Quise tenerte entre mis brazos demasiado
tiempo, apretarte contra mi pecho y escuchar tu respiración en lo profundo de
la noche.
Quise quererte para siempre, eterna y
pura como eres, acariciando tu piel de seda a tientas.
Quise pasar las noches en vela hablando
contigo durante horas y saber qué es lo que piensas, cómo eres; detenernos
únicamente para beber agua y continuar despiertos hasta ver el alba. Y sólo
entonces, descansar.
Descubrí que el amor no es eterno con tus
despedidas, aprendí que los reencuentros felices no existen con tus visitas
nocturnas.
Que quererse no es suficiente, cuando el
odio es mucho más fuerte.
Porque te odio, bruja. Detesto tu mirada
cristalina perfecta, tu sonrisa cálida y brillante, tu pelo salvaje, tus
gemidos anhelantes…
Tus bromas sobre mi ropa y tu forma de
reír sin parar, tus eternas caricias sin destino final, el sabor de tu boca en
las noches de desvelo.
Habitas en mis pensamientos, en cada
recodo de mi existencia. Imperturbable, clara. Vivo en un futuro imposible a tu
lado, infeliz y destrozado.
Me destierro de este mundo para no verte.
Descuida vieja amiga que allá donde esté, estaré bien.
Lejos, muy lejos. De ti y de tu hechizo.
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