-Venga va tío, cuenta, cuenta lo de anoche.
–Corean varios a la vez–.
-¿Qué? No, no voy a decir nada de lo que
pasó anoche. Por favor...
-¡Eso es que no hiciste nada!
-¡Si es que eres un blando! –Ríe otro.
-Bueno, ya está bien dejad al chaval en
paz. Si no nos quiere decir nada, no tiene por qué hacerlo.
-Gracias Mario. ¡Menos mal! Alguien que
piensa...
Todo el grupo de amigos se queda callado
ante la seria mirada con la que Mario escudriña a todo el grupo. ¿Se habrían
pasado aquella vez? Oriol nunca se había caracterizado por ser especialmente
hablador, pero nunca había tenido problemas para comentar los pormenores de sus
aventuras amorosas. Es cierto que se limitaban a dos o tres historias anuales,
lo cual era un número ínfimo para el resto del grupo, pero aquella vez...
aquella vez no decía nada.
Roberto está callado, al igual que el
resto. “¿Por qué no querrá contar nada?
Por vergüenza no debería ser, en este grupo hemos escuchado las historias más
lamentables que uno pueda imaginar, y él mismo ha soportado las burlas de todos
de buena gana. ¿Pero qué narices le pasa?”
-Oriol, tío. ¿Ha pasado algo? Sabes que
parecemos muy burros pero que en el fondo... Bueno, muy en el fondo en el caso
de Julio.
-¡Eh! ¡¿A qué ha venido eso?! –Increpa
Julio–.
-Tú chitón, sabes que es cierto. –Responde
Roberto– Pero tío, puedes confiar en nosotros. ¿Todo bien?
El grupo se tensa aún más ante el cáliz
trascendental que estaba tomando la dinámica de aquella tarde de tapas.
-Todo está bien, es sólo que esta vez no
me apetece contaros nada, al menos de momento.
Esa pequeña confesión fue suficiente para
Roberto que inmediatamente abrió otro tema de conversación. Sabía controlar
perfectamente la dinámica de sus amigos y más aún si éstos tenían un par jarras
de cerveza vacías escoltando la nueva ronda.
-Muy bien. ¡Pues a por el siguiente
entonces! ¡Julio, desgraciado! ¡¿Cómo pudiste liarte con Clara ayer otra vez?!
Eres un maldito degenerado... Te tendría que meter una paliza ahora mismo.
¡Estuve saliendo con ella!
-Tío, es amor. Me ama, yo no puedo hacer
nada, me comía con la mirada...
La manada volvió a jalear ante la enésima
“proeza” de Julio. Coreaban y vitoreaban metiéndose con Roberto por ser tan
blando.
En el fondo ninguno estaba completamente
de acuerdo con la actitud de Julio, pero sabían que ese tema estaba hablado
entre los dos, y que por tanto, servía para bromear cuanto quisieran. Las
resacas de los sábados se pasan mucho mejor entre amigos.
Mientras, Mario ya se había apuntado en
su agenda llamar a Oriol al día siguiente. Algo estaba rondando aquella cabeza
que conocía desde la infancia y sabía que éste tenía la necesidad de
explicarse.
El resto de la tarde-noche continuó como
acostumbraban, siguieron bebiendo cerveza
y copas hasta que el bar de los sábados les invitó a irse levantando las
sillas y poniéndolas encima de las mesas.
Entonces, todo el grupo al unísono se
levantó y se dirigió a la boca de metro más cercana (haciendo eses) para ir a
la discoteca que frecuentaban.
No eran un grupo, a pesar de lo que haya
podido parecer, de chicos sin cerebro ni machista. Ese era simplemente el roll
que adquirían en determinadas situaciones, sobre todo al hablar de chicas. La
única razón por la cual hacían eso era porque no se sentían cómodos hablando de
mujeres, no sabían como tratar los temas íntimos sin sacar la mitad de sus
palabras de la testosterona que producían. Y los que podían (Roberto, Mario y
Oriol), no lo hacían por no aguantar las críticas. Era inevitable pues, ese
aspecto chulesco que demostraban, o el falso orgullo que sentían al hablar de
sus conquistas. De hecho, la
mayoría de ellos se avergonzaba un poco (tampoco demasiado) de algunas de las
cosas que llegaban a decir. Pero en cuanto les hacían una pregunta en el alto,
volvían a la carga.
A la mañana siguiente, Mario, fiel como
siempre a su cita con el teléfono siempre que Oriol lo requería y llamó a su
amigo para ver cómo había amanecido y de paso que le explicase qué le pasaba.
Oriol respondió al teléfono aliviado, por
fin podría desahogarse a gusto.
-Tío, es que no sé qué me pasa. He
tratado de entenderlo, de verdad pero no tiene sentido. ¿Cómo puede ser? La
conocí en una fiesta y hablamos como una hora. ¡Nada más!
-Bueno, en una fiesta una hora hablando
no está mal.
-Ya me entiendes. A lo que voy es que no
es posible que me gustara tanto. ¡Estoy enfermo, por el amor de Dios!
-Vaaaamos hombre, no exageres que tampoco
es para ponerse así. Se te está yendo de las manos.
-Tío, cada vez que salimos te doy la chapa
con lo mismo. No me la quito de la cabeza, sin más. Llevamos meses
encontrándonos por ahí de noche, es cierto que a veces hablamos, pero nunca de
nada importante. ¿Cómo puede ser esto?
La conversación duró cerca de una hora y
media, ambos habaron de la última noche e intentaron enfocar el problema de la
manera más apropiada. Incluso se plantearon la opción de que Oriol le dijera lo
que sentía, pero esa idea fue rápidamente descartada por ambos. Sabían que era
inútil. Mario había hecho de intermediario por su amigo y así había llegado a
saber que ahora mismo Zaida no quería saber nada de nadie. Había salido de una
relación de un par de años y una vez superado todo, quería tiempo para ella,
para expandirse como persona, para disfrutar de las amigas que tanto quería y
que había apartado en cierta manera de su vida.
Y eso mataba a Oriol.
Cuando colgaron éste se quedó algo
triste, no tenía mucho con lo que entretenerse por lo que decidió abrir su
portátil y comenzar a escribir algo. No le importaba qué, sólo pretendía
distraer su atención.
Pasó un buen rato escribiendo hasta que
su estómago le avisó de que era hora de cenar. Cogió una pizza de la nevera y
la metió en el horno.
Una gran cantidad de flashes le llegaron
a su cabeza. Zaida saludándolo con su sonrisa encantadora, tocándole la cabeza
con la mirada tierna al ver su corte de pelo, el olor a melocotón de su
acondicionador...
Oriol (por si no se había notado) estaba
enamorado de Zaida. No se había atrevido a decírselo a Mario, aunque sabía que
no hacía falta.
Repasó qué era lo que hacía que desde
hacía más de un año esta chica no parase de aparecer en sus pensamientos. Es
cierto que cuando pasaba alguna semana sin verla no pensaba tanto en ella y
podía llegar a hacer una vida normal, pero en cuanto se volvían a encontrar
comenzaba de nuevo la misma historia. Los siguientes días pensaba asiduamente
en ella, en invitarla a ir al cine o dar una vuelta para enseñarle Madrid,
ciudad que amaba como a una vieja amiga de la infancia que siempre ha estado
ahí y con la que has compartido todo.
El siguiente paso era recordar que no
debía tirarse a la piscina porque sabía que estaba vacía. La impotencia y la
desesperación se apoderaban de él y así pasaba el resto de la semana hasta la
llegada el viernes cuando todo cambiaba por el simple hecho de que tenía muchas
opciones de volver a encontrarse con ella.
Tenía la costumbre de prepararse
imaginando a Zaida doblando la esquina de la calle rodeada de sus amigas.
Riendo y cantando mientras recorrían los doscientos metros que la separaban de
la posición donde él estaba, en la puerta de la discoteca acompañando a algunos
de sus amigos fumadores, disimulando y haciendo como que aún no había detectado
su presencia.
Zaida había descolocado por completo la
existencia de Oriol, no sabía por qué pero ejercía sobre él un efecto que no
podía entender. Se había colado en su cerebro y había anulado toda su capacidad
de razonamiento. Por un motivo o por otro, siempre volvía a ella, lo cual, le
producía cierta angustia. Zaida era aquella incógnita que no podía despejar,
pero constante. Lo desconcertaba aunque en cierta manera había llegado a un
punto de resignación en el que no ansiaba darle explicación, si no que
simplemente se dejaba llevar cuando estaba con ella. Disfrutaba de cada uno de
los momentos íntimos que compartían rodeados de gente, se concentraba en la
energía de su pecho cada vez que ella le acariciaba el brazo y coqueteaba con
el placer agridulce de dejarse llevar y reprimirse en el último momento en que
se veía besándola.
Cuando la pizza estuvo preparada la cogió
y se fue al salón a cenar. Encendió el equipo de música que había heredado de
su padre y puso el disco que su hermano le había regalado de John Coltrane y
Duke Ellington. Mientras de fondo sonaba In a sentimental mood, paladeó la
pizza como si del mayor de los manjares se tratase a la vez reproducía la
conversación que mantuvo con Zaida a la salida de la discoteca, tan sólo dos
días antes, cuando todos se iban a casa y ellos se apartaron del mundo
refugiándose en la noche para disfrutar de un corto paseo y buena conversación.
-Aún da gusto ir por Madrid de noche.
¿Verdad?
-Sí. –Musitó tímidamente Oriol– Madrid es
una ciudad increíble.
-¿Tú crees? Yo siempre he sido más de
Barcelona. ¿Has estado?
-Si señora, la duda ofende. Y tengo que
estar de acuerdo, si nos fijamos en Barcelona tiene más cosas bonitas. Tener
como padrino a Gaudí no es cualquier cosa. Sin embargo, le faltan historias.
-¿Ah sí?
-Oh, sin duda. No negaré que tiene
muchas. Pero no es lo de Madrid, lo que más se le parece es el barrio Gótico.
Pero probablemente esto sea que me falta haber vivido allí. Alguna vez lo haré.
-Vaya, eso es... interesante. ¿Y qué
historias tiene Madrid?
-¿No esperarás que te las explique así
sin más verdad? No, no, no. Tiene que ser un paseo bien organizado que empiece
una tarde cuando esté atardeciendo y que continúe hasta la madrugada temprana
donde acabará en una tetería que conozco. Luego un taxi y te aseguro que cuando
llegues a casa será la noche que mejor duermas.
-Parece que lo tienes muy preparado. ¿A
cuántas chicas has llevado a hacer ese paseo?
-A muchas. –Rió Oriol, a lo que Zaida
respondió con un golpecito en el hombro y un “calla” pícaro– Pero eran todas amigas o conocidas que venían a
visitar la ciudad. Eres un poco mal pensada eehh.
-¿Yo? Para nada. Has sido tú el que ha
dicho que había llevado a muchas mujeres. Es más, me tendría que sentir
ofendida por ser una más.
Oriol se frenó y mirándola fijamente
respondió unas palabras que después recordaría con vergüenza.
-Tú nunca podrás ser una más.
Zaida sonrió y miró hacia abajo. Cogió el
brazo a Oriol y lo entrecruzó con el suyo. Oriol se sintió desvanecer y notó
como se le aceleraba el pulso. Como siempre que ella lo tocaba, notó cómo su
corazón parecía empeñado en salir de su pecho y hacer lo que él no se atrevía.
-Oye, pero algo sí me podrías enseñar,
¿no? No me puedes dejar a medias.
-Tú eres demasiado lista, me parece a mí.
-No sé por qué lo dices.
-Venga anda. Te enseñaré algo gracioso,
pero sólo porque no es bueno quedarse con espinitas clavadas. Es mejor quitárselas.
-Ya te veo yo venir. ¿Dónde me llevas?
-Aquí al lado, a la casa del Ratoncito
Pérez.
Ante tal revelación Zaida no pudo evitar
una carcajada.
-¿Pero qué dices?
-Uy sí, ¿dónde piensas que guarda los
dientes? ¡En algún sitio los tendrá que dejar, vamos, digo yo!
-¿Me estás vacilando o qué?
-No, no, mira ya estamos.
-Pero si esto es Arenal.
-Ajá, muy cierto. Y supongo que entre
tanta gente como suele haber por aquí no has reparado nunca en ese cartel de
ahí arriba.
Zaida miró un cartel blanco clavado en la
pared. Era igual que el ponen en los edificios donde vivieron o nacieron
importantes personalidades del país.
“AQUÍ VIVÍA
DENTRO DE UNA
CAJA DE GALLETAS
EN LA CONFITERÍA
PRAST
RATÓN PEREZ
SEGÚN EL CUENTO
QUE
EL PADRE COLOMA
ESCRIBIÓ
PARA EL REY NIÑO
ALFONSO XIII”
-No me lo puedo creer, ¿aquí vivía en
serio?
-Si señora, ya te lo decía yo... Fue Maria
Cristina la que pidió que hicieran ese cuento en el S. XIX cuando se le calló
el primer diente a su hijo.
Zaida se separó un poco de Oriol y le
miró fijamente. Éste tenía una sonrisa por el descubrimiento que acababa de
hacerle. Una sonrisa que, intimidada ante tanta atención por parte de los ojos
de Zaida, fue menguando a una que expresaba entre vergüenza e intimidación.
-Oriol, ¿eres un chico especial verdad?
Otro vuelco al corazón.
-No, qué va. A tu lado me siento el más
común de los mortales.
Zaida no pudo evitar una mínima mueca que
a Oriol no le pasó inadvertida. No sabía de dónde había sacado el valor para
decir aquella frase, le había pasado antes delante de otras chicas que le
habían gustado de verdad. De repente se veía diciendo cosas que jamás se
imaginaría que podría llegar a decir pero que resultaban ser apropiadas.
-Zaida, deberíamos hablar. Sabes que me
encantas, ¿no?
Zaida se removió mínimamente y se cruzó
de brazos, como si tuviera frío.
-Sí, sí que lo sé. Pero Oriol, no puede
ser lo siento. No puedo empezar nada con nadie aún. Soy consciente de que cada
vez que nos vemos pasa algo y hablamos y congeniamos... pero no puede ser.
-Sí lo sé. Mario me ha explicado por
encima tu situación. La entiendo y la respeto, pero en algún momento te tenía
que decr lo que siento. Y habíamos aplazado mucho ese momento.
-Sí, es cierto. Mira, necesito
evolucionar, probar nuevas cosas, cambiar. No quiero llegar a los 80 años y
sentir que no he llegado a ser la persona que podría haber sido. ¿Me
comprendes?
-Aunque no lo puedo compartir. Sí por
supuesto que lo entiendo. Y no querría inmiscuirme en eso, lo tengo claro. Pero
había llegado un punto en el que estaba loco, no sabía si todo eran
imaginaciones mías o no. Porque yo veía señales en ti, pero he visto tantas
cosas que uno ya no sabe qué pensar.
-No son imaginaciones tuyas. Pero estamos
en un punto en el que los dos podemos seguir nuestra vida, ¿no?
Oriol tembló ante esa pregunta. Quería
decirle que no, que él no podía. Que quería intentarlo con ella aunque se
estuviera equivocando, que no podían saber si eso era lo correcto o no, que
podían estar dejando pasar una oportunidad única.
Pero ella le estaba pidiendo con sus
palabras que la apoyase en esa decisión. Aunque en sus ojos apreciaba un atisbo
de duda, no podía asegurarlo. “Eres un
cobarde”.
-Sí. Tienes razón. Es mejor para ambos,
no sería justo para ti por lo que dices, ni para mí porque no estaría a gusto
sabiendo que a ti te falta algo aún. “Eres
gilipollas”
La conversación siguió durante un tiempo
en el que dieron vueltas a lo mismo, comentaron algunos episodios divertidos
del pasado con la alegría del que sabe la tristeza cercana.
Cuando dieron por acabada la charla
porque “se hacía tarde” Oriol la acompañó a coger un taxi a la parada. Una vez
más sintió unas ganas tremendas de besarla, sentía que era en ese momento o
nunca. Incluso llegó a hacer un debate dentro de su cabeza en esas décimas de
segundo. Finalmente decidió respetar lo que había dicho minutos antes y
depósito sus labios sobre la mejilla de Zaida a la vez que se abrazaban. Ella
dejó caer su envenenada mano sobre su cuello y le acarició.
Oriol, tiró de experiencia y disfrutó el
momento. Una vez más el olor de su acondicionador, el movimiento de su pecho
acompasado con una profunda respiración que arrullaba su oreja... Estuvieron
así unos segundos que a Oriol se le hicieron eternos a la vez que cortísimos.
Se despegaron tan cercanos el uno del otro que sus mejillas se tocaron. –“Gira ahora, tienes ahí mismo sus labios.
Venga hazlo, no seas idiota. Vamos, vamos, venga”– Pero una vez más Oriol
evitó el feliz final.
Zaida abrió la puerta del taxi y los dos
se despidieron con la mano. –“Dile que no
se vaya, venga no seas cobarde”–
Se sienta dentro y se acomoda para no
pillarse el vestido con la puerta. –“No
la dejes ir, te vas a arrepentir y ya no habrá solución. Luego no me vengas
llorando”–
Zaida cierra la puerta. –“La estás dejando escapar. Te ha dicho que le
gustas, no seas cafre. Aún estás a tiempo”–
Zaida le da su dirección al taxista que
pone en marcha el coche y se aleja.
Oriol observa como se aleja en estado de
shock. Cuando pierde de vista el coche se da la vuelta y piensa que debe ser la
persona más estúpida de la Tierra. Siente rabia consigo mismo, y aunque una más
que tímida voz le dice que ha hecho bien, no se convence. Pega una patada a una
piedra que había por allí cercana y emprende el camino de vuelta a casa.
Durante todo el trayecto no parará de dar
vueltas a todo lo que ha hablado con Zaida. Atravesará la Plaza Mayor sin
saludar al caballo de Esparteros como suele hacer, ni tampoco mirará el Instituto
San Isidro recordando el maravilloso claustro que encierra, no. Porque lo único
que tendrá en la cabeza es la mirada de Zaida y el calor que aún conserva en su
mejilla derecha. Y así terminará llegando a su casa donde encontrará refugio en
el único sitio donde Zaida puede ser suya: en el mundo de los sueños sobre el
regazo de su almohada y arropado por la manta que lo mantiene caliente.