con su hija. Está sentada en un sillón. Decido acercarme, a unos pocos metros veo al médico desaliñado del que hablábamos antes, está con una compañera comentando algo, él parece atento a lo que le dice ésta...
Me quedo a una distancia un poco prudencial con una media sonrisa dibujada en la cara, hay algo entrañable en Eulalia. Escucho los retales de una conversación:
-Ay hija... Y lo bonitas que erais de pequeñas, la poca lata que habéis dado y lo que os preocupáis ahora por vuestro padre y por mí...
-No digas tonterías mamá. 94 años y estás como una rosa. Tengo yo más pastillas que tú...
-Ya hija ya, pero cada dos por tres en el hospital si no es por mí por él... Ayyy... Cómo pasa el tiempo.
La escena es entrañable, la hija mira a su madre con un cariño que costaría describir. Casi se puede imaginar su historia, una mujer divertida luchadora, de carácter. Una mujer de familia, de casa, consecuencia de épocas grises que le tocó vivir a este país... Tan llena de vida en apariencia y tan vacía por dentro.
Un respingo me saca de mi ensimismamiento...
Comienza el engranaje, cada uno su función. Una hace la función de respiración por Eulalia, otra corta la camisa, otra avisa para que traigan una camilla para trasladarla al box de reanimación, su hija llora... Eulalia se va apagando...
Al llegar hay un médico que parece aún mayor, empieza a dar órdenes. Todo sigue, cada uno con su misión, hay muchos médicos. Muchos jóvenes inexpertos miran, otros tantos se turnan para reanimar.
-¿Qué sabemos de la paciente? ¿Es RCP?
El desaliñado y su compañera de debate explican un resumen de su vida, mentira, de sus enfermedades, de su salud... Eso no es Eulalia pero eso lo sé yo, no sus médicos.
El médico experimentado mira, piensa.
-Vale, vale, vamos a dejarlo que si sale va a ser peor... 94 años bien vividos, con buena calidad de vida, hay que dejarla ir...
Cada uno su función... Es entonces que por fin oigo mi nombre. Me llaman. Es mi turno.
Nos cruzamos con el desaliñado que consuela a sus hijas, parece que nos ve irnos. Al fin me ha reconocido, hacía tiempo. Levanta levemente la cabeza en señal de saludo. Le devuelvo el ademán.
Todo acaba, pero todo empieza. A descansar, mañana más.
Luchando por el recuerdo, el sol despierta mis sentidos de nuevo y hagamos como que somos olvido entre las noches de Madrid, como nunca, como siempre.
Monday, December 25, 2017
Friday, October 13, 2017
Amistades de Urgencias
La sala de
espera está llena, llego cansado, algo abatido, la vida hace tiempo que me
sobra y no recuerdo bien por qué vivo, quién fui en su momento...
"Otra vez aquí..."
-Mamá, ¿te encuentras bien?
-Sí hija, sí. Me duele un poco el pecho sólo eso.
Miro la escena enternecido, una madre ya mayor (pasa los 90 años) aunque pareciera más joven viendo cómo se desenvuelve, la ternura de la hija en la mirada a pesar del tiempo... Un espíritu joven.
El lugar riñe con la escena de cariño. Una sala repleta de personas llenas de esperanza, de dolor... Las hay que aparentan estar tremendamente enfermas, otras, la verdad es que no tanto. Rompe la escena quejosa el personal del hospital. Las médicas, demasiado jóvenes, van apareciendo cada vez más cansadas, enfermería, que podría doblar la edad de éstas en algunos casos, algo menos; varían más las caras...
Pasa el tiempo y no me llaman, tampoco a la madre y su hija... pero parecen relajadas...
-Esto parece que no avanzase... –Me animo a decirle a la madre–.
-O que se hubieran olvidado de nosotras... –Responde ésta–
Nos miramos... Sentimos una conexión especial...
Hablamos
durante un buen rato, sólo nos interrumpe un médico algo estrambótico para
pedirle la medicación habitual y explicarle que ahora vendrán a sacarle una
muestra de sangre.
-Madre mía, tú fíjate qué barba y que aspecto... Cómo han cambiado las cosas...
-Qué me vas a contar...
-Yo es que estoy muy vieja ya... Tengo a mi marido muy malo, ¿sabes? Tiene Alzheimer y ya no se entera demasiado, se olvida de todo y se pone muy nervioso y pues claro... igual...
-Ya... ¿Llevan mucho tiempo juntos?
-65 años, pero fíjese que nos casamos ya tarde a los 39...
-¡Uuuhhh! ¡Qué me dice! Sí que fue tarde sí, ¡y con hijas!
-Claro, yo lo tenía claro. Yo difícil, pero cuando encontrase al bueno, se iba a llevar a la mejor...
¡Y 3! ¡3
hijas hemos tenido!... Pero pobrecitas mías, aguantar a mi marido... y luego a
mí... Yo es que ya estoy pensando en la muerte, ¿sabe? ¿Cómo será eso? Me
cuesta imaginarlo, me angustia mucho...
-Supongo
que no tiene nada que ver con lo que imagina nadie...
-Eso no se sabe hasta que se muere ¿no?
-¡Qué me va a contar! Y todos aquí pensando cómo será la muerte sin pensar en qué es la vida...
Nos interrumpe de nuevo el personal médico.
-¡Sánchez Campos!
-Por fin me toca... A ver qué me encuentran...
-Espero que no sea nada.
-No sé yo... Que vaya bien...
La mujer mayor se aleja con su hija del brazo que la acompaña. Cada vez luce un aspecto más de porcelana...
Yo, mientras, sigo esperando a que me toque...
Después de
un rato me decido a darme un paseo por la Urgencia, entro en la zona de boxes.
Veo mucha gente de un lado para otro. A pesar de que paso allí muchas noches
parece que nadie me reconoce, no me ven. Encuentro alguna mirada de complicidad
de vez en cuando que parece reconocerme, un leve instante... pero los
hospitales no son sitios dónde la gente se pare a reconocer lo que hay a su
alrededor.
Veo al fondo de un pasillo a mi nueva amiga nonagenaria con su hija. Está sentada en un sillón. Decido acercarme, a unos pocos metros veo al médico desaliñado del que hablábamos antes, está con una compañera comentando algo, él parece atento a lo que le dice ésta...
Me quedo a una distancia un poco prudencial con una media sonrisa dibujada en la cara, hay algo entrañable en Eulalia. Escucho los retales de una conversación:
-Ay hija... Y lo bonitas que erais de pequeñas, la poca lata que habéis dado y lo que os preocupáis ahora por vuestro padre y por mí...
-No digas tonterías mamá. 94 años y estás como una rosa. Tengo yo más pastillas que tú...
-Ya hija ya, pero cada dos por tres en el hospital si no es por mí por él... Ayyy... Cómo pasa el tiempo.
La escena es entrañable, la hija mira a su madre con un cariño que costaría describir. Casi se puede imaginar su historia, una mujer divertida luchadora, de carácter. Una mujer de familia, de casa, consecuencia de épocas grises que le tocó vivir a este país... Tan llena de vida en apariencia y tan vacía por dentro.
Poco a
poco se deja dormir. Descansa. Los médicos mantienen su conversación. Las
máquinas continúan con sus pitidos...
Los
hospitales son sitios donde cada uno cumple con su papel, nadie se sale de lo
suyo. Yo mientras, sigo esperando mi turno.
Un respingo me saca de mi ensimismamiento...
Mi nueva
amiga ha abierto los ojos y ha hecho un ruido raro. Aprieta fuerte los brazos,
se queda rígida. Su hija se asusta, llama a los médicos. Estos se apresuran en
llegar.
Comienza el engranaje, cada uno su función. Una hace la función de respiración por Eulalia, otra corta la camisa, otra avisa para que traigan una camilla para trasladarla al box de reanimación, su hija llora... Eulalia se va apagando...
Y cada uno
sigue con su función, el médico desaliñado vuelve con otro médico mayor que él,
aunque también joven, éste empieza a reanimar a la mujer, siguen respirando por
ella, algunos empujan la camilla...
La hija
llora aún más fuerte, y Eulalia se apaga un poco más...
Miro,
procuro no molestar, sólo observo la escena y sigo la camilla.
Al llegar hay un médico que parece aún mayor, empieza a dar órdenes. Todo sigue, cada uno con su misión, hay muchos médicos. Muchos jóvenes inexpertos miran, otros tantos se turnan para reanimar.
-¿Qué sabemos de la paciente? ¿Es RCP?
El desaliñado y su compañera de debate explican un resumen de su vida, mentira, de sus enfermedades, de su salud... Eso no es Eulalia pero eso lo sé yo, no sus médicos.
El médico experimentado mira, piensa.
-Vale, vale, vamos a dejarlo que si sale va a ser peor... 94 años bien vividos, con buena calidad de vida, hay que dejarla ir...
Cada uno su función... Es entonces que por fin oigo mi nombre. Me llaman. Es mi turno.
Nadie me
ve, me acerco a Eulalia y la beso en la frente muy tiernamente, muy suave.
Todos a nuestro alrededor miran, pero no ven nada. La agarro suavemente de la
mano y ambos nos vamos, juntos, ella ya resuelve sus dudas, el personal debate
sobre cómo actuar, apagan máquinas, recogen lo usado... Eulalia me mira, parece
que medio sonríe... o no...
Nos cruzamos con el desaliñado que consuela a sus hijas, parece que nos ve irnos. Al fin me ha reconocido, hacía tiempo. Levanta levemente la cabeza en señal de saludo. Le devuelvo el ademán.
Todo acaba, pero todo empieza. A descansar, mañana más.
Monday, August 21, 2017
Tatuaje
Raya tu pasado en mi espalda
como si no hubiera mañana
como si sólo quedase el ayer.
Raya, que un día te fallaré.
Tus ojos en tinta azul
tu pelo rojo al reflejo de la luz.
Raya sin miedo que esta noche me quedo
pero igual mañana desaparezco.
Raya por favor, toda nuestra vida
nuestros llantos de alegría
raya que es lo que me queda
dibuja con pasión, aunque me duela.
A nosotros, hechos de ternura y pasión
a nosotros, hechos de distancia y desazón.
A ti, con tu sonrisa eterna y sincera
a mi, con mi pena lóbrega y austera.
Raya tu vida en mi noche,
que mi piel venza bajo el roce
de tus labios hechos de seda.
Mi piel seca, carne de tristeza.
Raya por favor, toda nuestra vida
nuestros llantos de alegría
raya que es lo que me queda
dibuja con pasión, aunque me duela.
como si no hubiera mañana
como si sólo quedase el ayer.
Raya, que un día te fallaré.
Tus ojos en tinta azul
tu pelo rojo al reflejo de la luz.
Raya sin miedo que esta noche me quedo
pero igual mañana desaparezco.
Raya por favor, toda nuestra vida
nuestros llantos de alegría
raya que es lo que me queda
dibuja con pasión, aunque me duela.
A nosotros, hechos de ternura y pasión
a nosotros, hechos de distancia y desazón.
A ti, con tu sonrisa eterna y sincera
a mi, con mi pena lóbrega y austera.
Raya tu vida en mi noche,
que mi piel venza bajo el roce
de tus labios hechos de seda.
Mi piel seca, carne de tristeza.
Raya por favor, toda nuestra vida
nuestros llantos de alegría
raya que es lo que me queda
dibuja con pasión, aunque me duela.
Monday, July 31, 2017
Abrazo
Describe en una palabra nuestro infinito
tu miedo a ti, a mi,
mi miedo a nosotros
y cada uno puede volver a su volar.
Una palabra, es solo eso, a quién puede dañar
tanta luz en la oscuridad
tanta intimidad en nuestra soledad
y mañana recordémonos que fue todo un soñar.
Solo una palabra:
que no signifique nada,
sólo un instante, una noche,
y hoy seamos sólo un roce.
Friday, July 7, 2017
Sueño de una noche en Calahonda
Imaginemos por un momento que el infinito existe, que eso es todo lo que hay. Sólo por probar... sólo por jugar.
Una alegría juvenil y la luna dibujaban una sombra extraña alrededor de aquella pareja que disfrutaba del espectáculo de la noche junto al mar. A sus pies, el salitre y la humedad daban a la madera un brillo apropiado para un escena de película, aroma a historia interminable mezclada con sal, de aquellas que mi abuelo decía que era romanticismo idílico, todo colocado en el sitio oportuno en el momento justo... Pero era real...
El bar se encontraba iluminado con un tono bajo, sin grandes pretensiones, con la intención de que el mar y su sonido arrullador creasen esa escena perfecta, una melodía material en la que perderse en la inmensidad de un segundo. Las respiraciones acompasándose suavemente, las manos entrelazadas delicadamente en una caricia comprometida.
La luna como testigo reflejándose en el mar, en una porción pequeña, marcando el camino a la eternidad de dos amantes decididos a combatir la rutina, el gris del día a día, creando en el regazo del otro ese hogar en el que refugiarse, sin temor a otra guerra que no sea la de los cuerpos luchando piel con piel, poesía de lo bruto, la pasión por bandera.
Somos un país intangible y que viva nuestra patria.
Una alegría juvenil y la luna dibujaban una sombra extraña alrededor de aquella pareja que disfrutaba del espectáculo de la noche junto al mar. A sus pies, el salitre y la humedad daban a la madera un brillo apropiado para un escena de película, aroma a historia interminable mezclada con sal, de aquellas que mi abuelo decía que era romanticismo idílico, todo colocado en el sitio oportuno en el momento justo... Pero era real...
El bar se encontraba iluminado con un tono bajo, sin grandes pretensiones, con la intención de que el mar y su sonido arrullador creasen esa escena perfecta, una melodía material en la que perderse en la inmensidad de un segundo. Las respiraciones acompasándose suavemente, las manos entrelazadas delicadamente en una caricia comprometida.
La luna como testigo reflejándose en el mar, en una porción pequeña, marcando el camino a la eternidad de dos amantes decididos a combatir la rutina, el gris del día a día, creando en el regazo del otro ese hogar en el que refugiarse, sin temor a otra guerra que no sea la de los cuerpos luchando piel con piel, poesía de lo bruto, la pasión por bandera.
Somos un país intangible y que viva nuestra patria.
Sunday, June 11, 2017
Here Comes the Sun
Los pasillos de un hospital son un lugar curioso cuando
cae la noche larga abrazando todo lo que la vista alcanza a ver.
Es un sitio solitario a pesar de la cantidad de gente que
se encuentra en él. Los pacientes duermen... o lo intentan y sus familiares más
o menos lo mismo.
Así queda este monstruo de tantas cabezas descansando y
en sus entrañas máquinas que velan por personas, personas que velan los últimos
suspiros de algún ser querido, personal de la salud que vela los pacientes que
tiene la desdicha de enfermar a esta hora...
Es un sitio de espera, donde se cruzan historias
contrapuestas. Alegría y dolor, como la vida, como la muerte.
****
Adrián recoge un poco el escritorio donde acaba de
regalar unas ligeras tonadas a Morfeo, ha sido apenas un momento, pero su
cabeza se ha tambaleado cual púgil contra las cuerdas del descanso ante los
envites del sueño.
Está siendo una noche dura a pesar de su tranquilidad.
La cabeza le da vueltas, ha sido un día duro en el que ha
tenido que atender a muchas personas, ha escrito en el ordenador, su más fiel
compañero, ha pensado, analizado...
No le gusta dormir mal, prefiere no dormir en absoluto y
le molesta haber caído así.
Cierra la ventana del ordenador que ha iniciado una lista
de reproducción automática de vídeos, no sabe bien cómo, pero de un capítulo de
su serie favorita, una distopia sobre la muerte y el afrontamiento humano, ha
llegado a una reposición de programas de Operación Triunfo...
"Madre mía... Cómo éramos." –Piensa para sí. –
Sale del despacho y se decide a dar una vuelta por el
hospital, lo siente ya como su propia casa, demasiadas horas encerrado entre
esas paredes color pastel que inspiran enfermedad sólo de verlas, muchas
noches, muchas risas, mucha adrenalina, mucho miedo, mucho dolor...
Sus pasos van automatizados, si se parase a pensar sabría
perfectamente a dónde va, pero el sueño le impide un pensamiento claro y
nítido. Se deja llevar como flotando a lo largo de los pasillos hasta que llega
a un ascensor.
Entra y sube hasta la 8ª planta.
Un timbre le hace notar que por fin ha llegado, las
puertas se abren y él reinicia esa marcha zombie que mantenía.
Ha llegado a la planta de pediatría.
Adrián va absorto en sus pensamientos, incapaz de volver
atrás sobre la línea que sus neuronas han establecido, pero totalmente volcado
en ellos. Comprueba impulsivamente el busca entre aliviado y aburrido de ver
que no hay ningún aviso.
"Qué buenos somos, que ya conseguimos que ni
siquiera enfermen" –Mantiene en tono sarcástico.–
Una bocanada de aire cálido le golpea en la cara y le
saca de sí mismo. La noche madrileña es algo insufrible a mediados de junio,
pero no le importa. Ha llegado.
Ante él se extiende lo que considera El Dorado. Un parque
en una terraza del hospital con columpios, coches de plástico, pelotas y un
largo etcétera. Es la parte más humana del hospital. Allí los niños que se
encuentran con fuerzas salen a divertirse, a olvidar por un momento que la vida
les ha elegido a ellos para poner a prueba su crueldad inútil, su injusticia desmesurada,
su sadismo inmisericorde.
Es un oasis en medio del desierto...
Adrián coge aire. Llena sus pulmones lo máximo que puede
como si aquel aire pudiera renovarlo por dentro y darle las energías que
parecían abandonarlo. Cierra los ojos.
Ama ese lugar y se escapa siempre que puede. Tanto de día
como de noche, busca cosas distintas, energías diferentes, pero igualmente
necesarias.
Se sienta en un banco que hay lo más cómodo que puede para
intentar observar las estrellas.
"Maldita ciudad... Eres tan vanidosa que te permites
esconder las estrellas que andan encima de ti como si tu vida fuera más
importante. Y sin embargo, ¿por que será que me gustas tanto?"
Se queda mirando uno de los coches que hay allí guardados
en una esquina esperando a que un nuevo conductor lo coja.
Rápidamente le vienen flashes a su cabeza, fotogramas de
una vida que fue y no pudo ser más.
*****
Dani solía decir que algún día sería campeón del mundo de
Fórmula 1, también quería ser astronauta, delantero centro del Barcelona... al
menos al principio.
Luego quiso ser médico para curar a muchos niños para que
pudieran jugar, no como él, que siempre estaba malito y no le apetecía hacer
nada; quería inventar una medicina que eliminase para siempre el vómito, por no
hablar de la máscara de papel que llevaban todos sus médicos... Así podría ser
espía en sus ratos libres. Nadie le descubriría jamás así de tapado.
Adrián recuerda con una sonrisa atravesada por el dolor
uno de los días que trajo la guitarra para cantar con su hijo. Salió a la
terraza con él y lo dejó encargado de lo más importante, del ritmo de la
canción, lo más invisible de la música, el alma...
-¿Como nuestro latido, papá?
-Efectivamente, como nuestro latido. Las personas somos
canciones hijo, cada uno tiene su historia y su melodía, a veces alegre, a
veces triste, otras da miedo y es oscura, y otras es alegre y parece iluminar
el día como cuando llega el sol.
-¿Y si se para el ritmo?
-Se acaba la canción, hijo mío.
-¿Y si mi latido para, qué me pasará a mí?
-Que pasarás a ser como esas canciones que nos gustan
tanto y que son tan antiguas. Serás una leyenda, y tu melodía nunca se apagará
en todos aquellos que alguna vez te hayan escuchado.
*****
Adrián cierra los ojos con fuerza. Hay cosas que nunca
dejan de doler.
Saca su móvil para escribir un mensaje a Lucía: “Me
seguimos encantando… cada día. Me gustaría verte alguna vez, ojalá nos
atrevamos.” Mientras se marca el doble tick en la pantalla de su teléfono más
recuerdos brotan en su mente.
-Papá…
-¿Si hijo?
-No entiendo el miedo a morir. –Dijo Dani en un susurro
débil de voz. –
Y Adrián sintió como un nudo insoportable le agarrotó la
garganta y se extendió partiéndole el pecho por la mitad. Los ojos se le
inundaban por momentos y no tardaron en empezar a desbordarle las lágrimas.
-¿Por qué dices eso, hijo?
-Bueno, es lo que me va a pasar, y no entiendo por qué
habría de tener miedo.
Me voy al Salón de la Fama , no? Con los Beatles. No puede estar tan
mal. No me queda claro dónde está eso, pero tiene que ser divertido.
-Claro, hijo.
Lucía se despertó con la conversación empezada, pero había
escuchado eso último. Se puso al lado de Adrián apretándole la mano fuerte,
éste era su papel, era él el que inventaba historias que Dani conseguía
entender.
-Además, tú siempre dices que a veces las canciones más
cortas son las más bonitas, ¿no? Porque no te aburren y los cantantes sienten
tanto lo que cantan que no quieren alargarlo más.
-Exacto, hijo. –Farfulló Adrián
temeroso de la siguiente respuesta de su hijo.–
-Pues eso, yo estoy muy contento
con mi canción y hacerla demasiado larga sería doloroso.
Adrián y Lucía no se atrevían a
romper ese momento de su hijo. Estaban profundamente orgullosos de él, era su
momento, se estaba despidiendo y no querían quitarle eso; aunque les matase por
dentro, aunque pudiera perseguirlos durante años.
Pero Dani no dijo mucho más…
-Os quiero mucho.
-Y nosotros a ti…
Y aquella noche Dani se hizo
eterno mientras dormía en la cama con sus padres.
*****
Adrián se secó las lágrimas que
resbalaban por su mejilla.
Este tipo de cosas le venían
bien. Ahora, después de años, había aprendido a querer a su hijo en la pérdida.
Miró el reloj, ya faltaba poco
para el pase de guardia así que debía regresar.
Le sonó el teléfono, en la pantalla
vio reflejado el nombre de Urgencias Pediátricas.
Respiró hondo un par de veces,
volvió a mirar la pantalla y cogió el teléfono.
-Buenos días, Oncología
Pediátrica.
Los primeros rayos de sol
iluminaron la cara de Adrián que se sintió fortalecido ante esa agradable
sensación. Colgó el teléfono.
“Una nueva canción… Un nuevo
día… Here comes the sun”.
Saturday, May 27, 2017
Canción del olvido.
Tú tan chica de ayer mirándome desde la ventana de tu pasión, lenguaje de signos en el paraíso de lo prohibido, quema estos momentos, no somos polvo sino ceniza que nos desgastamos de tanto amarnos en secreto por un día, por unas horas, siempre a la espera de hacernos eternos, sólo por hoy.
Luchando por el recuerdo, el sol despierta mis sentidos de nuevo y hagamos como que somos olvido entre las noches de Madrid, como nunca, como siempre.
Que nos perdimos entre el alcohol, y la nostalgia de la luna nos hizo perder la cabeza por un instante, que suenen los acordes de nuestras pasiones, que mañana ya no importará.
Pero sólo por si lo prohibido estuviera bien, por si lo momentáneo fuera eterno, sólo por si tú y yo fuéramos algo más que olvido hecho de recuerdo y ceniza, piensa querida compañera que nuestra melodía aunque efímera fue de aquellas que marcan la historia de la música, algo sutil, como las promesas que nos hicimos, como nosotros, blowing in the wind.