Él se giró y allí estaba ella, su eterna
sombra, mirando con una sonrisa dibujada en el momento oportuno para hacerle un
gesto de complicidad que malinterpretar, una llamada real en los sueños más
anhelados, pero una ironía en la realidad.
Cruzó el río para ir a su encuentro
pensando en temas de conversación que sacar, en cómo aprender a obviar el latir
de su corazón cansado ya de hacerlo por excusas cuando había una razón para
ello, también divagó sobre cómo tenerla cómoda y quizás también, por qué no, hacerla
feliz el resto de sus días.
Todo pasó en un momento, apenas segundos.
La mente del ser humano es maravillosa,
¿no creen? Tan pronto decide asentarse en el gris, como mudarse al arco iris.
Vivan en la vida real y serán muy
conscientes, vivan en su mundo interior y serán grandes aventureros que se
estudiarán en las escuelas. Al menos en las que ustedes piensen.
El primer paso fue inseguro. Las dos
orillas conectaban mediante grandes piedras húmedas y resbaladizas que
auguraban una victoria segura (contrariedad, ¿verdad?).
En la siguiente, ya con más cuidado, tuvo
la certeza de no caer, había calculado milimétricamente todos los factores y al
dar el salto apenas titubeó al apoyar el pie en la inestabilidad de la roca.
El penúltimo puso a prueba sus nervios,
tenía que aterrizar en una roca un poco estrecha en la que cualquier aspaviento
de más podía costarle un buen chapuzón en el río. Pero lo superó.
Se enfrentaba pues al último salto, el
más fácil; o al menos eso había creído el intrépido cuando estaba en su parte
de la orilla. Vio quizás tímidos ánimos de su querida sombra al otro lado
deseando que lo hiciese. Sin embargo, qué grande se veía el maldito paso. No lo
pensó más, llevaba un rato con ello y no había marcha atrás, cerró los ojos, se
impulsó bien fuerte y… yyyyy… cayó, falló estrepitosamente.
Él recordaba ser un gran nadador, pero
hacía tiempo que no probaba a avanzar en un medio que no le pertenecía,
chapoteó y lo intentó, pero la fatiga del trayecto y sus esfuerzos por sobrevivir
lo minaron fatídicamente. Quedó allí.
Su cadáver fue transportado por los más
variopintos lugares del mundo, pero nuestro pequeño aventurero no pudo
disfrutarlo, le faltaba su sombra y la vida.
Generalmente todo lo que queremos para
nosotros mismos en el futuro podemos cogerlo en ese preciso instante en que lo
pensamos para el mañana, es cuestión de voluntad, de valor, pero no lo hacemos.
Y los que vinimos al mundo sin sombra, pero la encontramos y dejamos escapar,
vagamos sin rumbo fijo al azar, bordeando senderos hechos en felicidad, pero
frustrados por caminos que al andar, nos hacen caer y sólo de vez en cuando,
querer desfallecer.
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