Tuesday, February 8, 2011

Sombra aquí, sombra allá...


Y entonces, me giré... Vi aquella figura que me había estado susurrando al oído todo este tiempo. Era una sombra gris y eso era todo lo que podía percibir... No sabría decir si era alta o baja. Por supuesto, no tenía ojos ni boca, sólo eso una sombra, que no paraba de susurrar y cuanto más la miraba, más ruido oía en mi cabeza.

La ciudad de Nueva York de noche tiene una magia especial, y esta sombra era algo que sólo podría ocurrir allí. La sombra estaba apoyada sobre la farola verde, yo la seguía mirando sin adivinar qué era, escuchando los ruidos que metía en mi cabeza, esos malditos murmullos. Me di cuenta de que había algo que me ponía enfermo en ella, era su actitud de prepotencia, de saber que ella me podía guiar por el camino correcto, pero que no quería ser clara.
Poco a poco, me pareció ver como se metía las manos en el bolsillo y miraba hacia abajo como decepcionada.

-¿Qué narices quieres de mí? -Me preguntaba a mí mismo, ¡SOLO DEJAME EN PAZ!, ¿VALE?

Pero no se iba... Ahí estaba ella, impasible, su expresión se fue transformando paulatinamente de esa prepotencia a indignación, no se creía que no le entendiera. Pasó después a impacientarse y, por último, a entristecerse.
Me miró fijamente, y a pesar de que no podía distinguir sus figuras vi la condescendencia en su cara...

Me estaba haciendo sentir miserable... No quería seguir mirándola, pero no podía, tenía la sensación de que en ella había algo que tenía que sacar, y los murmullos no cesaban, se clavaban en mi cabeza atormentándome, tanto... que grité:

-¡BASTA!

Pero no duró mi imposición, paso a ser una súplica.

-Basta, por favor te lo suplico, dejame ya... Dime lo que sea y vete, pero por favor, no sigas torturándome, vete ya...

La sombra ahí seguía, su figura denotaba que cada vez estaba más triste, observando cómo esparcía mi dignidad y mi sufrimiento por el suelo, ella iba mudando su cara, cada vez de mayor tristeza, compasión...

-¿Quien eres? No sé que quieres de mí, y me da igual, por favor haz que pare.

Pero no paraba seguía ahí, no me dejaba en paz, me estaba volviendo loco. Las lágrimas resbalaban por mi cara, y se podía ver cómo iba formándose un charquito diminuto en la acera.
No sé cuánto tiempo estuve suplicando y llorando, luchando contra mi cabeza, sólo sé que todo empezó a parecerme más claro.

Comencé a distinguir los susurros, me estaban diciendo cosas, las escuchaba bajas, pero podría llegar a entenderlas si prestaba más atención, era mi hermano. ¡Sí, sí, la voz de mi hermano!

-Hermano, hermanito. ¿Me oyes? ¿Cómo estás, que quieres?

Empecé a escuchar con claridad lo que me decía: “Estáaaaa dentrooooo”. Y la voz se desvanecía...
Al rato volvía: “Estáaaaaa dentrooooo d-d-de...”

-Qué es, qué, dímelo ya, por favor.
Sonó en mi cabeza como un grito, como un enorme grito que me bloqueó los oídos.

¡¡¡ESTÁ DENTRO DE TÍ, ESTÚPIDO!!!

Vinieron más susurros, esta vez bajitos. “Enfréntate a ello” “Guárdalo y déjalo estar”

Entonces lo entendí, levanté la mirada y la sombra asentía con resignación. No quería salir, la había enterrado en vida. Había hecho como si su existencia era una más, la había intentado relegar a un puesto que no la correspondía, y todo lo que hacía era inútil, porque la seguía queriendo, con toda mi alma.

Cada vez que hablaba con ella y fingía como que no había pasado nada, me estaba clavando un hierro oxidado, su imagen, su sonrisa, su forma dulce de tratarme, la forma que tenía de reírse, todo, lo tenía grabado a fuego dentro de mí, y por mucho que lo quisiera esconder, no había nada que hacer.

La sombra se acercó y me abrazó, lloré desconsoladamente en su hombro, como jamás lo había hecho, lloré amargamente, y un terrible dolor se acentuó en mi pecho y se hizo más y más insoportable... Se extendió y se mezcló con mi cansancio, las piernas me empezaron a fallar y la sombra me dejó caer de rodillas sobre la calle.
Giró sobre sus tobillos y se fue, se alejó poco a poco de mí hasta que se la tragó la noche, no miró ni una vez atrás, ni una sola vez...

Yo por mi parte me sentí helado, un frío gélido me paralizó. La sombra... había sido la sombra la que me había dejado así... Un frío que sentía como cuando despierto de una pesadilla, aterrorizado por si la volvía a ver. A ella, sí a ella...




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