Si ustedes toman la Calle Soledad y avanzan dos manzanas
verán un pequeño bar que hace esquina llamado Rincón de los Insomnes, lugar
ideal para pararse a vaciar penas, buscar compañía pasajera o quizás algo de
inspiración. Aunque hoy no nos quedamos (ya les invito a una ronda otro día),
si no que seguimos un poco el Pasaje de la Desilusión para llegar a nuestro
destino.
Allá, camuflada, como a doscientos pasos del inicio del
pasaje podrán vislumbrar una pintada en una pared que pone lo siguiente: “Recuerdo
aquel día maravilloso en que no hicimos casi nada y para mi fue todo. Que pena
que 'todo' acabe.”
Seguro que no sabrán ustedes a qué se refiere tal pintarrajo
que habita hoy en nuestra ciudad, si lo buscan lo hallarán, ya tienen las
coordenadas (es más si me lo dicen iremos a celebrar y filosofar sobre la vida
al bar que les decía antes).
Les comentaba que no sabrán qué pinta (nunca mejor dicho)
eso allá puesto, pero se lo voy a explicar, no se preocupen.
Como habrán deducido por la frase escrita, hay hechos que no
sucedieron cierto día en esta fría ciudad, pero ahora que todo se ha torcido
empiezan a pasar. Está claro, ¿no?
El caso es que hay un dicho popular que dice que lo bueno si
breve dos veces bueno, y yo creo que el que dijo eso fue un pobre desgraciado,
¡porque ya me dirán!
Aquella bonita pareja que no quedó nunca, ni tuvo un romance,
ya no existe: hoy han hecho cosas; al menos él…
*****
Hoy he pensado que la vida era bonita por hacerme sentir,
aunque no fuera alegría, aunque para mí el día era frío a pesar del calor en
las calles y apenas veía la luz del sol entre las nubes de mi mente. He
descubierto esa sensación que tiene uno en las entrañas cuando la tensión pega
fuerte y el corazón mira por encima del hombro a los velocistas.
Crónica de una muerte anunciada era lo que teníamos, una
fugaz tarde-noche de mutua compañía para paliar nuestra curiosidad, cierta
química atractiva provocada por la sencillez de tus gestos, de tu ser y la
caridad hacia un vagabundo orgulloso que no pide limosna pero la anhela.
Y hoy que cojo consciencia de tu realidad no quiero olvidar
todo lo que no hicimos, quisiera recordar aquello que se quedó en mi lista de
deseos.
Aún hoy peco de iluso viendo los fantasmas de tu trato. Mientras
hay vida hay esperanza y este rey todavía cree que el caballo llegará, le cueste o
no el reino. Un reino gris y oscuro en apariencia, pero cómodo para el que lo
sabe disfrutar. Reflexivo, donde el motor no eras tú porque nunca fuiste, si no
la ingenuidad, vieja amiga de la infancia que me acompaña a pesar de
las canas y tantos años de endeble trinchera contra la alianza del Destino, la
Muerte y la Sinrazón.
Quizás es decepción o rutina que es igual, pero no puedo
evitar pensar en todo lo que no fuimos y hoy empezamos a ser.
Hoy ha sido un
día largo, qué duda cabe. Estoy cansado. Han sido muchas emociones fuertes
contenidas, estrés por la preocupación de que todo salga bien.
A esta edad ya
abundan las canas en mi corazón; sabía que no era un acto más, que aquello que
hoy hacíamos podía servir para que sacásemos todo lo guardado durante meses,
para que los familiares y amigos más allegados encontrasen en el cariño un
refugio en el que arroparse y estar a gusto. Y joder, qué bien sienta que así
haya sido.
Mi lucha
particular con la muerte comenzó hace poco y mucho tiempo: 4 años. Y ya me es
familiar. Me he acostumbrado a ese vacío que sientes cuando estás delante de
alguien que sabes inconsolable intentando animarlo, a las palabras llenas de
amor y energía para impulsar a la persona que las recibe, pero no sólo eso, si
no que sé lo que es recibirlas. Estoy bastante convencido de que a posteriori sirven
de algo, aunque no reemplacen ni anestesien. Son motivos para seguir adelante.
También como
estudiante de medicina he convivido con la muerte. Siempre recordaré el primer
hombre que murió portando yo la bata y el fonendo. Recuerdo lo absurdo
de esto de perecer. “Si apenas hay diferencia, su cuerpo está igual. ¿Qué ha
cambiado?” –Pensé–.
Guardo para mí
la valentía de una paciente que tuvimos a la hora de afrontar su cáncer mortal
a corto plazo, el buen humor, esa vida fulgurante en sus ojos que casi
deslumbraba a los que aquel día teníamos ese mismo brillo apagado.
Lo escribí una
vez y creo que es cierto, no hay existencia corta sino existencia sin
vida.
Muerte, esa
palabra que intentamos evitar a toda costa y que para regocijo de los irónicos
es la única certeza en la vida (aunque a mí aún no me han demostrado que sea
mortal, pero bueno, haremos el acto de fe).
Hoy me comentaba
uno de los familiares: “Creo firmemente que las personas no mueren hasta que la
última persona que los recuerda se va.”
Yo también lo
creo.
Catarsis. Cómo
una palabra puede sintetizar tan bien un torrente de emociones y sentimientos
tan inmenso.
Chicos, ha sido
maravilloso conocer detalles que hasta ahora ignoraba de vosotros, cómo
reaccionasteis ante la noticia de que habíais entrado en medicina y la
celebración anual que hacíais, imaginar perfectamente a Laura con la bata
puesta bromeando: “Mamá, ¿a que estoy guapa eh?”, revivir las imitaciones de
David… Pero sobre todo, lo que os queríais y apoyabais. No sería perfecto, nada
lo es. Pero qué inspirador es pensar en vosotros dos juntos. La complicidad con
la que os mirabais enternecería al más duro.
Es posible que
no vuelva a escribiros, no lo sé. Pero sé a ciencia cierta que jamás os voy a
olvidar, ninguno de nosotros lo haremos. En cada paso importante que dé en mi
carrera os recordaré. Como se ha dicho hoy, cada vez que entre en la habitación
de un paciente lo estaréis haciendo vosotros también, cada examen, cada clase
en la que no os vea en primera fila esperando, cada vez que empiece unas
prácticas y no estéis para paliar los nervios, cada vez que vaya a secretaría a
hacer una gestión… estaréis conmigo.
Hemos plantado
un árbol, el árbol del amor, para teneros cerca de la facultad. Ahora caerán,
pero en primavera saldrán unas hojas preciosas acompañadas de flores rosas que
darán color al jardín que tenemos.
Ahí será donde haga la relajación en aquellos exámenes que tenga que estudiar
toda la noche en la sala.
Os voy a echar de menos. “Vuestras sonrisas están en nuestros corazones”.
*****
“Les voy a hacer notar algo, puede ser
que no lo supieran, pero se lo voy a hacer aprender yo ahora. No existe ninguna
palabra en castellano, ni en ninguna lengua europea, para describir la muerte
de un hijo o un hermano. Al que pierde al cónyuge lo llamamos viudo, al que
pierde a uno de sus padres, huérfano. Pero no existe ninguna palabra para
describir el dolor de perder a un hijo o un hermano. Y es este innombrable lo
que hoy venimos a paliar.”