Akinu
disfrutaba bailando, su pelo hondeando al viento que generaba con sus movimientos,
la ligereza de éstos. Se movía como ingrávida, en esos momentos en los que las
miradas de los demás no importan, cuando lo único que existe es el presente y
el ruido desaparece, cuando la música inunda el alma y te transporta a otro
mundo, allá donde sólo se puede llegar inmaterial y etéreo.
Verla
era maravilloso, la gracia de sus brazos en forma de curva invitando a ligarse
a la Tierra, a una especie de corriente de energía que recorría esa misma
habitación en donde todos estábamos expectantes a sus giros, a esa sensibilidad
que desprendía con sus ojos cerrados, a aquello, fuese lo que fuese que le
hacía moverse.
Con
pasión y con dolor. Se podían observar los labios apretados de rabia y de vez
en cuando una sonrisa, ya fuera por algún recuerdo o por el alivio de dejar ir
todo aquello que necesitase sacar.
Todos
hipnotizados ante tanta belleza, ante esa estética del dolor…
*****
Es
curioso, había conocido aquel bar una noche lluviosa tras un largo paseo
reflexionando. Estaba pensando en la vida y cómo ésta da vueltas de manera
aleatoria para juntar y desjuntar por aparente casualidad siempre. Pasé por el
lado de una pequeña puerta estrecha. Un pequeño letrero encima invitaba a
entrar a personas como yo: “Bar De Los Olvidados”, mejor carta de presentación
no podía tener.
Al
abrir la puerta, bastante añada ya, me sorprendió el lugar. Paredes de madera,
luces muy íntimas, cuadros de músicos de los que ya no nacen… Aquel sitio
estaba hecho a la medida. Me senté en la barra y pedí una cerveza. Cuando el
camarero la trajo lo abordé para saciar mi curiosidad.
-¿Qué
es este sitio? Nunca que me había fijado en él.
+Esto
es un bar que siempre ha estado aquí, lo que pasa es que la gente no se suele
fijar en él porque no es muy llamativo desde fuera. Sin embargo como ves,
siempre hay gente. –Respondió haciendo un breve gesto con la cabeza–.
-Te
gusta trabajar aquí, ¿eh?
+Disfruto
mucho, sobre todo las noches de concierto.
-¡¿Hacen
conciertos?! ¡¿Cuándo?!
+Todos
los días, pero me temo que hoy no podrás asistir.
-Vaya…
¿Se han agotado las entradas?
+No
amigo, no. Es que hoy no es un buen día para que puedas disfrutar del
concierto, así que no puedes asistir. –Espetó medio riéndose ante la obviedad
de la respuesta–.
Yo, algo molesto por interpretar que se estaba riendo de mí, respondí airado.
-¡Pero
bueno! ¿A santo de qué vas a decirme tú si estoy preparado o no? Pago la
entrada pues entro si quiero.
+Relájate
amigo, que no me quería burlar. Los conciertos no cuestan dinero, así que esas
reglas aquí no valen. Y lo de preparado entiendo que suene raro, pero hazme
caso, si vuelves asiduamente lo entenderás, no tienes más que mirar a tu
alrededor, ¿parece esto un bar normal?
Eché
un vistazo a la gente y noté algo extraño en sus caras y su forma de hablar, no
sabría decir qué era… Pero era cierto que se dejaba notar un algo distinto en
las personas de aquel bar. Bien mirado, el bar en sí era extraño.
-Disculpa…
un día duro. Tráeme la cuenta cuando puedes.
+No
lo suficiente, amigo, no lo suficiente. Hoy invita la casa. –Y señaló un cartel
que había detrás de él con las botellas de alcohol que rezaba: “Guarde el
dinero, hoy invita la casa”–.
Así
que me despedí agradecido y deseando volver al día siguiente a ver si estaba
preparado para ver un concierto de los que se hacían allí.
*****
Volví
varios días pero ninguno fue posible, ninguno de los días estaba preparado. Cada
día el cartel seguía ahí, así que cada día era invitado.
A
veces iba con amigos, otras veces con alguna persona especial para hacer tiempo hasta el
momento de despedirme y evitar de alguna manera invitarla a subir a casa.
No
hacía mucho aprovechaba cualquier oportunidad de obtener algo de compañía,
ahora simplemente me cansaba la idea y no me sentía a gusto después en mi
propia cama. Tener una persona extraña con la que no tienes ningún tipo de conexión
más que la puntual del sexo es muy incómodo, y no estoy hecho para echar a una
persona de casa así sin más.
Así
fueron transcurriendo las semanas. Seguía yendo, ya casi ni recordaba el por
qué había empezado todo aquello, pero me gustaba aquel sitio, era como mi
segunda casa. Muy acogedor.
*****
Era
de día, el sol hacía horas que entraba por mi ventana y yo estaba perezoso como
siempre que estoy recién levantado. Miré la hora que marcaba el reloj de pared
que me había regalado mi padre de los Beatles: las 14:34. “Pufff… cada día me
despierto más pronto”.
Me
cociné un poco de pasta y salí a dar un paseo por el barrio. Hacía tiempo que
no me paraba a observar a la gente que se podía considerar vecina ni las calles
donde transcurría mi vida.
Una
cierta alegría me invadía, iba optimista y bien erguido, casi bailando mientras
caminaba. Y en esas estaba, como ido, cuando noté una mano que se posaba sobre
mi espalda.
+¿Qué
pasa, que ya ni nos saludamos?
Me
llevé un buen susto, y a la adrenalina que ya tenía tuvo que sumarse el vuelco
al corazón que sentí al encontrarme con aquellos ojos y esa sonrisa de nuevo
-Vaya,
Paula, qué agradable sorpresa. Nótese la ironía…
+Veo
que no has perdido en sarcasmo con el tiempo. Haz el favor, ¿no? Una vez
dijimos que los abrazos eran de obligado cumplimiento.
Reí
con ganas.
-¡Qué
morro tienes! Ven aquí anda.
Y
nos fundimos en uno de esos abrazos donde el tiempo no importa y son los
cuerpos los que dictan cuánto tiene que durar.
Todo
seguía en orden, la misma confianza de siempre, las mismas miradas, la misma
capacidad para saber en qué estaba pensando el otro… Nos pusimos brevemente al
día y le conté que un día teníamos que ir a aquel bar que acababa de descubrir.
Ella aceptó de buen gusto, aparentemente. Ambos sabíamos que no iba a ser.
Hacía
ya unos meses desde la última vez que la había visto y nada había cambiado,
nada de vernos: “no era el momento”.
Seguí
mi paseo pensando en todo lo que habíamos compartido, era gracioso. Aún me
gustaba después de todo… Si aquel día ya estaba alegre, ahora no podía mejorar.
Estuve
toda la tarde fantaseando y tomando notas, cualquier cosa podía ser interesante
en un futuro y valía la pena guardar esos pensamientos para un momento más
idóneo que invitase a la reflexión. Uno de mis hobbys: pensar.
*****
Esa
noche volví al bar. De madrugada, más bien, como siempre. Ya había entrado en
esa fase íntima y pensativa que tengo cuando se apaga la luz del sol y había
decidido brindar en compañía por la vida que nos daba momentos incomprensibles
que hacían de cada día una aventura.
Según
entré por la puerta me habló Guille, el camarero.
+¡Mírate,
hoy sí que estás para concierto!
-¿Cómo?
¿Hoy? Pero si he tenido un gran día…
Hablé
sin pensar, deduje de la primera noche que sólo los que estaban realmente mal
podían entrar a los conciertos, pero no se me había dicho como tal.
+¿Eso
crees eh? Va, ánimo, que tú puedes.
Llegué
a pensar que me estaba tomando el pelo, aquello no tenía sentido, pero me callé,
por fin iba a poder ver el espectáculo.
Me
hizo una seña para que pasase por detrás de la barra y me metió por una puerta
que había. Daba a una salita donde había un pequeño escenario. Allí había más
gente sentada esperando. Me senté en mi silla y al punto se apagaron las luces.
“Qué suerte” –pensé–.
Se
iluminó el escenario y en él no había más que un pañuelo rojo en el suelo. De
la nada, se oyó una corriente de aire que hizo moverse al pañuelo que comenzó a
girar y a hacer formas preciosas en medio del aire. Poco a poco, o de repente,
no sabría decir, apareció una mujer como envuelta por el pañuelo, que seguía
todos sus movimientos elegantemente, como si fuera una parte más de ella, como
si ella no fuese más que la sombra que
seguía la seda roja. Ella continuó la danza que se había iniciado por aquel
viento.
Disfrutaba
bailando, su pelo hondeando al viento que generaba con sus movimientos, la
ligereza de éstos. Se movía como ingrávida…
*****
Cuando
acabó el espectáculo y se encendieron las luces nadie se movió de su asiento.
Miré al de al lado, y estaba visiblemente emocionado.
-Ha
sido maravilloso, ¿verdad?
+Ha
sido… Algo increíble… Y ella… cada vez es más bella, a pesar de no tener pelo.
-¿Cómo
dice?
+Que
la belleza, va más con la personalidad que con el físico, ¿no le parece?
-Sin
duda, sí… Pero…
Y
me quedé callado. No tenía muy claro lo que estaba pasando… El hombre me miró y
lo entendió al instante.
+¿Eres
nuevo por aquí, no? Ánimo, ojalá que no vengas mucho; créeme que la felicidad
que sientes no es más que un espejismo, duele mucho más. No compensa.
No
me dejó decir nada, se levantó y se marchó por el mismo sitio que había venido
yo. Esperé unos instantes para que mi cabeza aterrizase, luego imité a aquel
perturbado hombre.
Al
salir al bar, allí estaba todo el mundo ajeno a lo que había pasado. Esa misma
extraña sensación que ahora tenía sentido… aún no estaban preparados.
El
camarero me miró y me indicó que me sentase.
+¿Qué
te ha parecido? Pregunta.
-¿Quién
es?
+Akinu,
el espíritu de una mujer que fue maltratada durante demasiado tiempo como para
dejarse morir. La tortura pasó a ser su modo de vida.
-¿Espíritu
has dicho?
+Sí,
como tú, que pareces humano, pero andas en otro mundo más allá del terrenal,
igual que yo, igual que todos los que están aquí.
-¿Por
qué no la veía igual que el otro? ¿Por qué hoy?
+Muy
superficiales aunque bastante acertadas las preguntas. Déjame reformularlas:
¿Qué tenían en común la mujer que has visto tú y la que ha visto él? Una pista,
hoy estabas preparado.
Me
quedé callado mirando fijamente a Guille que me aguantaba la mirada
transmitiéndome una paciencia infinita, un sentimiento que me venía a decir,
puedes descansar conmigo todo lo que quieras.
Y
lo vi claro, entendí lo que tenían en común la descripción de aquella mujer y
lo que yo había visto.
Casi
podía notar como mis ojos se iban poniendo rojos poco a poco, y luego
cómo las lágrimas comenzaron a invadir mis ojos hasta el punto de rebosarse y
empezar a resbalar por mis mejillas.
Guille
me acarició con la mano en la nuca y me agarró con firmeza para infundirme ánimo.
Yo
le miré y quedamente pude llegar a decir:
-¿Me
pones una cerveza?
+Claro
amigo, hoy invita la casa…