Wednesday, June 20, 2012

¿Loco o locos? Esa es la cuestión.


Veo cómo el mundo se desmorona a mi alrededor  y no puedo hacer nada.
La gente ha entrado en un estado de nerviosismo crónico mal enfocado que tiene por fin acabar con sus vidas.
Y sin embargo, si hablo con alguien de esto el loco seré yo.

Oigo gente gritándose por las esquinas porque no han hecho esa llamada importante o porque están demasiado cansados para prestarse atención el uno al otro. Se agobian porque no llegan a la tienda para hacer la compra o porque no controlan los tres millones de detalles de esa reunión, que es mero trámite, pero que forma parte de algo tan crucial como es su trabajo.
Y yo, que sereno y tranquilo vago por la vida, seré el que está loco.

Veo cómo se maquillan, se anudan la corbata mil y una veces, se peinan, se pintan, se prueban cientos de americanas, revisan el bigote, el entrecejo, los oídos, los zapatos… Todo para conquistar el mundo con una foto retocada.
Y yo, que me fijo en su soledad… El loco, el loco seré yo.

Si consigo que esto llegue a alguien y diga: “¡Qué gran verdad!”.
Entonces todo cambiará... No seré yo el loco, lo seremos los dos.

Monday, June 4, 2012

Carta a un Amigo II


Es lo malo que tienen estas horas, que llegan y uno está sólo en casa como quien dice. Puede que no pase nada, pero también puede ser que acabe viendo una película que le ponga sensible o un capítulo de una serie que le gusta y que suene una canción más lenta de lo que toca.

Puede ser también que, sin querer, uno lea una carta que te escribieron hace un tiempo. Esa que encontré sin que tú lo supieras, o al menos eso creo. Y entonces uno puede comenzar a pensar en las casualidades que tiene la vida.
Justo ahora que te apareces más asiduamente en sueños, voy y me encuentro con la cartita.

Irremediablemente amigo mío tengo que reflexionar, pues no soy proclive a dejar pasar las cosas, me gusta darle una y mil vueltas a cada suceso de mi vida.
Y ¿sabes qué? Que me doy cuenta que poco ha cambiado, aquí estoy un año después de haberte escrito por última vez. Plasmando en algo etéreo como la red que te echo de menos, para que algún conocido, o no, se pregunte quién eres y qué nos pasó, y el por qué no sé cómo, ni dónde mandarte todo esto.

Nada ha cambiado, seguimos en el mismo sitio en el que estábamos… Tú, callado. Yo, pensativo. Creo que jamás sabré si nos peleamos con motivo, nunca llegaré a vislumbrar el secreto de nuestra separación.
Sin embargo, mira… Algo hemos avanzado, creo que sufriste mucho, y que por eso tengo que olvidar muchas cosas.
Ayyy, en eso sí que nos parecíamos, llevábamos el sufrimiento escrito en nuestra sangre. ¡Y eso que no éramos hermanos! Yo lo sigo llevando. Tú… pues no lo sé. Parece que no es una enfermedad de esas que se curan. ¡Pero oye! Nunca se sabe ¿no? Hay que ser positivo, si no, poco nos queda.

El caso es que me gusta pensar que estás por ahí pululando, que me sigues vigilando, que sabes que más o menos estoy bien, que me lees y que te gusta lo que ves. Quiero pensar que sabes que te quiero amigo mío, de verdad, a pesar de todo.

¡Yo que sé! Sólo estoy aquí dejando ir mi imaginación, las palabras… Puede que esté loco, lo espero la verdad, al igual que tú no me gusta ser como el resto.
Además, me resisto a creer que el mundo está cuerdo.

En fin, que me estoy enrollando más de la cuenta, me despido ya. Un abrazo fuerte amigo, y ya sabes, si estás por ahí, avisa cabrón, que has perdido la costumbre de llamarme y se echa en falta.

Sunday, May 27, 2012

Balas Envenenadas


Ella se quedó clavada en el sitio como si un rayo la hubiera alcanzado y paralizado en el momento. Con los ojos fuera de sus órbitas. Su cara reflejaba un grito sordo mezclado con incomprensión. Era consciente de que había apretado el gatillo del revólver, pero no asimilaba lo que había pasado.

Él notó que le temblaban las piernas, se sentía cada vez más débil, aguantó unos segundos antes de ceder y caer al suelo de rodillas. Apoyó las palmas de las manos en el suelo mirándola fijamente con lágrimas en los ojos y un gesto de rabia. Por un tiempo se aguantaron las miradas, hasta que finalmente ella decidió dar media vuelta y salir corriendo dejándolo allí abandonado a su suerte…


*****

Se habían conocido como tantas otras parejas en un parque de la ciudad donde la gente solía llevar sus perros a jugar. Era un parque poco visitado por las familias, lo cual era aprovechado por la gente que normalmente tenía que tener atados a sus mascotas para dejarlas libres y que así pudieran jugar y correr sin la preocupación de que hicieran daño a algún niño pequeño.

Disfrutaba mucho corriendo con sus dos perros. Mientras él hacía su recorrido, sus dos acompañantes jugaban y daban vueltas a su alrededor mordiéndose el uno al otro sacando fuera todas las energías que tenían que guardarse el resto del día.
Siempre acababan parándose en el mismo sitio, una pequeña zona del parque donde había una llanura con más hierba que en el resto de sitios. Allí él se unía al juego. Disfrutaba corriendo delante de ellos, revolcándose, agarrándoles por el hocico, dejándose mordisquear y otros juegos varios que se habían convertido en la mayor alegría de aquel pobre chico absorto en la rutina y embargado por la soledad.
Sólo los tenía a ellos.

Uno de esos días, mientras jugaban, el chico tropezó y cayó hacia atrás llevándose consigo a una chica que pasaba por allí.

-¿¡Pero qué!? ¡Qué haces! –Espetó ella.

-Lo siento mucho, no te he visto venir. ¿Estás bien?

-Sí, sí. Bueno he caído pero no es nada… Lo siento es que no me lo esperaba, estaba concentrada y caí. Me he puesto un poco más borde de lo que correspondía. No es nada de verdad. –Sonrió.

-Oh no. No no no la culpa es mía que me pongo a jugar y pierdo la noción del espacio. De verdad que lo siento.

-No, no te preocupes, de verdad que no es nada.

Se quedaron unas centésimas de segundo mirándose fijamente. Apartaron al mundo entero de su alrededor, se encerraron en una especie de conexión paralela a la realidad en la que nada había excepto ellos mismos.

-Eh bueno…

-Sí claro, no te quiero entretener. Sigue corriendo.

-Vale, un placer. –Volvió a sonreir.

Continuó su camino y a los pocos pasos se dio la vuelta para mirar al chico con el que acababa de tropezar. “Vale un placer. ¿En serio he dicho eso? Se ha pensado que soy una amargada y encima estúpida.”.

Él, que no había apartado la vista de ella mientras se alejaba, captó esa vuelta de cabeza y sintió la necesidad de salir corriendo tras ella. No tardó mucho en alcanzarla.

-Oye, perdona. –Dijo algo jadeante.

Ella paró, le había dado una vuelta al corazón al verlo a su lado.

-Sí, dime.

-Es que me he dado cuenta de que no tengo modales, lo mínimo que se hace cuando uno tira a alguien al suelo es invitarle a tomar algo. ¿Te apetece un helado? Aquí en frente hay un sitio muy bueno.

Algo sorprendida por la emboscada, no se dejó llevar por ese dulce pánico que entra en ese tipo de situaciones. Aceptó.

A partir de ahí todo fluyó con muchísima facilidad, estuvieron dando un paseo los cuatro durante toda la tarde, hablaron de su familia, de sus amigos, los hobbies que tenían…
Ella supo atraerlo con la facilidad de su sonrisa y la mirada intensa que tenía. Él con su seguridad natural y su buen sentido del humor.
Estaban disfrutando tanto los dos que no pudieron resistirse a quedar para cenar después de pasar cada uno por su casa para asearse. La había convencido de que era un genial cocinero, y ella, no había podido evitar pedirle una demostración.

Desde el principio estaban abocados a lo que iba a suceder aquella noche. Habían conectado, simple y llanamente eso, eran el uno para el otro, sólo necesitaban encontrarse.

Acabaron esa noche durmiendo juntos extenuados de hacer el amor, escuchando su respiración acompasada y jadeante, abrazados, y deseando que no acabase aquella noche.

A la mañana siguiente los despertó el móvil de ella. La llamaban del trabajo, tenía que acudir a la oficina rápidamente. Antes de salir de casa lo besó y apuntó su número de teléfono para que la llamase de nuevo. Al cerrar la puerta lo último que pensó es si tardaría mucho en volver a verlo.


*****

Cuando llegó fue informada de por qué tenía que estar allí con tanta presteza. Tenía una nueva misión.

-Agente L, veo que esta noche no ha descansado demasiado. ¿Se encuentra bien?

-Sí señor. Dígame, ¿para qué me necesita?

-Tiene un nuevo objetivo, el gobierno no atraviesa su mejor momento y debe eliminar a los principales cabecillas de las revueltas que existentes. Va a tener trabajo las próximas semanas. Es lo malo de ser de lo mejor de esta agencia.

-No hay problema jefe. ¿Quién es el primero?

-Esta noche a las once esté en el parking posterior del centro comercial de la ciudad. Coja su coche de la oficina. Se le entregará un sobre con la foto del hombre que tiene que matar. Ahora váyase a descansar.

-Muy bien allí estaré.


*****


A la hora convenida estuvo lista y a punto, con el arma cargada dispuesta a cumplir su misión. Esperando en el coche a que llegara ese compañero que cada vez tenía un aspecto diferente.
Después de un rato en el que su único entretenimiento fue la radio que tenía puesta, golpearon el cristal. Abrió la ventanilla y un hombre calvo, de piel blanca, muy alto le entregó el sobre. Tenía el gesto muy serio.

Ella lo abrió y al sacar la foto se le heló la sangre. Poco a poco su gesto fue mudando al que más tarde pondría cuando disparase al chico con el que había estado el día anterior. Estaba estupefacta, maldecía su suerte. No podía creer que para una vez que conocía alguien hubiera que asesinarlo.

No tuvo mucho tiempo para pensarlo. Apareció entre las sombras silbando, con las manos en los bolsillos, tranquilo, caminando como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Salió del coche y se puso en frente de él con el semblante muy serio. En un principio, él no la había reconocido. Estaba oscuro y no había demasiadas farolas alumbrando. Se alegró de verla en un primer momento, pero rápidamente se dio cuenta de que algo no iba bien.

Antes de que pudiera decir nada ella lo apuntaba con la pistola. No dio crédito. Una mezcla de estupor y terror le recorrió la espalda.

-¿Me utilizaste? –Acertó a decir.

-Créeme que no.

Todo fue muy rápido, se oyó el disparo y él estaba en el suelo viendo cómo se alejaba. Jadeaba, estaba atenazado, apenas se podía mover.
Consiguió ponerse de pie de nuevo y comprobó que no estaba herido, la bala le había pasado cerca, pero no le había acertado. Rememoró la cara que había puesto justo antes de dispararlo y acto seguido salió corriendo tras ella.

Ella, ajena a la persecución que se acababa de iniciar, estaba tratando de aclarar por qué no había sido capaz. Había desviado la mano antes de apretar el gatillo, sí. Pero ¿por qué? Era conocida por su profesionalidad y su certeza a la hora de cumplir con su obligación.

En la agencia no se lo iban a tomar nada bien, no era momento para fallar, le habían dicho. Tenía que haber acabado el trabajo. ¿Qué iba a hacer ahora? Abrirían una investigación y antes o después descubrirían lo que había pasado. Estaba en peligro, no atenderían a razones.

Andaba absorta en estos pensamientos cuando sintió que la zancadilleaban por detrás. Cayó al suelo, pero se levantó rápidamente apuntando. Lo tenía allí mismo, tan cerca que el cañón de la pistola rozaba el pecho del chico. Casi podía notar el pulso acelerado de éste.

En un rápido movimiento le arrebató la pistola y la lanzó a unos metros de donde estaban. La agarró por los brazos y la trajo hacia sí. Sin darle tiempo a nada la besó. Ella apenas opuso resistencia, abandonándose, derritiéndose en sus brazos.

Eran dos unidos en un mismo ser, fantasmas en medio de la noche, sin tener un plan más allá de aquel momento. A partir de entonces no tendrían nada más que el uno al otro. Sin ser conscientes de ello, habían renunciado por completo a sus vidas, tendrían que escapar dejando todo de lado. A lo único que aspirarían desde ese momento sería a disfrutar de cada momento de vida que tuvieran, hasta que inevitablemente, antes o después, la muerte los viniera a visitar. Jóvenes o no, pero felices.

Wednesday, March 7, 2012

La Ciudad de la Estatua

Estoy sentado en la silla que mira a mi escritorio. Encima de él, un montón de papeles arrugados que irán a la basura. Dentro se hayan encerrados millones de intentos de sacar algo genial y fantástico, algo que diga que aún estoy vivo, que al menos mi mente sigue funcionando como hasta ahora, que aún soy aquel que tenía algo que aportar al mundo.

Apuro la copa de whisky y la dejo encima del escritorio. Cojo la cazadora y salgo a dar un paseo. “Esta ciudad es un congelador, terminará matándome”
Empiezo a caminar sin ningún tipo de dirección, al azar, como muchos de los viajes fantásticos que acaban en algo inesperado.
Mis pasos parecen guiarme al río. Camino tan absorto en mis pensamientos que no podré rememorar lo que medito nunca más.

No muy lejos de mí se ve la Seu Vella, imponente, reinando por encima de la ciudad, vigilante, al acecho de cualquier historia digna de ser contada. Y como no, me dirijo a ella desoyendo las recomendaciones de los nativos de no acercarse de noche.

Por el camino veo gente por la calle, borrachos y sin techo vagando como muertos vivientes por la ciudad en busca de la comprensión que el mundo les niega. Caminando por los rincones, recordando cómo cayeron en la desgracia de dormir sin techo con -7 ºC, maldiciendo la suerte que les deseó la desdicha de sufrir en la mayor de las indiferencias.

Prosigo mi camino hasta mi parada, la Seu. Desde allí se puede observar la ciudad de Lleida entera, de norte a sur y de este a oeste puedo contemplar una ciudad semicubierta por la niebla. ¡Oh que fantástico espectáculo! Un mosaico de casas iluminadas de forma difusa se extiende a mi alrededor, envolviéndome, aislándome del mundo. El puente levitando sobre el río allá al frente, Els Camps Elisis…

Y claro, esa misteriosa figura que me observa. Siempre lo ha hecho, ¿se dejará ver hoy? Giro la cabeza hacia ella, pero ya se ha movido, está en otra parte. ¿Dónde habrá ido? No entiendo qué le lleva a ir detrás de mi cada vez que salgo a pasear. Me produce cierta inquietud, pero no llega a ser una molestia ya me he acostumbrado.


Se escapan tus ideas en la tierra.
Surca el cielo tu esperanza fugaz.
El que no pertenece a este mundo,
privado de sentir se haya.


Noto un sudor frío recorriendo mi cuerpo. Me giro y ahí está, oculta por las sombras, la misteriosa figura que me sigue con ahínco. De pie, con una capucha. Avanza hacia mí. Me gustaría moverme, pero no puedo, tengo todo el cuerpo en tensión, cada fibra de mi cuerpo se encuentra paralizada.

Por fin se quita la capucha y me deja ver su rostro. Mis ojos quieren salirse de su sitio. No puede ser…
Un cuerpo humano que termina en una cabeza de león. Tiene una larga melena que le sale de la parte más alta, como si de pelo humano se tratase. Por detrás puedo detectar el movimiento de lo que debe ser su cola.

A pesar de lo imponente del ser que tenía delante, no podía dejar de maravillarme, era majestuoso, bello en cierta forma. Seguía quieto. Me encontraba en un doble estado de terror y admiración a la vez.

-¿Qué eres?

Por respuesta no obtuve más que una profunda mirada que penetró en lo más profundo de mi ser. Noto perfectamente como analiza cada centímetro de mi mente. Hasta mi subconsciente… Pensamientos, imágenes, fantasías que yo no conocía comienzan a fluir entre los dos cuerpos para terminar entrando dentro de él.

Gano ligereza. Mis pies siguen pegados al suelo, pero mi mente comienza a volar. Estoy en el paraíso, en un estado de liberación total donde la nada más absoluta me envuelve. Ahhhhhh que sensación más agradable.
No se cuanto tiempo llevo así, la verdad, pero tampoco me importa. Por fin soy libre, nada ocupa mi mente.

Espera. Estoy comenzando a ver algo, la imagen de mis padres y mi hermano se presenta ante mí. Me miran, y yo siento una calidez que jamás había sentido, como si el universo entero me estuviera abrazando ahora mismo, meciéndome, muy suavemente. “Por favor, haz que no acabe nunca esta sensación…”

Comienzan a desvanecerse ante mis propios ojos. Pero no me siento mal, la sensación de calidez desaparece, tampoco la recuerdo. Sólo sé que era muy placentera, sin embargo, rememorarla, volver a sentirla me es imposible.

Paulatinamente, aparece otra imagen, su pelo, sus ojos. “Oh, no. Ella no…”
Se acerca, despacio, muy despacio, apoya su cabeza sobre la mía sin que yo pueda moverme. Mis piernas muestran el primer indicio de flaqueza, creo que me voy a desvanecer. Me mantengo en el sitio, percibiendo su olor, noto su suave pelo posado sobre mi nariz.

Ella levanta la mano y me acaricia. “Esto es demasiado. No puede estar pasando”.
Noto lava hirviendo dentro de mi pecho. Apenas puedo describir la sensación, la fragilidad, la comodidad, una sensación de evasión completa. He perdido el contacto con la realidad por completo. “Sigue”
Y ella obediente, me mira a los ojos, sólo un instante, pero me transmite una ternura infinita. Vuelve a cerrarlos y posa muy suavemente sus labios sobre los míos. Me besa con delicadeza, los microsegundos en los que nuestros labios dejan de estar conectados noto una fuerza que me impulsa hacia ella, y vuelve a besarme…

No puedo más. El calor que sentía es ahora mucho mayor, ¿qué pasa? Todo parece explotar. Algo está saliendo de mí.
Lo siguiente que veo es al león con la boca completamente abierta, enorme, como un agujero negro abalanzándose sobre mí. Paralizado, incapaz de hacer de nada, me quede absorto mirando su boca, hasta que finalmente me absorbe.

Los rayos del sol calientan mi cara, aunque aún hace frío. Abro los ojos. Todo ha pasado ya. Estoy mirando la ciudad desde lo alto. No siento nada. No noto ninguna presencia a mi alrededor, parece que se ha ido ya.
Quiero volver a casa, pero no puedo estoy paralizado. No sé que pasa… Pero no me importa… Me-me-me estoy c-c-c-omo a-a-a-pa-gan…


*******


El día es soleado. La verdad es que es un lujazo tener un día de primavera así para poder pasear con mi hija. Hoy la voy a llevar a la Seu, la catedral que tanto orgullo me produce. Tantos siglos de historia, tanto que contar sobre ella…

-Mira hija, que catedral más grande.

-¡Ala papá que chuli! ¿Y esa estatua quién es?

-¿Cómo que esa estatua? Nerea, cariño, aquí no hay ninguna estatua.

La niña, miró a su padre y a la estatua repetidas veces, como para cercionarse de que su padre no le estaba tomando el pelo.
Al ver que su padre la miraba algo asustado, se soltó de su mano, y se acercó a la estatua. ¿Cómo podía ser que no la viera su padre?

En ese instante notó por primera vez en su vida que la observaban. Tenía cinco años, pero era muy lista y sabía que algo había. Miró en todas direcciones, pero sólo vio a su padre que la seguía desde la distancia perplejo, y la estatua.

La acarició muy suavemente, y al hacerlo, notó algo raro, como si le fuera similar el tacto de aquel hombre mirando al tendido. Se separó un poco y fue cuando pudo ver una inscripción en el suelo.

Se escapan tus ideas en la tierra.
Surca el cielo tu esperanza fugaz.
El que no pertenece a este mundo,
privado de sentir se haya.

Volvió a notar una mirada penetrándola. Pero ya no le dio importancia.
Tuvo la extraña sensación de que pertenecía a aquel lugar y que no debía marchar nunca.

Se dio la vuelta, sonrió a su padre (atónito ante lo que estaba sucediendo), y le dijo:

-Papá creo que quiero ser escritora.

El padre, más tranquilo, le respondió a su hija que le parecía estupendo. La cogió y la subió a sus hombros para proseguir la visita.
Mientras se alejaba, la niña seguía mirando la estatua fijamente.
“Te prometo que volveré.”

Monday, February 6, 2012

El taxista

Nieva una noche más. Y ya son tres seguidas. Aaaaayyyy… ¡Qué vida esta! Llevo treinta años trabajando como taxista y en mi vida había visto nevar, y ahora que estoy en mi última semana antes de jubilarme, no para de hacerlo. ¿Será que se despiden de mí?

Es curioso. Cuando dedicas toda una vida a una misma profesión acabas añorándola. También puede ser que me esté haciendo viejo y cualquier cosa pasada me parezca mejor.

Pero, ¿por qué empecé con esto? Seguro que más de uno no puede ver el placer de noches interminables al volante, con la radio como única compañera, cogiendo a extraños y llevándoles al trabajo o a sus casas donde podrán descansar con sus familias.

Verán ustedes, les voy a contar una historia. Espero que entiendan la magia que ella encierra pues he consagrado mi vida a mi profesión, y ésta a lo único que mantiene vivo este caos que hoy llamamos mundo, a esta historia que otros llamarían amor.

Cuando empecé yo tenía 20 años, corría el año 67, supongo que no necesitan antecedentes políticos y sociales sobre la época. Las cosas estaban delicadillas a pesar de que poco tenía que ver con lo que habían vivido mis padres.
Y es así como entré en el mundo, mi padre era uno de los primeros taxistas que hubo en este país, cuando aún no existía ni el gremio. Él murió. Así que para salir adelante un servidor sin estudios, ni ganas de tenerlos, adquirió el negocio y se echó al ruedo.

Tengo tantas y tantas anécdotas que podría contar… Pero vamos a la que nos ocupa, y que hizo que me enamorase de este trabajo. Era el año 83, concretamente nos situamos en las navidades de ese año. Se respiraba cambio en el país y algo de jovialidad y felicidad. Por fin éramos “libres”.

Eran las diez de la noche cuando cojo a un chavalín de veinti tantos años que me pide que le lleve a la calle de la Morería.
Yo, que ya tenía unos años de profesión, intenté ganarme una propinilla extra.

-¡Qué amigo!, ¿de fiesta con los amigos? –Sabía positivamente que no era así.–

-No exactamente.

¡Pobre! –Pensé para mí. No podía parar quieto en el sitio.–

-Aaaaaaamigo. Usted lo que tiene es una cita.

-Me ha pillado usted. Que pasa, ¿se me nota mucho?

-¡No hombre, no! Es que llevo ya unos cuantos años en esto y uno se empieza a percatar de cosas que para otros son inapreciables.

Lo dejé pasar un rato en silencio, antes de volver a la carga. Tampoco quería agobiarle.

-Oiga usted, perdone que le vuelva a molestar. Y… ¿es guapa?

-No se lo imagina usted, siempre lo fue, desde pequeñita.

-¡Pues sí que lleva usted tiempo colado!

-Bueno, todos tenemos un amor platónico, ¿no?

-Sí, eso es cierto… En fin amigo, ya hemos llegado, le dejo por aquí mucha suerte y que le vaya bien.

-Muchas gracias. Tome, quédese con el cambio, me ha hecho pasar un buen rato.


Y así dejé al chico en la calle, con ese brillo en la mirada que da el amor. Indefenso ante la vida que aún tenía tanto que enseñarle. Vi cómo entraba en un restaurante de la calle que bajaba, y seguí mi camino.
¡Juventud, divino tesoro! Todos creemos que podríamos hacer un libro con las historias que nos suceden. Alguno bueno saldría.

En fin, unas horas más tarde pasaba yo por la calle Mayor, a la altura de la plaza de la Villa, cuando me para una chiquilla.
Me dio una dirección y partí. Cuando llegamos a Sol paramos en un semáforo, y miré por el retrovisor a mi pasajera.
Una chica con el pelo liso largo, morena. Unos ojos como dos lunas llenas, de color castaño, pero empañados en lágrimas.
Me sentí fatal, ¡pobre chica!

-Oiga usted, que sepa que es pecado que una chica tan joven y tan bella llore de esta manera. Le desluce esos ojos que tiene usted.

La chica no pudo evitar que se le escapara una sonrisa. (¡Y qué sonrisa, podría iluminar el día más negro).

-Es usted muy amable. Pero está bien, no pasa nada, no se preocupe.

-Mire usted que la vida dura muy poco y no merece la pena sufrirla. Y menos por un chico, mujer.

-Es usted muy listo…

-No mujer, son las canas que me empiezan a aparecer. ¡De algo tenían que servir!
¿Qué hizo ese chico, la abandonó?

-No, directamente no me quiso nunca.

-Perdone que se lo diga, pero es complicado creer algo así.

Volvió a sonreír. Me sentía bien consolando a la pobre chica.

-Pues él lleva muchos años. Y cuando parecía que se había decidido, resulta que no… Que triste… Yo esperando y ahora… Míreme, llorando como una cría.

-Señorita, si algún día la humanidad deja de llorar por estas cosas, es que vamos muy mal. No se preocupe usted, que ya verá cómo esto le vendrá bien, adquirirá usted madurez para cuando venga el bueno.

- No sé yo qué decirle.

El semáforo se puso verde y volví a arrancar el taxi.

-Oiga mire, le tengo que pedir un favor, ¿me lo concederá?

-Bueno… ¿De qué se trata? –Dijo la chica un poco reticente.–

-Verá, mi hijo salía hoy de fiesta a casa de unos amigos cerca de donde me cogió usted, y le tengo que ir a recoger. Se hace un poco tarde y debería ir a por él. ¿Le importa que de la vuelta? No tenía pensado cobrarle el viaje, y luego la dejaré en casa, prometido.

-Mmmmm. Bueno vale…

-Muchas gracias.

Así pues, di media vuelta y me dirigí hacia las Vistillas, dejé aparcado el coche en un lado de la calle.

-Espere aquí un momento. No cierro por si usted no se fía y se quiere escapar.
–Bromeé.–

Y sin más saqué las llaves del coche y salí.
Crucé la calle Bailén por el medio, como era casi media noche apenas había coches que pasaran por allí. Bajé por la primera calle y allí le encontré, sentado en el bordillo de la calle, mirando al tendido.

-Venga vamos, que te llevo. Tengo el taxi allí aparcado. Además te voy a presentar a una amiga que acabo de conocer.

-P-p-ero…

-No hay más que decir, ¡venga! –Corté sin dejarle acabar.–

Se levantó y me siguió calle arriba hasta el taxi. Cuando nos acercábamos, la chica salió del coche con la boca abierta.

-¡¿Pero qué?! –Acertó a decir.

El chico se paró de súbito al darse cuenta de quién era. Lo cogí por el brazo y tiré de él. Antes de soltarle, le dije en bajito. “A ver si cumple usted ahora, que me ha hecho perder dinero”. Y lo empujé lo justo para que llegara donde estaba la chica.
Y se quedó allí parado, sin hacer ni decir nada. “No me lo puedo creer, será paleto”
–Pensé yo.–

-¿Qué haces con el taxista? –Acertó a decir la chica.– ¿Me lo…?

No pudo terminar, el chico que había dejado unas horas antes allí mismo, por fin había reaccionado: la besó. Pero lo hizo con mucho cuidado, venerándola, tocándole la cara, como si se tratase de una figura de porcelana. Temeroso de romperla.
Ella cerró los ojos, lo rodeó con sus brazos y se dejó llevar, y a partir de ahí yo y todo el mundo a su alrededor dejamos de existir.

Después de un rato abrazados parecieron volver a la realidad y miraron a un lado y a otro de la calle buscándome. Yo me había apartado a la acera de enfrente para fumarme un cigarro y dejarles intimidad.
Cuando se dieron cuenta de donde estaba me hicieron una seña para que me acercase. Me levanté y mientras me acercaba les dije mirándolos.

-Bueno señorita, ahora sí que la puedo llevar a su casa como la prometí.

Los dos rieron. Subí al coche seguido de ellos y les conduje en silencio a la dirección que me había dicho antes la chica. Cuando llegamos ésta bajó. El chico paró un momento antes de seguirla.

-¿Cuánto le debo?

-Mucho. Al viaje sin embargo, invito yo. Sería un crimen cobrarles hoy.

-Gracias amigo.

-Para eso estamos. Soy taxista, ¡al servicio de la ciudadanía!

El chico rió y bajó del taxi. Yo seguí mi camino sintiéndome muy bien conmigo mismo, y con un único pensamiento en la cabeza: “Soy taxista”.

Thursday, September 22, 2011

Nana de olvido

¿Cómo eras?, que ya no te recuerdo. No veo más que una triste figura, al mirarte no me llegan imágenes de ti. Sólo tengo una sensación, una efímera certeza de que no eras lo que veo.

Recuerdo… recuerdo una sonrisa, ¡sí eso, una sonrisa! Y-y-y-y… ¿Que más? A ver, a ver…
¡Ah sí! Alguna frase tuya, coletillas que usabas. ¡Sí, ya lo tengo!

Nos gustaba jugar, correr. Reíamos sin parar, todo el rato, no había momento en que no lo hiciéramos, ¿por qué no íbamos a hacerlo, no? Teníamos tantos motivos para ello.

Nos encantaba mirarnos, también lo hacíamos mucho, y nos acariciábamos… Salíamos de paseo o a la compra sin ningún tipo de pereza, porque estábamos bien. Sin duda fueron grandes momentos. Eras graciosa, inteligente, con un punto canalla que se reflejaba en tu pícara mirada.

Apenas sabíamos nada el uno del otro, y sin embargo, nos conocíamos. Bastante bien además. Adivinábamos que pasaba por la cabeza del otro casi sin quererlo, y compartimos secretos extraños, aunque nos callamos alguno.

Conocíamos los riesgos, y los problemas que traería. Y fue ante éstos que empezamos a ser tú y yo. No hubo más nosotros. ¿Qué fue lo que pasó?

Poco importa ya. Me quedan bonitos… bonitos… ¿Qué era?
Te vuelvo a mirar y se me olvida todo, no te conozco. ¿Qué fue lo que vivimos? Tengo la sensación de que fue importante. Al menos en su momento, sí. Pero… ¿qué?

Ya no sé. Mis recuerdos yacen lóbregos y taciturnos. Busco en tus ojos mi memoria, pero sólo encuentro una triste barca en la que me hallo, navegando a la deriva en un frío y oscuro mar. Apenas me muevo, o si lo hago, es a ninguna parte. No encuentro tierra firme. Nada queda.

Saturday, September 10, 2011

Vivan, sientan, vivan.

No somos lo que parecemos, no lo somos. Detrás de cada gesto que realizamos, puede esconderse una segunda intención. Puede ser un anhelo, una esperanza, la esperanza de que eso que hacemos, de pie a un cambio importante en nuestra vida.

Hay conversaciones que cambian el modo en que vivimos, palabras, que deciden el destino de todo un pueblo, y que sin embargo, carecen de sentido. Pero hay otras que valen, valen mucho más allá de lo que una negociación pueda valer, un único: “Tranquila todo irá bien” consigue apaciguarte en un momento dado, o un: “Eh, tio, ¿estás bien?” sirve para que mejores.

Y aún siendo esto cierto, no hay nada como un gesto. Cualquiera vale, una leve inclinación de cabeza, fruncir el ceño, o lo que más nos gusta, una mirada. Ese momento íntimo aunque estés rodeado de gente, en el que los ojos de otra persona se cruzan con los tuyos y hay una comunicación instantánea, un gota en el tiempo en la que vives una emoción. No serás capaz de traducirlo a palabras. Porque no se puede, la estás sintiendo, y eso… eso ni el mejor poeta puede plasmarlo. La sensación…

Después le contarás a alguien como fue ese momento y ella te entenderá, pero no porque le hayas explicado bien cómo fue o qué sentiste, sino porque lo habrá vivido. Rememorará un instante similar con una persona que es especial sólo por el hecho de haber sido parte de un algo que sólo ellos entienden.

No sé a dónde pretendo llegar con esta reflexión, no sé si es tal siquiera, puede que sea la nostalgia de esos momentos. Pero sí tengo una idea aproximada de lo que quiero, intento que sea un regalo, que saquen de aquí una sonrisa al pensar: “Sí, sé de lo que habla. Era verano, en el parque de al lado de casa con…” o quizás sea: “Yo tengo el mío con… No sé cómo todos éstos no se dieron cuenta, si estábamos ahí mismo, delante de ellos…”

Ojalá consiga mi objetivo pero si no es así, al menos podré decir que lo he intentado. Les invito con todas mis fuerzas a que sientan, sientan mucho de todo, pero a poder ser, sientan acompañados, atesoren momentos como el que les he descrito cuantos más mejor. Significará que están vivos, no se puede pedir más.