Hola amigos, ¿qué tal estáis? Yo andaba
aquí perdido en el sofá de mi casa esperando a ver si pasaba algo distinto,
algo que diera un toque de color al día. Pero no pasaba nada. Así que sólo por
el placer de repetir experiencias, continuemos nuestro cuento.
¿Cómo lo veis?
¿Cómo lo veis?
Habíamos dejado la historia en un punto
muerto algo de un hielo que se deshace…
*****
Ella
tenía una facilidad natural para que todo lo que hiciéramos trascendiera, no
había nada que a su lado fuera banal, todo tenía una implicación emocional
fundamental, ninguna palabra era casual y ningún gesto fortuito.
Cada
conversación con ella me estimulaba de una forma que tan sólo habían conseguido
los libros más trabajados, todo tenía significado, todo era importante, todo
tenía un valor extra.
No
nos habíamos vuelto a ver desde aquel día en el bar, pero habíamos pasado horas
hablando sobre cómo cambiar el mundo, nuestros miedos y pasiones, aficiones,
relaciones familiares… Nos conocíamos en lo formal y había algo, eso estaba
claro, pero hasta que no compruebas qué implica ese algo, hasta que no miras a
los ojos a la persona una vez lo has sentido, no puedes saber qué es real y que
no. Aunque por otra parte, ¿quién quiere saberlo?
Yo
estaba algo nervioso, hacía mucho que no vivía algo así, tenía esa sensación
que se tiene en la boca del estómago cuando uno está descubriendo algo nuevo,
había ido al cine para dejar pasar el tiempo más rápido, algo fácil de digerir
que no me supusiera una gran carga, pero sí que me imbuyese en ese mundo
distinto que cree que lo irreal no sólo es posible sino necesario, que hace que
intentemos que nuestra vida se parezca a las películas.
Llegué
a la Seu Vella solitario, a través de los barrios de inmigrantes que están siempre
en la calle, juntos, hablando, recordándonos a todos que parte de lo que
tenemos de humanos se debe a que somos capaces de pasar tiempo entre nosotros,
que no hay mejor momento para conversar que éste y que el tema no es tan
importante.
La
noche era clara, se podía ver el cielo y alguna que otra estrella que escapaba
al ataque continuo de las luces de la ciudad. Subí las escaleras que hay desde
la calle Sant Martí y que llevan a un jardín escueto, rodeado por una calzada
para que los vehículos puedan acceder al monumento. Atravesé el párking al aire
libre y accedí a la fortaleza justo cuando las campanas marcaban la hora con
dos toques quedos… pero suficientes para su objetivo. Las 22.30, ya tendría que
estar allí. El miedo y los nervios habían atenazado mis pasos. El corazón
pesaba dentro del pecho y cada latido amenazaba con ser el último.
Subí
la cuesta que pasa entre una de las entradas a la catedral y el bar que rompe
con la estética del lugar para llegar al lugar convenido. Una terraza desde la
que se puede ver gran parte de la ciudad.
Allí
estaba ella, mirando al infinito perdida en sus pensamientos. Casi me podría
haber acercado sin que me detectase pero no quería sobresaltos, así que saludé
desde la distancia.
-¡Hola!
-¡Ey!
¡Hola! –Respondió ella–.
-Perdona,
llego tarde, la película ha acabado más tarde lo que esperaba.
-No
te excuses. ¿Qué has visto?
-Una
comedia romántica francesa. No era un peliculón, pero estaba bien para pasar el
rato.
-¿Tan
largo se te ha hecho desde que decidimos vernos? –Bromeó ella–.
-Dame
un respiro anda.
Me
iba relajando y ya tenía intención de acercarme cuando nos interrumpió un
guarda de seguridad.
-Chicos,
cerramos ya. Tenéis que salir que sois los últimos.
No
protestamos, aunque nos pareció una faena, descendimos por el mismo sitio que
había entrado hacía tan sólo un instante y llegamos al párking.
-Qué
faena nos han hecho, me habría gustado poder disfrutar de las vistas contigo.
–Protestó ella–.
-¿Y
por qué no lo hacemos? ¿Ya te has aburrido de mí?
-Qué
idiota eres… Nos han echado…
-¿No
conoces la pasarela de lengua de serpiente?
-No…
-Yo
también tardé en descubrirla. Está ahí en frente, vamos para allá.
Caminamos
hablando de cosas que apenas recuerdo ya, sé que le pregunté por Susana y de
ahí todo fue evolucionando, sin temas complejos mientras mi cabeza no paraba de
pensar cómo encontrar una excusa para rozar su piel sin sentirme idiota.
Andábamos
tranquilamente por el empedrado, sin prisa. Se palpaba una confianza poco usual
entre dos personas que se habían visto sólo una vez y la frialdad de la
tecnología no justificaba esa conexión. Ambos éramos conscientes, pero creo que
fue la primera vez que dos personas como nosotros, expertos en salir de
situaciones como ésa nos sentíamos temerosos de hacerlo. El miedo a la
desprotección…
Llegamos
tranquilos al final del camino y se asomó a lo que siempre me ha recordado a
una antigua almena solo que cortada por la mitad. Se apoyó, cerró los ojos y
respiró hondo mientras el viento jugueteaba temeroso con su pelo.
-Gracias
por traerme aquí. Ahora podré disfrutarlo. ¿Cómo lo descubriste?
-La
verdad es que tampoco está muy escondido, la pregunta debería ser cómo no lo vi
antes.
-Ya
me entiendes. Quiero una historia, tu historia… –Me sonrió quedamente–.
-Sí,
lo sé...
Pues
en una noche parecida a ésta. Era una época mala en la que necesitaba encontrar
rumbo y después de salir del cine sentía que no quería volver a casa. Recordé
la historia de una estatua que escribió un amigo que se desarrollaba por aquí y
quise venir. Nunca había subido sólo… Cuando llegué era tarde y no se podía
entrar, un poco lo que nos ha pasado hoy, así que inspeccioné y de repente vi
este camino. Sólo tuve que seguirlo y ya ves…
-¿Vienes
mucho con gente aquí?
-Qué
va… Es mi sitio, ¿sabes? Cuando vengo con gente no quiero traerlos aunque
muchos los conocen, es un rinconcito muy mío que no me gusta compartir.
-Creo
que es lógico…
-Me
gusta venir aquí de noche.
Cuando
necesito inspirarme o me apetece vivir lo que siento aprovecho y me acerco.
Aquí
arriba todo parece más cercano. Desde el parque donde cada año se recogen todos
los caracoles por estas fechas, hasta el hospital que está en la otra punta de
la ciudad.
Puedo
ver a la mujer que pasea arreglada al lado del río después de una cena
tranquila con su marido en un restaurante caro, pero también puedo ver a esta
mujer inmigrante que está ahí abajo ahora. Sale muchas noches en delantal y con
las zapatillas de andar por casa junto con sus tres hijos a tirar la basura y
ver si hay algo abandonado que puedan reutilizar ellos. Ella va algo coja por
el dolor de la artritis, o al menos eso dijo una vez.
Y
fíjate, aquí el suelo está más lejos, pero sigue muy cerca y el cielo sin
embargo, parece tan cercano. Toda distancia se reduce aquí mientras el viento
acaricia nuestros perfiles… Pero esto sólo pasa de noche.
-¿La
espías?
-Supongo
que sí, aunque me gusta pensar que sólo observo… A todo el mundo. Y ya digo
aquí está todo cerca, así que es como si me dejasen hacerlo.
-Pues
nosotros estamos lejos ahora mismo. ¿Podemos abrazarnos? –Preguntó
tímidamente–.
-Ya
deberíamos haberlo hecho.
No
es sencillo describir lo que sentí al fundirme con ella en ese abrazo, cómo sus
dedos parecían dejar quemaduras en cada parte de mi cuerpo que tocaron…
No
sé cuanto tiempo estuvimos abrazados, tampoco me importaba nada más, mi mente
había quedado en blanco y tenía la sensación de que estaba levitando.
Empecé
a notar como su corazón retumbaba sobre mi pecho y su respiración algo más
pesada. Fue cuando adquirí una cierta consciencia de la situación en la que
estaba.
Nos
separamos lentamente, como si cualquier movimiento brusco pudiera hacer que el
otro huyera. La piel de su cara fina y suave guiaba mis movimientos. Todo es
más fácil cuando no tienes que pensar y tienes esa sensación de que te están
guiando.
Nuestros
labios se encontraron tímidamente y la vida dejó de tener sentido más allá de
aquel momento en aquel lugar.
*****
Volvimos
a casa paseando cuando el frío parecía tener prisa por recoger las calles.
Bajamos del párking y volvimos al jardín de paso donde algo captó mi atención
por el rabillo del ojo e hice un movimiento rápido de cabeza para ver lo que me
había parecido una ilusión óptica.
-¿Qué
pasa? –Preguntó asustada–
No
lo había sido. No podía creer lo que estaba viendo. Una mujer de unos dos tres
metros de altura con los ojos cerrados y un largo vestido azul oscuro estaba
allí plantada sobre un plataforma de piedra, inmóvil, gélida, mientras el viento
agitaba su figura.
Era
algo extraño, no me atrevería a decir que era humana aunque el color de su piel
bien lo parecía, tampoco de piedra ya que el movimiento del pelo y su vestido
desmentían esa sensación intuitiva que transmitía…
-¿Qué
tienes? –Insistió asustada–
Yo
no sabía que responder… Ella no lo veía, eso estaba claro.
-¿Sabes?
Creo que acabo de entender la historia de la estatua de este amigo que te decía
antes. La tienes que leer.
Ella
dirigió una mirada extrañada al árbol que había situado en el punto exacto al
que yo miraba.
-Sí,
creo que tengo que hacerlo. –Respondió–
Yo
la miré y sonreí. Me encantaba que sólo porque yo viviese una cosa de forma muy
real ella lo tomase como algo importante y tan en serio.
Noté
que se encogía un poco más por le frío y le apreté con fuerza la mano.
-Venga,
vámonos a casa.
Y mientras nos alejábamos me prometí que volvería a ver la estatua de aquella mujer de vestido azul. ¿Qué historia habría detrás? ¿Qué pasa en ese sitio?
0 comments:
Post a Comment