-Ella
me prometió una mirada azul y brillante, quizás algo juguetona. Me insinuó que
sería divertido, que podríamos probar, que por qué no iba a ser ella.
Con
su desparpajo descartó cualquier momento de aburrimiento mientras estuviéramos
juntos, sin importar el dónde.
Habló
entrecortada, con lágrimas en los ojos, y me hizo ver una montaña de
sentimientos a su lado, una aventura, una profundidad en su manera de vivir la
vida que me atrapó; desconcertado y perdido.
Debatimos,
le hablé de mis escritores y ella a mí de los suyos, me aleccionó de cine y
supe que nunca habría silencio entre nosotros.
Me
miró fijamente llena de ternura, ansiosa, y entendí al instante que me había
equivocado: habría silencios perfectos.
Me
cogió de mi mano caliente en comparación con la suya, y sentí que me traería
paz cuando la necesitase (a la paz o a ella).
Se
apoyó levitando en mi pecho para despedirse con un trémulo e intenso beso en la
mejilla. Intuí su dulce y suave sensibilidad.
Me
llevó a bailar y el miedo al contacto se fue venciendo.
Me
gritó discursos apasionados con los que no siempre estaba de acuerdo, y el
miedo a pelearnos se desvaneció.
Me
contó chistes con su acento del sur; doblando su naricilla, y el miedo a llegar
a detestar aquellas cosas suyas que me encantaban desapareció.
Me
echó la bronca muchas veces y el miedo a que no pudiéramos convivir se
transformó en amor.
Me
habló de viajes y de que sólo tenemos una vida, que luego dejamos de ser, y mi
miedo a meterme en líos y a morir me abandonó.
Y
así fue todo.
-Pero…
¿y entonces tú que hiciste papá?
-Esperar
y enamorarme, hijos míos.
0 comments:
Post a Comment