Yo me enamoré en
ese preciso instante. Habíamos quedado para hablar sin más, andaba algo
agobiada de tiempo, pero me había hecho un hueco; no solía hacerlo. Estaba
triste, había tocado algo profundo que le hacía daño. Tenía la mirada perdida
hacia abajo, habían pasado unos segundos sin que ninguno dijera nada (yo estaba
acostumbrado a dejar hablar a la gente, no quería interrumpir sus pensamientos)
y fue entonces cuando pasó, levantó su melancólica mirada algo húmeda por las
lágrimas que intentaba disimular y la clavó en mí al tiempo que sacaba una
sonrisa que heló mi corazón. Era preciosa, su cara brillaba como jamás hubiera
podido imaginar que una persona podía hacerlo. Tierna, me sostuvo un rato la
mirada como estudiándome y entonces simplemente susurró: “vámonos”…
Aún hoy se me
cierra el estómago y una culebra recorre mi espalda al pensar en aquella
escena.
*****
Yo la conocí de
casualidad, sin planearlo. Nos habíamos cruzado un sinfín de veces, pero jamás
había reparado en ella, apenas sabía de su existencia, ni siquiera me sonaba la
cara. Así era su personalidad, modesta, algo esquiva, como con miedo de llamar
la atención en un mundo donde había demasiadas personas que la reclamaban y
para ella no era más que un estorbo. Demasiado tiempo perdí, si la hubiera
conocido antes…
Estaba paseando
como de costumbre absorto en mis pensamientos, esperaba una noticia que podía
cambiar el curso de vida y no sabía cómo perder el tiempo hasta que sonase el
teléfono avisándome de que tenía un correo. Miraba aquí y allá hasta que me
detuve en ella… Me acerqué un poco, no demasiado, no quería problemas. Y me
fijé en los detalles de su tez dibujada con mimo, la comisura de su boca
precisa y perfecta albergando esos finos labios que apenas se despegaban para
dejar entrever unos dientes blancos y luminiscentes que contrastaban con el
color tostado de su piel. ¡Aahhh su piel, quién pudiera acariciarla! Sus ojos
negros y profundos eran lo único inquietante en una belleza casi divina,
albergaba algo oscuro que no supe descifrar hasta que ella me lo contó (exacto,
la noche que os relataba anteriormente).
Bip-bip. Ni
siquiera lo miré, me daba igual. ¿Qué importaba ya el futuro si allí estaba el
resto de mi vida?
Me quedé
maravillado, un amor a primera vista. “¿Es que existe otro tipo de amor?” diría
Ismael Serrano.
Los siguientes
días no paraba de pensar en ella, iba a
verla a escondidas, sin que ella lo supiera. Mi vida finalmente había cambiado,
y lo que yo pensaba que sería alegría y gozo se convirtió en angustia y pena.
¿Cómo podía dejar el país sin llevarla conmigo? Me estaba volviendo loco, y ni
siquiera sabía su nombre porque no me había acercado.
Un día tal como
hoy, normal aparentemente, decidí que no podía seguir así, tenía que conocerla.
Llegué al lugar donde siempre la encontraba, respiré bien profundo y me digné a
acercarme…
La mejor
sensación de mi vida, el mayor acierto.
Me recibió
callada como era ella, yo le pregunté su nombre: Adèle.
Le dije que
encantado, y apenas un hilo de voz musitó el mío. Me pareció atisbar una leve
sonrisa pero no estoy seguro. Nos quedamos callados mirando al infinito. No fue
una gran primera cita, pero es que estaba tan ensimismado absorbiendo hasta el
último detalle de aquella maravilla…
Fueron pasando
los días y me supe perdido al poco tiempo, cuando abandoné mi idea de dejar el
país. Quería robarla y llevarla conmigo, pero era una locura. ¡Qué diría la
gente! Pero claro, es que ellos no lo entendían.
Seguí yendo a
verla, después de un tiempo no me costaba acercarme y poco a poco fuimos
hablando, me contaba ambiciones, sueños y utopías que quería probar y vivir. La
vida apenas le había dado la oportunidad de moverse y no podía sentir, estaba
completamente fría. Yo la animaba y hacía reír. Supongo que algo debía
aportarla porque cada vez me sonreía más cuando iba de visita.
Así un día tras
otro, hasta ese preciso día que comentaba al principio. ¿Sabéis? Es curioso,
justo cuando menos te lo esper…
–¿Señor?
Disculpe señor.
Una mujer de mediana edad con uniforme
impecablemente planchado es la que interrumpe la historia de mi Adèle.
–¿Sí?
–Verá, no quería
molestarlo, pero es que no puedo evitar preguntarme qué lleva a un hombre a
venir prácticamente cada día y estar durante horas mirando absorto un cuadro.
Además Adèle, que apenas tiene importancia dentro de la colección del museo y
pictóricamente no es gran cosa. ¿Qué es lo que le pasa?
FIN