El hombre mira el reloj que le regalara
su abuelo hace muchos años por su cumpleaños. Ya no es aquel joven con toda la
vida por delante que vio perecer a su abuelo justo después de entregarle ese
mismo reloj. No, la vida o el tiempo (como gusten) se había encargado de
madurar su personalidad. Aunque eso ya no importaba.
A las ocho menos un minuto como de
costumbre se encontraba parado en frente del Staroměstský orloj.
Puntual cual reloj suizo,
perfectamente engranado e impasible ante las caras de aquellos que caminaban y
observaban la maravilla que representaba aquella fantasía del S. XV.
Dan las ocho y llega el momento en que se
disparan los flashes y los muchos turistas (a esa hora menos) que
allí están presentes perfeccionan sus técnicas como cámaras de vídeo.
Las figuritas de la torre astronómica
comienzan su baile mientras que las cuatro alegorías cumplen con su función
bíblica preventiva. Todo unido junto con las campanadas resulta un maravilloso
espectáculo arquitectónico que no puede sino encoger a la vez que fascinar el
ego humano.
Nuestro querido amigo observa este
espectáculo ajeno al mundo, como siempre había hecho. En un lugar a parte al
que nada ni nadie podía acceder. Bueno, casi nada.
Sus niñas lo habían conseguido antes de
que se las quitaran. ¿Y quién lo hizo? Dos ‘buenos’ amigos (aunque nunca lo
fueron en realidad, su relación nacía de la necesidad de relacionarse con gente)
y ella, cómo no, la antagonista de una historia demasiado dolorosa para
recordarla.
Emprende su camino hacia la cafetería
donde pasaba su triste vida desde que veía aquel fantástico espectáculo hasta
que llegaba la hora del cierre. No le faltaba dinero, aunque éste estuviera
manchado por la traición. Su altanería y prepotencia habían desaparecido por
completo. Tan sólo conservaba de su antigua vida el reloj que su abuelo le
había regalado y los recuerdos de una vida solitaria.
El café en cuestión no es uno
cualquiera, las paredes son engranajes que no paran de moverse. Los dientes se
enganchan uno tras otro para hacer mover algo (aunque no sabemos qué puesto que
nuestro protagonista no se interesó jamás por el secreto que escondían).
Allí pasaba las horas sentado, mirando
por la ventana de la puerta, esperando a que ella entrara y le diera una
explicación, le dijera que se arrepentía y que iba a compensarle tanto
sufrimiento. Ayyy... La historia del viejo y la niña, del celoso extremeño...
Cuando el dolor le dio una tregua y
comenzó a sentir se refugió en la lectura para evitar el lloro continuado.
Los camareros ya conocían a este hombre
con aspecto desaliñado y que se pasaba allí las horas muertas. Jamás habían
oído su voz, para pedir se dedicaba a señalar la carta: un té... y ya... Los
primeros días se molestaban en preguntar, a partir de las dos semanas sabían lo
que quería.
Tuvo que introducir comida en su dieta al
tercer día, un sándwich de jamón y queso. La cena: ensalada. Y así pasó un año
o dos o quién sabe cuánto tiempo.
En un par de ocasiones su corazón se
detuvo al ver una figura similar a la que esperaba encontrar, pero era su
cabeza que le tendía trampas. Engaños que con el tiempo aprendió a no crear.
Acabó por hundirse en la oscuridad del dolor que sentía, del amor que jamás
pensó que llegaría a sentir.
Un buen día nuestro querido amigo dejó de
asistir a su cita con el reloj astronómico, con la cafetería llena de
engranajes y con la pena.
Los trabajadores de aquel lugar,
extrañados, avisaron a la policía quien tras un par de días de investigación
supo que aquel hombre había aparecido muerto en la habitación de hotel de lujo
en la que se hospedaba.
El cuerpo fue descubierto por una mujer
de la limpieza que rápidamente avisó.
Cuando llegó la médico forense se
encontró al yacente en la cama bien arropado. Se acercó a él y una pétrea
mirada de indiferencia en el muerto que aguantó a duras penas (a pesar de los
años de profesión) le presentó la causa de la muerte. Intentó cerrarle los ojos
pero no pudo. Parecía en calma, por fin.
A su lado, en la mesita de noche, la
confirmación de su sospecha. Una cajita y una nota encima que procedió a leer,
sólo había una frase:
“Siempre hay algo auténtico oculto en cada
falsificación”.
Acto seguido abrió la caja y encontró el
reloj que siempre había llevado con él. Lo único que había querido y conservado
hasta el último de sus días.
-¿Cree que lo asesinaron?
-No, ojalá... Me temo que este señor, al
igual que Marianela, ha muerto de pena.
–Respondió la forense.
-Entonces nos podemos ir, ¿no?
-Si señor, váyanse. Yo voy a quedarme a
terminar de examinar el cadáver y a rellenar el papeleo.
El funcionario, extrañado, miró por
última vez el cadáver y se fue junto con el resto de compañeros que abandonaron
la estancia dejando a la forense a solas con el muerto.
-Descansa en paz, ahora que puedes, tipo
solitario. Te quedaste con la historia que te conté sobre Praga y viniste a por
mi. ¿Pero qué esperabas? Te robé tus preciosas niñas. ¿Esperabas compasión por
mi parte? ¿O quizás sólo un perdón?
Se quedó un rato observando aquel cadáver
que seguía mirándola fijamente impasible. Reflejando tranquilidad.
Empezaba a no encontrarse bien, tenía
nauseas. El cadáver seguía mirándola fijamente sin variar un ápice su aspecto.
Una repentina tos empezó a sacudir a la
mujer.
-Me hice médico por todo lo que viví
contigo, ¿sabes? –Dijo a duras penas entre tosidos–. De repente me interesaba
el cuerpo humano y cómo funcionaba.
Las tos se iba haciendo cada vez más
notable hasta el punto de hacer que escupiera sangre.
-Maldito viejo, ¿ahora quieres vengarte
de mi?
Notó como poco a poco le iba faltando el
aire. Cayó al suelo con las manos en su cuello intentando respirar, buscando
con ahínco una bocanada de aire que le concediera vida, pero no llegó.
*****
Examiné los cuerpos para determinar la
causa de la muerte en ambos casos. Pero pocas veces mi trabajo fue tan
infructuoso.
En el cuerpo del hombre no hallé ninguna
causa de muerte. La opción que más cuadraba era que su corazón hubiera dejado
de latir. Así, de pronto y sin previo aviso, por alguna causa que aún hoy
desconozco. Pensé en un infarto pero no había ninguna señal macro o
microscópica que pudiera confirmar esa hipótesis.
En cuanto a la mujer, se pudo observar un
retraimiento de la tráquea que produjo su aplastamiento y la consiguiente asfixia.
Una vez más, el motivo es un misterio y tampoco hay ningún caso descrito con el
tipo de lesiones que presentaba.
*****
Me presento, soy el que escribe.
Llevo años pensando en aquella pareja que
apareció muerta sin causa aparente en las camillas del hospital donde trabajo.
Soy una persona que siempre busca
respuesta a todo, que necesita saber el por qué de las cosas y de dónde vienen
hasta el más primordial de los motivos.
Desde aquel caso, en cada autopsia que he
realizado, cada noche que me he ido a la cama, incluso en mis vacaciones he
pensado en qué pudo pasarle a aquella pareja que encontraron muerta en la
habitación de un hotel en tan extrañas circunstancias.
Y nunca pude... Hasta hoy.
Fui al cine a ver una película, y fue
azar, destino o Dios que eligiera ver La mejor oferta de Giuseppe Tornatore.
¡Qué alivio! A parte de lo entretenido de la historia, ¡por fin vi claro qué
era lo que había pasado!
Cierto es que en la película se saltan
ciertos detalles, pero he aquí el final de la historia que tanto tiempo lleva
amargándome.
Pido disculpas pues, si lo escrito parece
un plagio o un intento de aprovecharse de la creación de otro. Para nada,
simplemente quise eliminar dos angustias que, de haberse perpetuado, habrían
hecho mella en mi persona.
Gracias a todos.
0 comments:
Post a Comment