Él, nació en un pequeño pueblo de la
Costa Brava. Hijo de padres senegaleses que emigraron en busca de una
oportunidad y sin embargo, encontraron poquitas.
Ella, nació en Nueva York y creció en
mundo completamente distinto. Sus padres eran una cirujana de éxito y un
abogado, que aunque algo modesto, superaba con creces el capital de los padres
de él.
Ella se llamaba Noah, él Yosuf,
aparentemente (y así era en el momento de su nacimiento) no tenían nada en
común. Sin embargo, según fueron creciendo hubo una similitud entre ambos: el
psiquiatra.
Los padres de Noah estaban preocupados
por su hija. Desde pequeñita hablaba de una presencia extraña con la que
jugaba, todo el mundo le dio la misma explicación: sólo era un compañero
imaginario, una fase por la que pasan muchos críos pero que se va con el
tiempo, sin embargo, en el caso de Noah los episodios no pararon ahí. Al entrar
en la pre-adolescencia, entre los doce o trece años, comenzó a sentir esa
presencia de manera cada vez más fuerte, no oía nada, ni veía a nadie, tampoco
era una persecución, simplemente un vaga sensación de compañía permanente. Años
estuvo yendo a terapias, pasó horas hablando con diferentes expertos que no se
atrevían a diagnosticarla de esquizofrenia pues no sólo no presentaba los síntomas
acompañantes, sino que el principal era tan raro y poco incapacitante que nadie
se atrevía a cortarlo y destrozar la vida de una chica, que según ella misma
decía: “no era normal, pero se sentía muy a gusto en su compañía”.
Por otro lado estaba Yosuf. Él lo que
tenía eran cambios de humor permanentemente. Nadie sabía por qué, pero desde
pequeño podía estar riendo mientras dibujaba una casa con sus padres y él mismo,
y de repente paraba, se te quedaba mirando muy fijamente y unas lágrimas
enormes comenzaban a resbalar por la negra piel del pequeño Yosuf.
Los padres inquietos le preguntaban que
qué le pasaba y él respondía cosas tan variopintas como que se acababa de hacer
daño en una rodilla, que estaba muy triste sin saber por qué, o que no le apetecía
nada comer lentejas. En una ocasión incluso le aparecieron unas heridas bien
grandes en manos y codos, como si se hubiera caído, la particularidad del
suceso era que cuando la noche anterior su madre lo había arropado estaba
perfectamente.
La madre de Yosuf decidió llevarlo al
médico en contra de la opinión del padre pues consideraba, por su cultura
animista, que esto se trataba de algún espíritu ofendido por alguna deshonra
familiar, y que lo que tenían que hacer era saldar esa deuda con vino de palma
y desplumando un pollo como ofrenda y signo de perdón al espíritu. Así fue cómo
Yosuf pasó desde los ocho o nueve años hasta los trece yendo al médico. Éste
sospechó que algún trauma de la infancia le hacía autolesionarse. Aunque era
algo realmente grave, no quiso medicarlo, pues sólo había sucedido una vez y
aún era muy niño para tratarlo.
Los años fueron pasando y a los trece
comenzó a tener épocas de cambios emocionales. Cada mes había una época en la
que se encontraba de peor humor, lloraba en su habitación…
El colmo para el padre de Yosuf llegó un
día que éste se despertó en la cama con una brecha enorme en la cabeza. Lo
llevaron al médico rápidamente para que le curara la herida y acto seguido lo
llevaron a casa. Estuvieron hablando con él sosegadamente hasta que todo
pareció aclararse: el espíritu o demonio aún estaba enfadado con la familia. Su
padre gestionó todos los preparativos para hacer un ritual similar a lo que se
haría en Senegal e incluso escribió para que en su pueblo natal el chamán de su
comunidad hiciera ofrendas a los dioses.
Yosuf por su lado, nunca lo había dicho,
pero veía estos episodios como normales, no entendía el por qué de sus cambios
de humor, ni de sus heridas repentinas y sin ningún motivo, pero no se sentía
mal, tenía el presentimiento de que no era nada dañino, ni ningún espíritu.
Optó por la opción más fácil. Una vez realizado todo el ritual y viendo la
preocupación y nerviosismo que su situación causaba en casa decidió no volver a
informar a sus padres de ninguna de estos sucesos. Aisló de esa parte de su
vida a su familia, aunque ello le suponía un grave dilema interno puesto que en
su cultura eso era un sacrilegio muy grave.
Fueron transcurriendo los años y nuestros
protagonistas convivían felices con sus pequeñas particularidades. Cada uno
incorporó a su vida diaria esa carga con cierto alivio y felicidad y no
volvieron a tener grandes problemas familiares pues cada uno había decidido
llevarlo por su cuenta.
*****
Los años han pasado. Yosuf actualmente se
encuentra visitando a su familia Berik que reside en Iwol, un pequeño pueblo
dentro del País Bassari, cerca de Kédougou al sureste de Senegal y casi
limitando con Guinea.
Tiene veintiún años, y por fin ha tenido
la oportunidad a través de una beca de la universidad en la que estudia turismo
de viajar a conocer sus raíces. Tenía ganas de ver por sí mismo aquello de lo
que se diferenciaba tanto, pero que a la vez sentía tan suyo. Hizo el ritual para
entrar en la edad adulta junto con muchachos bastante más jóvenes que él, fue a
cazar con sus hermanos y sus primos que se reían de él al verlo desenvolverse
por esas montañas y paisajes verdes o cuando hablaba el idioma de allí el
poulard o el wolof. A la vez éstos mismos alucinaban con las historias que Yosuf
les contaba sobre Occidente.
Aunque no acababan de aceptarlo del todo
y lo veían como un elemento algo extraño, era familia, y eso allí tenía un
significado sagrado. Él se sentía feliz e incluso se estaba planteando volver
al acabar la carrera y hacerse guía turístico. Era una manera honrosa de ayudar
a todo su pueblo y a la vez volver a vivir en ese sitio que le resultaba tan
mágico y especial.
Un día, apareció uno de los guías del
pueblo por allí, iba acompañado de cinco “toubabs”, que es la manera en que se
les llama a los blancos allí. Los niños comenzaron a cantar una simple melodía
para pedir al blanco un caramelo o un pequeño regalo.
“Toubab
bombon un petit tangal”
Yosuf reconoció conversaciones en inglés
y después de abroncar a los chicos que pedían a los turistas, se quedó cerca
del grupo, le apetecía practicar.
Los acompañó a ver las chozas, escuchó
una vez más las historias y las creencias animistas, cómo las religiones
cristianas y musulmanas se fueron asentando e imponiéndose a la primera y descansó junto con el resto del grupo cuando
estos hicieron un receso para comer algo y beber agua.
Yosuf, que siempre había sido una persona
curiosa, comenzó a escudriñar cada uno de los individuos del grupo de
visitantes que habían llegado. Uno por uno, lentamente, imaginando historias
sobre sus vidas, posibles ambiciones, hasta que de pronto sus ojos se
detuvieron en una joven de ojos verdes, su pelo oscuro rizado le llegaba hasta
los hombros. No sabía que era pero le producía un magnetismo extraño. Pasaron
lo que a él le parecieron horas (pero que no habían sido más que unos
instantes) hasta que ella de improviso se giró y se miraron fijamente durante
unos pequeños instantes. Luego, todo se apagó.
*****
Cuando Noah se despertó aún estaba
sobrecogida por lo que había vivido. Llevaba unos días que no se encontraba
bien y eso era extraño en ella pues en todos los viajes que había realizado con
sus padres ella había sido siempre la más temeraria y a la que menos le
afectaban climas, comidas y estilos de vida extranjeros. Había nacido para
viajar.
Le costó un rato recuperar y enfocar la
vista. Lo primero que vio fue a sus padres y sus caras de alivio al ver que
estaba bien. Luego se fijó en el techo de paja que la protegía del sol y
refrescaba un poco. Abrió la boca para decir: “Estoy bien tranquilos, creo que
sólo ha sido un golpe de calor”.
-Sí, es lo más probable dijo su madre. Lo
que no me esperaba es que al otro chico le fuera a pasar al mismo tiempo. Pero
él también está bien, aunque no me han dejado atenderlo en un primer momento,
lo he visto ya y me ha preguntado por ti.
A Noah se le precipitaron los recuerdos.
Pensó en esa extraña presencia que la había acompañado todo este tiempo y en lo
intensa que se había hecho de repente. La notaba como una presión que atenazaba
todas sus vísceras. Cuando la dijeron el nombre del pueblo al que iban algo se
había removido y cuando se quedó al amparo de la sombra de aquel Baobab tan
majestuoso empezó a notarla más y más. Le pareció oír un susurro, se giró y esa
penetrante mirada de ojos oscuros la traspasó haciéndola perder el conocimiento.
No se lo podía creer, no daba crédito.
-¿Puedo verlo? Quiero hablar con él.
Asegurarme de que está bien por mí misma.
Sus padres la miraron extrañados.
-¿Pero que dices hija? –Espetaron–.
-Sí, sí, quiero verlo.
Los padres hablaron con su guía que rápidamente
se fue a buscar a Yosuf. Corrió muy emocionado, estaba presenciando lo que a él
le parecía algo maravilloso.
*****
Encontró a Yosuf en el mismo lugar donde
apenas hacía una hora las fuerzas lo habían abandonado y se había desvanecido.
-¡Yosuf! ¡Yosuf! ¡Quiere verte! ¡La
toubab quiere verte!
Él ni siquiera se había inmutado, ya lo
sabía. En lugar de contestar se quedó quieto y pensativo, no sabía que
significaba todo aquello. Se encontraba confuso. Hace tan sólo unos instantes
había tenido otra experiencia que no podía explicar.
Cuando Yosuf despertó se encontraba
desorientado. Le habían preparado una infusión para que se mejorase. Él
obediente, no quería faltar el respeto a nadie y se la había tomado, pero lo
que deseaba era salir de allí y reflexionar, volver al lugar donde había
ocurrido todo para ver si el árbol le daba la explicación de lo que había
pasado. Acabó su té y se marchó con la excusa de que quería pensar.
Justo acababa de sentarse apoyándose en
el antiguo Baobab, cuando perdió la noción de sí mismo. No tardó en volver a
abrir los ojos, no obstante, la escena no era la que esperaba. No vio las casas
hechas de barro en las elevaciones verdes de Iwol, sino el tejado de paja del
cobertizo de la casa del jefe y dos toubabs a los que pudo identificar dentro
del grupo que había venido a visitar su pueblo. Estaba confuso. Y cuando abrió
la boca, para su sorpresa, su voz ya no era la suya, era la de la toubab. Había
pronunciado las siguientes palabras:
-¿Puedo verlo? Quiero hablar con él.
Asegurarme de que está bien por mí misma.
Entendía el inglés, lo había estudiado en
la escuela y supo que era así mismo al que se refería. Poco después había
parpadeado y otra vez se encontraba en su cuerpo.
-Vamos –Dijo Yosuf–. No entiendo nada de
lo que está pasando. Pero creo que es algo maravilloso.
*****
Cuando Yosuf llegó al cobertizo del jefe
del pueblo todos estaban allí, expectantes, observando al nuevo llegar y
acercarse a la toubab que había pedido su presencia.
Se acercó poco a poco, estaba muy
nervioso. Notaba dos corazones en vez de uno, la respiración se le hacía
tremendamente pesada, una opresión en el estómago el doble de fuerte de lo que
acostumbraba cuando estaba intranquilo. Tenía miedo de volver a desmayarse.
Podía contar los pasos que le faltaban para que el cruce de miradas fuera
inevitable… Un paso, dos… Sus ojos verdes volvieron a clavarse en los suyos.
Esta vez sólo perdió la fuerza en las piernas y se tubo que agarrar al guía que
lo acompañaba. Le había ido de poco.
Ella por su parte estaba pálida, había
vuelto a notar esa presencia de la forma más intensa que jamás recordase. Sus
ojos se habían quedado en blanco por un momento, pero había resistido y aunque
a duras penas, conservaba la consciencia.
El chamán de la tribu dio la orden de que
todo el mundo se alejara de allí, incluidos los padres de ella. Fue el guía el
que se lo hizo saber. Los padres como es lógico protestaron, no imaginaban lo
que estaban a punto de escuchar:
-Nanga
def? (¿Cómo estás?)
-Magui
firrek. (Estoy bien) –Respodió Yasuf–.
Los padres sabían que su hija era una
apasionada de las lenguas y las culturas extrañas así que se callaron por el
hecho de que su hija había hablado, no porque pudiera hacer un saludo en la
lengua nacional de los senegaleses. Pero para lo que no estaban preparados era
para que la conversación continuase en esa misma lengua que ellos no podían entender,
y su hija no debería tampoco.
-¿Tú también has vivido cosas extrañas
no? –Continuó Noah–.
-Wao
(Sí).
-Y supongo que no es casualidad que sepa
hablar wolof y poulard de repente, ¿verdad?
-No lo creo…
Tanto les consternó, que obedecieron la
orden del chamán. Se fueron junto con el resto de testigos asombrados de que la
“toubab”, su hija, estuviese hablando en wolof.
Se quedaron a solas y el chamán con
ellos, tomó la palabra.
-Sobre vosotros pesa una bendición o una
maldición. Depende. –Explicó el chamán misteriosamente– Hace siglos que en este
pueblo, los chamanes somos portadores de una historia que ha ido pasando de
generación en generación y que no nos es permitido contar al común de lo
habitantes del pueblo, ni siquiera a los jefes.
Los
dos escuchaban muy atentos y absortos. Aunque en el fondo de sus corazones ya
sabían lo que les iba a explicar. Notaban el peso de toda la historia del
pueblo Berik dentro de ellos, no como una losa, sino más bien como un abrazo de
sabiduría, consciencia y responsabilidad. Se sentían aliviados.
Hubo un tiempo en que el pueblo estuvo
enfrentado con las tribus de su alrededor, en el que tuvimos que huir y
escondernos en estas colinas. Fueron tiempos oscuros de guerra en los que las
mujeres y los niños morían de enfermedades por falta de comida y nuestros
hombres caían en emboscadas en las montañas.
Ante esta situación, un antepasado mío,
chamán hace ya siglos, pidió ayuda a los dioses a través del fetiche del
pueblo. Su llamada fue escuchada y el fetiche le transmitió que los dioses mandarían
a un varón y a una hembra, que debían recibir una ceremonia especial en que se
debía plantar un Baobab al que harían crecer en dos semanas varios metros para
que los enemigos del pueblo Berik supieran que los dioses los protegían. Los
dos chicos eran necesarios porque sus destinos debían entrelazarse de manera
inseparable. El uno sería la otra y la otra sería el uno, no en carne pero sí
en espíritu. Y cada vez que el Baobab enfermase o fuera amenazado por una
guerra, sólo la unión de ambos espíritus podría protegerlo. La vida del pueblo
Berik iba en ello.
Vosotros pertenecéis a mundos distintos,
sin embargo, durante toda vuestra vida habéis estado conectados viviendo cada
uno la vida del otro y ante esa realidad no podíais escapar. Desconozco cuáles
son los motivos por los cuáles los dioses han traído vuestros espíritus de
nuevo a este mundo, pero ello implica que el Baobab está en peligro, y tenéis
que protegerlo.
*****
Cuando el chamán hubo acabado su historia
ambos empezaron a recordar y asignar uno por uno todos los incidentes que
habían vivido. Los cambios de humor de Yosuf se debían a las vivencias de Noah,
mientras que esa presencia que ella siempre había sentido había sido Yosuf,
todo el tiempo. Se miraron de nuevo esta vez con otros ojos.
El chamán se retiró dando por concluido
su trabajo.
Yosuf se acercó y acarició el pelo de
ella, pudo ver una cicatriz exactamente igual a la suya y que había propiciado
tanta preocupación en sus padres años atrás.
-¿Cómo te la hiciste? –preguntó Yosuf–.
Casi consigues que a mi madre le dé un ataque al corazón.
Ambos rieron de buena gana. Era una
manera de descargar tensiones. Aquel magnetismo que sentían el uno por el otro
era complicado de entender y llevar. Él no podía dejar de ver esos ojos verdes
que le resultaban tan familiares y le hacían temblar, ella no podía evitar
sentir la necesidad de notar más de cerca su respiración, el cálido abrazo que
prometía su larga envergadura.
Pasó el tiempo y siguieron hablando. Cada
instante que pasaba los entrelazaba más, sus manos se tocaron provocándoles una
sensación tan placentera que jamás habrían sido capaces de llegar a imaginarla
y mucho menos describirla. Una culebra electrizante recorrió todos sus cuerpos,
sus corazones golpeaban sus pechos con toda la brutalidad que les era posible,
sus respiraciones fuertes se habían acompasado.
No tardaron mucho en entender lo que
había pasado. El pueblo Berik hacía tiempo que no estaba amenazado, el Baobab
seguía sano y con una vitalidad que no se narraba en ninguna de las historias
antiguas. No, no era nada de eso.
Se habían escapado del mundo al que
pertenecían, llevaban demasiado tiempo esperando etéreos y sus espíritus
hastiados por la demora del reencuentro habían decidido encarnarse para poder
disfrutar el uno del otro. Al menos durante unos instantes, quizás fueran años,
pero eso no importaba, escaparían de nuevo si era necesario. Ahora lo fundamental
era que estaban, en ese preciso instante, juntos de nuevo. Y no podían estar más
felices y en paz.