Sunday, September 1, 2013

La historia de Zaida y Oriol


-Venga va tío, cuenta, cuenta lo de anoche. –Corean varios a la vez–.

-¿Qué? No, no voy a decir nada de lo que pasó anoche. Por favor...

-¡Eso es que no hiciste nada!

-¡Si es que eres un blando! –Ríe otro.

-Bueno, ya está bien dejad al chaval en paz. Si no nos quiere decir nada, no tiene por qué hacerlo.

-Gracias Mario. ¡Menos mal! Alguien que piensa...

Todo el grupo de amigos se queda callado ante la seria mirada con la que Mario escudriña a todo el grupo. ¿Se habrían pasado aquella vez? Oriol nunca se había caracterizado por ser especialmente hablador, pero nunca había tenido problemas para comentar los pormenores de sus aventuras amorosas. Es cierto que se limitaban a dos o tres historias anuales, lo cual era un número ínfimo para el resto del grupo, pero aquella vez... aquella vez no decía nada.

Roberto está callado, al igual que el resto. “¿Por qué no querrá contar nada? Por vergüenza no debería ser, en este grupo hemos escuchado las historias más lamentables que uno pueda imaginar, y él mismo ha soportado las burlas de todos de buena gana. ¿Pero qué narices le pasa?

-Oriol, tío. ¿Ha pasado algo? Sabes que parecemos muy burros pero que en el fondo... Bueno, muy en el fondo en el caso de Julio.

-¡Eh! ¡¿A qué ha venido eso?! –Increpa Julio–.

-Tú chitón, sabes que es cierto. ­–Responde Roberto– Pero tío, puedes confiar en nosotros. ¿Todo bien?

El grupo se tensa aún más ante el cáliz trascendental que estaba tomando la dinámica de aquella tarde de tapas.

-Todo está bien, es sólo que esta vez no me apetece contaros nada, al menos de momento.

Esa pequeña confesión fue suficiente para Roberto que inmediatamente abrió otro tema de conversación. Sabía controlar perfectamente la dinámica de sus amigos y más aún si éstos tenían un par jarras de cerveza vacías escoltando la nueva ronda.

-Muy bien. ¡Pues a por el siguiente entonces! ¡Julio, desgraciado! ¡¿Cómo pudiste liarte con Clara ayer otra vez?! Eres un maldito degenerado... Te tendría que meter una paliza ahora mismo. ¡Estuve saliendo con ella!

-Tío, es amor. Me ama, yo no puedo hacer nada, me comía con la mirada...

La manada volvió a jalear ante la enésima “proeza” de Julio. Coreaban y vitoreaban metiéndose con Roberto por ser tan blando.
En el fondo ninguno estaba completamente de acuerdo con la actitud de Julio, pero sabían que ese tema estaba hablado entre los dos, y que por tanto, servía para bromear cuanto quisieran. Las resacas de los sábados se pasan mucho mejor entre amigos.

Mientras, Mario ya se había apuntado en su agenda llamar a Oriol al día siguiente. Algo estaba rondando aquella cabeza que conocía desde la infancia y sabía que éste tenía la necesidad de explicarse.

El resto de la tarde-noche continuó como acostumbraban, siguieron bebiendo cerveza  y copas hasta que el bar de los sábados les invitó a irse levantando las sillas y poniéndolas encima de las mesas.
Entonces, todo el grupo al unísono se levantó y se dirigió a la boca de metro más cercana (haciendo eses) para ir a la discoteca que frecuentaban.

No eran un grupo, a pesar de lo que haya podido parecer, de chicos sin cerebro ni machista. Ese era simplemente el roll que adquirían en determinadas situaciones, sobre todo al hablar de chicas. La única razón por la cual hacían eso era porque no se sentían cómodos hablando de mujeres, no sabían como tratar los temas íntimos sin sacar la mitad de sus palabras de la testosterona que producían. Y los que podían (Roberto, Mario y Oriol), no lo hacían por no aguantar las críticas. Era inevitable pues, ese aspecto chulesco que demostraban, o el falso orgullo que sentían al hablar de sus conquistas.  De hecho, la mayoría de ellos se avergonzaba un poco (tampoco demasiado) de algunas de las cosas que llegaban a decir. Pero en cuanto les hacían una pregunta en el alto, volvían a la carga.

A la mañana siguiente, Mario, fiel como siempre a su cita con el teléfono siempre que Oriol lo requería y llamó a su amigo para ver cómo había amanecido y de paso que le explicase qué le pasaba.

Oriol respondió al teléfono aliviado, por fin podría desahogarse a gusto.

-Tío, es que no sé qué me pasa. He tratado de entenderlo, de verdad pero no tiene sentido. ¿Cómo puede ser? La conocí en una fiesta y hablamos como una hora. ¡Nada más!

-Bueno, en una fiesta una hora hablando no está mal.

-Ya me entiendes. A lo que voy es que no es posible que me gustara tanto. ¡Estoy enfermo, por el amor de Dios!

-Vaaaamos hombre, no exageres que tampoco es para ponerse así. Se te está yendo de las manos.

-Tío, cada vez que salimos te doy la chapa con lo mismo. No me la quito de la cabeza, sin más. Llevamos meses encontrándonos por ahí de noche, es cierto que a veces hablamos, pero nunca de nada importante. ¿Cómo puede ser esto?

La conversación duró cerca de una hora y media, ambos habaron de la última noche e intentaron enfocar el problema de la manera más apropiada. Incluso se plantearon la opción de que Oriol le dijera lo que sentía, pero esa idea fue rápidamente descartada por ambos. Sabían que era inútil. Mario había hecho de intermediario por su amigo y así había llegado a saber que ahora mismo Zaida no quería saber nada de nadie. Había salido de una relación de un par de años y una vez superado todo, quería tiempo para ella, para expandirse como persona, para disfrutar de las amigas que tanto quería y que había apartado en cierta manera de su vida.
Y eso mataba a Oriol.

Cuando colgaron éste se quedó algo triste, no tenía mucho con lo que entretenerse por lo que decidió abrir su portátil y comenzar a escribir algo. No le importaba qué, sólo pretendía distraer su atención.
Pasó un buen rato escribiendo hasta que su estómago le avisó de que era hora de cenar. Cogió una pizza de la nevera y la metió en el horno.

Una gran cantidad de flashes le llegaron a su cabeza. Zaida saludándolo con su sonrisa encantadora, tocándole la cabeza con la mirada tierna al ver su corte de pelo, el olor a melocotón de su acondicionador...
Oriol (por si no se había notado) estaba enamorado de Zaida. No se había atrevido a decírselo a Mario, aunque sabía que no hacía falta.
Repasó qué era lo que hacía que desde hacía más de un año esta chica no parase de aparecer en sus pensamientos. Es cierto que cuando pasaba alguna semana sin verla no pensaba tanto en ella y podía llegar a hacer una vida normal, pero en cuanto se volvían a encontrar comenzaba de nuevo la misma historia. Los siguientes días pensaba asiduamente en ella, en invitarla a ir al cine o dar una vuelta para enseñarle Madrid, ciudad que amaba como a una vieja amiga de la infancia que siempre ha estado ahí y con la que has compartido todo.
El siguiente paso era recordar que no debía tirarse a la piscina porque sabía que estaba vacía. La impotencia y la desesperación se apoderaban de él y así pasaba el resto de la semana hasta la llegada el viernes cuando todo cambiaba por el simple hecho de que tenía muchas opciones de volver a encontrarse con ella.
Tenía la costumbre de prepararse imaginando a Zaida doblando la esquina de la calle rodeada de sus amigas. Riendo y cantando mientras recorrían los doscientos metros que la separaban de la posición donde él estaba, en la puerta de la discoteca acompañando a algunos de sus amigos fumadores, disimulando y haciendo como que aún no había detectado su presencia.

Zaida había descolocado por completo la existencia de Oriol, no sabía por qué pero ejercía sobre él un efecto que no podía entender. Se había colado en su cerebro y había anulado toda su capacidad de razonamiento. Por un motivo o por otro, siempre volvía a ella, lo cual, le producía cierta angustia. Zaida era aquella incógnita que no podía despejar, pero constante. Lo desconcertaba aunque en cierta manera había llegado a un punto de resignación en el que no ansiaba darle explicación, si no que simplemente se dejaba llevar cuando estaba con ella. Disfrutaba de cada uno de los momentos íntimos que compartían rodeados de gente, se concentraba en la energía de su pecho cada vez que ella le acariciaba el brazo y coqueteaba con el placer agridulce de dejarse llevar y reprimirse en el último momento en que se veía besándola.

Cuando la pizza estuvo preparada la cogió y se fue al salón a cenar. Encendió el equipo de música que había heredado de su padre y puso el disco que su hermano le había regalado de John Coltrane y Duke Ellington. Mientras de fondo sonaba In a sentimental mood, paladeó la pizza como si del mayor de los manjares se tratase a la vez reproducía la conversación que mantuvo con Zaida a la salida de la discoteca, tan sólo dos días antes, cuando todos se iban a casa y ellos se apartaron del mundo refugiándose en la noche para disfrutar de un corto paseo y buena conversación.

-Aún da gusto ir por Madrid de noche. ¿Verdad?

-Sí. –Musitó tímidamente Oriol– Madrid es una ciudad increíble.

-¿Tú crees? Yo siempre he sido más de Barcelona. ¿Has estado?

-Si señora, la duda ofende. Y tengo que estar de acuerdo, si nos fijamos en Barcelona tiene más cosas bonitas. Tener como padrino a Gaudí no es cualquier cosa. Sin embargo, le faltan historias.

-¿Ah sí?

-Oh, sin duda. No negaré que tiene muchas. Pero no es lo de Madrid, lo que más se le parece es el barrio Gótico. Pero probablemente esto sea que me falta haber vivido allí. Alguna vez lo haré.

-Vaya, eso es... interesante. ¿Y qué historias tiene Madrid?

-¿No esperarás que te las explique así sin más verdad? No, no, no. Tiene que ser un paseo bien organizado que empiece una tarde cuando esté atardeciendo y que continúe hasta la madrugada temprana donde acabará en una tetería que conozco. Luego un taxi y te aseguro que cuando llegues a casa será la noche que mejor duermas.

-Parece que lo tienes muy preparado. ¿A cuántas chicas has llevado a hacer ese paseo?

-A muchas. ­–Rió Oriol, a lo que Zaida respondió con un golpecito en el hombro y un “calla” pícaro– Pero eran todas amigas o conocidas que venían a visitar la ciudad. Eres un poco mal pensada eehh.

-¿Yo? Para nada. Has sido tú el que ha dicho que había llevado a muchas mujeres. Es más, me tendría que sentir ofendida por ser una más.

Oriol se frenó y mirándola fijamente respondió unas palabras que después recordaría con vergüenza.

-Tú nunca podrás ser una más.

Zaida sonrió y miró hacia abajo. Cogió el brazo a Oriol y lo entrecruzó con el suyo. Oriol se sintió desvanecer y notó como se le aceleraba el pulso. Como siempre que ella lo tocaba, notó cómo su corazón parecía empeñado en salir de su pecho y hacer lo que él no se atrevía.

-Oye, pero algo sí me podrías enseñar, ¿no? No me puedes dejar a medias.

-Tú eres demasiado lista, me parece a mí.

-No sé por qué lo dices.

-Venga anda. Te enseñaré algo gracioso, pero sólo porque no es bueno quedarse con espinitas clavadas. Es mejor quitárselas.

-Ya te veo yo venir. ¿Dónde me llevas?

-Aquí al lado, a la casa del Ratoncito Pérez.

Ante tal revelación Zaida no pudo evitar una carcajada.

-¿Pero qué dices?

-Uy sí, ¿dónde piensas que guarda los dientes? ¡En algún sitio los tendrá que dejar, vamos, digo yo!

-¿Me estás vacilando o qué?

-No, no, mira ya estamos.

-Pero si esto es Arenal.

-Ajá, muy cierto. Y supongo que entre tanta gente como suele haber por aquí no has reparado nunca en ese cartel de ahí arriba.

Zaida miró un cartel blanco clavado en la pared. Era igual que el ponen en los edificios donde vivieron o nacieron importantes personalidades del país.

“AQUÍ VIVÍA
DENTRO DE UNA
CAJA DE GALLETAS
EN LA CONFITERÍA PRAST
RATÓN PEREZ
SEGÚN EL CUENTO QUE
EL PADRE COLOMA ESCRIBIÓ
PARA EL REY NIÑO
ALFONSO XIII”

-No me lo puedo creer, ¿aquí vivía en serio?

-Si señora, ya te lo decía yo... Fue Maria Cristina la que pidió que hicieran ese cuento en el S. XIX cuando se le calló el primer diente a su hijo.

Zaida se separó un poco de Oriol y le miró fijamente. Éste tenía una sonrisa por el descubrimiento que acababa de hacerle. Una sonrisa que, intimidada ante tanta atención por parte de los ojos de Zaida, fue menguando a una que expresaba entre vergüenza e intimidación.

-Oriol, ¿eres un chico especial verdad?

Otro vuelco al corazón.

-No, qué va. A tu lado me siento el más común de los mortales.

Zaida no pudo evitar una mínima mueca que a Oriol no le pasó inadvertida. No sabía de dónde había sacado el valor para decir aquella frase, le había pasado antes delante de otras chicas que le habían gustado de verdad. De repente se veía diciendo cosas que jamás se imaginaría que podría llegar a decir pero que resultaban ser apropiadas.

-Zaida, deberíamos hablar. Sabes que me encantas, ¿no?

Zaida se removió mínimamente y se cruzó de brazos, como si tuviera frío.

-Sí, sí que lo sé. Pero Oriol, no puede ser lo siento. No puedo empezar nada con nadie aún. Soy consciente de que cada vez que nos vemos pasa algo y hablamos y congeniamos... pero no puede ser.

-Sí lo sé. Mario me ha explicado por encima tu situación. La entiendo y la respeto, pero en algún momento te tenía que decr lo que siento. Y habíamos aplazado mucho ese momento.

-Sí, es cierto. Mira, necesito evolucionar, probar nuevas cosas, cambiar. No quiero llegar a los 80 años y sentir que no he llegado a ser la persona que podría haber sido. ¿Me comprendes?

-Aunque no lo puedo compartir. Sí por supuesto que lo entiendo. Y no querría inmiscuirme en eso, lo tengo claro. Pero había llegado un punto en el que estaba loco, no sabía si todo eran imaginaciones mías o no. Porque yo veía señales en ti, pero he visto tantas cosas que uno ya no sabe qué pensar.

-No son imaginaciones tuyas. Pero estamos en un punto en el que los dos podemos seguir nuestra vida, ¿no?

Oriol tembló ante esa pregunta. Quería decirle que no, que él no podía. Que quería intentarlo con ella aunque se estuviera equivocando, que no podían saber si eso era lo correcto o no, que podían estar dejando pasar una oportunidad única.
Pero ella le estaba pidiendo con sus palabras que la apoyase en esa decisión. Aunque en sus ojos apreciaba un atisbo de duda, no podía asegurarlo. “Eres un cobarde”.

-Sí. Tienes razón. Es mejor para ambos, no sería justo para ti por lo que dices, ni para mí porque no estaría a gusto sabiendo que a ti te falta algo aún. “Eres gilipollas

La conversación siguió durante un tiempo en el que dieron vueltas a lo mismo, comentaron algunos episodios divertidos del pasado con la alegría del que sabe la tristeza cercana.

Cuando dieron por acabada la charla porque “se hacía tarde” Oriol la acompañó a coger un taxi a la parada. Una vez más sintió unas ganas tremendas de besarla, sentía que era en ese momento o nunca. Incluso llegó a hacer un debate dentro de su cabeza en esas décimas de segundo. Finalmente decidió respetar lo que había dicho minutos antes y depósito sus labios sobre la mejilla de Zaida a la vez que se abrazaban. Ella dejó caer su envenenada mano sobre su cuello y le acarició.

Oriol, tiró de experiencia y disfrutó el momento. Una vez más el olor de su acondicionador, el movimiento de su pecho acompasado con una profunda respiración que arrullaba su oreja... Estuvieron así unos segundos que a Oriol se le hicieron eternos a la vez que cortísimos. Se despegaron tan cercanos el uno del otro que sus mejillas se tocaron. –“Gira ahora, tienes ahí mismo sus labios. Venga hazlo, no seas idiota. Vamos, vamos, venga”– Pero una vez más Oriol evitó el feliz final.

Zaida abrió la puerta del taxi y los dos se despidieron con la mano. –“Dile que no se vaya, venga no seas cobarde”–
Se sienta dentro y se acomoda para no pillarse el vestido con la puerta. –“No la dejes ir, te vas a arrepentir y ya no habrá solución. Luego no me vengas llorando”–
Zaida cierra la puerta. –“La estás dejando escapar. Te ha dicho que le gustas, no seas cafre. Aún estás a tiempo”–
Zaida le da su dirección al taxista que pone en marcha el coche y se aleja.

Oriol observa como se aleja en estado de shock. Cuando pierde de vista el coche se da la vuelta y piensa que debe ser la persona más estúpida de la Tierra. Siente rabia consigo mismo, y aunque una más que tímida voz le dice que ha hecho bien, no se convence. Pega una patada a una piedra que había por allí cercana y emprende el camino de vuelta a casa.
Durante todo el trayecto no parará de dar vueltas a todo lo que ha hablado con Zaida. Atravesará la Plaza Mayor sin saludar al caballo de Esparteros como suele hacer, ni tampoco mirará el Instituto San Isidro recordando el maravilloso claustro que encierra, no. Porque lo único que tendrá en la cabeza es la mirada de Zaida y el calor que aún conserva en su mejilla derecha. Y así terminará llegando a su casa donde encontrará refugio en el único sitio donde Zaida puede ser suya: en el mundo de los sueños sobre el regazo de su almohada y arropado por la manta que lo mantiene caliente.

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