Saturday, May 30, 2015

Inventemos un cuento: Katia. Parte II.

Hola amigos, ¿qué tal estáis? Yo andaba aquí perdido en el sofá de mi casa esperando a ver si pasaba algo distinto, algo que diera un toque de color al día. Pero no pasaba nada. Así que sólo por el placer de repetir experiencias, continuemos nuestro cuento.
¿Cómo lo veis?

Habíamos dejado la historia en un punto muerto algo de un hielo que se deshace…


*****

Ella tenía una facilidad natural para que todo lo que hiciéramos trascendiera, no había nada que a su lado fuera banal, todo tenía una implicación emocional fundamental, ninguna palabra era casual y ningún gesto fortuito.
Cada conversación con ella me estimulaba de una forma que tan sólo habían conseguido los libros más trabajados, todo tenía significado, todo era importante, todo tenía un valor extra.

No nos habíamos vuelto a ver desde aquel día en el bar, pero habíamos pasado horas hablando sobre cómo cambiar el mundo, nuestros miedos y pasiones, aficiones, relaciones familiares… Nos conocíamos en lo formal y había algo, eso estaba claro, pero hasta que no compruebas qué implica ese algo, hasta que no miras a los ojos a la persona una vez lo has sentido, no puedes saber qué es real y que no. Aunque por otra parte, ¿quién quiere saberlo?

Yo estaba algo nervioso, hacía mucho que no vivía algo así, tenía esa sensación que se tiene en la boca del estómago cuando uno está descubriendo algo nuevo, había ido al cine para dejar pasar el tiempo más rápido, algo fácil de digerir que no me supusiera una gran carga, pero sí que me imbuyese en ese mundo distinto que cree que lo irreal no sólo es posible sino necesario, que hace que intentemos que nuestra vida se parezca a las películas.

Llegué a la Seu Vella solitario, a través de los barrios de inmigrantes que están siempre en la calle, juntos, hablando, recordándonos a todos que parte de lo que tenemos de humanos se debe a que somos capaces de pasar tiempo entre nosotros, que no hay mejor momento para conversar que éste y que el tema no es tan importante.

La noche era clara, se podía ver el cielo y alguna que otra estrella que escapaba al ataque continuo de las luces de la ciudad. Subí las escaleras que hay desde la calle Sant Martí y que llevan a un jardín escueto, rodeado por una calzada para que los vehículos puedan acceder al monumento. Atravesé el párking al aire libre y accedí a la fortaleza justo cuando las campanas marcaban la hora con dos toques quedos… pero suficientes para su objetivo. Las 22.30, ya tendría que estar allí. El miedo y los nervios habían atenazado mis pasos. El corazón pesaba dentro del pecho y cada latido amenazaba con ser el último.
Subí la cuesta que pasa entre una de las entradas a la catedral y el bar que rompe con la estética del lugar para llegar al lugar convenido. Una terraza desde la que se puede ver gran parte de la ciudad.


Allí estaba ella, mirando al infinito perdida en sus pensamientos. Casi me podría haber acercado sin que me detectase pero no quería sobresaltos, así que saludé desde la distancia.

-¡Hola!

-¡Ey! ¡Hola! –Respondió ella–.

-Perdona, llego tarde, la película ha acabado más tarde lo que esperaba.

-No te excuses. ¿Qué has visto?

-Una comedia romántica francesa. No era un peliculón, pero estaba bien para pasar el rato.

-¿Tan largo se te ha hecho desde que decidimos vernos? –Bromeó ella–.

-Dame un respiro anda.

Me iba relajando y ya tenía intención de acercarme cuando nos interrumpió un guarda de seguridad.

-Chicos, cerramos ya. Tenéis que salir que sois los últimos.

No protestamos, aunque nos pareció una faena, descendimos por el mismo sitio que había entrado hacía tan sólo un instante y llegamos al párking.

-Qué faena nos han hecho, me habría gustado poder disfrutar de las vistas contigo. –Protestó ella–.

-¿Y por qué no lo hacemos? ¿Ya te has aburrido de mí?

-Qué idiota eres… Nos han echado…

-¿No conoces la pasarela de lengua de serpiente?

-No…

-Yo también tardé en descubrirla. Está ahí en frente, vamos para allá.

Caminamos hablando de cosas que apenas recuerdo ya, sé que le pregunté por Susana y de ahí todo fue evolucionando, sin temas complejos mientras mi cabeza no paraba de pensar cómo encontrar una excusa para rozar su piel sin sentirme idiota.

Andábamos tranquilamente por el empedrado, sin prisa. Se palpaba una confianza poco usual entre dos personas que se habían visto sólo una vez y la frialdad de la tecnología no justificaba esa conexión. Ambos éramos conscientes, pero creo que fue la primera vez que dos personas como nosotros, expertos en salir de situaciones como ésa nos sentíamos temerosos de hacerlo. El miedo a la desprotección…
Llegamos tranquilos al final del camino y se asomó a lo que siempre me ha recordado a una antigua almena solo que cortada por la mitad. Se apoyó, cerró los ojos y respiró hondo mientras el viento jugueteaba temeroso con su pelo.

-Gracias por traerme aquí. Ahora podré disfrutarlo. ¿Cómo lo descubriste?

-La verdad es que tampoco está muy escondido, la pregunta debería ser cómo no lo vi antes.

-Ya me entiendes. Quiero una historia, tu historia… –Me sonrió quedamente–.

-Sí, lo sé...

Pues en una noche parecida a ésta. Era una época mala en la que necesitaba encontrar rumbo y después de salir del cine sentía que no quería volver a casa. Recordé la historia de una estatua que escribió un amigo que se desarrollaba por aquí y quise venir. Nunca había subido sólo… Cuando llegué era tarde y no se podía entrar, un poco lo que nos ha pasado hoy, así que inspeccioné y de repente vi este camino. Sólo tuve que seguirlo y ya ves…

-¿Vienes mucho con gente aquí?

-Qué va… Es mi sitio, ¿sabes? Cuando vengo con gente no quiero traerlos aunque muchos los conocen, es un rinconcito muy mío que no me gusta compartir.

-Creo que es lógico…

-Me gusta venir aquí de noche.

Cuando necesito inspirarme o me apetece vivir lo que siento aprovecho y me acerco.

Aquí arriba todo parece más cercano. Desde el parque donde cada año se recogen todos los caracoles por estas fechas, hasta el hospital que está en la otra punta de la ciudad.
Puedo ver a la mujer que pasea arreglada al lado del río después de una cena tranquila con su marido en un restaurante caro, pero también puedo ver a esta mujer inmigrante que está ahí abajo ahora. Sale muchas noches en delantal y con las zapatillas de andar por casa junto con sus tres hijos a tirar la basura y ver si hay algo abandonado que puedan reutilizar ellos. Ella va algo coja por el dolor de la artritis, o al menos eso dijo una vez.

Y fíjate, aquí el suelo está más lejos, pero sigue muy cerca y el cielo sin embargo, parece tan cercano. Toda distancia se reduce aquí mientras el viento acaricia nuestros perfiles… Pero esto sólo pasa de noche.

-¿La espías?

-Supongo que sí, aunque me gusta pensar que sólo observo… A todo el mundo. Y ya digo aquí está todo cerca, así que es como si me dejasen hacerlo.

-Pues nosotros estamos lejos ahora mismo. ¿Podemos abrazarnos? –Preguntó tímidamente–.

-Ya deberíamos haberlo hecho.


No es sencillo describir lo que sentí al fundirme con ella en ese abrazo, cómo sus dedos parecían dejar quemaduras en cada parte de mi cuerpo que tocaron…

No sé cuanto tiempo estuvimos abrazados, tampoco me importaba nada más, mi mente había quedado en blanco y tenía la sensación de que estaba levitando.
Empecé a notar como su corazón retumbaba sobre mi pecho y su respiración algo más pesada. Fue cuando adquirí una cierta consciencia de la situación en la que estaba.

Nos separamos lentamente, como si cualquier movimiento brusco pudiera hacer que el otro huyera. La piel de su cara fina y suave guiaba mis movimientos. Todo es más fácil cuando no tienes que pensar y tienes esa sensación de que te están guiando.
Nuestros labios se encontraron tímidamente y la vida dejó de tener sentido más allá de aquel momento en aquel lugar.


*****

Volvimos a casa paseando cuando el frío parecía tener prisa por recoger las calles. Bajamos del párking y volvimos al jardín de paso donde algo captó mi atención por el rabillo del ojo e hice un movimiento rápido de cabeza para ver lo que me había parecido una ilusión óptica.

-¿Qué pasa? –Preguntó asustada–

No lo había sido. No podía creer lo que estaba viendo. Una mujer de unos dos tres metros de altura con los ojos cerrados y un largo vestido azul oscuro estaba allí plantada sobre un plataforma de piedra, inmóvil, gélida, mientras el viento agitaba su figura.
Era algo extraño, no me atrevería a decir que era humana aunque el color de su piel bien lo parecía, tampoco de piedra ya que el movimiento del pelo y su vestido desmentían esa sensación intuitiva que transmitía…

-¿Qué tienes? –Insistió asustada–

Yo no sabía que responder… Ella no lo veía, eso estaba claro.

-¿Sabes? Creo que acabo de entender la historia de la estatua de este amigo que te decía antes. La tienes que leer.

Ella dirigió una mirada extrañada al árbol que había situado en el punto exacto al que yo miraba.

-Sí, creo que tengo que hacerlo. –Respondió–

Yo la miré y sonreí. Me encantaba que sólo porque yo viviese una cosa de forma muy real ella lo tomase como algo importante y tan en serio.

Noté que se encogía un poco más por le frío y le apreté con fuerza la mano.

-Venga, vámonos a casa.


Y mientras nos alejábamos me prometí que volvería a ver la estatua de aquella mujer de vestido azul. ¿Qué historia habría detrás? ¿Qué pasa en ese sitio?

0 comments:

Post a Comment