Una pareja se encuentra en la cama. Yacen
desnudos abrazados con fuerza y desesperación mientras el reloj no para de
marcar las horas. Desde que nacieran, la cuenta atrás no se había detenido y el
paso del tiempo era un enemigo inevitable.
-¿Por qué tienes que irte? ¿Por qué? No
lo entiendo, ¿qué se te ha perdido a ti en una guerra en la otra punta del
mundo?
-No lo sé, de verdad que no. He intentado
explicarle esto a muchas personas antes y no es fácil de hacerlo entender. Es
algo que siempre he querido hacer, que necesito hacer. Desde que era crío.
Las lágrimas resbalan por la mejilla de
ella. Se revuelve y se pega con más fuerza a su pareja. Éste la acoge
absorbiendo toda la energía que ésta le quiere transmitir. Sabe que es un duro
golpe para todos aquellos que le quieren y lo aprecian, e incluso para los que
no. Y aunque ello le carga de responsabilidad, no puede dejar de hacerlo.
-Verás mi amor. Necesito ir allí por
muchas razones y por ninguna. Nadie tiene por qué jugarse la vida porque sí.
Pero tampoco se puede frivolizar el sentimiento que mueve a aquellas personas
que lo hacen, no al menos cuando se trata de un tema como la guerra.
El periodista que va a una zona en
conflicto no es un suicida, no es un psicópata que disfruta con el sufrimiento
ajeno, tampoco lo es el médico que se desplaza allí seis meses aún a riesgo de
ser bombardeado por el aire, no. Cuando lo hacen, tienen un motivo profundo
que, sospecho, va más allá del meramente profesional.
En mi caso, voy porque necesito ver lo
peor de la raza humana, reducirme al más bajo estado del ser humano, quiero
comprender qué es aquello y no sólo valorarlo en función de lo que llega aquí.
¿Qué es lo que pasa por la cabeza de una
persona cuando es partícipe de tanto sufrimiento, de tanta injusticia? ¿Cómo pueden
los que padecen seguir viviendo sin sucumbir ante un destino tan cruel? ¿Cómo
es el día a día en una situación así?
Necesito saber, comprender, vivir y
sentir todo aquello. Aunque ello me pueda costar la vida, o lo que es peor, me
marque de una manera trágica para el resto de ella.
Puedo convivir con muchas cosas que me
importunan o me desagradan, pero con la duda, con el no entender algo, no.
-Suenas como un pesimista y un loco a
partes iguales. ¿Lo sabes no?
-Sí, sí que lo sé.
*****
Victor Frankl hablaba del sentido de la
vida, de aquello que nos mueve a vivir, sea cual sea la tesitura en la que nos
encontramos. Desmiente, en cierta manera, aquella famosa frase que esconde toda
una visión del comportamiento humano de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi
circunstancia”. Las convicciones, los principios, la esencia de cada persona
puede vencer la más oscura y abyecta de las situaciones que vivimos. Si tienes
una meta, una motivación, algo por lo que luchar o vivir (después de todo, en
los tiempos que corren, quién puede negar que ambas palabras son sinónimos) no
tienes porque sucumbir ante esa tesitura.
*****
Han pasado meses desde que aquella
conversación se produjese. Desde aquel acuerdo por el cual ambos se separaban
para siempre. Él, no quería atarla a un futuro incierto. Ella, después
de pensarlo detenidamente decidió que no quería una versión distinta del hombre
al que amaba.
A Greta le costó superar aquella
decisión. Durante las primeras semanas de ausencia tuvo que lidiar con la incomprensión
que le suponía su abandono. No entendía nada. ¿Cómo podía ser que alguien que
parecía amarla tanto le hiciera aquello?
Nunca llegaba a asimilarlo, pero al menos
tantas noches en vela sí sirvieron para que se diera cuenta de que no podía
recriminárselo. Porque si él no hubiera sido como era, jamás le podría haber
hecho sentir lo que llegó a vivir.
*****
Aiurdi caminaba por la plaza
tranquilamente. Estaba tranquilo y relajado, aún le quedaban unos días de
vacaciones hasta que volviera a trabajar y quería dedicar tiempo a relajarse,
leer, ir al cine... Vivir una vida descuidada al menos durante una temporada.
Ya casi no recordaba la sensación de vagar sin rumbo fijo y distraído.
Y así iba, distraído, en el momento en el
que vio el cabello rizado y moreno de Greta. Se quedó paralizado por un
momento. Sólo la había visto de espaldas y un poco a lo lejos, pero sabía que
era ella. Llevaba a aquella mujer tatuada en lo más profundo de su ser. Aunque
no esperaba encontrársela allí a tantos kilómetros de donde se despidiera de
ella.
Por un momento se planteó muy seriamente
no ir a saludarla, pero su lado aventurero le instó a ello. No se podía
amedrentar ahora por algo tan liviano como un saludo. Por muy incómodo que
pudiera ser.
Y así, se apresuró a alcanzarla y cuando
ya casi podía rozarla, un tímido “Greta” hizo parar a la perseguida que se
quedó petrificada en el sitio. Aiurdi esperó a que se diera la vuelta. El
corazón le palpitaba con mucha rapidez, apenas lo podía mantener dentro de sí.
Greta se giró. Y el corazón que antes
latía a tanta velocidad pasó a ir muy lento, bombeando sangre en violentos latidos
que casi le dolían. Ahí estaba delante de él otra vez. Esa mirada interrogante,
aparentemente inocente pero cargada de significado. Volvió a sentir aquellas
conversaciones con Greta en la que sólo sus ojos hablaban sin que nadie de los
que estaban a su alrededor se percatase de ello. Aquel lunar tan característico
de Greta.
Ella lanzó un suspiro y automáticamente
siguió los pasos que Aiurdi tenía memorizados. Una sonrisa cerrada, sin enseñar
los dientes, una ligera caída de ojos, un paso al frente a la vez que
pronunciaba un par de palabras a modo de saludo, y lo que más echaba de menos:
su tacto. Aquella mano depositada en su pecho, la otra sobre su nuca y los dos
besos de rigor casi sin importancia en aquella fantástica danza que realizaba.
No había cambiado, a pesar de todo seguía siendo ella. Aquel maravilloso
espíritu incompatible con sus esquemas y sus reglas, pero ante el que no podía
oponer resistencia.
-¿Cómo estás Greta? Cuánto tiempo.
-Sí mucho, y ¿tú que tal?
-Bien, bien. ¡De vacaciones! Bueno, tengo
unos días antes de comenzar otra vez. Que he encontrado trabajo
-Oh, que bien, ¿no?
-Pues sí, sí, la verdad es que sí. A ver
qué tal se da ahora todo, ya sabes toca aclimatarse, el cambio de aires y tal...
Pero estoy animado.
-Bien, me alegro.
-Sí, sí, sí... ¡Oye! ¿Y tú?
-Pues bien, bien, ahí sigo en lo mío.
Haciendo proyectos y eso. Vamos que estoy...
-¡A tope! –Se anticipó Aiurdi riendo–.
Greta rió de buena gana y Auirdi se vio
caer de nuevo en el mismo sitio que había caído ya tantas veces. ¿Cómo podía
ser? Esa risa... Estaría dispuesto a matar por ella, por ser el que la
provocaba.
-Sí, eso es. Aún recuerdas eh...
-Por favor, Greta. Que estás hablando con
el experto. No fastidies que estas alturas me vas a subestimar.
-No, no, no. Solo faltaría...
Quedaron los dos un momento callados
mientras se sonreían. Aquellas miradas de nuevo, otra conversación de las suyas
y Auirdi sacó valor.
-Oye, te apetece tomar algo. ¿Dónde ibas?
-Pues de camino a una librería...
-Te acompaño entonces y después tomamos
algo. Va, no me puedes decir que no. Si quieres te suplico eh. Sabes que lo
hago, me arrodillo en un momento y ya está. Que los tipos como yo no tenemos
dignidad.
Greta lo paró riendo de nuevo.
-No, no, no, no. Vale, vale.
Así iniciaron un largo paseo que les
llevó a la librería en la que Greta quería comprar algún libro de segunda mano
que tuviera una historia además de la contada por el autor. Cuando lo
encontró, los dos se dirigieron a los sitios más recónditos de la ciudad.
Algunos conocidos, otros no. Mientras, hablaban del estado real de sus vidas
pasando de puntillas por aquellos detalles que pudieran crear un conflicto que
no buscaban ninguno de los dos. Bromeando, debatiendo, aconsejándose... Hasta que,
derrotados, decidieron cenar algo.
Fue ya en la sobremesa, en ese punto en
el que ambos se planteaban cómo iba a continuar la noche, cuando el tema era
inevitable.
-Y dime, ¿encontraste lo que buscabas?
-Sí, eso y mucho más. Pero he venido con
nuevos interrogantes, otras cosas que debo comprender.
-Vaya... qué sorpresa. –Ironizó Greta– ¿Y
cuáles son?
-Los de siempre, pero mucho más fuertes.
Hasta el punto de que me quitan el sueño.
-¡¿Perdona?!
-Bueeeeeeno, me quitan el sueño más aún
de lo que era normal en mí. Y son la falta de empatía y la apatía ante lo que
sucede. No puedo con que la gente no quiera saber y menos con la pasividad que
reaccionan al saber.
-Ya veo, en eso no has cambiado mucho...
¿Y qué encontraste?
-Pues verás, a parte de todo lo que te
dije que debía pasar, mientras estaba allí me empecé a plantear algo que me
mantuvo ocupado unos cuantos días o incluso semanas. ¿Cómo es un ser humano
bueno? Quiero decir, miraba a diario la mayor mezquindad que puedas llegar a
imaginar y en ese contexto no podía recordar qué era la bondad. En el mundo en
el que vivíamos, el que recordaba, no había alegría. Sólo automatismos y
frialdad. Una sociedad anestesiada por completo incluso a los sentimientos. Y
en un vano intento por sentir, algunos se escudaban en las drogas.
-Vaya. ¿Y has conseguido encontrar
nuestra bondad? ¿Somos monstruos?
-No seas así, ya sabes a lo que me
refiero. Pero sí. Entre tanto dolor y tanta sangre derramada encontré la
pregunta a mi respuesta y la paz y tranquilidad que mi espíritu deseaba.
Estando en un hospital de heridos ví como un joven de 20 años le daba la mano a
una chica que estaba en la camilla de al lado. Ambos sonreían porque se tenían
el uno al otro.
Y ahí lo encontré. Es cierto que sería genial que todo el mundo viviera en armonía y alegría con los demás. Que todos nos preocupáramos los unos de los otros, y que la gente con la que vivimos y compartimos aficiones no fueran desconocidos. Pero aún no estamos en ese punto. Sin embargo, cada pequeño gesto de confianza, de solidaridad, de amistad, de alegría compartida, aunque sólo sea en un grupo reducido, es un granito de arena que nos hace especiales, a pesar de todo lo malo. Ese recodo que hace que incluso viendo la muerte de cerca, seas capaz de sonreír a la persona que quieres.
Greta sonreía. Él tampoco había cambiado
demasiado. Es cierto que se le veía más duro, más herido. Pero era lógico,
tenía que haber visto cosas atroces. Sin embargo, ahí estaba esa esperanza
apasionada y optimista de Aiurdi.
-Me alegra mucho oírte hablar. Eres un
pedante remilgado, pero lo echaba de menos.
-Ya. Y yo te echaba de menos a ti...
Greta se removió en el asiento.
-Y eso qué significa, a parte de lo
obvio.
-Que siempre vas a estar aquí dentro.
–Dijo tocándose la cabeza– Y nunca vas a salir. Lo sé ahora que te he visto
después de tanto tiempo.
-Ya...
-¿Y tú que opinas?
-Pues mírame aquí contigo después de todo.
Pero a pesar de ello...
-Qué.
-No lo sé. ¿Cuánto tardarás en volver a
irte? Y no podemos retroceder, ahora que ya hemos avanzado y esto es parte del
pasado no.
-No es tan pasado si lo estamos hablando
en el presente.
-Liante.
-¿Yo? ¡Para nada! ¿Es o no es así?
Y los dos rieron a la vez, en parte, para
descargar tensión.
-Señores disculpen, pero vamos a cerrar
ya.
Los dos recogieron sus cosas y salieron
por la puerta.
*****
La verdad es que podría haber aguantado
un poco más para ver cómo seguía la conversación. Habíamos ido pasando a turnos
cerca de ellos, y mientras servíamos las mesas de al lado habíamos ido
recolectando partes de la historia que nos íbamos contando los unos a los
otros. Estábamos enganchados e incluso había apuestas sobre cómo acabaría. Sí
que es cierto que íbamos a cerrar, pero podríamos haber aguantado más. Por una
vez estábamos dispuestos a perder sueño sólo para saber cómo acababa aquel
romance.
Y sin embargo los eché, no podía soportar
la idea de acabase mal. Podía ir bien, sí, pero no lo sabía. Y la incertidumbre
tiene la magia de dejar que cada uno invente el final que más le convenga. ¿Qué
final le ponen ustedes?