Hoy ha sido un
día largo, qué duda cabe. Estoy cansado. Han sido muchas emociones fuertes
contenidas, estrés por la preocupación de que todo salga bien.
A esta edad ya
abundan las canas en mi corazón; sabía que no era un acto más, que aquello que
hoy hacíamos podía servir para que sacásemos todo lo guardado durante meses,
para que los familiares y amigos más allegados encontrasen en el cariño un
refugio en el que arroparse y estar a gusto. Y joder, qué bien sienta que así
haya sido.
Mi lucha
particular con la muerte comenzó hace poco y mucho tiempo: 4 años. Y ya me es
familiar. Me he acostumbrado a ese vacío que sientes cuando estás delante de
alguien que sabes inconsolable intentando animarlo, a las palabras llenas de
amor y energía para impulsar a la persona que las recibe, pero no sólo eso, si
no que sé lo que es recibirlas. Estoy bastante convencido de que a posteriori sirven
de algo, aunque no reemplacen ni anestesien. Son motivos para seguir adelante.
También como
estudiante de medicina he convivido con la muerte. Siempre recordaré el primer
hombre que murió portando yo la bata y el fonendo. Recuerdo lo absurdo
de esto de perecer. “Si apenas hay diferencia, su cuerpo está igual. ¿Qué ha
cambiado?” –Pensé–.
Guardo para mí
la valentía de una paciente que tuvimos a la hora de afrontar su cáncer mortal
a corto plazo, el buen humor, esa vida fulgurante en sus ojos que casi
deslumbraba a los que aquel día teníamos ese mismo brillo apagado.
Lo escribí una
vez y creo que es cierto, no hay existencia corta sino existencia sin
vida.
Muerte, esa
palabra que intentamos evitar a toda costa y que para regocijo de los irónicos
es la única certeza en la vida (aunque a mí aún no me han demostrado que sea
mortal, pero bueno, haremos el acto de fe).
Hoy me comentaba
uno de los familiares: “Creo firmemente que las personas no mueren hasta que la
última persona que los recuerda se va.”
Yo también lo
creo.
Catarsis. Cómo
una palabra puede sintetizar tan bien un torrente de emociones y sentimientos
tan inmenso.
Chicos, ha sido
maravilloso conocer detalles que hasta ahora ignoraba de vosotros, cómo
reaccionasteis ante la noticia de que habíais entrado en medicina y la
celebración anual que hacíais, imaginar perfectamente a Laura con la bata
puesta bromeando: “Mamá, ¿a que estoy guapa eh?”, revivir las imitaciones de
David… Pero sobre todo, lo que os queríais y apoyabais. No sería perfecto, nada
lo es. Pero qué inspirador es pensar en vosotros dos juntos. La complicidad con
la que os mirabais enternecería al más duro.
Es posible que
no vuelva a escribiros, no lo sé. Pero sé a ciencia cierta que jamás os voy a
olvidar, ninguno de nosotros lo haremos. En cada paso importante que dé en mi
carrera os recordaré. Como se ha dicho hoy, cada vez que entre en la habitación
de un paciente lo estaréis haciendo vosotros también, cada examen, cada clase
en la que no os vea en primera fila esperando, cada vez que empiece unas
prácticas y no estéis para paliar los nervios, cada vez que vaya a secretaría a
hacer una gestión… estaréis conmigo.
Hemos plantado
un árbol, el árbol del amor, para teneros cerca de la facultad. Ahora caerán,
pero en primavera saldrán unas hojas preciosas acompañadas de flores rosas que
darán color al jardín que tenemos.
Ahí será donde haga la relajación en aquellos exámenes que tenga que estudiar toda la noche en la sala.
Ahí será donde haga la relajación en aquellos exámenes que tenga que estudiar toda la noche en la sala.
Os voy a echar de menos. “Vuestras sonrisas están en nuestros corazones”.
*****
“Les voy a hacer notar algo, puede ser
que no lo supieran, pero se lo voy a hacer aprender yo ahora. No existe ninguna
palabra en castellano, ni en ninguna lengua europea, para describir la muerte
de un hijo o un hermano. Al que pierde al cónyuge lo llamamos viudo, al que
pierde a uno de sus padres, huérfano. Pero no existe ninguna palabra para
describir el dolor de perder a un hijo o un hermano. Y es este innombrable lo
que hoy venimos a paliar.”