Sunday, September 8, 2013

Un viaje, un paseo y una cena


Una pareja se encuentra en la cama. Yacen desnudos abrazados con fuerza y desesperación mientras el reloj no para de marcar las horas. Desde que nacieran, la cuenta atrás no se había detenido y el paso del tiempo era un enemigo inevitable.

-¿Por qué tienes que irte? ¿Por qué? No lo entiendo, ¿qué se te ha perdido a ti en una guerra en la otra punta del mundo?

-No lo sé, de verdad que no. He intentado explicarle esto a muchas personas antes y no es fácil de hacerlo entender. Es algo que siempre he querido hacer, que necesito hacer. Desde que era crío.

Las lágrimas resbalan por la mejilla de ella. Se revuelve y se pega con más fuerza a su pareja. Éste la acoge absorbiendo toda la energía que ésta le quiere transmitir. Sabe que es un duro golpe para todos aquellos que le quieren y lo aprecian, e incluso para los que no. Y aunque ello le carga de responsabilidad, no puede dejar de hacerlo.

-Verás mi amor. Necesito ir allí por muchas razones y por ninguna. Nadie tiene por qué jugarse la vida porque sí. Pero tampoco se puede frivolizar el sentimiento que mueve a aquellas personas que lo hacen, no al menos cuando se trata de un tema como la guerra.
El periodista que va a una zona en conflicto no es un suicida, no es un psicópata que disfruta con el sufrimiento ajeno, tampoco lo es el médico que se desplaza allí seis meses aún a riesgo de ser bombardeado por el aire, no. Cuando lo hacen, tienen un motivo profundo que, sospecho, va más allá del meramente profesional.
En mi caso, voy porque necesito ver lo peor de la raza humana, reducirme al más bajo estado del ser humano, quiero comprender qué es aquello y no sólo valorarlo en función de lo que llega aquí.

¿Qué es lo que pasa por la cabeza de una persona cuando es partícipe de tanto sufrimiento, de tanta injusticia? ¿Cómo pueden los que padecen seguir viviendo sin sucumbir ante un destino tan cruel? ¿Cómo es el día a día en una situación así?
Necesito saber, comprender, vivir y sentir todo aquello. Aunque ello me pueda costar la vida, o lo que es peor, me marque de una manera trágica para el resto de ella.

Puedo convivir con muchas cosas que me importunan o me desagradan, pero con la duda, con el no entender algo, no.

-Suenas como un pesimista y un loco a partes iguales. ¿Lo sabes no?

-Sí, sí que lo sé.


*****

Victor Frankl hablaba del sentido de la vida, de aquello que nos mueve a vivir, sea cual sea la tesitura en la que nos encontramos. Desmiente, en cierta manera, aquella famosa frase que esconde toda una visión del comportamiento humano de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Las convicciones, los principios, la esencia de cada persona puede vencer la más oscura y abyecta de las situaciones que vivimos. Si tienes una meta, una motivación, algo por lo que luchar o vivir (después de todo, en los tiempos que corren, quién puede negar que ambas palabras son sinónimos) no tienes porque sucumbir ante esa tesitura.

*****

Han pasado meses desde que aquella conversación se produjese. Desde aquel acuerdo por el cual ambos se separaban para siempre. Él, no quería atarla a un futuro incierto. Ella, después de pensarlo detenidamente decidió que no quería una versión distinta del hombre al que amaba.

A Greta le costó superar aquella decisión. Durante las primeras semanas de ausencia tuvo que lidiar con la incomprensión que le suponía su abandono. No entendía nada. ¿Cómo podía ser que alguien que parecía amarla tanto le hiciera aquello?
Nunca llegaba a asimilarlo, pero al menos tantas noches en vela sí sirvieron para que se diera cuenta de que no podía recriminárselo. Porque si él no hubiera sido como era, jamás le podría haber hecho sentir lo que llegó a vivir.

*****

Aiurdi caminaba por la plaza tranquilamente. Estaba tranquilo y relajado, aún le quedaban unos días de vacaciones hasta que volviera a trabajar y quería dedicar tiempo a relajarse, leer, ir al cine... Vivir una vida descuidada al menos durante una temporada. Ya casi no recordaba la sensación de vagar sin rumbo fijo y distraído.

Y así iba, distraído, en el momento en el que vio el cabello rizado y moreno de Greta. Se quedó paralizado por un momento. Sólo la había visto de espaldas y un poco a lo lejos, pero sabía que era ella. Llevaba a aquella mujer tatuada en lo más profundo de su ser. Aunque no esperaba encontrársela allí a tantos kilómetros de donde se despidiera de ella.

Por un momento se planteó muy seriamente no ir a saludarla, pero su lado aventurero le instó a ello. No se podía amedrentar ahora por algo tan liviano como un saludo. Por muy incómodo que pudiera ser.
Y así, se apresuró a alcanzarla y cuando ya casi podía rozarla, un tímido “Greta” hizo parar a la perseguida que se quedó petrificada en el sitio. Aiurdi esperó a que se diera la vuelta. El corazón le palpitaba con mucha rapidez, apenas lo podía mantener dentro de sí.

Greta se giró. Y el corazón que antes latía a tanta velocidad pasó a ir muy lento, bombeando sangre en violentos latidos que casi le dolían. Ahí estaba delante de él otra vez. Esa mirada interrogante, aparentemente inocente pero cargada de significado. Volvió a sentir aquellas conversaciones con Greta en la que sólo sus ojos hablaban sin que nadie de los que estaban a su alrededor se percatase de ello. Aquel lunar tan característico de Greta.

Ella lanzó un suspiro y automáticamente siguió los pasos que Aiurdi tenía memorizados. Una sonrisa cerrada, sin enseñar los dientes, una ligera caída de ojos, un paso al frente a la vez que pronunciaba un par de palabras a modo de saludo, y lo que más echaba de menos: su tacto. Aquella mano depositada en su pecho, la otra sobre su nuca y los dos besos de rigor casi sin importancia en aquella fantástica danza que realizaba. No había cambiado, a pesar de todo seguía siendo ella. Aquel maravilloso espíritu incompatible con sus esquemas y sus reglas, pero ante el que no podía oponer resistencia.

-¿Cómo estás Greta? Cuánto tiempo.

-Sí mucho, y ¿tú que tal?

-Bien, bien. ¡De vacaciones! Bueno, tengo unos días antes de comenzar otra vez. Que he encontrado trabajo

-Oh, que bien, ¿no?

-Pues sí, sí, la verdad es que sí. A ver qué tal se da ahora todo, ya sabes toca aclimatarse, el cambio de aires y tal... Pero estoy animado.

-Bien, me alegro.

-Sí, sí, sí... ¡Oye! ¿Y tú?

-Pues bien, bien, ahí sigo en lo mío. Haciendo proyectos y eso. Vamos que estoy...

-¡A tope! –Se anticipó Aiurdi riendo–.

Greta rió de buena gana y Auirdi se vio caer de nuevo en el mismo sitio que había caído ya tantas veces. ¿Cómo podía ser? Esa risa... Estaría dispuesto a matar por ella, por ser el que la provocaba.

-Sí, eso es. Aún recuerdas eh...

-Por favor, Greta. Que estás hablando con el experto. No fastidies que estas alturas me vas a subestimar.

-No, no, no. Solo faltaría...

Quedaron los dos un momento callados mientras se sonreían. Aquellas miradas de nuevo, otra conversación de las suyas y Auirdi sacó valor.

-Oye, te apetece tomar algo. ¿Dónde ibas?

-Pues de camino a una librería...

-Te acompaño entonces y después tomamos algo. Va, no me puedes decir que no. Si quieres te suplico eh. Sabes que lo hago, me arrodillo en un momento y ya está. Que los tipos como yo no tenemos dignidad.

Greta lo paró riendo de nuevo.

-No, no, no, no. Vale, vale.
Así iniciaron un largo paseo que les llevó a la librería en la que Greta quería comprar algún libro de segunda mano que tuviera una historia además de la contada por el autor. Cuando lo encontró, los dos se dirigieron a los sitios más recónditos de la ciudad. Algunos conocidos, otros no. Mientras, hablaban del estado real de sus vidas pasando de puntillas por aquellos detalles que pudieran crear un conflicto que no buscaban ninguno de los dos. Bromeando, debatiendo, aconsejándose... Hasta que, derrotados, decidieron cenar algo.

Fue ya en la sobremesa, en ese punto en el que ambos se planteaban cómo iba a continuar la noche, cuando el tema era inevitable.

-Y dime, ¿encontraste lo que buscabas?

-Sí, eso y mucho más. Pero he venido con nuevos interrogantes, otras cosas que debo comprender.

-Vaya... qué sorpresa. –Ironizó Greta– ¿Y cuáles son?

-Los de siempre, pero mucho más fuertes. Hasta el punto de que me quitan el sueño.

-¡¿Perdona?!

-Bueeeeeeno, me quitan el sueño más aún de lo que era normal en mí. Y son la falta de empatía y la apatía ante lo que sucede. No puedo con que la gente no quiera saber y menos con la pasividad que reaccionan al saber.

-Ya veo, en eso no has cambiado mucho... ¿Y qué encontraste?

-Pues verás, a parte de todo lo que te dije que debía pasar, mientras estaba allí me empecé a plantear algo que me mantuvo ocupado unos cuantos días o incluso semanas. ¿Cómo es un ser humano bueno? Quiero decir, miraba a diario la mayor mezquindad que puedas llegar a imaginar y en ese contexto no podía recordar qué era la bondad. En el mundo en el que vivíamos, el que recordaba, no había alegría. Sólo automatismos y frialdad. Una sociedad anestesiada por completo incluso a los sentimientos. Y en un vano intento por sentir, algunos se escudaban en las drogas.

-Vaya. ¿Y has conseguido encontrar nuestra bondad? ¿Somos monstruos?

-No seas así, ya sabes a lo que me refiero. Pero sí. Entre tanto dolor y tanta sangre derramada encontré la pregunta a mi respuesta y la paz y tranquilidad que mi espíritu deseaba. Estando en un hospital de heridos ví como un joven de 20 años le daba la mano a una chica que estaba en la camilla de al lado. Ambos sonreían porque se tenían el uno al otro.

Y ahí lo encontré. Es cierto que sería genial que todo el mundo viviera en armonía y alegría con los demás. Que todos nos preocupáramos los unos de los otros, y que la gente con la que vivimos y compartimos aficiones no fueran desconocidos. Pero aún no estamos en ese punto. Sin embargo, cada pequeño gesto de confianza, de solidaridad, de amistad, de alegría compartida, aunque sólo sea en un grupo reducido, es un granito de arena que nos hace especiales, a pesar de todo lo malo. Ese recodo que hace que incluso viendo la muerte de cerca, seas capaz de sonreír a la persona que quieres.

Greta sonreía. Él tampoco había cambiado demasiado. Es cierto que se le veía más duro, más herido. Pero era lógico, tenía que haber visto cosas atroces. Sin embargo, ahí estaba esa esperanza apasionada y optimista de Aiurdi.

-Me alegra mucho oírte hablar. Eres un pedante remilgado, pero lo echaba de menos.

-Ya. Y yo te echaba de menos a ti...

Greta se removió en el asiento.

-Y eso qué significa, a parte de lo obvio.

-Que siempre vas a estar aquí dentro. –Dijo tocándose la cabeza– Y nunca vas a salir. Lo sé ahora que te he visto después de tanto tiempo.

-Ya...

-¿Y tú que opinas?

-Pues mírame aquí contigo después de todo. Pero a pesar de ello...

-Qué.

-No lo sé. ¿Cuánto tardarás en volver a irte? Y no podemos retroceder, ahora que ya hemos avanzado y esto es parte del pasado no.

-No es tan pasado si lo estamos hablando en el presente.

-Liante.

-¿Yo? ¡Para nada! ¿Es o no es así?

Y los dos rieron a la vez, en parte, para descargar tensión.

-Señores disculpen, pero vamos a cerrar ya.

Los dos recogieron sus cosas y salieron por la puerta.

*****

La verdad es que podría haber aguantado un poco más para ver cómo seguía la conversación. Habíamos ido pasando a turnos cerca de ellos, y mientras servíamos las mesas de al lado habíamos ido recolectando partes de la historia que nos íbamos contando los unos a los otros. Estábamos enganchados e incluso había apuestas sobre cómo acabaría. Sí que es cierto que íbamos a cerrar, pero podríamos haber aguantado más. Por una vez estábamos dispuestos a perder sueño sólo para saber cómo acababa aquel romance.
Y sin embargo los eché, no podía soportar la idea de acabase mal. Podía ir bien, sí, pero no lo sabía. Y la incertidumbre tiene la magia de dejar que cada uno invente el final que más le convenga. ¿Qué final le ponen ustedes?

Saturday, September 7, 2013

¡Viva el morado!


¡Viva el morado que diferencia
libertad de la vil opresión!
¡Viva el morado que siempre enjuicia
teniendo por arma la razón!

¡Viva el morado ducho en cultura,
proclama nuestro querido Lorca!
¡Viva el morado exento de usura
que a nuestro pueblo igualdad otorga!

¡Viva el morado que a mi alma riega
con cada nota de su canción!
¡Viva el morado que a nadie niega
la dignidad de la rebelión!

Sunday, September 1, 2013

La historia de Zaida y Oriol


-Venga va tío, cuenta, cuenta lo de anoche. –Corean varios a la vez–.

-¿Qué? No, no voy a decir nada de lo que pasó anoche. Por favor...

-¡Eso es que no hiciste nada!

-¡Si es que eres un blando! –Ríe otro.

-Bueno, ya está bien dejad al chaval en paz. Si no nos quiere decir nada, no tiene por qué hacerlo.

-Gracias Mario. ¡Menos mal! Alguien que piensa...

Todo el grupo de amigos se queda callado ante la seria mirada con la que Mario escudriña a todo el grupo. ¿Se habrían pasado aquella vez? Oriol nunca se había caracterizado por ser especialmente hablador, pero nunca había tenido problemas para comentar los pormenores de sus aventuras amorosas. Es cierto que se limitaban a dos o tres historias anuales, lo cual era un número ínfimo para el resto del grupo, pero aquella vez... aquella vez no decía nada.

Roberto está callado, al igual que el resto. “¿Por qué no querrá contar nada? Por vergüenza no debería ser, en este grupo hemos escuchado las historias más lamentables que uno pueda imaginar, y él mismo ha soportado las burlas de todos de buena gana. ¿Pero qué narices le pasa?

-Oriol, tío. ¿Ha pasado algo? Sabes que parecemos muy burros pero que en el fondo... Bueno, muy en el fondo en el caso de Julio.

-¡Eh! ¡¿A qué ha venido eso?! –Increpa Julio–.

-Tú chitón, sabes que es cierto. ­–Responde Roberto– Pero tío, puedes confiar en nosotros. ¿Todo bien?

El grupo se tensa aún más ante el cáliz trascendental que estaba tomando la dinámica de aquella tarde de tapas.

-Todo está bien, es sólo que esta vez no me apetece contaros nada, al menos de momento.

Esa pequeña confesión fue suficiente para Roberto que inmediatamente abrió otro tema de conversación. Sabía controlar perfectamente la dinámica de sus amigos y más aún si éstos tenían un par jarras de cerveza vacías escoltando la nueva ronda.

-Muy bien. ¡Pues a por el siguiente entonces! ¡Julio, desgraciado! ¡¿Cómo pudiste liarte con Clara ayer otra vez?! Eres un maldito degenerado... Te tendría que meter una paliza ahora mismo. ¡Estuve saliendo con ella!

-Tío, es amor. Me ama, yo no puedo hacer nada, me comía con la mirada...

La manada volvió a jalear ante la enésima “proeza” de Julio. Coreaban y vitoreaban metiéndose con Roberto por ser tan blando.
En el fondo ninguno estaba completamente de acuerdo con la actitud de Julio, pero sabían que ese tema estaba hablado entre los dos, y que por tanto, servía para bromear cuanto quisieran. Las resacas de los sábados se pasan mucho mejor entre amigos.

Mientras, Mario ya se había apuntado en su agenda llamar a Oriol al día siguiente. Algo estaba rondando aquella cabeza que conocía desde la infancia y sabía que éste tenía la necesidad de explicarse.

El resto de la tarde-noche continuó como acostumbraban, siguieron bebiendo cerveza  y copas hasta que el bar de los sábados les invitó a irse levantando las sillas y poniéndolas encima de las mesas.
Entonces, todo el grupo al unísono se levantó y se dirigió a la boca de metro más cercana (haciendo eses) para ir a la discoteca que frecuentaban.

No eran un grupo, a pesar de lo que haya podido parecer, de chicos sin cerebro ni machista. Ese era simplemente el roll que adquirían en determinadas situaciones, sobre todo al hablar de chicas. La única razón por la cual hacían eso era porque no se sentían cómodos hablando de mujeres, no sabían como tratar los temas íntimos sin sacar la mitad de sus palabras de la testosterona que producían. Y los que podían (Roberto, Mario y Oriol), no lo hacían por no aguantar las críticas. Era inevitable pues, ese aspecto chulesco que demostraban, o el falso orgullo que sentían al hablar de sus conquistas.  De hecho, la mayoría de ellos se avergonzaba un poco (tampoco demasiado) de algunas de las cosas que llegaban a decir. Pero en cuanto les hacían una pregunta en el alto, volvían a la carga.

A la mañana siguiente, Mario, fiel como siempre a su cita con el teléfono siempre que Oriol lo requería y llamó a su amigo para ver cómo había amanecido y de paso que le explicase qué le pasaba.

Oriol respondió al teléfono aliviado, por fin podría desahogarse a gusto.

-Tío, es que no sé qué me pasa. He tratado de entenderlo, de verdad pero no tiene sentido. ¿Cómo puede ser? La conocí en una fiesta y hablamos como una hora. ¡Nada más!

-Bueno, en una fiesta una hora hablando no está mal.

-Ya me entiendes. A lo que voy es que no es posible que me gustara tanto. ¡Estoy enfermo, por el amor de Dios!

-Vaaaamos hombre, no exageres que tampoco es para ponerse así. Se te está yendo de las manos.

-Tío, cada vez que salimos te doy la chapa con lo mismo. No me la quito de la cabeza, sin más. Llevamos meses encontrándonos por ahí de noche, es cierto que a veces hablamos, pero nunca de nada importante. ¿Cómo puede ser esto?

La conversación duró cerca de una hora y media, ambos habaron de la última noche e intentaron enfocar el problema de la manera más apropiada. Incluso se plantearon la opción de que Oriol le dijera lo que sentía, pero esa idea fue rápidamente descartada por ambos. Sabían que era inútil. Mario había hecho de intermediario por su amigo y así había llegado a saber que ahora mismo Zaida no quería saber nada de nadie. Había salido de una relación de un par de años y una vez superado todo, quería tiempo para ella, para expandirse como persona, para disfrutar de las amigas que tanto quería y que había apartado en cierta manera de su vida.
Y eso mataba a Oriol.

Cuando colgaron éste se quedó algo triste, no tenía mucho con lo que entretenerse por lo que decidió abrir su portátil y comenzar a escribir algo. No le importaba qué, sólo pretendía distraer su atención.
Pasó un buen rato escribiendo hasta que su estómago le avisó de que era hora de cenar. Cogió una pizza de la nevera y la metió en el horno.

Una gran cantidad de flashes le llegaron a su cabeza. Zaida saludándolo con su sonrisa encantadora, tocándole la cabeza con la mirada tierna al ver su corte de pelo, el olor a melocotón de su acondicionador...
Oriol (por si no se había notado) estaba enamorado de Zaida. No se había atrevido a decírselo a Mario, aunque sabía que no hacía falta.
Repasó qué era lo que hacía que desde hacía más de un año esta chica no parase de aparecer en sus pensamientos. Es cierto que cuando pasaba alguna semana sin verla no pensaba tanto en ella y podía llegar a hacer una vida normal, pero en cuanto se volvían a encontrar comenzaba de nuevo la misma historia. Los siguientes días pensaba asiduamente en ella, en invitarla a ir al cine o dar una vuelta para enseñarle Madrid, ciudad que amaba como a una vieja amiga de la infancia que siempre ha estado ahí y con la que has compartido todo.
El siguiente paso era recordar que no debía tirarse a la piscina porque sabía que estaba vacía. La impotencia y la desesperación se apoderaban de él y así pasaba el resto de la semana hasta la llegada el viernes cuando todo cambiaba por el simple hecho de que tenía muchas opciones de volver a encontrarse con ella.
Tenía la costumbre de prepararse imaginando a Zaida doblando la esquina de la calle rodeada de sus amigas. Riendo y cantando mientras recorrían los doscientos metros que la separaban de la posición donde él estaba, en la puerta de la discoteca acompañando a algunos de sus amigos fumadores, disimulando y haciendo como que aún no había detectado su presencia.

Zaida había descolocado por completo la existencia de Oriol, no sabía por qué pero ejercía sobre él un efecto que no podía entender. Se había colado en su cerebro y había anulado toda su capacidad de razonamiento. Por un motivo o por otro, siempre volvía a ella, lo cual, le producía cierta angustia. Zaida era aquella incógnita que no podía despejar, pero constante. Lo desconcertaba aunque en cierta manera había llegado a un punto de resignación en el que no ansiaba darle explicación, si no que simplemente se dejaba llevar cuando estaba con ella. Disfrutaba de cada uno de los momentos íntimos que compartían rodeados de gente, se concentraba en la energía de su pecho cada vez que ella le acariciaba el brazo y coqueteaba con el placer agridulce de dejarse llevar y reprimirse en el último momento en que se veía besándola.

Cuando la pizza estuvo preparada la cogió y se fue al salón a cenar. Encendió el equipo de música que había heredado de su padre y puso el disco que su hermano le había regalado de John Coltrane y Duke Ellington. Mientras de fondo sonaba In a sentimental mood, paladeó la pizza como si del mayor de los manjares se tratase a la vez reproducía la conversación que mantuvo con Zaida a la salida de la discoteca, tan sólo dos días antes, cuando todos se iban a casa y ellos se apartaron del mundo refugiándose en la noche para disfrutar de un corto paseo y buena conversación.

-Aún da gusto ir por Madrid de noche. ¿Verdad?

-Sí. –Musitó tímidamente Oriol– Madrid es una ciudad increíble.

-¿Tú crees? Yo siempre he sido más de Barcelona. ¿Has estado?

-Si señora, la duda ofende. Y tengo que estar de acuerdo, si nos fijamos en Barcelona tiene más cosas bonitas. Tener como padrino a Gaudí no es cualquier cosa. Sin embargo, le faltan historias.

-¿Ah sí?

-Oh, sin duda. No negaré que tiene muchas. Pero no es lo de Madrid, lo que más se le parece es el barrio Gótico. Pero probablemente esto sea que me falta haber vivido allí. Alguna vez lo haré.

-Vaya, eso es... interesante. ¿Y qué historias tiene Madrid?

-¿No esperarás que te las explique así sin más verdad? No, no, no. Tiene que ser un paseo bien organizado que empiece una tarde cuando esté atardeciendo y que continúe hasta la madrugada temprana donde acabará en una tetería que conozco. Luego un taxi y te aseguro que cuando llegues a casa será la noche que mejor duermas.

-Parece que lo tienes muy preparado. ¿A cuántas chicas has llevado a hacer ese paseo?

-A muchas. ­–Rió Oriol, a lo que Zaida respondió con un golpecito en el hombro y un “calla” pícaro– Pero eran todas amigas o conocidas que venían a visitar la ciudad. Eres un poco mal pensada eehh.

-¿Yo? Para nada. Has sido tú el que ha dicho que había llevado a muchas mujeres. Es más, me tendría que sentir ofendida por ser una más.

Oriol se frenó y mirándola fijamente respondió unas palabras que después recordaría con vergüenza.

-Tú nunca podrás ser una más.

Zaida sonrió y miró hacia abajo. Cogió el brazo a Oriol y lo entrecruzó con el suyo. Oriol se sintió desvanecer y notó como se le aceleraba el pulso. Como siempre que ella lo tocaba, notó cómo su corazón parecía empeñado en salir de su pecho y hacer lo que él no se atrevía.

-Oye, pero algo sí me podrías enseñar, ¿no? No me puedes dejar a medias.

-Tú eres demasiado lista, me parece a mí.

-No sé por qué lo dices.

-Venga anda. Te enseñaré algo gracioso, pero sólo porque no es bueno quedarse con espinitas clavadas. Es mejor quitárselas.

-Ya te veo yo venir. ¿Dónde me llevas?

-Aquí al lado, a la casa del Ratoncito Pérez.

Ante tal revelación Zaida no pudo evitar una carcajada.

-¿Pero qué dices?

-Uy sí, ¿dónde piensas que guarda los dientes? ¡En algún sitio los tendrá que dejar, vamos, digo yo!

-¿Me estás vacilando o qué?

-No, no, mira ya estamos.

-Pero si esto es Arenal.

-Ajá, muy cierto. Y supongo que entre tanta gente como suele haber por aquí no has reparado nunca en ese cartel de ahí arriba.

Zaida miró un cartel blanco clavado en la pared. Era igual que el ponen en los edificios donde vivieron o nacieron importantes personalidades del país.

“AQUÍ VIVÍA
DENTRO DE UNA
CAJA DE GALLETAS
EN LA CONFITERÍA PRAST
RATÓN PEREZ
SEGÚN EL CUENTO QUE
EL PADRE COLOMA ESCRIBIÓ
PARA EL REY NIÑO
ALFONSO XIII”

-No me lo puedo creer, ¿aquí vivía en serio?

-Si señora, ya te lo decía yo... Fue Maria Cristina la que pidió que hicieran ese cuento en el S. XIX cuando se le calló el primer diente a su hijo.

Zaida se separó un poco de Oriol y le miró fijamente. Éste tenía una sonrisa por el descubrimiento que acababa de hacerle. Una sonrisa que, intimidada ante tanta atención por parte de los ojos de Zaida, fue menguando a una que expresaba entre vergüenza e intimidación.

-Oriol, ¿eres un chico especial verdad?

Otro vuelco al corazón.

-No, qué va. A tu lado me siento el más común de los mortales.

Zaida no pudo evitar una mínima mueca que a Oriol no le pasó inadvertida. No sabía de dónde había sacado el valor para decir aquella frase, le había pasado antes delante de otras chicas que le habían gustado de verdad. De repente se veía diciendo cosas que jamás se imaginaría que podría llegar a decir pero que resultaban ser apropiadas.

-Zaida, deberíamos hablar. Sabes que me encantas, ¿no?

Zaida se removió mínimamente y se cruzó de brazos, como si tuviera frío.

-Sí, sí que lo sé. Pero Oriol, no puede ser lo siento. No puedo empezar nada con nadie aún. Soy consciente de que cada vez que nos vemos pasa algo y hablamos y congeniamos... pero no puede ser.

-Sí lo sé. Mario me ha explicado por encima tu situación. La entiendo y la respeto, pero en algún momento te tenía que decr lo que siento. Y habíamos aplazado mucho ese momento.

-Sí, es cierto. Mira, necesito evolucionar, probar nuevas cosas, cambiar. No quiero llegar a los 80 años y sentir que no he llegado a ser la persona que podría haber sido. ¿Me comprendes?

-Aunque no lo puedo compartir. Sí por supuesto que lo entiendo. Y no querría inmiscuirme en eso, lo tengo claro. Pero había llegado un punto en el que estaba loco, no sabía si todo eran imaginaciones mías o no. Porque yo veía señales en ti, pero he visto tantas cosas que uno ya no sabe qué pensar.

-No son imaginaciones tuyas. Pero estamos en un punto en el que los dos podemos seguir nuestra vida, ¿no?

Oriol tembló ante esa pregunta. Quería decirle que no, que él no podía. Que quería intentarlo con ella aunque se estuviera equivocando, que no podían saber si eso era lo correcto o no, que podían estar dejando pasar una oportunidad única.
Pero ella le estaba pidiendo con sus palabras que la apoyase en esa decisión. Aunque en sus ojos apreciaba un atisbo de duda, no podía asegurarlo. “Eres un cobarde”.

-Sí. Tienes razón. Es mejor para ambos, no sería justo para ti por lo que dices, ni para mí porque no estaría a gusto sabiendo que a ti te falta algo aún. “Eres gilipollas

La conversación siguió durante un tiempo en el que dieron vueltas a lo mismo, comentaron algunos episodios divertidos del pasado con la alegría del que sabe la tristeza cercana.

Cuando dieron por acabada la charla porque “se hacía tarde” Oriol la acompañó a coger un taxi a la parada. Una vez más sintió unas ganas tremendas de besarla, sentía que era en ese momento o nunca. Incluso llegó a hacer un debate dentro de su cabeza en esas décimas de segundo. Finalmente decidió respetar lo que había dicho minutos antes y depósito sus labios sobre la mejilla de Zaida a la vez que se abrazaban. Ella dejó caer su envenenada mano sobre su cuello y le acarició.

Oriol, tiró de experiencia y disfrutó el momento. Una vez más el olor de su acondicionador, el movimiento de su pecho acompasado con una profunda respiración que arrullaba su oreja... Estuvieron así unos segundos que a Oriol se le hicieron eternos a la vez que cortísimos. Se despegaron tan cercanos el uno del otro que sus mejillas se tocaron. –“Gira ahora, tienes ahí mismo sus labios. Venga hazlo, no seas idiota. Vamos, vamos, venga”– Pero una vez más Oriol evitó el feliz final.

Zaida abrió la puerta del taxi y los dos se despidieron con la mano. –“Dile que no se vaya, venga no seas cobarde”–
Se sienta dentro y se acomoda para no pillarse el vestido con la puerta. –“No la dejes ir, te vas a arrepentir y ya no habrá solución. Luego no me vengas llorando”–
Zaida cierra la puerta. –“La estás dejando escapar. Te ha dicho que le gustas, no seas cafre. Aún estás a tiempo”–
Zaida le da su dirección al taxista que pone en marcha el coche y se aleja.

Oriol observa como se aleja en estado de shock. Cuando pierde de vista el coche se da la vuelta y piensa que debe ser la persona más estúpida de la Tierra. Siente rabia consigo mismo, y aunque una más que tímida voz le dice que ha hecho bien, no se convence. Pega una patada a una piedra que había por allí cercana y emprende el camino de vuelta a casa.
Durante todo el trayecto no parará de dar vueltas a todo lo que ha hablado con Zaida. Atravesará la Plaza Mayor sin saludar al caballo de Esparteros como suele hacer, ni tampoco mirará el Instituto San Isidro recordando el maravilloso claustro que encierra, no. Porque lo único que tendrá en la cabeza es la mirada de Zaida y el calor que aún conserva en su mejilla derecha. Y así terminará llegando a su casa donde encontrará refugio en el único sitio donde Zaida puede ser suya: en el mundo de los sueños sobre el regazo de su almohada y arropado por la manta que lo mantiene caliente.

Saturday, August 31, 2013

Viento de Porcelana.

Abandono la sin razón de la soledad,
me refugio en unos versos tristes.
Saben nuestros lóbregos labios a sequedad,
soportas la tortura en que vives.

No ves sol en las sábanas que te arroparon,
ya no recuerdas haber amado
te dejas mecer bajo ese caparazón,
que un día alguien tuvo a su lado.

Las hojas se balancean gracias al viento,
soplido viejo de porcelana.
Acaricia tu pelo, tu ya inerte cuerpo
que yacerá por siempre en tu cama.

Me dejaste solo conmigo como siempre
sin la luz de tus ojos vidriosos
con el desafío de poder soportarme
y por no morir, me vuelvo loco.

Thursday, August 15, 2013

Que será, será.


Hoy me apetece escribir con desenfado y tranquilidad, de cosas agradables y que reconfortan el espíritu. Concretamente me voy a centrar otra vez en algo que hacía mucho tiempo que no tocaba; quizás porque lo tenía olvidado o quizás porque no quería recordarlo. Aunque pensándolo bien, la conclusión a la que llego es que podría ser que tras un duro año con demasiadas, de verdad, demasiadas pérdidas (¿vale ya no?), la tristeza o como mínimo la apatía, me impedían recordar esas cosas bonitas que tiene la vida.

¿Recordáis lo que se siente al mirar a los ojos de un desconocido por primera vez y sentir una conexión instantánea? Ese rayo, esas chispas, la electricidad que el ser humano es capaz de transmitir convertido en una onda que llega a la otra persona o como mínimo a ti y que te hace sentir vivo, muy vivo. Sientes que estáis unidos y todo lo que sabes cuando acabas de analizar lo que te acaba de pasar es su nombre y aquello que hayas podido sacar por el contexto y el físico de la otra persona.

Pensemos en unas pecas, una mirada rubia infantil pero con un toque canalla, una sonrisa encantadora y una gracia natural suave, elegante pero terrenal. Y ya está. Qué simple, ¿no? Lo más divertido de esto es que te lo puedes estar inventando por completo, claro que cuando la sensación es tan fuerte es complicado pensar que sea todo un producto de la imaginación.

Qué será, será... Whatever will be will be... The future's not ours, to see… Qué  será, será.

La verdad es que la vida no deja de sorprendernos. A través de unos ojos y con tres palabras puedes imaginarte un rico mundo detrás del interlocutor que tienes delante. Incluso te puede parecer ver un toque de tristeza. Cosas de la vida íntima de la persona con la que estás hablando que ésta no te ha contado y que tú sin embargo ves, conoces. Vislumbras una sombra que no podrías llegar a describir acertadamente pero que te gustaría conocer y arrojar algo de luz a tanto misterio. Por muy absurdo que suene. Es así.

Algo hay en los seres humanos que nos hace conectar unos con otros. Llegamos a tener confianza con personas hasta el punto de saber qué piensan en cada momento y qué es lo que les apetece hacer. Qué necesitan y qué no. Se pueden llegar a mantener conversaciones incluso sin decir una sola palabra.
Lo normal es que pase mucho tiempo hasta llegar a ese punto. Pero ahí están estos instantes mágicos que comento.

Sea lo que sea ese algo no está estudiado, o yo al menos no lo conozco. Algo dicen de las feromonas, pero esa explicación se queda muy corta. En cualquier caso dejemos algo de misterio en la vida.

Yo por mi parte he tenido esa sensación en contadas ocasiones; me sobran dedos de una mano (mejor, si no, no sería tan especial). Y me parece tan maravilloso que lo único que se me ocurre es animar a todo el mundo a disfrutar de esa sensación y del peligro que esconde. Te hace sentir.

Y de lo demás no os preocupéis, que lo que tenga que ser, será.

Tuesday, August 13, 2013

Staroměstský orloj


El hombre mira el reloj que le regalara su abuelo hace muchos años por su cumpleaños. Ya no es aquel joven con toda la vida por delante que vio perecer a su abuelo justo después de entregarle ese mismo reloj. No, la vida o el tiempo (como gusten) se había encargado de madurar su personalidad. Aunque eso ya no importaba.

A las ocho menos un minuto como de costumbre se encontraba parado en frente del Staroměstský orloj. Puntual cual reloj suizo, perfectamente engranado e impasible ante las caras de aquellos que caminaban y observaban la maravilla que representaba aquella fantasía del S. XV.

Dan las ocho y llega el momento en que se disparan los flashes y los muchos turistas (a esa hora menos) que allí están presentes perfeccionan sus técnicas como cámaras de vídeo.
Las figuritas de la torre astronómica comienzan su baile mientras que las cuatro alegorías cumplen con su función bíblica preventiva. Todo unido junto con las campanadas resulta un maravilloso espectáculo arquitectónico que no puede sino encoger a la vez que fascinar el ego humano.

Nuestro querido amigo observa este espectáculo ajeno al mundo, como siempre había hecho. En un lugar a parte al que nada ni nadie podía acceder. Bueno, casi nada.
Sus niñas lo habían conseguido antes de que se las quitaran. ¿Y quién lo hizo? Dos ‘buenos’ amigos (aunque nunca lo fueron en realidad, su relación nacía de la necesidad de relacionarse con gente) y ella, cómo no, la antagonista de una historia demasiado dolorosa para recordarla.

Emprende su camino hacia la cafetería donde pasaba su triste vida desde que veía aquel fantástico espectáculo hasta que llegaba la hora del cierre. No le faltaba dinero, aunque éste estuviera manchado por la traición. Su altanería y prepotencia habían desaparecido por completo. Tan sólo conservaba de su antigua vida el reloj que su abuelo le había regalado y los recuerdos de una vida solitaria.

El café en cuestión no es uno cualquiera, las paredes son engranajes que no paran de moverse. Los dientes se enganchan uno tras otro para hacer mover algo (aunque no sabemos qué puesto que nuestro protagonista no se interesó jamás por el secreto que escondían).

Allí pasaba las horas sentado, mirando por la ventana de la puerta, esperando a que ella entrara y le diera una explicación, le dijera que se arrepentía y que iba a compensarle tanto sufrimiento. Ayyy... La historia del viejo y la niña, del celoso extremeño...
Cuando el dolor le dio una tregua y comenzó a sentir se refugió en la lectura para evitar el lloro continuado.

Los camareros ya conocían a este hombre con aspecto desaliñado y que se pasaba allí las horas muertas. Jamás habían oído su voz, para pedir se dedicaba a señalar la carta: un té... y ya... Los primeros días se molestaban en preguntar, a partir de las dos semanas sabían lo que quería.
Tuvo que introducir comida en su dieta al tercer día, un sándwich de jamón y queso. La cena: ensalada. Y así pasó un año o dos o quién sabe cuánto tiempo.

En un par de ocasiones su corazón se detuvo al ver una figura similar a la que esperaba encontrar, pero era su cabeza que le tendía trampas. Engaños que con el tiempo aprendió a no crear. Acabó por hundirse en la oscuridad del dolor que sentía, del amor que jamás pensó que llegaría a sentir.

Un buen día nuestro querido amigo dejó de asistir a su cita con el reloj astronómico, con la cafetería llena de engranajes y con la pena.
Los trabajadores de aquel lugar, extrañados, avisaron a la policía quien tras un par de días de investigación supo que aquel hombre había aparecido muerto en la habitación de hotel de lujo en la que se hospedaba.
El cuerpo fue descubierto por una mujer de la limpieza que rápidamente avisó.

Cuando llegó la médico forense se encontró al yacente en la cama bien arropado. Se acercó a él y una pétrea mirada de indiferencia en el muerto que aguantó a duras penas (a pesar de los años de profesión) le presentó la causa de la muerte. Intentó cerrarle los ojos pero no pudo. Parecía en calma, por fin.
A su lado, en la mesita de noche, la confirmación de su sospecha. Una cajita y una nota encima que procedió a leer, sólo había una frase:

Siempre hay algo auténtico oculto en cada falsificación”.

Acto seguido abrió la caja y encontró el reloj que siempre había llevado con él. Lo único que había querido y conservado hasta el último de sus días.

-¿Cree que lo asesinaron?

-No, ojalá... Me temo que este señor, al igual que Marianela, ha muerto de pena.
–Respondió la forense.

-Entonces nos podemos ir, ¿no?

-Si señor, váyanse. Yo voy a quedarme a terminar de examinar el cadáver y a rellenar el papeleo.

El funcionario, extrañado, miró por última vez el cadáver y se fue junto con el resto de compañeros que abandonaron la estancia dejando a la forense a solas con el muerto.

-Descansa en paz, ahora que puedes, tipo solitario. Te quedaste con la historia que te conté sobre Praga y viniste a por mi. ¿Pero qué esperabas? Te robé tus preciosas niñas. ¿Esperabas compasión por mi parte? ¿O quizás sólo un perdón?

Se quedó un rato observando aquel cadáver que seguía mirándola fijamente impasible. Reflejando tranquilidad.

Empezaba a no encontrarse bien, tenía nauseas. El cadáver seguía mirándola fijamente sin variar un ápice su aspecto.

Una repentina tos empezó a sacudir a la mujer.

-Me hice médico por todo lo que viví contigo, ¿sabes? –Dijo a duras penas entre tosidos–. De repente me interesaba el cuerpo humano y cómo funcionaba.

Las tos se iba haciendo cada vez más notable hasta el punto de hacer que escupiera sangre.

-Maldito viejo, ¿ahora quieres vengarte de mi?

Notó como poco a poco le iba faltando el aire. Cayó al suelo con las manos en su cuello intentando respirar, buscando con ahínco una bocanada de aire que le concediera vida, pero no llegó.

*****

Examiné los cuerpos para determinar la causa de la muerte en ambos casos. Pero pocas veces mi trabajo fue tan infructuoso.

En el cuerpo del hombre no hallé ninguna causa de muerte. La opción que más cuadraba era que su corazón hubiera dejado de latir. Así, de pronto y sin previo aviso, por alguna causa que aún hoy desconozco. Pensé en un infarto pero no había ninguna señal macro o microscópica que pudiera confirmar esa hipótesis.

En cuanto a la mujer, se pudo observar un retraimiento de la tráquea que produjo su aplastamiento y la consiguiente asfixia. Una vez más, el motivo es un misterio y tampoco hay ningún caso descrito con el tipo de lesiones que presentaba.

*****

Me presento, soy el que escribe.

Llevo años pensando en aquella pareja que apareció muerta sin causa aparente en las camillas del hospital donde trabajo.
Soy una persona que siempre busca respuesta a todo, que necesita saber el por qué de las cosas y de dónde vienen hasta el más primordial de los motivos.
Desde aquel caso, en cada autopsia que he realizado, cada noche que me he ido a la cama, incluso en mis vacaciones he pensado en qué pudo pasarle a aquella pareja que encontraron muerta en la habitación de un hotel en tan extrañas circunstancias.
Y nunca pude... Hasta hoy.

Fui al cine a ver una película, y fue azar, destino o Dios que eligiera ver La mejor oferta de Giuseppe Tornatore. ¡Qué alivio! A parte de lo entretenido de la historia, ¡por fin vi claro qué era lo que había pasado!
Cierto es que en la película se saltan ciertos detalles, pero he aquí el final de la historia que tanto tiempo lleva amargándome.

Pido disculpas pues, si lo escrito parece un plagio o un intento de aprovecharse de la creación de otro. Para nada, simplemente quise eliminar dos angustias que, de haberse perpetuado, habrían hecho mella en mi persona.

Gracias a todos.