Hoy era un día feliz para Elliot por fin, hacía tiempo que no le mandaban un encargo, debía de ser una de las pocas personas que de verdad disfrutaba con su trabajo, y sin embargo, cada vez tenía menos.
Aquella mañana se levantó para hacer un ensayo, le gustaba hacerlo, se obligaba a sí mismo a mantener los pies en el suelo, a no confiarse, saber como moverse mejor por la ciudad, etc… Aunque él no se engañaba, lo hacía en cierta parte porque le gustaba, no, miento, amaba pasear, no había nada que le gustase más que salir y dar una vuelta.
Y en esa misma semana tendría la oportunidad de hacerlo como parte de su trabajo, ¿qué más podía pedir?
Se fue a una oficina céntrica de la ciudad, así recorrería la zona que tendría que seguir al día siguiente. Esperó un rato con sus cascos puestos, solía escuchar dos canciones diferentes, una para el entrenamiento, y otra para el trabajo de verdad. La del entrenamiento era “Have I told you lately” de Van Morrison, tenía esa calma que necesitaba (tampoco quería emocionarse el día antes) pero a la vez esa intensidad y sentimiento que son necesarios para meterte en tu mundo… ¡encontraba inspiración, vaya!
La segunda era una canción un poco más movida, por decirlo de alguna manera: “You’re gonna go far” de Offspring, porque tenía energía hacía que si estaba un poco adormilado se pusiera las pilas y si no lo estaba, mejoraba su autoconfianza, sus ganas de empezar.
Cuando acababan estas canciones, comenzaba. En el caso de hoy, que era un ensayo, escogía una persona al azar. Le gustaba esperar un poco a ver si veía una persona interesante.
Para aquellos que crean que viendo caminar por delante de ti a un persona, sin nada más, sin hablar dos frases siquiera, no se puede saber si es especial o no, Elliot lo tiene claro. Cuando se lo pregunté me lo explicó muy bien y tiene un buen argumento para contrarrestar a todos los que no lo creen: “Cuando vosotros veis a un grupo de personas que dan muchos gritos, vestidos de negro, con la cabeza rapada, alguno con cresta, etc, etc… ¿Qué hacéis, seguís en la misma acera o cruzáis?”
La gente normalmente se calla al instante al escuchar esto, incluido yo, y aunque hay alguno que niega la evidencia, por lo general, no. Entonces ees cuando él saca toda su lógica: “Pues lo mismo me pasa a mí con esto, escojo una persona sin saber si de verdad es especial, sólo que con una diferencia, vosotros estáis pensando mal y yo bien”.
Y así lo hacía, tampoco había muchas opciones de saber si de verdad eran o no especiales, para el tiempo que iba a estar con ellos, mejor casi no saberlo.
Pero volvamos a lo que nos interesa, ¿a quién cogería hoy? Se quedó un momento pensativo, tampoco quería hacer de esto un drama, ni que estuviera trabajando de verdad. Sin embargo, hacía tanto que no estaba en acción que no podía dejarlo sin más, a un cualquiera.
Pasó un rato, no tenía claro a quién coger, ¿hombre o mujer? Hombre, mañana tenía que investigar a una mujer… Pues ya está, una mujer. Bien, ya tenía el sexo pero ¿cuál? Vio varias chicas pasando por delante… no se decidía.
Por fin la vio, una chica normal, ¿guapa? Sí, pero vamos, que tampoco era nada del otro mundo. Castaña, ojos marrones, normalita vamos. ¿Qué le llamó la atención? La persona con la que hablaba por el móvil consiguió sacarla una sonrisa. Y eso fue bastante para Elliot.
Adelante, pues, empezó a seguirla. Puso una lista de reproducción en la que había una mezcla de todo, Beatles, Antonio Vega, Ketama, Zaz… Esta lista había ido siendo mejorada, poco a poco, con cada trabajo que había tenido que hacer.
Siguió a la chica por diferentes calles, el trayecto no estaba siendo precisamente bonito, y se estaba empezando a cansar.
Cosas de la vida, en un momento de despiste, se chocó con alguien, cuando levantó la cabeza para pedir perdón, se encontró con lo que jamás pensó que se encontraría, los ojos de la chica que estaba siguiendo.
-¿Que pasa, que no me vas a pedir perdón?
-Sí, sí, perdona. Lo siento, no me he dado cuenta de que estabas ahí. –Dijo algo confuso Elliot.
-¿Y ya?
-¿Ein?
-Normalmente no acostumbro a que me sigan, no sé cómo lo verás.
Elliot en este momento se quedó completamente a cuadros. Esto sí que no se lo esperaba.
-Eh- eh. No sé qué dices.
-Ella se rió. Bueno, al menos sé que no me quieres hacer nada malo, tenía una corazonada tienes cara de inocente. Me llamo Maite, ¿y tú?
-Elliot.
-Anda, mira qué bien, como el de la peli. Bueno mira, te perdono, invítame a una caña y lo solucionamos.
Elliot que en ocasiones normales ya habría salido corriendo, se encontraba tan sumamente desubicado, y perdido, que aceptó.
Como podéis imaginar, lo que iba a ser una caña, se convirtió en cena y la cena en un paseo a casa de Maite.
-Bueno Elliot, me lo he pasado muy bien, tienes mi número de teléfono. Espero tu llamada.
-No prometo nada. Sólo digo que intentaré llamarte.
Y con esta broma acabó uno de los encuentros más raros que había tenido en su vida.
Corrió a casa y se metió en la cama rápidamente, quería estar despejado para el día siguiente. A primera hora tendría que coger el sobre con la persona que sería su presa.
-Pffff lo peor de mi trabajo. –Pensó.
Comprobó que la pistola tenía puesto el seguro y la dejó sobre la mesilla de noche.
“Buenos días Madrid, son las siete de las mañana y hace un precioso día. Hoy os recomendamos un paseo por nuestro gran parque del Retiro.
Os dejamos ahora con Lucha de Gigantes del gran Antonio Vega, que siempre quedará aquí”
-¡Qué remedio! –Pensó Elliot.
Estaba terminando de afeitarse, ya había desayunado, se había duchado y tenía la pistola ya bien enfundada. Cuando hubo acabado se lavó la cara y salió de casa.
Cogió el coche, no sabía si su víctima iría andando o no.
Llegó al Retiro, a la parte que daba a la Puerta de Alcalá, allá esperó hasta que un hombre con una cazadora de cuero llegó con un sobre en la mano, se lo dio y se fue sin mediar palabra.
Elliot no perdió ni un instante, se metió en el coche y salió hacia su destino, venía puesto en el remitente. Era una manía de Elliot, le gustaba ir poco a poco, lo primero era llegar y luego ya conocería la persona con la que compartiría el día.
Esta vez había tenido suerte, le había tocado en la Castellana, cerca de la zona donde había conocido a Maite.
En este momento Elliot se quedó helado. “¿Y si nos encontramos? No podré cumplir mi misión. ¿Y si ve que sigo personas? ¿Qué pensará? No querrá volverme a ver nunca más… ¡Ay qué mal!
Bueno, tranquilo, no tiene por qué pasar nada.”
Llegó a su destino y aparcó en el parking del Corte Inglés de Raimundo Fernández Villaverde. Salió con el sobre en la mano y se colocó en un cristal apoyado para abrir el sobre con calma.
Sacó el informe para ver leer un poco el historial, lo ojeó sin mucho interés con la dirección y la cara le valía. El resto iba sólo.
Pasó las hojas y cogió la foto, la miró por encima y vio una mujer con un jersey amarillo de cuello alto y unas gafas. Se la veía un poco de lejos.
“Pues parece buena gente, no lo entiendo”
Apartó la mirada y comenzó a mirar a la puerta de la torre del BBVA a ver si salía.
Después de cinco o diez minutos, comenzó a aburrirse (no estaba acostumbrado a trabajar), volvió a mirar la foto...
“¿Qué estará haciendo Maite en estos momentos? Es curioso, un solo día y ya creo que va a ser la chica ideal para mí. Cada día estoy peor…”
¡CHIIIIIUUUNNN ZAS! Más o menos así me describió Elliot que sonó en su cabeza el proceso por el cual se dio cuenta de que la mujer de la foto, no era ni más ni menos que su querida Maite.
-No puede ser… Maite.
Empezó a no encontrarse bien, tampoco era tan malo lo que tenía que hacer, pero… ¿Es que no había más mujeres en toda la ciudad?
-Oye. –Dijo una voz.
Elliot sólo pudo mascullar un “¿Eh?” apenas perceptible.
-¿Te encuentras bien? Que sepas que tengo fotos en las que salgo mejor.
Elliot en este momento dejó de respirar, se le abrieron los ojos de par en par. Poco a poco fue levantando la mirada como si así la realidad fuera a cambiar, como si ese proceso de retroversión pudiera cambiar ese pelo, esa boca, la nariz, los ojos…
Cuando terminó de levantar la cabeza la vio claramente: Maite.
Elliot abrió los ojos en un casa que estaba decorada de forma muy peculiar, era de un estilo… como decirlo... la palabra que mejor lo define es “hippy”. No es muy correcto, ni literario, pero… no se me ocurre nada mejor.
Al poco de estar allí tumbado apareció Maite con una infusión que le dio a beber.
Elliot se incorporó y observó la casa, estaba muy tranquilo hasta que se dio cuenta de que no debía estar allí.
Giró rápido la cabeza hacia Maite.
-Holaaaa, ¡¿qué?! Vaya susto, ¿eh?
-Si, si. P-p-p-pero… eeeeehhh… te-te-te-te-te puedo explicar… eeeehhhh.
-Creo que no hará falta.
Elliot se sobresaltó, no sabía que hubiera más personas en el piso. Pero mucho más le extrañó (hasta el punto que se atragantó) ver a su cliente en la casa.
-¡¿Pero qué narices es esto?! –Exclamó Elliot.
-Que sepas que me debes el dinero que te adelanté. Te han descubierto incluso antes de que comenzases la misión.
-Eres muy malo. –Comentó Maite–. No entiendo por qué tienes tanta fama.
-Mi hermana tiene razón.
-¿Cómo que hermana? ¿Es tu hermana?
-Que poca profesionalidad, ni siquiera te leíste el informe.
-¡Sí que lo hice! Pero siempre me piden investigar a un “amigo”, a una “hermana” o a la “mujer de un amigo”. Cosas así. Siempre mentís.
-Pues mira, esta vez no. –Dijeron al unísono los hermanos.
-Pero... No entiendo nada.
Los hermanos se echaron una mirada de complicidad y procedieron a explicarle todo. Ambos pertenecían a un familia adinerada que se podía permitir gastar el dinero en tonterías. En este caso, el hermano quería averiguar qué le regalaría Maite a su madre por su cumpleaños.
Sí, sí, como lo oís. Maite era una persona muy detallista y siempre le hacía quedar mal, y esta vez su hermano quería ganarle. Así que, ¿por qué no contratar a uno de los mejores detectives de la ciudad para averiguarlo?
Dio con Elliot y le contrató, esa era la historia.
-Decidme que me estáis vacilando.
-Me temo que no. –Dijo Maite.
-Así es, mi buen amigo. Bueno, después de este desternillante momento, yo me voy y os dejo que os tendréis que poner al día. Ha sido un placer Elliot. Hermanita…
El cliente de Elliot desapareció y cuando se hubo cerrado la puerta de la calle se hizo el silencio.
Elliot se sentía tremendamente avergonzado, y Maite, divertida, observaba la escena.
Después de lo que a Elliot le parecieron horas, por fin se decidió a hablar.
-Jamás lo habría dicho.
-Bueno, nadie lo esperaría. ¡Que graciosa es la vida!
-Cuando quiere. Por lo que yo se, no suele… Vaya sorpresa que me llevo hoy a la cama.
-La vida no es como la teorizamos, Elliot. Es como es. Hoy sales de casa con ganas de trabajar y se te chafan los planes.
-Bueno, aún se puede arreglar el día.
-¿Si? ¿Seguro?
-Según lo que quiera la vida.
-¡Mira el tímido qué gracioso!
-No sé de qué me hablas. –Dijo riendo Elliot.
-Sabes lo que quieres.
-Sé lo que quiero, una lástima que quiera lo que no sé
1 comments:
Un relato increible. Y lo que me he reído! Lástima que haya tardado meses en leerlo!
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