Sunday, September 29, 2013

Caté las delicias del ayer...

Caté las delicias del ayer.
Cedí gustoso al dulce placer
de tus labios con sabor a miel,
del abrigo cierto de tu piel.

Consumí la esperanza de mi alma
murió ya el susurro del amor.
Avanza así Tristeza, con calma,
siempre tuvo mucho más valor.

Los bares ya no palian tu ausencia,
las mujeres no sacian mi pena.
Soledad golpea con paciencia
la poca autoestima que aún me queda.

Los recuerdos me ligan a ti
a la calidez de tu sonrisa,
a tu mirar puro, algo infantil.
Te querré clara, sutil, sin prisa.

Consumí la esperanza de mi alma
murió ya el susurro del amor.
Avanza así Tristeza, con calma,
siempre tuvo mucho más valor.

Mis pasos me llevan a Locura,
quien usa su inocente ternura
para recogerme firme y fuerte
hasta el ansiado fin: dulce Muerte.

Monday, September 16, 2013

Una Historia en la Antigua Grecia


Recibí la espada de Damocles como quien recibe un tesoro. Divina joya de la antigua Grecia, ¿dónde estuviste todos estos años? La habían envuelto en papel de seda e introducido en una caja bastante aparatosa, más o menos como para almacenar el doble del contenido real. Y es que, ¡cuán diferente es la realidad de las apariencias!

Mi nombre es Aaron, iluminado para actuar en el momento apropiado y oportuno según mis intereses y aquello que quiero buscar. Bendita ironía que siempre aparece para reírse junto con el dios destino.

Crecí bajo la sombra de ser el hijo de Hércules, todo un héroe que había conseguido desarrollar los doce trabajos. ¡Nada más y nada menos que un semidiós! Y mi madre... ¡Ay mi madre! Deyanira, qué se puede decir de ella, la pobre sucumbió a uno de los más primitivos sentimientos que todo ser humano puede tener. ¿Creen ustedes que yo podía salir normal? No, claro que no.

Por un lado tenía la obligación de superar aquello que mi buen padre había conseguido, vencer leones, hidras y demás criaturas y heroicidades. Por otro, debía mantener no sólo la cordura, sino mi personalidad. Y en estas condiciones, pretendía mantener el negocio familiar. Tirando de sangre y buen nombre había de perpetuar la fabulosa Atenas a salvo de cualquiera que quisiera romper la paz de sus bondadosos vecinos.

Durante los primeros años, con la resaca de la muerte de mis padres, apenas hacía falta hacer mucho. Es cierto que yo era un crío, pero claro, las noticias tardaban en llegar al resto de Grecia y los borrachos que no hacían más que preguntarte sobre tus más profundos principios para que erraras o los toxicómanos que hablaban sobre mundos a parte donde las ideas reinaban aún no se daban. Era en general una sociedad tranquila.

Sin embargo Cronos, ese malnacido desgraciado, se empeñó ya hace tiempo en utilizar la maldita hoz (la de problemas que dan estos instrumentos, ojalá se extinguiesen) de su caja de herramientas. Y los segundos, minutos y horas fueron transcurriendo por lo que no me quedó más remedio que crecer. Con ello, las probabilidades de que llegase algún monstruito a la ciudad iban incrementando.

Quiso el destino que coincidiendo con mi decimoctavo cumpleaños llegase mi Némesis (demasiado tiempo viviendo de las rentas). Una terrible bestia negra con una mancha blanca en la parte derecha de su labio superior llegó a la ciudad. En un comienzo pedía cosas bastante razonables comparadas con el coste que suponía el utilizar la fuerza contra ella. Primero solicitó, a cambio de la paz, el permitir mandar sobre el barrio más céntrico de Atenas. Toda la ciudad se reunió en el ágora sin más techo que el que brindaban los árboles. Allá acamparon durante setenta y dos horas hasta que se consiguió llegar a un acuerdo: se podía conceder el barrio central de Atenas siempre y cuando se celebrasen asambleas con asiduidad para ratificar el poder de la nueva líder.

Durante unos meses reinó la calma, pero pronto las peticiones de la bestia fueron aumentando. Exigió que se suprimiesen las asambleas, ya que teniendo en cuenta que ella era la líder, no parecía tener mucho sentido que tuviera que pedir aprobación de nadie para hacer lo que ella considerase oportuno. Luego fue la anexión de los barrios situados al sur del Central, puesto que siempre habían compartido fiestas populares en conjunto no se entendía por qué no podían continuar viviendo en común y se obligaba a sus poblaciones a vivir separadas.

Llegados a este punto de la historia recobro el protagonismo. Ya me habían avisado que la situación actual estaba adquiriendo tintes trágicos para el devenir no sólo de Atenas, si no de Grecia entera. Y que si había cualquier otro movimiento más por parte de la maldita bestia tendría que entrar en acción y procurar el bien de todos.

Os podéis imaginar cómo me sentó ese ultimátum disfrazado de necesidad. Cinco años habían pasado desde que la maldita llegase a la ciudad y casi nos habíamos acostumbrado a su presencia, cuando de repente, los ciudadanos se habían cansado de ella. Ya había avanzado mucho.

Por supuesto la bestia continuó e invadió el Este de la ciudad, y con ello, el vaso se desbordó. Se me instó a defender el honor de mi familia y de toda Grecia. Debía atacar a la bestia y vencerla yo sólo, y el único argumento que daban era que yo debía haber heredado algo de la fuerza y valor de mi padre, o al menos, lo suficiente como para vencer a la tirana que asolaba a nuestro pueblo y la paz griega. Perfecto.

Comenzó a sí una lucha encarnizada entre ella y yo en la que ninguno de los dos cedíamos terreno. El orgullo mal concebido propiciaba ataques arriesgados en los que ambos nos jugábamos la piel hasta que finalmente uno de los dos salió gravemente herido: yo. Un zarpazo de los muchos que lanzara había conseguido burlar mis reflejos para acabar atravesándome de alante a atrás y dejándome en un estado bastante grave.
La guerra estaba perdida.

Me arrastré hasta la casa de curas más cercana donde me dijeron que aunque no moriría, siempre sentiría el dolor de aquella punzada que me habían propiciado.
Ante tal noticia, y aunque parezca mentira viendo el contexto, sentí alivio. Nunca fui valiente, y nunca lo quise ser. Me resguardaba bajo un manto de prudencia para vencer las batallas que debía disputar. Pero cuando llegó el gran reto y fui derrotado, lo asumí y pasé página en cuestión de pocas horas. Me quedarían secuelas, sí claro, pero podía convivir con ellas, y además, Grecia estaba perdida. Merecía la pena vagar por el mundo buscando un lugar en el que resguardarme de los peligros del azar que me había deseado un destino que yo nunca había pedido. Ya era hora de tomar las riendas de mi vida.

Abandoné el país con lo puesto y bien tapado para no ser descubierto mientras cientos de columnas e imágenes de mis antepasados olímpicos caían pasto del poder de la bestia. No tenía nadie a quién acudir y por pertenencias sólo conservaba la reliquia de Damocles con la que siempre había librado mis batallas. La pasión que este arma transmitía me daba la confianza suficiente como para abordar cualquier reto y por eso era la única pertenencia de la que no me desprendía ni para dormir.

Vagabundeé durante meses hasta que finalmente encontré una pequeña villa coronada por lo que parecía ser un castillo. El lugar se llamaba Edilla. Las gentes de allí aunque rústicas y vagamente alfabetizadas, me recibieron con los brazos abiertos deseosos de mostrar el carácter afable y solidario que los dioses les habían proporcionado desde tiempos inmemorables. Aprendí sus gustos, su gastronomía, su lengua, sus tradiciones, en fin, todo aquello que fui capaz de absorber. Y allí me decidí a vivir el resto de mis días soportando la vergüenza del recuerdo y aspirando, quién sabe, a la felicidad.

Pero no, el destino no es afín a los que marchan de sus raíces.
Al tiempo de estacionarme allá comenzaron a acudir imágenes de mi antigua enemiga. En un principio no eran demasiado habituales, pero con el tiempo fueron siendo mas asiduas hasta que llegó un punto en el que formaban parte de mi vida diaria. Me asediaban a todas horas, por la mañana durante el trabajo en la huerta y por la noche cuando pretendía dormir. Quise evitar darle importancia, quise superar aquel escollo, me intenté convencer de que nada tenía que ver conmigo... Pero no sirvió. La realidad se fue apareciendo ante mí: yo no era nada sin aquel ser, hijo del inframundo, que había asolado mi tierra natal. Jamás hallaría paz si no me enfrentaba a mi pasado, al destino que me había dado la espalda.
Y fue tras esta reflexión que me decidí a dar media vuelta dejando todo para enfrentarme una última vez al monstruo de mi existencia, a la bestia negra de mancha blanca que empañaba cualquier opción de ser feliz.

Y así es como me encuentran ustedes: decidido, valiente y tranquilo. A veinticuatro horas de llegar a Atenas para enfrentarme a mi fortuna escribo estas páginas con la esperanza de hacer llegar a los que vengan detrás de mí que jamás deben renunciar a aquello que aman, que la mayor cobardía es no saber identificar los propios errores y enfrentarse a ellos por temibles que sean, que luchar y perder una batalla no es el fin de la guerra. No mientras que nuestros corazones bombeen sangre, no mientras haya un iluso dispuesto (equivocadamente o no) a morir por aquello en lo que cree, por aquello que quiso ser: un maldito feliz, héroe o no.

Sunday, September 8, 2013

Hoy el Sol ya no brilla...

Hoy el Sol ya no brilla,
igual que tu pupila.
Tampoco las estrellas
que lloran tu belleza.

Las flores se marchitan
al paso de la brisa.
Arrasa la maleza
guardando mi tristeza.

Fuiste la más bonita
de todas mis amigas.
Te añoro con pereza,
te amaré aunque me duela.

Hasta siempre querida.

Un viaje, un paseo y una cena


Una pareja se encuentra en la cama. Yacen desnudos abrazados con fuerza y desesperación mientras el reloj no para de marcar las horas. Desde que nacieran, la cuenta atrás no se había detenido y el paso del tiempo era un enemigo inevitable.

-¿Por qué tienes que irte? ¿Por qué? No lo entiendo, ¿qué se te ha perdido a ti en una guerra en la otra punta del mundo?

-No lo sé, de verdad que no. He intentado explicarle esto a muchas personas antes y no es fácil de hacerlo entender. Es algo que siempre he querido hacer, que necesito hacer. Desde que era crío.

Las lágrimas resbalan por la mejilla de ella. Se revuelve y se pega con más fuerza a su pareja. Éste la acoge absorbiendo toda la energía que ésta le quiere transmitir. Sabe que es un duro golpe para todos aquellos que le quieren y lo aprecian, e incluso para los que no. Y aunque ello le carga de responsabilidad, no puede dejar de hacerlo.

-Verás mi amor. Necesito ir allí por muchas razones y por ninguna. Nadie tiene por qué jugarse la vida porque sí. Pero tampoco se puede frivolizar el sentimiento que mueve a aquellas personas que lo hacen, no al menos cuando se trata de un tema como la guerra.
El periodista que va a una zona en conflicto no es un suicida, no es un psicópata que disfruta con el sufrimiento ajeno, tampoco lo es el médico que se desplaza allí seis meses aún a riesgo de ser bombardeado por el aire, no. Cuando lo hacen, tienen un motivo profundo que, sospecho, va más allá del meramente profesional.
En mi caso, voy porque necesito ver lo peor de la raza humana, reducirme al más bajo estado del ser humano, quiero comprender qué es aquello y no sólo valorarlo en función de lo que llega aquí.

¿Qué es lo que pasa por la cabeza de una persona cuando es partícipe de tanto sufrimiento, de tanta injusticia? ¿Cómo pueden los que padecen seguir viviendo sin sucumbir ante un destino tan cruel? ¿Cómo es el día a día en una situación así?
Necesito saber, comprender, vivir y sentir todo aquello. Aunque ello me pueda costar la vida, o lo que es peor, me marque de una manera trágica para el resto de ella.

Puedo convivir con muchas cosas que me importunan o me desagradan, pero con la duda, con el no entender algo, no.

-Suenas como un pesimista y un loco a partes iguales. ¿Lo sabes no?

-Sí, sí que lo sé.


*****

Victor Frankl hablaba del sentido de la vida, de aquello que nos mueve a vivir, sea cual sea la tesitura en la que nos encontramos. Desmiente, en cierta manera, aquella famosa frase que esconde toda una visión del comportamiento humano de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Las convicciones, los principios, la esencia de cada persona puede vencer la más oscura y abyecta de las situaciones que vivimos. Si tienes una meta, una motivación, algo por lo que luchar o vivir (después de todo, en los tiempos que corren, quién puede negar que ambas palabras son sinónimos) no tienes porque sucumbir ante esa tesitura.

*****

Han pasado meses desde que aquella conversación se produjese. Desde aquel acuerdo por el cual ambos se separaban para siempre. Él, no quería atarla a un futuro incierto. Ella, después de pensarlo detenidamente decidió que no quería una versión distinta del hombre al que amaba.

A Greta le costó superar aquella decisión. Durante las primeras semanas de ausencia tuvo que lidiar con la incomprensión que le suponía su abandono. No entendía nada. ¿Cómo podía ser que alguien que parecía amarla tanto le hiciera aquello?
Nunca llegaba a asimilarlo, pero al menos tantas noches en vela sí sirvieron para que se diera cuenta de que no podía recriminárselo. Porque si él no hubiera sido como era, jamás le podría haber hecho sentir lo que llegó a vivir.

*****

Aiurdi caminaba por la plaza tranquilamente. Estaba tranquilo y relajado, aún le quedaban unos días de vacaciones hasta que volviera a trabajar y quería dedicar tiempo a relajarse, leer, ir al cine... Vivir una vida descuidada al menos durante una temporada. Ya casi no recordaba la sensación de vagar sin rumbo fijo y distraído.

Y así iba, distraído, en el momento en el que vio el cabello rizado y moreno de Greta. Se quedó paralizado por un momento. Sólo la había visto de espaldas y un poco a lo lejos, pero sabía que era ella. Llevaba a aquella mujer tatuada en lo más profundo de su ser. Aunque no esperaba encontrársela allí a tantos kilómetros de donde se despidiera de ella.

Por un momento se planteó muy seriamente no ir a saludarla, pero su lado aventurero le instó a ello. No se podía amedrentar ahora por algo tan liviano como un saludo. Por muy incómodo que pudiera ser.
Y así, se apresuró a alcanzarla y cuando ya casi podía rozarla, un tímido “Greta” hizo parar a la perseguida que se quedó petrificada en el sitio. Aiurdi esperó a que se diera la vuelta. El corazón le palpitaba con mucha rapidez, apenas lo podía mantener dentro de sí.

Greta se giró. Y el corazón que antes latía a tanta velocidad pasó a ir muy lento, bombeando sangre en violentos latidos que casi le dolían. Ahí estaba delante de él otra vez. Esa mirada interrogante, aparentemente inocente pero cargada de significado. Volvió a sentir aquellas conversaciones con Greta en la que sólo sus ojos hablaban sin que nadie de los que estaban a su alrededor se percatase de ello. Aquel lunar tan característico de Greta.

Ella lanzó un suspiro y automáticamente siguió los pasos que Aiurdi tenía memorizados. Una sonrisa cerrada, sin enseñar los dientes, una ligera caída de ojos, un paso al frente a la vez que pronunciaba un par de palabras a modo de saludo, y lo que más echaba de menos: su tacto. Aquella mano depositada en su pecho, la otra sobre su nuca y los dos besos de rigor casi sin importancia en aquella fantástica danza que realizaba. No había cambiado, a pesar de todo seguía siendo ella. Aquel maravilloso espíritu incompatible con sus esquemas y sus reglas, pero ante el que no podía oponer resistencia.

-¿Cómo estás Greta? Cuánto tiempo.

-Sí mucho, y ¿tú que tal?

-Bien, bien. ¡De vacaciones! Bueno, tengo unos días antes de comenzar otra vez. Que he encontrado trabajo

-Oh, que bien, ¿no?

-Pues sí, sí, la verdad es que sí. A ver qué tal se da ahora todo, ya sabes toca aclimatarse, el cambio de aires y tal... Pero estoy animado.

-Bien, me alegro.

-Sí, sí, sí... ¡Oye! ¿Y tú?

-Pues bien, bien, ahí sigo en lo mío. Haciendo proyectos y eso. Vamos que estoy...

-¡A tope! –Se anticipó Aiurdi riendo–.

Greta rió de buena gana y Auirdi se vio caer de nuevo en el mismo sitio que había caído ya tantas veces. ¿Cómo podía ser? Esa risa... Estaría dispuesto a matar por ella, por ser el que la provocaba.

-Sí, eso es. Aún recuerdas eh...

-Por favor, Greta. Que estás hablando con el experto. No fastidies que estas alturas me vas a subestimar.

-No, no, no. Solo faltaría...

Quedaron los dos un momento callados mientras se sonreían. Aquellas miradas de nuevo, otra conversación de las suyas y Auirdi sacó valor.

-Oye, te apetece tomar algo. ¿Dónde ibas?

-Pues de camino a una librería...

-Te acompaño entonces y después tomamos algo. Va, no me puedes decir que no. Si quieres te suplico eh. Sabes que lo hago, me arrodillo en un momento y ya está. Que los tipos como yo no tenemos dignidad.

Greta lo paró riendo de nuevo.

-No, no, no, no. Vale, vale.
Así iniciaron un largo paseo que les llevó a la librería en la que Greta quería comprar algún libro de segunda mano que tuviera una historia además de la contada por el autor. Cuando lo encontró, los dos se dirigieron a los sitios más recónditos de la ciudad. Algunos conocidos, otros no. Mientras, hablaban del estado real de sus vidas pasando de puntillas por aquellos detalles que pudieran crear un conflicto que no buscaban ninguno de los dos. Bromeando, debatiendo, aconsejándose... Hasta que, derrotados, decidieron cenar algo.

Fue ya en la sobremesa, en ese punto en el que ambos se planteaban cómo iba a continuar la noche, cuando el tema era inevitable.

-Y dime, ¿encontraste lo que buscabas?

-Sí, eso y mucho más. Pero he venido con nuevos interrogantes, otras cosas que debo comprender.

-Vaya... qué sorpresa. –Ironizó Greta– ¿Y cuáles son?

-Los de siempre, pero mucho más fuertes. Hasta el punto de que me quitan el sueño.

-¡¿Perdona?!

-Bueeeeeeno, me quitan el sueño más aún de lo que era normal en mí. Y son la falta de empatía y la apatía ante lo que sucede. No puedo con que la gente no quiera saber y menos con la pasividad que reaccionan al saber.

-Ya veo, en eso no has cambiado mucho... ¿Y qué encontraste?

-Pues verás, a parte de todo lo que te dije que debía pasar, mientras estaba allí me empecé a plantear algo que me mantuvo ocupado unos cuantos días o incluso semanas. ¿Cómo es un ser humano bueno? Quiero decir, miraba a diario la mayor mezquindad que puedas llegar a imaginar y en ese contexto no podía recordar qué era la bondad. En el mundo en el que vivíamos, el que recordaba, no había alegría. Sólo automatismos y frialdad. Una sociedad anestesiada por completo incluso a los sentimientos. Y en un vano intento por sentir, algunos se escudaban en las drogas.

-Vaya. ¿Y has conseguido encontrar nuestra bondad? ¿Somos monstruos?

-No seas así, ya sabes a lo que me refiero. Pero sí. Entre tanto dolor y tanta sangre derramada encontré la pregunta a mi respuesta y la paz y tranquilidad que mi espíritu deseaba. Estando en un hospital de heridos ví como un joven de 20 años le daba la mano a una chica que estaba en la camilla de al lado. Ambos sonreían porque se tenían el uno al otro.

Y ahí lo encontré. Es cierto que sería genial que todo el mundo viviera en armonía y alegría con los demás. Que todos nos preocupáramos los unos de los otros, y que la gente con la que vivimos y compartimos aficiones no fueran desconocidos. Pero aún no estamos en ese punto. Sin embargo, cada pequeño gesto de confianza, de solidaridad, de amistad, de alegría compartida, aunque sólo sea en un grupo reducido, es un granito de arena que nos hace especiales, a pesar de todo lo malo. Ese recodo que hace que incluso viendo la muerte de cerca, seas capaz de sonreír a la persona que quieres.

Greta sonreía. Él tampoco había cambiado demasiado. Es cierto que se le veía más duro, más herido. Pero era lógico, tenía que haber visto cosas atroces. Sin embargo, ahí estaba esa esperanza apasionada y optimista de Aiurdi.

-Me alegra mucho oírte hablar. Eres un pedante remilgado, pero lo echaba de menos.

-Ya. Y yo te echaba de menos a ti...

Greta se removió en el asiento.

-Y eso qué significa, a parte de lo obvio.

-Que siempre vas a estar aquí dentro. –Dijo tocándose la cabeza– Y nunca vas a salir. Lo sé ahora que te he visto después de tanto tiempo.

-Ya...

-¿Y tú que opinas?

-Pues mírame aquí contigo después de todo. Pero a pesar de ello...

-Qué.

-No lo sé. ¿Cuánto tardarás en volver a irte? Y no podemos retroceder, ahora que ya hemos avanzado y esto es parte del pasado no.

-No es tan pasado si lo estamos hablando en el presente.

-Liante.

-¿Yo? ¡Para nada! ¿Es o no es así?

Y los dos rieron a la vez, en parte, para descargar tensión.

-Señores disculpen, pero vamos a cerrar ya.

Los dos recogieron sus cosas y salieron por la puerta.

*****

La verdad es que podría haber aguantado un poco más para ver cómo seguía la conversación. Habíamos ido pasando a turnos cerca de ellos, y mientras servíamos las mesas de al lado habíamos ido recolectando partes de la historia que nos íbamos contando los unos a los otros. Estábamos enganchados e incluso había apuestas sobre cómo acabaría. Sí que es cierto que íbamos a cerrar, pero podríamos haber aguantado más. Por una vez estábamos dispuestos a perder sueño sólo para saber cómo acababa aquel romance.
Y sin embargo los eché, no podía soportar la idea de acabase mal. Podía ir bien, sí, pero no lo sabía. Y la incertidumbre tiene la magia de dejar que cada uno invente el final que más le convenga. ¿Qué final le ponen ustedes?

Saturday, September 7, 2013

¡Viva el morado!


¡Viva el morado que diferencia
libertad de la vil opresión!
¡Viva el morado que siempre enjuicia
teniendo por arma la razón!

¡Viva el morado ducho en cultura,
proclama nuestro querido Lorca!
¡Viva el morado exento de usura
que a nuestro pueblo igualdad otorga!

¡Viva el morado que a mi alma riega
con cada nota de su canción!
¡Viva el morado que a nadie niega
la dignidad de la rebelión!

Sunday, September 1, 2013

La historia de Zaida y Oriol


-Venga va tío, cuenta, cuenta lo de anoche. –Corean varios a la vez–.

-¿Qué? No, no voy a decir nada de lo que pasó anoche. Por favor...

-¡Eso es que no hiciste nada!

-¡Si es que eres un blando! –Ríe otro.

-Bueno, ya está bien dejad al chaval en paz. Si no nos quiere decir nada, no tiene por qué hacerlo.

-Gracias Mario. ¡Menos mal! Alguien que piensa...

Todo el grupo de amigos se queda callado ante la seria mirada con la que Mario escudriña a todo el grupo. ¿Se habrían pasado aquella vez? Oriol nunca se había caracterizado por ser especialmente hablador, pero nunca había tenido problemas para comentar los pormenores de sus aventuras amorosas. Es cierto que se limitaban a dos o tres historias anuales, lo cual era un número ínfimo para el resto del grupo, pero aquella vez... aquella vez no decía nada.

Roberto está callado, al igual que el resto. “¿Por qué no querrá contar nada? Por vergüenza no debería ser, en este grupo hemos escuchado las historias más lamentables que uno pueda imaginar, y él mismo ha soportado las burlas de todos de buena gana. ¿Pero qué narices le pasa?

-Oriol, tío. ¿Ha pasado algo? Sabes que parecemos muy burros pero que en el fondo... Bueno, muy en el fondo en el caso de Julio.

-¡Eh! ¡¿A qué ha venido eso?! –Increpa Julio–.

-Tú chitón, sabes que es cierto. ­–Responde Roberto– Pero tío, puedes confiar en nosotros. ¿Todo bien?

El grupo se tensa aún más ante el cáliz trascendental que estaba tomando la dinámica de aquella tarde de tapas.

-Todo está bien, es sólo que esta vez no me apetece contaros nada, al menos de momento.

Esa pequeña confesión fue suficiente para Roberto que inmediatamente abrió otro tema de conversación. Sabía controlar perfectamente la dinámica de sus amigos y más aún si éstos tenían un par jarras de cerveza vacías escoltando la nueva ronda.

-Muy bien. ¡Pues a por el siguiente entonces! ¡Julio, desgraciado! ¡¿Cómo pudiste liarte con Clara ayer otra vez?! Eres un maldito degenerado... Te tendría que meter una paliza ahora mismo. ¡Estuve saliendo con ella!

-Tío, es amor. Me ama, yo no puedo hacer nada, me comía con la mirada...

La manada volvió a jalear ante la enésima “proeza” de Julio. Coreaban y vitoreaban metiéndose con Roberto por ser tan blando.
En el fondo ninguno estaba completamente de acuerdo con la actitud de Julio, pero sabían que ese tema estaba hablado entre los dos, y que por tanto, servía para bromear cuanto quisieran. Las resacas de los sábados se pasan mucho mejor entre amigos.

Mientras, Mario ya se había apuntado en su agenda llamar a Oriol al día siguiente. Algo estaba rondando aquella cabeza que conocía desde la infancia y sabía que éste tenía la necesidad de explicarse.

El resto de la tarde-noche continuó como acostumbraban, siguieron bebiendo cerveza  y copas hasta que el bar de los sábados les invitó a irse levantando las sillas y poniéndolas encima de las mesas.
Entonces, todo el grupo al unísono se levantó y se dirigió a la boca de metro más cercana (haciendo eses) para ir a la discoteca que frecuentaban.

No eran un grupo, a pesar de lo que haya podido parecer, de chicos sin cerebro ni machista. Ese era simplemente el roll que adquirían en determinadas situaciones, sobre todo al hablar de chicas. La única razón por la cual hacían eso era porque no se sentían cómodos hablando de mujeres, no sabían como tratar los temas íntimos sin sacar la mitad de sus palabras de la testosterona que producían. Y los que podían (Roberto, Mario y Oriol), no lo hacían por no aguantar las críticas. Era inevitable pues, ese aspecto chulesco que demostraban, o el falso orgullo que sentían al hablar de sus conquistas.  De hecho, la mayoría de ellos se avergonzaba un poco (tampoco demasiado) de algunas de las cosas que llegaban a decir. Pero en cuanto les hacían una pregunta en el alto, volvían a la carga.

A la mañana siguiente, Mario, fiel como siempre a su cita con el teléfono siempre que Oriol lo requería y llamó a su amigo para ver cómo había amanecido y de paso que le explicase qué le pasaba.

Oriol respondió al teléfono aliviado, por fin podría desahogarse a gusto.

-Tío, es que no sé qué me pasa. He tratado de entenderlo, de verdad pero no tiene sentido. ¿Cómo puede ser? La conocí en una fiesta y hablamos como una hora. ¡Nada más!

-Bueno, en una fiesta una hora hablando no está mal.

-Ya me entiendes. A lo que voy es que no es posible que me gustara tanto. ¡Estoy enfermo, por el amor de Dios!

-Vaaaamos hombre, no exageres que tampoco es para ponerse así. Se te está yendo de las manos.

-Tío, cada vez que salimos te doy la chapa con lo mismo. No me la quito de la cabeza, sin más. Llevamos meses encontrándonos por ahí de noche, es cierto que a veces hablamos, pero nunca de nada importante. ¿Cómo puede ser esto?

La conversación duró cerca de una hora y media, ambos habaron de la última noche e intentaron enfocar el problema de la manera más apropiada. Incluso se plantearon la opción de que Oriol le dijera lo que sentía, pero esa idea fue rápidamente descartada por ambos. Sabían que era inútil. Mario había hecho de intermediario por su amigo y así había llegado a saber que ahora mismo Zaida no quería saber nada de nadie. Había salido de una relación de un par de años y una vez superado todo, quería tiempo para ella, para expandirse como persona, para disfrutar de las amigas que tanto quería y que había apartado en cierta manera de su vida.
Y eso mataba a Oriol.

Cuando colgaron éste se quedó algo triste, no tenía mucho con lo que entretenerse por lo que decidió abrir su portátil y comenzar a escribir algo. No le importaba qué, sólo pretendía distraer su atención.
Pasó un buen rato escribiendo hasta que su estómago le avisó de que era hora de cenar. Cogió una pizza de la nevera y la metió en el horno.

Una gran cantidad de flashes le llegaron a su cabeza. Zaida saludándolo con su sonrisa encantadora, tocándole la cabeza con la mirada tierna al ver su corte de pelo, el olor a melocotón de su acondicionador...
Oriol (por si no se había notado) estaba enamorado de Zaida. No se había atrevido a decírselo a Mario, aunque sabía que no hacía falta.
Repasó qué era lo que hacía que desde hacía más de un año esta chica no parase de aparecer en sus pensamientos. Es cierto que cuando pasaba alguna semana sin verla no pensaba tanto en ella y podía llegar a hacer una vida normal, pero en cuanto se volvían a encontrar comenzaba de nuevo la misma historia. Los siguientes días pensaba asiduamente en ella, en invitarla a ir al cine o dar una vuelta para enseñarle Madrid, ciudad que amaba como a una vieja amiga de la infancia que siempre ha estado ahí y con la que has compartido todo.
El siguiente paso era recordar que no debía tirarse a la piscina porque sabía que estaba vacía. La impotencia y la desesperación se apoderaban de él y así pasaba el resto de la semana hasta la llegada el viernes cuando todo cambiaba por el simple hecho de que tenía muchas opciones de volver a encontrarse con ella.
Tenía la costumbre de prepararse imaginando a Zaida doblando la esquina de la calle rodeada de sus amigas. Riendo y cantando mientras recorrían los doscientos metros que la separaban de la posición donde él estaba, en la puerta de la discoteca acompañando a algunos de sus amigos fumadores, disimulando y haciendo como que aún no había detectado su presencia.

Zaida había descolocado por completo la existencia de Oriol, no sabía por qué pero ejercía sobre él un efecto que no podía entender. Se había colado en su cerebro y había anulado toda su capacidad de razonamiento. Por un motivo o por otro, siempre volvía a ella, lo cual, le producía cierta angustia. Zaida era aquella incógnita que no podía despejar, pero constante. Lo desconcertaba aunque en cierta manera había llegado a un punto de resignación en el que no ansiaba darle explicación, si no que simplemente se dejaba llevar cuando estaba con ella. Disfrutaba de cada uno de los momentos íntimos que compartían rodeados de gente, se concentraba en la energía de su pecho cada vez que ella le acariciaba el brazo y coqueteaba con el placer agridulce de dejarse llevar y reprimirse en el último momento en que se veía besándola.

Cuando la pizza estuvo preparada la cogió y se fue al salón a cenar. Encendió el equipo de música que había heredado de su padre y puso el disco que su hermano le había regalado de John Coltrane y Duke Ellington. Mientras de fondo sonaba In a sentimental mood, paladeó la pizza como si del mayor de los manjares se tratase a la vez reproducía la conversación que mantuvo con Zaida a la salida de la discoteca, tan sólo dos días antes, cuando todos se iban a casa y ellos se apartaron del mundo refugiándose en la noche para disfrutar de un corto paseo y buena conversación.

-Aún da gusto ir por Madrid de noche. ¿Verdad?

-Sí. –Musitó tímidamente Oriol– Madrid es una ciudad increíble.

-¿Tú crees? Yo siempre he sido más de Barcelona. ¿Has estado?

-Si señora, la duda ofende. Y tengo que estar de acuerdo, si nos fijamos en Barcelona tiene más cosas bonitas. Tener como padrino a Gaudí no es cualquier cosa. Sin embargo, le faltan historias.

-¿Ah sí?

-Oh, sin duda. No negaré que tiene muchas. Pero no es lo de Madrid, lo que más se le parece es el barrio Gótico. Pero probablemente esto sea que me falta haber vivido allí. Alguna vez lo haré.

-Vaya, eso es... interesante. ¿Y qué historias tiene Madrid?

-¿No esperarás que te las explique así sin más verdad? No, no, no. Tiene que ser un paseo bien organizado que empiece una tarde cuando esté atardeciendo y que continúe hasta la madrugada temprana donde acabará en una tetería que conozco. Luego un taxi y te aseguro que cuando llegues a casa será la noche que mejor duermas.

-Parece que lo tienes muy preparado. ¿A cuántas chicas has llevado a hacer ese paseo?

-A muchas. ­–Rió Oriol, a lo que Zaida respondió con un golpecito en el hombro y un “calla” pícaro– Pero eran todas amigas o conocidas que venían a visitar la ciudad. Eres un poco mal pensada eehh.

-¿Yo? Para nada. Has sido tú el que ha dicho que había llevado a muchas mujeres. Es más, me tendría que sentir ofendida por ser una más.

Oriol se frenó y mirándola fijamente respondió unas palabras que después recordaría con vergüenza.

-Tú nunca podrás ser una más.

Zaida sonrió y miró hacia abajo. Cogió el brazo a Oriol y lo entrecruzó con el suyo. Oriol se sintió desvanecer y notó como se le aceleraba el pulso. Como siempre que ella lo tocaba, notó cómo su corazón parecía empeñado en salir de su pecho y hacer lo que él no se atrevía.

-Oye, pero algo sí me podrías enseñar, ¿no? No me puedes dejar a medias.

-Tú eres demasiado lista, me parece a mí.

-No sé por qué lo dices.

-Venga anda. Te enseñaré algo gracioso, pero sólo porque no es bueno quedarse con espinitas clavadas. Es mejor quitárselas.

-Ya te veo yo venir. ¿Dónde me llevas?

-Aquí al lado, a la casa del Ratoncito Pérez.

Ante tal revelación Zaida no pudo evitar una carcajada.

-¿Pero qué dices?

-Uy sí, ¿dónde piensas que guarda los dientes? ¡En algún sitio los tendrá que dejar, vamos, digo yo!

-¿Me estás vacilando o qué?

-No, no, mira ya estamos.

-Pero si esto es Arenal.

-Ajá, muy cierto. Y supongo que entre tanta gente como suele haber por aquí no has reparado nunca en ese cartel de ahí arriba.

Zaida miró un cartel blanco clavado en la pared. Era igual que el ponen en los edificios donde vivieron o nacieron importantes personalidades del país.

“AQUÍ VIVÍA
DENTRO DE UNA
CAJA DE GALLETAS
EN LA CONFITERÍA PRAST
RATÓN PEREZ
SEGÚN EL CUENTO QUE
EL PADRE COLOMA ESCRIBIÓ
PARA EL REY NIÑO
ALFONSO XIII”

-No me lo puedo creer, ¿aquí vivía en serio?

-Si señora, ya te lo decía yo... Fue Maria Cristina la que pidió que hicieran ese cuento en el S. XIX cuando se le calló el primer diente a su hijo.

Zaida se separó un poco de Oriol y le miró fijamente. Éste tenía una sonrisa por el descubrimiento que acababa de hacerle. Una sonrisa que, intimidada ante tanta atención por parte de los ojos de Zaida, fue menguando a una que expresaba entre vergüenza e intimidación.

-Oriol, ¿eres un chico especial verdad?

Otro vuelco al corazón.

-No, qué va. A tu lado me siento el más común de los mortales.

Zaida no pudo evitar una mínima mueca que a Oriol no le pasó inadvertida. No sabía de dónde había sacado el valor para decir aquella frase, le había pasado antes delante de otras chicas que le habían gustado de verdad. De repente se veía diciendo cosas que jamás se imaginaría que podría llegar a decir pero que resultaban ser apropiadas.

-Zaida, deberíamos hablar. Sabes que me encantas, ¿no?

Zaida se removió mínimamente y se cruzó de brazos, como si tuviera frío.

-Sí, sí que lo sé. Pero Oriol, no puede ser lo siento. No puedo empezar nada con nadie aún. Soy consciente de que cada vez que nos vemos pasa algo y hablamos y congeniamos... pero no puede ser.

-Sí lo sé. Mario me ha explicado por encima tu situación. La entiendo y la respeto, pero en algún momento te tenía que decr lo que siento. Y habíamos aplazado mucho ese momento.

-Sí, es cierto. Mira, necesito evolucionar, probar nuevas cosas, cambiar. No quiero llegar a los 80 años y sentir que no he llegado a ser la persona que podría haber sido. ¿Me comprendes?

-Aunque no lo puedo compartir. Sí por supuesto que lo entiendo. Y no querría inmiscuirme en eso, lo tengo claro. Pero había llegado un punto en el que estaba loco, no sabía si todo eran imaginaciones mías o no. Porque yo veía señales en ti, pero he visto tantas cosas que uno ya no sabe qué pensar.

-No son imaginaciones tuyas. Pero estamos en un punto en el que los dos podemos seguir nuestra vida, ¿no?

Oriol tembló ante esa pregunta. Quería decirle que no, que él no podía. Que quería intentarlo con ella aunque se estuviera equivocando, que no podían saber si eso era lo correcto o no, que podían estar dejando pasar una oportunidad única.
Pero ella le estaba pidiendo con sus palabras que la apoyase en esa decisión. Aunque en sus ojos apreciaba un atisbo de duda, no podía asegurarlo. “Eres un cobarde”.

-Sí. Tienes razón. Es mejor para ambos, no sería justo para ti por lo que dices, ni para mí porque no estaría a gusto sabiendo que a ti te falta algo aún. “Eres gilipollas

La conversación siguió durante un tiempo en el que dieron vueltas a lo mismo, comentaron algunos episodios divertidos del pasado con la alegría del que sabe la tristeza cercana.

Cuando dieron por acabada la charla porque “se hacía tarde” Oriol la acompañó a coger un taxi a la parada. Una vez más sintió unas ganas tremendas de besarla, sentía que era en ese momento o nunca. Incluso llegó a hacer un debate dentro de su cabeza en esas décimas de segundo. Finalmente decidió respetar lo que había dicho minutos antes y depósito sus labios sobre la mejilla de Zaida a la vez que se abrazaban. Ella dejó caer su envenenada mano sobre su cuello y le acarició.

Oriol, tiró de experiencia y disfrutó el momento. Una vez más el olor de su acondicionador, el movimiento de su pecho acompasado con una profunda respiración que arrullaba su oreja... Estuvieron así unos segundos que a Oriol se le hicieron eternos a la vez que cortísimos. Se despegaron tan cercanos el uno del otro que sus mejillas se tocaron. –“Gira ahora, tienes ahí mismo sus labios. Venga hazlo, no seas idiota. Vamos, vamos, venga”– Pero una vez más Oriol evitó el feliz final.

Zaida abrió la puerta del taxi y los dos se despidieron con la mano. –“Dile que no se vaya, venga no seas cobarde”–
Se sienta dentro y se acomoda para no pillarse el vestido con la puerta. –“No la dejes ir, te vas a arrepentir y ya no habrá solución. Luego no me vengas llorando”–
Zaida cierra la puerta. –“La estás dejando escapar. Te ha dicho que le gustas, no seas cafre. Aún estás a tiempo”–
Zaida le da su dirección al taxista que pone en marcha el coche y se aleja.

Oriol observa como se aleja en estado de shock. Cuando pierde de vista el coche se da la vuelta y piensa que debe ser la persona más estúpida de la Tierra. Siente rabia consigo mismo, y aunque una más que tímida voz le dice que ha hecho bien, no se convence. Pega una patada a una piedra que había por allí cercana y emprende el camino de vuelta a casa.
Durante todo el trayecto no parará de dar vueltas a todo lo que ha hablado con Zaida. Atravesará la Plaza Mayor sin saludar al caballo de Esparteros como suele hacer, ni tampoco mirará el Instituto San Isidro recordando el maravilloso claustro que encierra, no. Porque lo único que tendrá en la cabeza es la mirada de Zaida y el calor que aún conserva en su mejilla derecha. Y así terminará llegando a su casa donde encontrará refugio en el único sitio donde Zaida puede ser suya: en el mundo de los sueños sobre el regazo de su almohada y arropado por la manta que lo mantiene caliente.