Friday, October 25, 2013

Lo innombrable.


Hoy ha sido un día largo, qué duda cabe. Estoy cansado. Han sido muchas emociones fuertes contenidas, estrés por la preocupación de que todo salga bien.
A esta edad ya abundan las canas en mi corazón; sabía que no era un acto más, que aquello que hoy hacíamos podía servir para que sacásemos todo lo guardado durante meses, para que los familiares y amigos más allegados encontrasen en el cariño un refugio en el que arroparse y estar a gusto. Y joder, qué bien sienta que así haya sido.

Mi lucha particular con la muerte comenzó hace poco y mucho tiempo: 4 años. Y ya me es familiar. Me he acostumbrado a ese vacío que sientes cuando estás delante de alguien que sabes inconsolable intentando animarlo, a las palabras llenas de amor y energía para impulsar a la persona que las recibe, pero no sólo eso, si no que sé lo que es recibirlas. Estoy bastante convencido de que a posteriori sirven de algo, aunque no reemplacen ni anestesien. Son motivos para seguir adelante.
También como estudiante de medicina he convivido con la muerte. Siempre recordaré el primer hombre que murió portando yo la bata y el fonendo. Recuerdo lo absurdo de esto de perecer. “Si apenas hay diferencia, su cuerpo está igual. ¿Qué ha cambiado?” –Pensé–.
Guardo para mí la valentía de una paciente que tuvimos a la hora de afrontar su cáncer mortal a corto plazo, el buen humor, esa vida fulgurante en sus ojos que casi deslumbraba a los que aquel día teníamos ese mismo brillo apagado.

Lo escribí una vez y creo que es cierto, no hay existencia corta sino existencia sin vida.
Muerte, esa palabra que intentamos evitar a toda costa y que para regocijo de los irónicos es la única certeza en la vida (aunque a mí aún no me han demostrado que sea mortal, pero bueno, haremos el acto de fe).

Hoy me comentaba uno de los familiares: “Creo firmemente que las personas no mueren hasta que la última persona que los recuerda se va.”
Yo también lo creo.

Catarsis. Cómo una palabra puede sintetizar tan bien un torrente de emociones y sentimientos tan inmenso.

Chicos, ha sido maravilloso conocer detalles que hasta ahora ignoraba de vosotros, cómo reaccionasteis ante la noticia de que habíais entrado en medicina y la celebración anual que hacíais, imaginar perfectamente a Laura con la bata puesta bromeando: “Mamá, ¿a que estoy guapa eh?”, revivir las imitaciones de David… Pero sobre todo, lo que os queríais y apoyabais. No sería perfecto, nada lo es. Pero qué inspirador es pensar en vosotros dos juntos. La complicidad con la que os mirabais enternecería al más duro.

Es posible que no vuelva a escribiros, no lo sé. Pero sé a ciencia cierta que jamás os voy a olvidar, ninguno de nosotros lo haremos. En cada paso importante que dé en mi carrera os recordaré. Como se ha dicho hoy, cada vez que entre en la habitación de un paciente lo estaréis haciendo vosotros también, cada examen, cada clase en la que no os vea en primera fila esperando, cada vez que empiece unas prácticas y no estéis para paliar los nervios, cada vez que vaya a secretaría a hacer una gestión… estaréis conmigo.


Hemos plantado un árbol, el árbol del amor, para teneros cerca de la facultad. Ahora caerán, pero en primavera saldrán unas hojas preciosas acompañadas de flores rosas que darán color al jardín que tenemos.
Ahí será donde haga la relajación en aquellos exámenes que tenga que estudiar toda la noche en la sala.

Os voy a echar de menos. “Vuestras sonrisas están en nuestros corazones”.

*****

“Les voy a hacer notar algo, puede ser que no lo supieran, pero se lo voy a hacer aprender yo ahora. No existe ninguna palabra en castellano, ni en ninguna lengua europea, para describir la muerte de un hijo o un hermano. Al que pierde al cónyuge lo llamamos viudo, al que pierde a uno de sus padres, huérfano. Pero no existe ninguna palabra para describir el dolor de perder a un hijo o un hermano. Y es este innombrable lo que hoy venimos a paliar.”




0 comments:

Post a Comment