Tuesday, April 2, 2013

Carta a un amigo III: despedida.


Hola querido amigo, te vuelvo a escribir como cada año. Es curioso que en esta ocasión lo haga prácticamente en el aniversario de mi última carta…
Tengo que decirte algo que no te va a gustar, pero va a ser corto. Y si mi lees, que ojalá sea así, espero que lo comprendas y te alegres. Esta es mi tercera y última carta para ti.
Sí lo sé, es duro. Pero debes saber que eso no quiere decir que te vaya a olvidar, no señor, más bien al contrario, te voy a recordar como siempre lo he hecho pero con mayor tranquilidad y satisfacción.

En fin, jamás lo habría imaginado pero resulta que en este año he cambiado. Completamente. Podría acotar más las fechas, pero me gusta el misterio.
La verdad es que estoy viajando mucho, y aunque no puedo visitar los sitios a los que voy, la verdad es que me sienta genial. Me siento bien yendo de un sitio a otro arreglando cosillas por aquí y por allá. Pero lo mejor de todo es la calidad de la gente que estoy conociendo. Alucinarías. Bueno, miento, te reirías de mi como casi siempre que empezaba un proyecto nuevo.

Quiero que sepas compañero que este adiós es dulce, muy dulce. Porque me he quitado la losa que suponía tu sombra, el mar de dudas en el que me había sumido.
Todo ha pasado. Te había dicho que te había perdonado, y era cierto. Que te quería, y era cierto. Ya sabes que yo nunca miento cuando se trata de temas importantes. Pero la verdad es que aún no sabía como asumir tu partida, y ya hace años que me dejaste con un peso a la espalda que no siempre es fácil de llevar: el desengaño.
¡Caray! ¡Qué orgulloso estarías de mí si vieras lo que he hecho! Yo lo estoy, y mucho.

Has sido compañero fiel en muchas etapas de mi vida, en otras no tanto. Me abandonaste sin todas las explicaciones que correspondían.
Pero como he dicho, todo eso es pasado.
Ahora me toca vivir con tranquilidad, perseguir mis objetivos. Quién sabe, quizás hasta busque una compañera con la que compartir parte de mi tiempo…
Ya, yo tampoco me lo creo mucho, no se me da bien eso.

Bueno, te dejo. Ha sido interesante compartir 20 años de vida contigo, aunque muchos de ellos no lo hayamos hecho físicamente. Disfruta allá por dónde andes, si es que lo haces. Y que sepas tío, que te quiero. No te olvidaré.

Curiosidades


Es curioso, yo que siempre presumí de no ser sentimental, de no atarme a ningún sitio…llevo tres años mudándome, yéndome de casa. Pero no de varias, si no de la misma. Hoy me llevo las últimas maletas con ropa, la que me hace más formal, más guapo que diría mi abuela (para ella no hay quien me gane con una camisa puesta).

Me llevo una maleta entera cargada de recuerdos y emociones, de experiencias buenas y no tan buenas, amores, odios y pasiones que recordaré. Soy un resultado de ello.

Es curioso también que haya gente que se sorprenda cuando le digo que no voy a volver a corto plazo. A muchos les extraña que no vaya a volver a vivir en casa, con mi familia. Incluso a mi madre, quién lo diría…
Me divierte pensar que a lo largo del camino nos encontraremos muchos compañeros que dejo atrás y que con una cerveza en la mano celebraremos los recuerdos comunes con alegre melancolía.

Tercera curiosidad: mi propia sorpresa en todo esto. Pensé que me había ido ya hace tiempo y que sólo venía de visita. Es cierto que notaba que cada vez que me iba llevaba en la maleta algo más pesado, pero quién iba a imaginar que era porque aún no había acabado.

Pero sin duda lo que más perplejo me deja de todo este periplo, es que me dejo una maleta acá. Me hubiera gustado elegirla, apostar por ella, pero simplemente no cabe. Es complicado, no me la puedo llevar aunque me gustaría.
Es bonita, preciosa la verdad. Me hace sentir bien. Sé que puedo hablar con ella si quiero, me escuchará. Y ella me habla cuando quiere. Claro, es mi maleta.

Vendré a verla de vez en cuando, sólo faltaba. Y quién sabe, quizás en algún momento me la pueda llevar conmigo.

*Nota: cualquier parecido con la realidad es una malsana perversidad de mi mente diabólica. Elijan qué es, y qué no real.

Tuesday, March 12, 2013

Métanselo en la Cabeza


Déjenlo es igual, grítenme lo que quieran, despotriquen si lo prefieren e incluso acuérdense de mí y de todos mis ancestros, que poco pueden hacer. He tomado la decisión de vivir, perseguir aquello que me hace feliz. Tiene sus riesgos, nací con sibarita paladar, y no me vale cualquier cosa.

No haré caso de sus advertencias y supuestos peligros. Salirme del camino que establecen sus estrechas mentes no es un problema.
Su protección, miedo mal disimulado, no es una opción para mí. Reflejan en mí sus inseguridades. Guárdense sus “y si…”,  “hay gente que te quiere” y demás corazas demagógicas.
No de ustedes de quien hablamos, si no de mí.

Viví sin miedo hasta ahora porque no me lo pude permitir.
Pero resultó que de ello salí airoso, feliz, completo y seguro de mí mismo. Lo suficiente como para saber que temo más una vida larga con la losa de no haber hecho lo que mis entrañas ansiaban, que una corta en la que hice todo lo que me emocionaba y estimulaba.

Estense tranquilos familiares y amigos, que si alguna vez desaparezco de improviso, lo hago sin desasosiegos ni pesadumbres.
Y aunque me lloren, espero que antes o después se den cuenta del acierto de mi decisión. La razón dice que no, pero por muy admirador que sea de ésta no me permite alcanzar esa plenitud necesaria para caminar sin angustia.
Para bien o para mal, a mi felicidad no se llega pensando (aunque me de me muchos placeres), si no sintiendo.

Thursday, March 7, 2013

Grito en Salem


Quise tenerte entre mis brazos demasiado tiempo, apretarte contra mi pecho y escuchar tu respiración en lo profundo de la noche.
Quise quererte para siempre, eterna y pura como eres, acariciando tu piel de seda a tientas.
Quise pasar las noches en vela hablando contigo durante horas y saber qué es lo que piensas, cómo eres; detenernos únicamente para beber agua y continuar despiertos hasta ver el alba. Y sólo entonces, descansar.

Descubrí que el amor no es eterno con tus despedidas, aprendí que los reencuentros felices no existen con tus visitas nocturnas.
Que quererse no es suficiente, cuando el odio es mucho más fuerte.

Porque te odio, bruja. Detesto tu mirada cristalina perfecta, tu sonrisa cálida y brillante, tu pelo salvaje, tus gemidos anhelantes…
Tus bromas sobre mi ropa y tu forma de reír sin parar, tus eternas caricias sin destino final, el sabor de tu boca en las noches de desvelo.

Habitas en mis pensamientos, en cada recodo de mi existencia. Imperturbable, clara. Vivo en un futuro imposible a tu lado, infeliz y destrozado.
Me destierro de este mundo para no verte. Descuida vieja amiga que allá donde esté, estaré bien.
Lejos, muy lejos. De ti y de tu hechizo.

Monday, January 21, 2013

La Mujer de mi Vida


Es injusto que me abandones así, sin mediar palabra, sin dar una pequeña señal que me indicase que el final estaba cerca.
Que te vayas sin una nota, sin explicación alguna, sin dejarme decirte que te quiero y que siempre lo haré.
Que desaparezcas de mi vida sin más, cuando ayer reíamos sentados mientras cenábamos tranquilamente en el salón que hoy llora tu ausencia.

Me dejas único con mi sombría existencia, sin nadie a quien cuidar ni acariciar.
Solitario para la vida, inexperto sin tus consejos.
Expuesto sin tu sonrisa protectora, frágil sin tus abrazos.
¿Cómo podré superar tanta falta de todo?

Lloro contigo en mi regazo. Confío en que mis lágrimas sirvan de bálsamo para tus heridas que ya no sangran más que en mis recuerdos.
Te bendigo luchadora eterna, compasiva como pocas. Que tengas un buen viaje.
Se feliz allá donde habitan los que nos dejan.

Sólo te pido mamá, mamita mía que tanto me cuidaste de crío, que no olvides que este hijo que dejas te extraña. Que no te olvidará, que te debe la vida y su persona, que te ama, en fin.
Mamá, mamita mía, descansa luchadora, que mientras yo camine, tú seguirás viva.

Thursday, October 18, 2012

Otra Guerra No Contada.



“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”.
¿Cuántas veces nos susurramos esta frase al oído?
¿Cuántas veces soñamos con tener en nuestras manos el devenir de nuestras vidas?
Y sin embargo sabíamos que no podía ser, que jamás podríamos estar juntos aunque quisiéramos, era un amor imposible.

Jean Paul y yo nos conocimos en las calles de Madrid, cuando las bombas atormentaban a sus gentes, estrujando sus corazones y reviviendo el terror de pasadas guerras.

Nos encontramos por casualidad en la Plaza de Tirso de Molina, chocamos sin querer y cometimos el dulce error de cruzar nuestras miradas, un tenso e interminable maravilloso segundo del que sólo nos pudo sacar el sonido de las sirenas que avisaba de la llegada de aviones de combate que verterían el contenido de sus tripas sobre la ciudad en breves momentos.

Corrimos hacia el único sitio que estaba decentemente dispuesto en aquella zona para que nos pudiéramos refugiar, el antiguo Teatro Calderón. Entramos a empujones, haciéndonos sitio a duras penas para obtener un hueco en la que podía ser nuestra tumba si una bomba caía en el lugar oportuno. Allí hablamos por primera vez.

No tuvimos la mejor banda sonora, los murmullos nerviosos de la gente, los llantos de madres e hijos desconsolados rezando por unos días más de vida y libertad y el estruendo de las bombas.

Recuerdo tus ojos claros y sinceros, sobre todo eso, sinceros. Hablándome y explicándome como habías llegado a Madrid con tan sólo cinco años huyendo de una Francia maltrecha por unos bastardos que querían reventar cualquier viso de comportamiento ajeno a su forma de entender el mundo. Ahora estaban aquí y pretendían hacer lo mismo. Y así había de ser, en unos días la ciudad sería tomada, apenas se tenía en pie para permitir que las familias que pudieran, escaparan.

A pesar del sitio al que estaba sometido Madrid existían cuadrillas que conducían –a cambio de comida, tabaco o en la minoría de los casos algo de dinero– a las afueras. Salían por el norte dirección Segovia, moviéndose por túneles que se habían construido y en otros tramos por sierra. Una vez fuera, podías renegociar para que te llevaran hasta Portugal y de ahí salir hacia Sudamérica, que era de los pocos sitios donde podías encontrar un sitio tranquilo donde formar familia.

Ayyy formar una familia, se me saltan las lágrimas cuando pienso que yo podría haber tenido una con Jean Paul, con mi Jean Paul…

El sonido del bombardeo pareció alejarse después de varias horas (perdí la cuenta la verdad), y aunque aún era arriesgado y nadie se movía, tu me dijiste: “Ven conozco un sitio donde estaremos seguros y sin que nos molesten”.
Salimos corriendo ante las miradas atónitas del teatro, no daban crédito, no entendían como podíamos arriesgar así nuestras vidas. Pero realmente era lo único lógico que podíamos hacer.

Corrimos calle abajo de nuevo hasta la plaza, para girar a la derecha y coger la calle del Duque de Alba. Nos metimos en un portal, estaba oscuro.

-¿Dónde estamos?. –Pregunté yo.

-Ahora lo verás.

Caminamos unos instantes por el pasillito que dibujaba el portal hasta que nos paramos en una puerta que estaba empotrada en la pared de la izquierda. Jean Paul se paró y me miró, ahora creo que con una sonrisa pícara dibujada en su rostro.
Abrió la puerta y otro pasillo oscuro se presentó ante nosotros.

Yo estaba impaciente, para qué negarlo. No sabía donde me llevaba, pero confiaba en él. Sentía que no podía estar engañándome, y no lo hacía.

Ante mí se apareció una segunda puerta que daba paso a una sala medio en ruinas bastante sucia, llevaba siglos abandonada. Había un montón de butacas, unas ancladas al suelo, y otras tiradas en medio de la estancia. En una de las paredes había una tela blanca enorme medio roída, fue entonces cuando caí…

-¿Estamos donde yo creo que estamos?

-Efectivamente, en uno de los primeros cines X de la ciudad, donde nuestros bisabuelos venían a escondidas allá por tiempos de la Transición.

No pude parar de reír durante un rato largo. Los nervios que sentía, mezclados con lo apropiado del lugar y la situación, hicieron que me sonrojara aumentando aún más mi risa, que continuó hasta que Jean se acercó y me besó. Me sentí desfallecer y me abandoné a aquel momento de rebeldía, lujuria y por qué no decirlo, de amor.

*****

Fue ese el día quizás en que comencé a vivir mi vida, por fin, después de tantos años.
A aquella tarde en aquel cine la siguieron muchas más, cada cual más apasionada que la anterior.

Cuando la ciudad por fin fue tomada y a pesar de la certeza, o quizás por esa misma certeza, nos olvidamos del mundo y de que teníamos una bala apuntando a nuestras cabezas y seguimos con nuestra suicida aventura. Comíamos, hablábamos, reíamos, hacíamos el amor y otra vez a empezar. Apenas salíamos al mundo exterior que se nos presentaba como una cárcel.
Aquella sala era todo lo que necesitábamos, o incluso más. Con tenernos el uno al otro bastaba.

Pero claro, no podíamos apartarnos de la realidad y era cuestión de tiempo que antes o después dieran con nosotros. Habíamos participado activamente en la difusión de las atrocidades que en realidad pretendían los salvajes que ahora gobernaban el país.
Además sus pétreo valores poco casaban con nuestro estilo de vida.
Fue la tarde del 12 de octubre cuando estando yo entre sus brazos oímos cómo tiraban la primera puerta que daba al pasillo que conducía a la sala. Algún vecino nos debió de ver o quizás nos siguieran no lo se.
Nos vestimos rápidamente aprovechando que se habían quedado en la puerta que daba a la sala. No podían romperla porque estaba taponada por varios muebles colocados a propósito a modo de contención por si alguna vez pasaba algo así.

Jean Paul me dirigió hacia una trampilla que había y cuando ya estaba bajando oí la puerta y los muebles ceder. Acto seguido Jean Paul me empujó y cerró la trampilla tras de mí quedándose él en el cine, enfrentándose cara a cara a la muerte.
Yo golpeé la trampilla hacia arriba con lágrimas en los ojos, si tenía que acabar quería que fuera con los dos juntos. Pero no me dejó se había puesto encima.
Algo debió notar él bajo sus pies por que dijo: “Jamás me arrepentiré de haber luchado por mis ideales, pero sobre todo, jamás me arrepentiré de haber amado y espero que todo el mundo llegue a saber lo que aquí ha pasado”.

Entendí perfectamente lo que quería. Nos quería eternos. Nuestro amor merecía eso  y mucho más. No sobreviviría mucho tiempo, pero al menos si podía dejar constancia de todo aquello. Del horror vivido, de mi felicidad, de la sangre derramada, de mis noches en sus brazos consolándonos mutuamente. En definitiva, de cómo el amor alumbró tanto odio y destrucción…

Salí corriendo hacia mi casa. Vivía en un bloque de edificios en la Gran Vía de San Francisco el Grande, cerca de donde un día estuvo una de las cúpulas más grandes de Europa y del mundo. Ahora ya no queda nada ella.

Cuando llegué lo primero que hice fue colocar el revolver en la mesa del salón. Acto seguido cogí papel y bolígrafo y me puse a escribir la historia que os acabo de contar.

*****

Querido lector que me estás leyendo, espero que estés bien, que todo esto te parezca una atrocidad, y sobre todo que te suene lejano.

Con esta historia quiero transmitir un mensaje. Y ése es que tenemos el deber de vivir lo que podamos, de defender nuestros principios, de que sean respetados, pero sobre todo, de sentirnos orgullosos de quiénes somos. Los asesinos de Jean Paul nos consideran un mal por esto mismo. Para ellos no somos más que un par de mariconazas que no merecen más que un tiro en la nuca. Sólo por defender nuestros ideales, por vivir nuestro amor, más verdadero que muchos que ellos considerarían puros.

Y es ahora viendo en perspectiva todo, que se que lo hemos hecho bien, muy bien. Porque hemos sido felices. Nos vamos tranquilos, y eso es algo que jamás podrán arrebatarnos. Y con un poco de suerte, esto servirá para que otras generaciones que como nosotros vivan con la incertidumbre del mañana, tengan el valor de mostrarse orgullosos de lo que son.

Ernesto Rodríguez.



Esta historia llegó a mis manos por casualidad en un proyecto de fin de carrera de arqueología excavando en lo que en su momento fue el cementerio de la mencionada Real Basílica de San Francisco el Grande, ahora parque donde los niños aprenden a divertirse.

Friday, September 7, 2012

Reflexión


¿Por qué tengo que ser una buena persona?
Esta es la pregunta que me ha asaltado yendo a la cocina para coger la bolsa de patatas y paliar mi hambre en lo que veo un capítulo de una serie. Y no, no es retórica, pueden contestar y darme sus opiniones, me apetece escucharlas más que nunca.

Realmente me apetece camuflarme en esta pasajera piel de cinismo, misantropía y egolatría antes de descamarme y volver a predicar el bien universal. Y es que hay veces que me da la sensación de ser un evangelizador al creer en la ética, la bondad, la belleza y todos esos sustantivos abstractos que tan bien suenan.
Me pongo Nietzschano, vaya.

Me he permitido observar que hay gente que carece de ética y sólo mira por si misma, que no tiene ningún tipo de escrúpulos, y que no se ha quedado sola. Ya sea porque se rodean de semejantes, o bien porque disimulan un código de buena conducta.
Probablemente antes o después esa gente tendrá confrontaciones con alguien de su entorno que le recriminará su acción porque le afecte en un momento dado.
Sin embargo, siempre habrá quien permanezca a su lado. Porque siente el deber de respaldar a esa persona por la amistad que los une, porque conozca una visión parcial de la situación, porque de verdad sea valorado o sin más porque considere que es una mala acción puntual.

Imaginen cualquier excusa pero seguro que “el malo” seguirá sin estar sólo. Piensen en casos personales o en casos famosos, siempre hay alguien allí.

Y en el improbable caso de que encuentren a alguien sólo, ¿no será que le gusta que eso sea así?

Obviamente esto me lo planteo desde un punto de vista ateo. Si no tenemos una vida más allá de ésto, si vivimos los días que tenemos y morimos, ¿por qué no vivir al máximo aunque eso vulnere a los demás? Y me explico, ¿que gano yo sacrificándome por el prójimo? No me sirve de nada. La conciencia puede ser eliminada, si es que se tiene (supongo que eso no es discutible).

Y si en la ecuación metemos dinero no vamos a hablar.

El caso es que se abre ante mí un mundo en el que no hay limitaciones. Sólo la ley, impuesta por otros más fuertes y poderosos que yo, justos merecedores de lo que saquen de ello. Un mundo en el que puedo abandonarme a autosatisfacerme y disfrutar la vida utilizando para ello a las personas que no me interesen y conservando a las que me produzcan beneficio, sea personal, monetario…
 Y yo, con mucha probabilidad no obtendré castigo.

Es aquí donde alguien me diría. “Pues mira, tienes que ser buena persona porque no quieres ser de la otra forma”. Y efectivamente es así, ¿pero qué razón tengo para querer ser así? Racionalmente no encuentro ninguna ventaja a la autocontención frente a la autosatisfacción ilimitada.