Entre el humo y la metralla de esas pistolas modernas de
la era nueva que llevan cables en sus extremos y emiten en directo, quedan
víctimas solitarias allá en sus pantallas.
Quedan hasta que marchan pues ya todos se olvidaron de su
existencia.
El far west jamás tuvo tanto éxito entre los ciudadanos,
sólo que ahora disparamos a distancia. Nunca hubo tanto feo, tanto malo y sobre
todo, tanto tonto.
Me perdonen la soberbia y las formas, pero nos dan
pistolas cada día cargadas de lágrimas y te piden que aprietes el gatillo, solo
que ahora al mecanismo que sentencia se le llama compartir y no gatillo, y la
onomatopeya ha cambiado, ya no es "pium", ni "bum", ahora
se estila un más un elegante "click". A ver quién es más rápido.
La belleza del horror, la sutileza de la ignorancia, la
dulzura de la inocencia... tristes compañeras de cama para esta orgía donde la
apariencia aún tiene sex-appeal y una doble cara a cada cual más perversa. La
primera socializa la superficialidad de nuestra pena, la segunda es la autoridad
disfrazada de imparcialidad para que tengas la mentira por certeza.
Por suerte no sabemos de política ni nos interesa, aunque
disparemos cada día a sangre fría cualquier historia que nos vendan. Y mañana
ese click se convertirá en un San Valentín impune al que nadie intentará parar.
Irá disparando a ciegas, a esa pareja que se acaba de conocer, al matrimonio
con años de confianza... afortunadamente será inclusivo y también atacará a abuelos y abuelas, a niños y niñas. Personas que verterán su amor al suelo que los acogerá ya
sin vida.
¿Y por qué los íbamos a parar si en mi pantalla yo vi un
vídeo que decía que sufrían? Pues porque era todo una gran mentira, bien
vestida de democracia, rigor y decencia, pero mentira.
Así pues la próxima vez que no te interese la política,
no hagas click, podría ser que la siguiente bala me diese a mí.
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