Saturday, October 12, 2013

Lo que no he hecho hoy

Me gusta mucho hablaros a través del papel (pantalla, pero déjenme licencias). Sí, es cierto, cuento cosas que me vienen a la cabeza y que pueden tener más o menos sentido. Sé positivamente que todas tienen una parte de mí, son cosas que he hecho y vosotros desconocéis o bien cosas que he pensado o sentido; a veces son migajas que introduzco, quizás una coma o un color. Es divertido, disfruto contándoos todo sin deciros nada en realidad.

Sin embargo, a veces me gusta salir de la rutina y hoy va a ser uno de esos días en los que pondremos algo de variedad en las costumbres que teníamos. Os voy a contar otra cosa, os explicaré lo que no he hecho.

Hoy no he visto una película que me haya hecho reflexionar y pensar en el sinsentido de vivir sabiendo que tenemos los días contados, que nuestro paso por aquí es meramente transitorio y que nuestra existencia no va más allá de meras interacciones físicas y bioquímicas con el ambiente que nos rodea para después desaparecer, quizás mantendremos por un instante estos cambios introducidos pero de forma efímera. No se me ha ocurrido pensar que a lo mejor no tiene sentido matarnos los unos a los otros y obligarnos a trabajar más tiempo del necesario, si total, no servirá de nada cuando desaparezcamos.

Tampoco me ha llegado un mensaje a las dos de la madrugada diciéndome que si me apetecía dar una vuelta sólo por el placer de caminar por una ciudad casi desierta si sabes cómo y por dónde moverte, por el gusto de disfrutar de compañía sin más pretensiones que reir y hablar de cosas serias o no.
En consecuencia, no se me ha acelerado el corazón al coger el móvil, ni me he metido en la ducha a toda prisa para no oler a tigre después de veinticuatro horas sin pasar por ella ya que hoy he estado trabajando todo el día y no iba a salir de casa. Así que no he pasado cerca de una hora y media con nadie disfrutando del frío otoñal de esta ciudad, ni hemos fantaseado con el futuro en común.

Obviamente no he despeinado a nadie para hacerle rabiar, ni le he hecho cosquillas. Nadie me ha intentado tirar al agua y yo, que jamás he sido vengativo, no me he tomado la revancha y no he tirado a nadie el suelo. ¡Con lo que a mí me gusta ensuciar de barro a los demás! Pues no he podido. No he esperado a que se levante y le he quitado una hojita del pelo.
Por desgracia me he quedado sin una suave caricia en mi mano que me invitase a acercarme. No me he dejado llevar de ninguna manera, de ninguna forma aunque no era el plan establecido en un principio.

No he caminado en silencio con mi mano entrelazada con la de otra persona mientras la acompañaba a casa. Nadie me ha mirado profundamente justo antes de darme un beso en la mejilla. No la he sujetado y la he besado en un acceso de locura. No nos hemos sonreído y nos hemos despedido con un sincero "hasta mañana".

Así que ya véis, estoy sentado en la cama divagando sobre algo que no tiene ningún sentido pues no ha pasado. De fondo suena Vine del norte, siempre inspiradora, y yo ya he conseguido lo que quería, pasar un rato agradable haciendo aquello que de verdad amo, escribir. Tengan ustedes buenas noches o días si lo leen en diferido.

Wednesday, October 9, 2013

La Triste Historia de Lana

Lana escucha con el corazón encogido hecho girones cómo las llaves de su marido tintinean al otro lado de la puerta. El muy desgraciado tiene más problemas que de costumbre para abrir la puerta, señal de que esta noche el whiskey no ha podido evitar su entera derrota.

Lana se remueve inquieta en la cama, desea que sea incapaz de abrir la casa, que caiga por las escaleras, se ahogue en su vómito o simplemente desaparezca como por arte de magia. Vive un infierno diario en el que su autoestima y su dignidad comparten protagonismo como víctimas de los golpes que el cerdo le propina.

"Eres una puta y no sirves para nada. Me das asco"

Estas palabras resuenan dentro de su cabeza evocando uno de tantos episodios que había tenido que aguantar. Conocía la historia de su prima Martina o "Martinita" como la llamaba todo el mundo, y eso la paralizaba. Tenía miedo de que denunciando no hiciera más que aumentar la rabia que alimentaba al monstruo que la maltrataba y que acabase matándola.

No la dejaba salir de casa, en parte por coartar su libertad, en parte porque nadie pudiera observar las marcas que le dejaba.
Estaba encerrada en una cárcel de la que no podía salir. Vivía alterada y nerviosa. Todo la asustaba, el crujido de la madera de la casa repentino le recordaba aquella ocasión en la que le había roto una costilla, el timbre del microondas lo confundía con el de aquella noche en que su marido incapaz de abrir la puerta la había acusado de haber cambiado la cerradura para dejarlo en ridículo delante de todo el vecindario, casi lo quema. Y así... Sudaba sólo con pensar en él y tenía que ducharse para disimular el mal olor.

Lana aguantaba los días en que la pegaba como podía, unos con entereza, otros deseando que algún golpe no fuera bien calculado y acabase de una vez por todas con la agonía en la que se había visto obligada a sobevivir.

El violento ha entrado y anda caliente. Se quita los pantalones a duras penas y coge a su mujer por el pelo para saciarse. Esta vez dura poco. El muy miserable la penetra sin apenas recibir oposición.

Lana llora mientras sufre la enésima violación, la última. Cuando todo ha acabado y nota el jadeante cuerpo yaciendo a su lado boca arriba, ve su momento. Coge el cuchillo que tenía guardado debajo de la almohada y se lo clava en el cuello desgarrándolo. El puerco comienza a hacer ruidos con la garganta, se remueve, cae al suelo. No puede articular palabra, le ha arrancado las cuerdas vocales de cuajo.

Ella mira el espectáculo con cierto placer sádico, la venganza se ha cumplido.

"Muere sucio hijo de puta"

Poco tardan en cumplirse sus expectativas, se desangra por momentos y ya apenas se mueve.
Lana se avalanza con el cuchillo sobre el cuerpo y comienza a desguazarlo cortando y clavando. Le arranca la lengua y saca los ojos de las cuencas del animal. Secciona el pene empapándose de sangre y se lo introduce al muerto en la boca con tal agresividad que el frenillo no soporta la tracción y vence. Hasta diez puñaladas acabaría presentando en la tripa el desfigurado cadáver.

Cuando el odio se intercambia por el cansacio, Lana se deja caer hacia atrás. Sentada en el suelo llora de rabia y de dolor por haber perdido su vida, quizás para siempre. Coge aire y grita como jamás lo había hecho en un acto de catársis suprema. Jamás volvería a ver esa cara.

Tuesday, October 8, 2013

Te recuerdo

Recuerdo las noches en que la seda de tus yemas cubría mi angustia. Recuerdo que te gustaba bromear sobre el futuro, juguetear con la idea de tenerlo resuelto a mi lado venciendo cualquier complicación. Pero me temo que no. No podía ser, y sin embargo, fíjate, aún te pienso a veces en lo profundo de la noche.

Es irónica la vida, a ti que siempre te gustaba mirar hacia delante, quizás demasiado. Tú que tenías esa mala costumbre... me la has pegado, al menos en parte. No miro el presente, estoy en otro tiempo en otro lugar, sólo que no está delante si no detrás, a tu lado.

Recuerdo que nos gustaba bailar y hacer locuras por las calles de Madrid, entre los austrias, musulmanes, judíos y egipcios celebrábamos que estábamos más vivos que nunca. Jugando al pilla pilla por los recobecos que guarda la felicidad. Y sin embargo, ya no queda nada, ni siquiera aquella ciudad que hoy parece un mal fantasma que agoniza como yo porque vuelvas a ella. A recorrerla con tu paso decidido, acariciando sus muros hechos de ladrillo, con tu fina melena al viento como la de las heroínas de los cuentos que me contaba mi madre en la cama. Feroz, vivaz, ardiente.

Recuerdo... Bueno... Qué más da si ya no son más que añoranzas de un niño con cuerpo de adolescente crecido. Me dicen que nuestro amor no fue válido por ser el primero, inocente e inmaduro.

Yo sólo sé que aún me dueles dentro y que pienso en ti. Tampoco siempre, no es que esté loco o aún no esté rehabilitado, para nada. Es sólo que jamás quise como lo hice contigo, es sólo que a pesar de que ha pasado mucho tiempo, aún te recuerdo.



Monday, October 7, 2013

Quisiera

Quisiera saber el por qué de tu sonrisa
que toda oscuridad ilumina.
Quisiera el secreto de tu dulce mirada,
que me desasosiega y me calma.

Quisiera ser pájaro que anida en tu piel
y jamás dejarte de querer.
Quisiera navegar por siempre en tu ternura,
quizás así pueda tener cura.

Quisiera tener la ilusión de que me piensas
que no hay otro amor por el que rezas.
Quisiera abandonar la estación soledad
para por ti dejarme llevar.

Sunday, September 29, 2013

Caté las delicias del ayer...

Caté las delicias del ayer.
Cedí gustoso al dulce placer
de tus labios con sabor a miel,
del abrigo cierto de tu piel.

Consumí la esperanza de mi alma
murió ya el susurro del amor.
Avanza así Tristeza, con calma,
siempre tuvo mucho más valor.

Los bares ya no palian tu ausencia,
las mujeres no sacian mi pena.
Soledad golpea con paciencia
la poca autoestima que aún me queda.

Los recuerdos me ligan a ti
a la calidez de tu sonrisa,
a tu mirar puro, algo infantil.
Te querré clara, sutil, sin prisa.

Consumí la esperanza de mi alma
murió ya el susurro del amor.
Avanza así Tristeza, con calma,
siempre tuvo mucho más valor.

Mis pasos me llevan a Locura,
quien usa su inocente ternura
para recogerme firme y fuerte
hasta el ansiado fin: dulce Muerte.

Monday, September 16, 2013

Una Historia en la Antigua Grecia


Recibí la espada de Damocles como quien recibe un tesoro. Divina joya de la antigua Grecia, ¿dónde estuviste todos estos años? La habían envuelto en papel de seda e introducido en una caja bastante aparatosa, más o menos como para almacenar el doble del contenido real. Y es que, ¡cuán diferente es la realidad de las apariencias!

Mi nombre es Aaron, iluminado para actuar en el momento apropiado y oportuno según mis intereses y aquello que quiero buscar. Bendita ironía que siempre aparece para reírse junto con el dios destino.

Crecí bajo la sombra de ser el hijo de Hércules, todo un héroe que había conseguido desarrollar los doce trabajos. ¡Nada más y nada menos que un semidiós! Y mi madre... ¡Ay mi madre! Deyanira, qué se puede decir de ella, la pobre sucumbió a uno de los más primitivos sentimientos que todo ser humano puede tener. ¿Creen ustedes que yo podía salir normal? No, claro que no.

Por un lado tenía la obligación de superar aquello que mi buen padre había conseguido, vencer leones, hidras y demás criaturas y heroicidades. Por otro, debía mantener no sólo la cordura, sino mi personalidad. Y en estas condiciones, pretendía mantener el negocio familiar. Tirando de sangre y buen nombre había de perpetuar la fabulosa Atenas a salvo de cualquiera que quisiera romper la paz de sus bondadosos vecinos.

Durante los primeros años, con la resaca de la muerte de mis padres, apenas hacía falta hacer mucho. Es cierto que yo era un crío, pero claro, las noticias tardaban en llegar al resto de Grecia y los borrachos que no hacían más que preguntarte sobre tus más profundos principios para que erraras o los toxicómanos que hablaban sobre mundos a parte donde las ideas reinaban aún no se daban. Era en general una sociedad tranquila.

Sin embargo Cronos, ese malnacido desgraciado, se empeñó ya hace tiempo en utilizar la maldita hoz (la de problemas que dan estos instrumentos, ojalá se extinguiesen) de su caja de herramientas. Y los segundos, minutos y horas fueron transcurriendo por lo que no me quedó más remedio que crecer. Con ello, las probabilidades de que llegase algún monstruito a la ciudad iban incrementando.

Quiso el destino que coincidiendo con mi decimoctavo cumpleaños llegase mi Némesis (demasiado tiempo viviendo de las rentas). Una terrible bestia negra con una mancha blanca en la parte derecha de su labio superior llegó a la ciudad. En un comienzo pedía cosas bastante razonables comparadas con el coste que suponía el utilizar la fuerza contra ella. Primero solicitó, a cambio de la paz, el permitir mandar sobre el barrio más céntrico de Atenas. Toda la ciudad se reunió en el ágora sin más techo que el que brindaban los árboles. Allá acamparon durante setenta y dos horas hasta que se consiguió llegar a un acuerdo: se podía conceder el barrio central de Atenas siempre y cuando se celebrasen asambleas con asiduidad para ratificar el poder de la nueva líder.

Durante unos meses reinó la calma, pero pronto las peticiones de la bestia fueron aumentando. Exigió que se suprimiesen las asambleas, ya que teniendo en cuenta que ella era la líder, no parecía tener mucho sentido que tuviera que pedir aprobación de nadie para hacer lo que ella considerase oportuno. Luego fue la anexión de los barrios situados al sur del Central, puesto que siempre habían compartido fiestas populares en conjunto no se entendía por qué no podían continuar viviendo en común y se obligaba a sus poblaciones a vivir separadas.

Llegados a este punto de la historia recobro el protagonismo. Ya me habían avisado que la situación actual estaba adquiriendo tintes trágicos para el devenir no sólo de Atenas, si no de Grecia entera. Y que si había cualquier otro movimiento más por parte de la maldita bestia tendría que entrar en acción y procurar el bien de todos.

Os podéis imaginar cómo me sentó ese ultimátum disfrazado de necesidad. Cinco años habían pasado desde que la maldita llegase a la ciudad y casi nos habíamos acostumbrado a su presencia, cuando de repente, los ciudadanos se habían cansado de ella. Ya había avanzado mucho.

Por supuesto la bestia continuó e invadió el Este de la ciudad, y con ello, el vaso se desbordó. Se me instó a defender el honor de mi familia y de toda Grecia. Debía atacar a la bestia y vencerla yo sólo, y el único argumento que daban era que yo debía haber heredado algo de la fuerza y valor de mi padre, o al menos, lo suficiente como para vencer a la tirana que asolaba a nuestro pueblo y la paz griega. Perfecto.

Comenzó a sí una lucha encarnizada entre ella y yo en la que ninguno de los dos cedíamos terreno. El orgullo mal concebido propiciaba ataques arriesgados en los que ambos nos jugábamos la piel hasta que finalmente uno de los dos salió gravemente herido: yo. Un zarpazo de los muchos que lanzara había conseguido burlar mis reflejos para acabar atravesándome de alante a atrás y dejándome en un estado bastante grave.
La guerra estaba perdida.

Me arrastré hasta la casa de curas más cercana donde me dijeron que aunque no moriría, siempre sentiría el dolor de aquella punzada que me habían propiciado.
Ante tal noticia, y aunque parezca mentira viendo el contexto, sentí alivio. Nunca fui valiente, y nunca lo quise ser. Me resguardaba bajo un manto de prudencia para vencer las batallas que debía disputar. Pero cuando llegó el gran reto y fui derrotado, lo asumí y pasé página en cuestión de pocas horas. Me quedarían secuelas, sí claro, pero podía convivir con ellas, y además, Grecia estaba perdida. Merecía la pena vagar por el mundo buscando un lugar en el que resguardarme de los peligros del azar que me había deseado un destino que yo nunca había pedido. Ya era hora de tomar las riendas de mi vida.

Abandoné el país con lo puesto y bien tapado para no ser descubierto mientras cientos de columnas e imágenes de mis antepasados olímpicos caían pasto del poder de la bestia. No tenía nadie a quién acudir y por pertenencias sólo conservaba la reliquia de Damocles con la que siempre había librado mis batallas. La pasión que este arma transmitía me daba la confianza suficiente como para abordar cualquier reto y por eso era la única pertenencia de la que no me desprendía ni para dormir.

Vagabundeé durante meses hasta que finalmente encontré una pequeña villa coronada por lo que parecía ser un castillo. El lugar se llamaba Edilla. Las gentes de allí aunque rústicas y vagamente alfabetizadas, me recibieron con los brazos abiertos deseosos de mostrar el carácter afable y solidario que los dioses les habían proporcionado desde tiempos inmemorables. Aprendí sus gustos, su gastronomía, su lengua, sus tradiciones, en fin, todo aquello que fui capaz de absorber. Y allí me decidí a vivir el resto de mis días soportando la vergüenza del recuerdo y aspirando, quién sabe, a la felicidad.

Pero no, el destino no es afín a los que marchan de sus raíces.
Al tiempo de estacionarme allá comenzaron a acudir imágenes de mi antigua enemiga. En un principio no eran demasiado habituales, pero con el tiempo fueron siendo mas asiduas hasta que llegó un punto en el que formaban parte de mi vida diaria. Me asediaban a todas horas, por la mañana durante el trabajo en la huerta y por la noche cuando pretendía dormir. Quise evitar darle importancia, quise superar aquel escollo, me intenté convencer de que nada tenía que ver conmigo... Pero no sirvió. La realidad se fue apareciendo ante mí: yo no era nada sin aquel ser, hijo del inframundo, que había asolado mi tierra natal. Jamás hallaría paz si no me enfrentaba a mi pasado, al destino que me había dado la espalda.
Y fue tras esta reflexión que me decidí a dar media vuelta dejando todo para enfrentarme una última vez al monstruo de mi existencia, a la bestia negra de mancha blanca que empañaba cualquier opción de ser feliz.

Y así es como me encuentran ustedes: decidido, valiente y tranquilo. A veinticuatro horas de llegar a Atenas para enfrentarme a mi fortuna escribo estas páginas con la esperanza de hacer llegar a los que vengan detrás de mí que jamás deben renunciar a aquello que aman, que la mayor cobardía es no saber identificar los propios errores y enfrentarse a ellos por temibles que sean, que luchar y perder una batalla no es el fin de la guerra. No mientras que nuestros corazones bombeen sangre, no mientras haya un iluso dispuesto (equivocadamente o no) a morir por aquello en lo que cree, por aquello que quiso ser: un maldito feliz, héroe o no.

Sunday, September 8, 2013

Hoy el Sol ya no brilla...

Hoy el Sol ya no brilla,
igual que tu pupila.
Tampoco las estrellas
que lloran tu belleza.

Las flores se marchitan
al paso de la brisa.
Arrasa la maleza
guardando mi tristeza.

Fuiste la más bonita
de todas mis amigas.
Te añoro con pereza,
te amaré aunque me duela.

Hasta siempre querida.