Wednesday, October 9, 2013

La Triste Historia de Lana

Lana escucha con el corazón encogido hecho girones cómo las llaves de su marido tintinean al otro lado de la puerta. El muy desgraciado tiene más problemas que de costumbre para abrir la puerta, señal de que esta noche el whiskey no ha podido evitar su entera derrota.

Lana se remueve inquieta en la cama, desea que sea incapaz de abrir la casa, que caiga por las escaleras, se ahogue en su vómito o simplemente desaparezca como por arte de magia. Vive un infierno diario en el que su autoestima y su dignidad comparten protagonismo como víctimas de los golpes que el cerdo le propina.

"Eres una puta y no sirves para nada. Me das asco"

Estas palabras resuenan dentro de su cabeza evocando uno de tantos episodios que había tenido que aguantar. Conocía la historia de su prima Martina o "Martinita" como la llamaba todo el mundo, y eso la paralizaba. Tenía miedo de que denunciando no hiciera más que aumentar la rabia que alimentaba al monstruo que la maltrataba y que acabase matándola.

No la dejaba salir de casa, en parte por coartar su libertad, en parte porque nadie pudiera observar las marcas que le dejaba.
Estaba encerrada en una cárcel de la que no podía salir. Vivía alterada y nerviosa. Todo la asustaba, el crujido de la madera de la casa repentino le recordaba aquella ocasión en la que le había roto una costilla, el timbre del microondas lo confundía con el de aquella noche en que su marido incapaz de abrir la puerta la había acusado de haber cambiado la cerradura para dejarlo en ridículo delante de todo el vecindario, casi lo quema. Y así... Sudaba sólo con pensar en él y tenía que ducharse para disimular el mal olor.

Lana aguantaba los días en que la pegaba como podía, unos con entereza, otros deseando que algún golpe no fuera bien calculado y acabase de una vez por todas con la agonía en la que se había visto obligada a sobevivir.

El violento ha entrado y anda caliente. Se quita los pantalones a duras penas y coge a su mujer por el pelo para saciarse. Esta vez dura poco. El muy miserable la penetra sin apenas recibir oposición.

Lana llora mientras sufre la enésima violación, la última. Cuando todo ha acabado y nota el jadeante cuerpo yaciendo a su lado boca arriba, ve su momento. Coge el cuchillo que tenía guardado debajo de la almohada y se lo clava en el cuello desgarrándolo. El puerco comienza a hacer ruidos con la garganta, se remueve, cae al suelo. No puede articular palabra, le ha arrancado las cuerdas vocales de cuajo.

Ella mira el espectáculo con cierto placer sádico, la venganza se ha cumplido.

"Muere sucio hijo de puta"

Poco tardan en cumplirse sus expectativas, se desangra por momentos y ya apenas se mueve.
Lana se avalanza con el cuchillo sobre el cuerpo y comienza a desguazarlo cortando y clavando. Le arranca la lengua y saca los ojos de las cuencas del animal. Secciona el pene empapándose de sangre y se lo introduce al muerto en la boca con tal agresividad que el frenillo no soporta la tracción y vence. Hasta diez puñaladas acabaría presentando en la tripa el desfigurado cadáver.

Cuando el odio se intercambia por el cansacio, Lana se deja caer hacia atrás. Sentada en el suelo llora de rabia y de dolor por haber perdido su vida, quizás para siempre. Coge aire y grita como jamás lo había hecho en un acto de catársis suprema. Jamás volvería a ver esa cara.

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