Hablando con una puerta me inquiere respuestas que no
tengo.
A mí en la facultad sólo me enseñaron a preguntar, no a
dibujar aquello que quería.
Siempre pensé que las puertas no merecían explicaciones,
sino más bien al contrario, tenían que darlas. Siempre misteriosas, tienden a
esconder lo que hay detrás, aquello que la vida depara y nos regatea, escatima
y en demasiados casos nos quita.
¿Qué ocultan que no me quieren enseñar? Tienen siempre un
problema, un enigma, que hace que no las sepa abrir. ¿Qué pasa si la abro y
subo? ¿Qué, si no cumplo lo que se espera? Y aún peor, ¿qué si no cumplo lo que
yo espero? ¿Qué pasa si sentirse especial no es suficiente?
Por eso siempre prefería las ventanas, aquellas a las que
uno nunca espera escalar pero que tientan morbosas a que subas y entres por
ellas. Son mucho más claras, desde lejos ves si están abiertas o no y si te has
de embarcar en la empresa de alcanzarlas, aunque cueste.
Pero las puertas... Ah las puertas, a veces encima
transparentes como diciendo cínicas y crueles: "Aquí lo tienes por qué no
vienes a por ello?". Pues porque no tengo llaves, me las dejé detrás de
alguna y ahora necesito que me las abran.
Seré raro pero por eso me gustan las ventanas, las
entiendo mejor
En fin, que como no se qué puertas pasar y cuáles no, y
no estoy tan fuerte como para echarlas abajo, me espero educadamente haciendo
lo único que he aprovechado: llamando.
Knockin' on heaven's door: https://www.youtube.com/watch?v=b0dhzXAu8mM
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