Buenos días, buenas tardes y buenas noches por si no nos vemos luego.
Tendríamos que poder despedirnos por anticipado y que eso fuera una especie de contrato inquebrantable, un candado en la boca, en los teclados... un cerrojo a la memoria, a la imaginación.
Decir adiós y ya.
El Norte cala hasta los huesos, sólo aquí puedes encontrar tanto verde y estar tan cerca del fin del mundo a la vez. La vida y la muerte viven en una extraña simbiosis arrulladas por el mar. Un mar denso, negro, algo desflecado que da impresión de helar, un mar tranquilo hasta que llega a la costa y golpea fuerte contra las rocas grabando imágenes en forma de acantilados, carreteras formando perfiles abstractos que parecen cobrar forma de historias de aquellos que un día observaban esas mismas piedras sintiéndose minúsculos.
Las olas castigan la costa y cada gota es una imagen, recuerdos, ensoñaciones... todas ellas tienen un mismo sabor amargo Norteste.
Pintxos, calles, nostalgia de los paseos en familia, caricias, besos, abrazos...
Y mucho paisaje, mucha sensación de empequeñecimiento al borde de un acantilado pensando en saltar y echar a volar; que unas alas de fuego den a mi cuerpo esa libertad de flotar sobre la tierra, sobre la vida, borrar las ataduras materiales.
Mundaka, Gaztelugatxe, Zumaia, es igual... Un horizonte infinito lleno de suspiros purificadores sabor salitre, una extraña energía sin brío que sana... poco a poco va sanando, aunque aún no lo vea.
Cierro los ojos y castigas mi paz.
Abro los ojos... Buenos días, buenas tardes y buenas noches por si no nos vemos más. A ver si así queda todo dicho.
No ha acabado el día y ya tengo que empezar de cero.
Aprendiz viajando. Hasta la próxima.
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