A
papá siempre le gustó dibujar en su figura ese aire gris que tenían las
películas de antaño. La mirada profunda del protagonista, normalmente un hombre
con mucho orgullo, serio, intenso...
Se
quedaba observándote fijamente en medio de un discurso, silencio tenso a la
espera de la sentencia que irremediablemente iba a determinar el futuro. Era
difícil no callar cuando él comenzaba, tenía ese aire que hacía que la lógica
quedase de su lado, como si de un conjuro se tratase, y sólo un tiempo después
cuando rebobinabas todo lo que había dicho, encontrabas qué decir. Un paso por
detrás, lo justo para que él ya tuviese respuesta a lo que pudieras decir. Creo
que se sentía un poco Al Pacino.
Eso
me pasaba a mí con ella, iba por detrás. Es cierto que no tenía nada que ver
con papá, ella era más bien al contrario de carácter dulce y suave, demasiado
risueña como para no despertar ternura. A pesar de ello yo veía que tenía
carácter, imponía sus preferencias de una forma clara que apenas te daba opción
a protestar, pero no creías que pudiera haber maldad o intencionalidad. No sé
porque esa asociación, supongo que ella me recordaba esa sensación tan síndrome
de Estocolmo.
Creo
que me gusta estar encantado. Nací cobra, me embeleso con el sonido de la
flauta y bailo al son de la melodía si ésta me conmueve. Bueno... eso ya no me
pasa, pero sí que me dejo hechizar cuando hay una mente tocando.
Maldita
droga la conversación... y sus caricias. No con las manos, sino con los ojos,
con ese deje inocente en su risa, esa alegría que irradia a su alrededor por la
cosa más insignificante, a veces incluso por ti. Entonces estás perdido.
Justo
como en esas películas de serie B donde uno de los dos, dañado por la vida,
mira intensamente a la otra persona disfrutando de la imposibilidad de que ésta
se acerque y ponga color a ese blanco y gris con moteado negro de las pantallas
de cine de los años 50 en las que Orson Welles proyectaba su locura.
Escribo
estas líneas como lo haría papá si eso hubiera sido lo suyo, con una copa de
whisky con hielo en un escritorio lleno de papeles sin ordenar, con la
habitación llena de ropa que aún no siento que deba recoger y una cama abierta
deseosa de albergar mi soledad una noche más sólo unas pocas horas.
Bonito
fin para este plano secuencia que mañana tendrá continuación. Buenas noches.