De
entre todas las Soledades a las que me he enganchado, es ésta, tan maquillada
con amagos de diversidad, la que me tiene más atrapado.
Y
es que mi Soledad es muy suya; de plaza y de baile los fines de semana, en
compañía de sus amigas arrastra su pena por el suelo y en cada zapateado se
sacude una alegría que le sirve de sonrisa en un duelo con la vida en la que se
queda sin cartuchos. Y yo me pregunto lo que ella ni se plantea, y es que, ¿con
qué le disparará a la vida cuando no queden ya ni sonrisas?
Mi
Soledad tiene estas cosas, tan de humana, de arroparme plancenteramente a
diario para mi regocijo y luego sin saber cómo ni por qué mi Soledad me
molesta. Especialmente cuando hay tanta gente de la que me aleja.
Ya
sabe mi Soledad que tiene un cargamento de lágrimas esperando con las que
tejerme un vestido a medida que me sirva para todos los días, que no se ensucie
con el vómito cuando la aguja deja de llenar mis venas con versos que me
permiten evadirme de tantas noches en vela a su vera.
Quizás
sea entonces, cuando la rueca deje por fin de girar, que mi Soledad y yo nos
miraremos fijamente a los ojos y la Luna dejará de silbar baladas que bailar en
descampados en donde tantas ánimas de tantos otros antes que yo, decidimos
hacer de nuestro vestido algo con lo que engalanar las noches de zurcidos y
remiendos a nuestra alma.
Almas
de parches y de canas, de ojeras e insomnio que en esa intensidad del mirar se
despedirán y harán de mi Soledad algo eterno.
0 comments:
Post a Comment