La sala de
espera está llena, llego cansado, algo abatido, la vida hace tiempo que me
sobra y no recuerdo bien por qué vivo, quién fui en su momento...
"Otra vez aquí..."
-Mamá, ¿te encuentras bien?
-Sí hija, sí. Me duele un poco el pecho sólo eso.
Miro la escena enternecido, una madre ya mayor (pasa los 90 años) aunque
pareciera más joven viendo cómo se desenvuelve, la ternura de la hija en la
mirada a pesar del tiempo... Un espíritu joven.
El lugar riñe con la escena de cariño. Una sala repleta de personas llenas de
esperanza, de dolor... Las hay que aparentan estar tremendamente enfermas,
otras, la verdad es que no tanto. Rompe la escena quejosa el personal del
hospital. Las médicas, demasiado jóvenes, van apareciendo cada vez más
cansadas, enfermería, que podría doblar la edad de éstas en algunos casos, algo
menos; varían más las caras...
Pasa el tiempo y no me llaman, tampoco a la madre y su hija... pero parecen
relajadas...
-Esto parece que no avanzase... –Me animo a decirle a la madre–.
-O que se hubieran olvidado de nosotras... –Responde ésta–
Nos miramos... Sentimos una conexión especial...
Hablamos
durante un buen rato, sólo nos interrumpe un médico algo estrambótico para
pedirle la medicación habitual y explicarle que ahora vendrán a sacarle una
muestra de sangre.
-Madre mía, tú fíjate qué barba y que aspecto... Cómo han cambiado las cosas...
-Qué me vas a contar...
-Yo es que estoy muy vieja ya... Tengo a mi marido muy malo, ¿sabes? Tiene
Alzheimer y ya no se entera demasiado, se olvida de todo y se pone muy nervioso
y pues claro... igual...
-Ya... ¿Llevan mucho tiempo juntos?
-65 años, pero fíjese que nos casamos ya tarde a los 39...
-¡Uuuhhh! ¡Qué me dice! Sí que fue tarde sí, ¡y con hijas!
-Claro, yo lo tenía claro. Yo difícil, pero cuando encontrase al bueno, se iba
a llevar a la mejor...
¡Y 3! ¡3
hijas hemos tenido!... Pero pobrecitas mías, aguantar a mi marido... y luego a
mí... Yo es que ya estoy pensando en la muerte, ¿sabe? ¿Cómo será eso? Me
cuesta imaginarlo, me angustia mucho...
-Supongo
que no tiene nada que ver con lo que imagina nadie...
-Eso no se sabe hasta que se muere ¿no?
-¡Qué me va a contar! Y todos aquí pensando cómo será la muerte sin pensar en
qué es la vida...
Nos interrumpe de nuevo el personal médico.
-¡Sánchez Campos!
-Por fin me toca... A ver qué me encuentran...
-Espero que no sea nada.
-No sé yo... Que vaya bien...
La mujer mayor se aleja con su hija del brazo que la acompaña. Cada vez luce un
aspecto más de porcelana...
Yo, mientras, sigo esperando a que me toque...
Después de
un rato me decido a darme un paseo por la Urgencia, entro en la zona de boxes.
Veo mucha gente de un lado para otro. A pesar de que paso allí muchas noches
parece que nadie me reconoce, no me ven. Encuentro alguna mirada de complicidad
de vez en cuando que parece reconocerme, un leve instante... pero los
hospitales no son sitios dónde la gente se pare a reconocer lo que hay a su
alrededor.
Veo al fondo de un pasillo a mi nueva amiga nonagenaria con su hija. Está
sentada en un sillón. Decido acercarme, a unos pocos metros veo al médico
desaliñado del que hablábamos antes, está con una compañera comentando algo, él
parece atento a lo que le dice ésta...
Me quedo a una distancia un poco prudencial con una media sonrisa dibujada en
la cara, hay algo entrañable en Eulalia. Escucho los retales de una
conversación:
-Ay hija... Y lo bonitas que erais de pequeñas, la poca lata que habéis dado y
lo que os preocupáis ahora por vuestro padre y por mí...
-No digas tonterías mamá. 94 años y estás como una rosa. Tengo yo más pastillas
que tú...
-Ya hija ya, pero cada dos por tres en el hospital si no es por mí por él...
Ayyy... Cómo pasa el tiempo.
La escena es entrañable, la hija mira a su madre con un cariño que costaría
describir. Casi se puede imaginar su historia, una mujer divertida luchadora,
de carácter. Una mujer de familia, de casa, consecuencia de épocas grises que
le tocó vivir a este país... Tan llena de vida en apariencia y tan vacía por
dentro.
Poco a
poco se deja dormir. Descansa. Los médicos mantienen su conversación. Las
máquinas continúan con sus pitidos...
Los
hospitales son sitios donde cada uno cumple con su papel, nadie se sale de lo
suyo. Yo mientras, sigo esperando mi turno.
Un respingo me saca de mi ensimismamiento...
Mi nueva
amiga ha abierto los ojos y ha hecho un ruido raro. Aprieta fuerte los brazos,
se queda rígida. Su hija se asusta, llama a los médicos. Estos se apresuran en
llegar.
Comienza el engranaje, cada uno su función. Una hace la función de respiración
por Eulalia, otra corta la camisa, otra avisa para que traigan una camilla para
trasladarla al box de reanimación, su hija llora... Eulalia se va apagando...
Y cada uno
sigue con su función, el médico desaliñado vuelve con otro médico mayor que él,
aunque también joven, éste empieza a reanimar a la mujer, siguen respirando por
ella, algunos empujan la camilla...
La hija
llora aún más fuerte, y Eulalia se apaga un poco más...
Miro,
procuro no molestar, sólo observo la escena y sigo la camilla.
Al llegar hay un médico que parece aún mayor, empieza a dar órdenes. Todo
sigue, cada uno con su misión, hay muchos médicos. Muchos jóvenes inexpertos
miran, otros tantos se turnan para reanimar.
-¿Qué sabemos de la paciente? ¿Es RCP?
El desaliñado y su compañera de debate explican un resumen de su vida, mentira,
de sus enfermedades, de su salud... Eso no es Eulalia pero eso lo sé yo, no sus
médicos.
El médico experimentado mira, piensa.
-Vale, vale, vamos a dejarlo que si sale va a ser peor... 94 años bien vividos,
con buena calidad de vida, hay que dejarla ir...
Cada uno su función... Es entonces que por fin oigo mi nombre. Me llaman. Es mi
turno.
Nadie me
ve, me acerco a Eulalia y la beso en la frente muy tiernamente, muy suave.
Todos a nuestro alrededor miran, pero no ven nada. La agarro suavemente de la
mano y ambos nos vamos, juntos, ella ya resuelve sus dudas, el personal debate
sobre cómo actuar, apagan máquinas, recogen lo usado... Eulalia me mira, parece
que medio sonríe... o no...
Nos cruzamos con el desaliñado que consuela a sus hijas, parece que nos ve
irnos. Al fin me ha reconocido, hacía tiempo. Levanta levemente la cabeza en
señal de saludo. Le devuelvo el ademán.
Todo acaba, pero todo empieza. A descansar, mañana más.