Friday, April 25, 2014

Adèle


Yo me enamoré en ese preciso instante. Habíamos quedado para hablar sin más, andaba algo agobiada de tiempo, pero me había hecho un hueco; no solía hacerlo. Estaba triste, había tocado algo profundo que le hacía daño. Tenía la mirada perdida hacia abajo, habían pasado unos segundos sin que ninguno dijera nada (yo estaba acostumbrado a dejar hablar a la gente, no quería interrumpir sus pensamientos) y fue entonces cuando pasó, levantó su melancólica mirada algo húmeda por las lágrimas que intentaba disimular y la clavó en mí al tiempo que sacaba una sonrisa que heló mi corazón. Era preciosa, su cara brillaba como jamás hubiera podido imaginar que una persona podía hacerlo. Tierna, me sostuvo un rato la mirada como estudiándome y entonces simplemente susurró: “vámonos”…
Aún hoy se me cierra el estómago y una culebra recorre mi espalda al pensar en aquella escena.

*****

Yo la conocí de casualidad, sin planearlo. Nos habíamos cruzado un sinfín de veces, pero jamás había reparado en ella, apenas sabía de su existencia, ni siquiera me sonaba la cara. Así era su personalidad, modesta, algo esquiva, como con miedo de llamar la atención en un mundo donde había demasiadas personas que la reclamaban y para ella no era más que un estorbo. Demasiado tiempo perdí, si la hubiera conocido antes…
Estaba paseando como de costumbre absorto en mis pensamientos, esperaba una noticia que podía cambiar el curso de vida y no sabía cómo perder el tiempo hasta que sonase el teléfono avisándome de que tenía un correo. Miraba aquí y allá hasta que me detuve en ella… Me acerqué un poco, no demasiado, no quería problemas. Y me fijé en los detalles de su tez dibujada con mimo, la comisura de su boca precisa y perfecta albergando esos finos labios que apenas se despegaban para dejar entrever unos dientes blancos y luminiscentes que contrastaban con el color tostado de su piel. ¡Aahhh su piel, quién pudiera acariciarla! Sus ojos negros y profundos eran lo único inquietante en una belleza casi divina, albergaba algo oscuro que no supe descifrar hasta que ella me lo contó (exacto, la noche que os relataba anteriormente).

Bip-bip. Ni siquiera lo miré, me daba igual. ¿Qué importaba ya el futuro si allí estaba el resto de mi vida?
Me quedé maravillado, un amor a primera vista. “¿Es que existe otro tipo de amor?” diría Ismael Serrano.

Los siguientes días no  paraba de pensar en ella, iba a verla a escondidas, sin que ella lo supiera. Mi vida finalmente había cambiado, y lo que yo pensaba que sería alegría y gozo se convirtió en angustia y pena. ¿Cómo podía dejar el país sin llevarla conmigo? Me estaba volviendo loco, y ni siquiera sabía su nombre porque no me había acercado.

Un día tal como hoy, normal aparentemente, decidí que no podía seguir así, tenía que conocerla. Llegué al lugar donde siempre la encontraba, respiré bien profundo y me digné a acercarme…
La mejor sensación de mi vida, el mayor acierto.
Me recibió callada como era ella, yo le pregunté su nombre: Adèle.
Le dije que encantado, y apenas un hilo de voz musitó el mío. Me pareció atisbar una leve sonrisa pero no estoy seguro. Nos quedamos callados mirando al infinito. No fue una gran primera cita, pero es que estaba tan ensimismado absorbiendo hasta el último detalle de aquella maravilla…

Fueron pasando los días y me supe perdido al poco tiempo, cuando abandoné mi idea de dejar el país. Quería robarla y llevarla conmigo, pero era una locura. ¡Qué diría la gente! Pero claro, es que ellos no lo entendían.

Seguí yendo a verla, después de un tiempo no me costaba acercarme y poco a poco fuimos hablando, me contaba ambiciones, sueños y utopías que quería probar y vivir. La vida apenas le había dado la oportunidad de moverse y no podía sentir, estaba completamente fría. Yo la animaba y hacía reír. Supongo que algo debía aportarla porque cada vez me sonreía más cuando iba de visita.

Así un día tras otro, hasta ese preciso día que comentaba al principio. ¿Sabéis? Es curioso, justo cuando menos te lo esper…

–¿Señor? Disculpe señor.

Una mujer de mediana edad con uniforme impecablemente planchado es la que interrumpe la historia de mi Adèle.

–¿Sí?

–Verá, no quería molestarlo, pero es que no puedo evitar preguntarme qué lleva a un hombre a venir prácticamente cada día y estar durante horas mirando absorto un cuadro. Además Adèle, que apenas tiene importancia dentro de la colección del museo y pictóricamente no es gran cosa. ¿Qué es lo que le pasa?



FIN

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