¿Cómo eras?, que ya no te recuerdo. No veo más que una triste figura, al mirarte no me llegan imágenes de ti. Sólo tengo una sensación, una efímera certeza de que no eras lo que veo.
Recuerdo… recuerdo una sonrisa, ¡sí eso, una sonrisa! Y-y-y-y… ¿Que más? A ver, a ver…
¡Ah sí! Alguna frase tuya, coletillas que usabas. ¡Sí, ya lo tengo!
Nos gustaba jugar, correr. Reíamos sin parar, todo el rato, no había momento en que no lo hiciéramos, ¿por qué no íbamos a hacerlo, no? Teníamos tantos motivos para ello.
Nos encantaba mirarnos, también lo hacíamos mucho, y nos acariciábamos… Salíamos de paseo o a la compra sin ningún tipo de pereza, porque estábamos bien. Sin duda fueron grandes momentos. Eras graciosa, inteligente, con un punto canalla que se reflejaba en tu pícara mirada.
Apenas sabíamos nada el uno del otro, y sin embargo, nos conocíamos. Bastante bien además. Adivinábamos que pasaba por la cabeza del otro casi sin quererlo, y compartimos secretos extraños, aunque nos callamos alguno.
Conocíamos los riesgos, y los problemas que traería. Y fue ante éstos que empezamos a ser tú y yo. No hubo más nosotros. ¿Qué fue lo que pasó?
Poco importa ya. Me quedan bonitos… bonitos… ¿Qué era?
Te vuelvo a mirar y se me olvida todo, no te conozco. ¿Qué fue lo que vivimos? Tengo la sensación de que fue importante. Al menos en su momento, sí. Pero… ¿qué?
Ya no sé. Mis recuerdos yacen lóbregos y taciturnos. Busco en tus ojos mi memoria, pero sólo encuentro una triste barca en la que me hallo, navegando a la deriva en un frío y oscuro mar. Apenas me muevo, o si lo hago, es a ninguna parte. No encuentro tierra firme. Nada queda.
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Entonces lo entendí, levanté la mirada y la sombra asentía con resignación. No quería salir, la había enterrado en vida. Había hecho como si su existencia era una más, la había intentado relegar a un puesto que no la correspondía, y todo lo que hacía era inútil, porque la seguía queriendo, con toda mi alma.
Thursday, September 22, 2011
Saturday, September 10, 2011
Vivan, sientan, vivan.
No somos lo que parecemos, no lo somos. Detrás de cada gesto que realizamos, puede esconderse una segunda intención. Puede ser un anhelo, una esperanza, la esperanza de que eso que hacemos, de pie a un cambio importante en nuestra vida.
Hay conversaciones que cambian el modo en que vivimos, palabras, que deciden el destino de todo un pueblo, y que sin embargo, carecen de sentido. Pero hay otras que valen, valen mucho más allá de lo que una negociación pueda valer, un único: “Tranquila todo irá bien” consigue apaciguarte en un momento dado, o un: “Eh, tio, ¿estás bien?” sirve para que mejores.
Y aún siendo esto cierto, no hay nada como un gesto. Cualquiera vale, una leve inclinación de cabeza, fruncir el ceño, o lo que más nos gusta, una mirada. Ese momento íntimo aunque estés rodeado de gente, en el que los ojos de otra persona se cruzan con los tuyos y hay una comunicación instantánea, un gota en el tiempo en la que vives una emoción. No serás capaz de traducirlo a palabras. Porque no se puede, la estás sintiendo, y eso… eso ni el mejor poeta puede plasmarlo. La sensación…
Después le contarás a alguien como fue ese momento y ella te entenderá, pero no porque le hayas explicado bien cómo fue o qué sentiste, sino porque lo habrá vivido. Rememorará un instante similar con una persona que es especial sólo por el hecho de haber sido parte de un algo que sólo ellos entienden.
No sé a dónde pretendo llegar con esta reflexión, no sé si es tal siquiera, puede que sea la nostalgia de esos momentos. Pero sí tengo una idea aproximada de lo que quiero, intento que sea un regalo, que saquen de aquí una sonrisa al pensar: “Sí, sé de lo que habla. Era verano, en el parque de al lado de casa con…” o quizás sea: “Yo tengo el mío con… No sé cómo todos éstos no se dieron cuenta, si estábamos ahí mismo, delante de ellos…”
Ojalá consiga mi objetivo pero si no es así, al menos podré decir que lo he intentado. Les invito con todas mis fuerzas a que sientan, sientan mucho de todo, pero a poder ser, sientan acompañados, atesoren momentos como el que les he descrito cuantos más mejor. Significará que están vivos, no se puede pedir más.
Hay conversaciones que cambian el modo en que vivimos, palabras, que deciden el destino de todo un pueblo, y que sin embargo, carecen de sentido. Pero hay otras que valen, valen mucho más allá de lo que una negociación pueda valer, un único: “Tranquila todo irá bien” consigue apaciguarte en un momento dado, o un: “Eh, tio, ¿estás bien?” sirve para que mejores.
Y aún siendo esto cierto, no hay nada como un gesto. Cualquiera vale, una leve inclinación de cabeza, fruncir el ceño, o lo que más nos gusta, una mirada. Ese momento íntimo aunque estés rodeado de gente, en el que los ojos de otra persona se cruzan con los tuyos y hay una comunicación instantánea, un gota en el tiempo en la que vives una emoción. No serás capaz de traducirlo a palabras. Porque no se puede, la estás sintiendo, y eso… eso ni el mejor poeta puede plasmarlo. La sensación…
Después le contarás a alguien como fue ese momento y ella te entenderá, pero no porque le hayas explicado bien cómo fue o qué sentiste, sino porque lo habrá vivido. Rememorará un instante similar con una persona que es especial sólo por el hecho de haber sido parte de un algo que sólo ellos entienden.
No sé a dónde pretendo llegar con esta reflexión, no sé si es tal siquiera, puede que sea la nostalgia de esos momentos. Pero sí tengo una idea aproximada de lo que quiero, intento que sea un regalo, que saquen de aquí una sonrisa al pensar: “Sí, sé de lo que habla. Era verano, en el parque de al lado de casa con…” o quizás sea: “Yo tengo el mío con… No sé cómo todos éstos no se dieron cuenta, si estábamos ahí mismo, delante de ellos…”
Ojalá consiga mi objetivo pero si no es así, al menos podré decir que lo he intentado. Les invito con todas mis fuerzas a que sientan, sientan mucho de todo, pero a poder ser, sientan acompañados, atesoren momentos como el que les he descrito cuantos más mejor. Significará que están vivos, no se puede pedir más.
Tuesday, July 5, 2011
Yo contra la filosofía.
Pues sí. El que me conozca dirá que me he vuelto loco o que soy un hipócrita y en ningún caso mentiría, ¡para qué negarlo! Caigo con este título en una doble contradicción, la primera es de sobra conocida, me encanta la filosofía, la segunda es que para atacarla caeré en la desdicha (bien dicha) de filosofar.
Y es que, aún bajo los efectos de una película interesante y la lejanía de mi tierra, me dispongo a atacar a aquello que tanto me ha dado y tanto he disfrutado, la filosofía, maldita por muchos por diferentes razones (mayoritariamente medias para carreras alejadas de las letras). Y es que, tantos siglos de filosofía rebuscada, doblada y desdoblada, retocada, mirada y abolida no han aportado nada que no nos diese, el que, desde mi humilde (en este caso más que humilde, insignificante) opinión, es el padre de la filosofía (y único filósofo verdadero), Sócrates.
“Sólo sé que no sé nada” (disculpen los señores de la RAE las tildes, inculto en rebeldía me hallo). Esta frase (a la que alteraré el significado) es una realidad como un templo. Primer filósofo del logos, Sócrates, no decía más que Frankl al desarrollar su logoterapia. El hombre busca un sentido a su vida.
Y permítanme negarles esta posibilidad, porque agnóstico yo, casi ateo, considero que después de la muerte poco veremos, y es ésto, lo que quita el sentido a la vida, pues una vez muertos poco importa lo que hayamos amado, odiado, construido, legado, y un largo etc de participios… No estaremos para ver en qué hemos influido, y si vamos un poco más allá cuando el ser humano (invasor por naturaleza) perezca, ¿quién dará sentido siquiera histórico o colectivo a nuestras obras?
Y es aquí donde quiero llegar, no piensen que soy un pesimista (nadie me desee ese mal). Sólo trato de plasmar lo absurdo de que nuestra felicidad se base en un sentido de la vida. Nos ha tocado vivir por azar, creo que no para dar un sentido a una existencia efímera, si no por nada, y lo mejor que podemos hacer es disfrutar al máximo, no para que tenga sentido, para ser felices, desde mi punto de vista, mejor juntos que separados (a pesar de que parece no estar de moda).
Platón justificó el sentido de la vida más allá de la propia vida, Aristóteles (predecesor del materialismo, por no decir primer materialista) dio a la felicidad carácter de sentido vital, cercano a mí, sí, pero no igual, pues ésta volará con la muerte (mayor de los sinsetidos existentes). Y a partir de aquí, cada uno maquilló lo dicho y añadió cosas, sin decir nada esencialmente nuevo, religiones, Marx, Kant, y un largo etc…
Merece la pena pues vivir la vida, sin lugar a dudas. Lo único que no por el sentido que pueda tener, si no por lo que nos hace disfrutar la felicidad que encontramos en ella, sentimientos (todos buenos, aunque no todos representen momentos positivos), que nos convierten en el centro del universo entero. Y si no tuviese esa felicidad, la buscaría para recordar cómo es, si jamás la hubiese conocido removería el mundo para sabe cómo es. No me derrotaría, y no buscaría un sentido al sufrimiento, pues no lo tiene, al igual que la vida, existen y como tal debemos aceptarlos. Vale.
P.D.: pido disculpas si alguna identidad se ha sentido ofendida.
P.D.1: me disculpo también por los bostezos, ralladas y demás sensaciones incómodas que haya causado, además de la ida de olla.
Y es que, aún bajo los efectos de una película interesante y la lejanía de mi tierra, me dispongo a atacar a aquello que tanto me ha dado y tanto he disfrutado, la filosofía, maldita por muchos por diferentes razones (mayoritariamente medias para carreras alejadas de las letras). Y es que, tantos siglos de filosofía rebuscada, doblada y desdoblada, retocada, mirada y abolida no han aportado nada que no nos diese, el que, desde mi humilde (en este caso más que humilde, insignificante) opinión, es el padre de la filosofía (y único filósofo verdadero), Sócrates.
“Sólo sé que no sé nada” (disculpen los señores de la RAE las tildes, inculto en rebeldía me hallo). Esta frase (a la que alteraré el significado) es una realidad como un templo. Primer filósofo del logos, Sócrates, no decía más que Frankl al desarrollar su logoterapia. El hombre busca un sentido a su vida.
Y permítanme negarles esta posibilidad, porque agnóstico yo, casi ateo, considero que después de la muerte poco veremos, y es ésto, lo que quita el sentido a la vida, pues una vez muertos poco importa lo que hayamos amado, odiado, construido, legado, y un largo etc de participios… No estaremos para ver en qué hemos influido, y si vamos un poco más allá cuando el ser humano (invasor por naturaleza) perezca, ¿quién dará sentido siquiera histórico o colectivo a nuestras obras?
Y es aquí donde quiero llegar, no piensen que soy un pesimista (nadie me desee ese mal). Sólo trato de plasmar lo absurdo de que nuestra felicidad se base en un sentido de la vida. Nos ha tocado vivir por azar, creo que no para dar un sentido a una existencia efímera, si no por nada, y lo mejor que podemos hacer es disfrutar al máximo, no para que tenga sentido, para ser felices, desde mi punto de vista, mejor juntos que separados (a pesar de que parece no estar de moda).
Platón justificó el sentido de la vida más allá de la propia vida, Aristóteles (predecesor del materialismo, por no decir primer materialista) dio a la felicidad carácter de sentido vital, cercano a mí, sí, pero no igual, pues ésta volará con la muerte (mayor de los sinsetidos existentes). Y a partir de aquí, cada uno maquilló lo dicho y añadió cosas, sin decir nada esencialmente nuevo, religiones, Marx, Kant, y un largo etc…
Merece la pena pues vivir la vida, sin lugar a dudas. Lo único que no por el sentido que pueda tener, si no por lo que nos hace disfrutar la felicidad que encontramos en ella, sentimientos (todos buenos, aunque no todos representen momentos positivos), que nos convierten en el centro del universo entero. Y si no tuviese esa felicidad, la buscaría para recordar cómo es, si jamás la hubiese conocido removería el mundo para sabe cómo es. No me derrotaría, y no buscaría un sentido al sufrimiento, pues no lo tiene, al igual que la vida, existen y como tal debemos aceptarlos. Vale.
P.D.: pido disculpas si alguna identidad se ha sentido ofendida.
P.D.1: me disculpo también por los bostezos, ralladas y demás sensaciones incómodas que haya causado, además de la ida de olla.
Sunday, June 12, 2011
Carta un amigo I
Las dos menos cuarto de la madrugada y aún no duermo, y es que amigo mío aún me acuerdo de ti. Cierto es que he dejado de soñar contigo todos los días, que ya no me duele demasiado pensar en tu ausencia o que dejé de llorar por ti.
Pero sigues ahí en mi cabeza, donde anidan anhelos de vida y felicidad, en el núcleo más íntimo y duro de mi persona, para bien o para mal, ahí estás.
No miento al decir que tuvimos muchos desencuentros, tanto me fallaste… Probablemente yo también, pero siempre te mostraste muy orgulloso de mí.
Recuerdo que tuvimos momentos geniales cuando era pequeño y reíamos y jugábamos juntos… ¡Y qué diantres aún puedo escuchar tu voz en determinadas situaciones y emulo lo que dirías sin problemas!
Es por eso que a veces creo que tal vez no fuimos justos el uno con el otro. Ya dudo si fuiste tan malo, pero no me engaño, nunca lo he hecho, me duele pensar la posibilidad de que no fueras positivo. A pesar de que soy como soy en parte gracias a ti, los medios no fueron los apropiados.
En resumidas cuentas, y es lo que importa, te echo de menos, ansío perdonarte, eso seguro, nunca es fácil odiar a quien se ha ido y menos si de verdad te importa, pero mi cuerpo y mi mente me dicen que no puedo hacerlo del todo.
Te seguiré queriendo amigo mío, más de lo que apreciaba en su momento, pero los recuerdos no se borran. Y es ahí donde sin saberlo, te enfrentas al mayor juicio de tu vida. Personas somos y en recuerdos nos convertiremos…
Pero sigues ahí en mi cabeza, donde anidan anhelos de vida y felicidad, en el núcleo más íntimo y duro de mi persona, para bien o para mal, ahí estás.
No miento al decir que tuvimos muchos desencuentros, tanto me fallaste… Probablemente yo también, pero siempre te mostraste muy orgulloso de mí.
Recuerdo que tuvimos momentos geniales cuando era pequeño y reíamos y jugábamos juntos… ¡Y qué diantres aún puedo escuchar tu voz en determinadas situaciones y emulo lo que dirías sin problemas!
Es por eso que a veces creo que tal vez no fuimos justos el uno con el otro. Ya dudo si fuiste tan malo, pero no me engaño, nunca lo he hecho, me duele pensar la posibilidad de que no fueras positivo. A pesar de que soy como soy en parte gracias a ti, los medios no fueron los apropiados.
En resumidas cuentas, y es lo que importa, te echo de menos, ansío perdonarte, eso seguro, nunca es fácil odiar a quien se ha ido y menos si de verdad te importa, pero mi cuerpo y mi mente me dicen que no puedo hacerlo del todo.
Te seguiré queriendo amigo mío, más de lo que apreciaba en su momento, pero los recuerdos no se borran. Y es ahí donde sin saberlo, te enfrentas al mayor juicio de tu vida. Personas somos y en recuerdos nos convertiremos…
Friday, May 13, 2011
Elliot.
Hoy era un día feliz para Elliot por fin, hacía tiempo que no le mandaban un encargo, debía de ser una de las pocas personas que de verdad disfrutaba con su trabajo, y sin embargo, cada vez tenía menos.
Aquella mañana se levantó para hacer un ensayo, le gustaba hacerlo, se obligaba a sí mismo a mantener los pies en el suelo, a no confiarse, saber como moverse mejor por la ciudad, etc… Aunque él no se engañaba, lo hacía en cierta parte porque le gustaba, no, miento, amaba pasear, no había nada que le gustase más que salir y dar una vuelta.
Y en esa misma semana tendría la oportunidad de hacerlo como parte de su trabajo, ¿qué más podía pedir?
Se fue a una oficina céntrica de la ciudad, así recorrería la zona que tendría que seguir al día siguiente. Esperó un rato con sus cascos puestos, solía escuchar dos canciones diferentes, una para el entrenamiento, y otra para el trabajo de verdad. La del entrenamiento era “Have I told you lately” de Van Morrison, tenía esa calma que necesitaba (tampoco quería emocionarse el día antes) pero a la vez esa intensidad y sentimiento que son necesarios para meterte en tu mundo… ¡encontraba inspiración, vaya!
La segunda era una canción un poco más movida, por decirlo de alguna manera: “You’re gonna go far” de Offspring, porque tenía energía hacía que si estaba un poco adormilado se pusiera las pilas y si no lo estaba, mejoraba su autoconfianza, sus ganas de empezar.
Cuando acababan estas canciones, comenzaba. En el caso de hoy, que era un ensayo, escogía una persona al azar. Le gustaba esperar un poco a ver si veía una persona interesante.
Para aquellos que crean que viendo caminar por delante de ti a un persona, sin nada más, sin hablar dos frases siquiera, no se puede saber si es especial o no, Elliot lo tiene claro. Cuando se lo pregunté me lo explicó muy bien y tiene un buen argumento para contrarrestar a todos los que no lo creen: “Cuando vosotros veis a un grupo de personas que dan muchos gritos, vestidos de negro, con la cabeza rapada, alguno con cresta, etc, etc… ¿Qué hacéis, seguís en la misma acera o cruzáis?”
La gente normalmente se calla al instante al escuchar esto, incluido yo, y aunque hay alguno que niega la evidencia, por lo general, no. Entonces ees cuando él saca toda su lógica: “Pues lo mismo me pasa a mí con esto, escojo una persona sin saber si de verdad es especial, sólo que con una diferencia, vosotros estáis pensando mal y yo bien”.
Y así lo hacía, tampoco había muchas opciones de saber si de verdad eran o no especiales, para el tiempo que iba a estar con ellos, mejor casi no saberlo.
Pero volvamos a lo que nos interesa, ¿a quién cogería hoy? Se quedó un momento pensativo, tampoco quería hacer de esto un drama, ni que estuviera trabajando de verdad. Sin embargo, hacía tanto que no estaba en acción que no podía dejarlo sin más, a un cualquiera.
Pasó un rato, no tenía claro a quién coger, ¿hombre o mujer? Hombre, mañana tenía que investigar a una mujer… Pues ya está, una mujer. Bien, ya tenía el sexo pero ¿cuál? Vio varias chicas pasando por delante… no se decidía.
Por fin la vio, una chica normal, ¿guapa? Sí, pero vamos, que tampoco era nada del otro mundo. Castaña, ojos marrones, normalita vamos. ¿Qué le llamó la atención? La persona con la que hablaba por el móvil consiguió sacarla una sonrisa. Y eso fue bastante para Elliot.
Adelante, pues, empezó a seguirla. Puso una lista de reproducción en la que había una mezcla de todo, Beatles, Antonio Vega, Ketama, Zaz… Esta lista había ido siendo mejorada, poco a poco, con cada trabajo que había tenido que hacer.
Siguió a la chica por diferentes calles, el trayecto no estaba siendo precisamente bonito, y se estaba empezando a cansar.
Cosas de la vida, en un momento de despiste, se chocó con alguien, cuando levantó la cabeza para pedir perdón, se encontró con lo que jamás pensó que se encontraría, los ojos de la chica que estaba siguiendo.
-¿Que pasa, que no me vas a pedir perdón?
-Sí, sí, perdona. Lo siento, no me he dado cuenta de que estabas ahí. –Dijo algo confuso Elliot.
-¿Y ya?
-¿Ein?
-Normalmente no acostumbro a que me sigan, no sé cómo lo verás.
Elliot en este momento se quedó completamente a cuadros. Esto sí que no se lo esperaba.
-Eh- eh. No sé qué dices.
-Ella se rió. Bueno, al menos sé que no me quieres hacer nada malo, tenía una corazonada tienes cara de inocente. Me llamo Maite, ¿y tú?
-Elliot.
-Anda, mira qué bien, como el de la peli. Bueno mira, te perdono, invítame a una caña y lo solucionamos.
Elliot que en ocasiones normales ya habría salido corriendo, se encontraba tan sumamente desubicado, y perdido, que aceptó.
Como podéis imaginar, lo que iba a ser una caña, se convirtió en cena y la cena en un paseo a casa de Maite.
-Bueno Elliot, me lo he pasado muy bien, tienes mi número de teléfono. Espero tu llamada.
-No prometo nada. Sólo digo que intentaré llamarte.
Y con esta broma acabó uno de los encuentros más raros que había tenido en su vida.
Corrió a casa y se metió en la cama rápidamente, quería estar despejado para el día siguiente. A primera hora tendría que coger el sobre con la persona que sería su presa.
-Pffff lo peor de mi trabajo. –Pensó.
Comprobó que la pistola tenía puesto el seguro y la dejó sobre la mesilla de noche.
“Buenos días Madrid, son las siete de las mañana y hace un precioso día. Hoy os recomendamos un paseo por nuestro gran parque del Retiro.
Os dejamos ahora con Lucha de Gigantes del gran Antonio Vega, que siempre quedará aquí”
-¡Qué remedio! –Pensó Elliot.
Estaba terminando de afeitarse, ya había desayunado, se había duchado y tenía la pistola ya bien enfundada. Cuando hubo acabado se lavó la cara y salió de casa.
Cogió el coche, no sabía si su víctima iría andando o no.
Llegó al Retiro, a la parte que daba a la Puerta de Alcalá, allá esperó hasta que un hombre con una cazadora de cuero llegó con un sobre en la mano, se lo dio y se fue sin mediar palabra.
Elliot no perdió ni un instante, se metió en el coche y salió hacia su destino, venía puesto en el remitente. Era una manía de Elliot, le gustaba ir poco a poco, lo primero era llegar y luego ya conocería la persona con la que compartiría el día.
Esta vez había tenido suerte, le había tocado en la Castellana, cerca de la zona donde había conocido a Maite.
En este momento Elliot se quedó helado. “¿Y si nos encontramos? No podré cumplir mi misión. ¿Y si ve que sigo personas? ¿Qué pensará? No querrá volverme a ver nunca más… ¡Ay qué mal!
Bueno, tranquilo, no tiene por qué pasar nada.”
Llegó a su destino y aparcó en el parking del Corte Inglés de Raimundo Fernández Villaverde. Salió con el sobre en la mano y se colocó en un cristal apoyado para abrir el sobre con calma.
Sacó el informe para ver leer un poco el historial, lo ojeó sin mucho interés con la dirección y la cara le valía. El resto iba sólo.
Pasó las hojas y cogió la foto, la miró por encima y vio una mujer con un jersey amarillo de cuello alto y unas gafas. Se la veía un poco de lejos.
“Pues parece buena gente, no lo entiendo”
Apartó la mirada y comenzó a mirar a la puerta de la torre del BBVA a ver si salía.
Después de cinco o diez minutos, comenzó a aburrirse (no estaba acostumbrado a trabajar), volvió a mirar la foto...
“¿Qué estará haciendo Maite en estos momentos? Es curioso, un solo día y ya creo que va a ser la chica ideal para mí. Cada día estoy peor…”
¡CHIIIIIUUUNNN ZAS! Más o menos así me describió Elliot que sonó en su cabeza el proceso por el cual se dio cuenta de que la mujer de la foto, no era ni más ni menos que su querida Maite.
-No puede ser… Maite.
Empezó a no encontrarse bien, tampoco era tan malo lo que tenía que hacer, pero… ¿Es que no había más mujeres en toda la ciudad?
-Oye. –Dijo una voz.
Elliot sólo pudo mascullar un “¿Eh?” apenas perceptible.
-¿Te encuentras bien? Que sepas que tengo fotos en las que salgo mejor.
Elliot en este momento dejó de respirar, se le abrieron los ojos de par en par. Poco a poco fue levantando la mirada como si así la realidad fuera a cambiar, como si ese proceso de retroversión pudiera cambiar ese pelo, esa boca, la nariz, los ojos…
Cuando terminó de levantar la cabeza la vio claramente: Maite.
Elliot abrió los ojos en un casa que estaba decorada de forma muy peculiar, era de un estilo… como decirlo... la palabra que mejor lo define es “hippy”. No es muy correcto, ni literario, pero… no se me ocurre nada mejor.
Al poco de estar allí tumbado apareció Maite con una infusión que le dio a beber.
Elliot se incorporó y observó la casa, estaba muy tranquilo hasta que se dio cuenta de que no debía estar allí.
Giró rápido la cabeza hacia Maite.
-Holaaaa, ¡¿qué?! Vaya susto, ¿eh?
-Si, si. P-p-p-pero… eeeeehhh… te-te-te-te-te puedo explicar… eeeehhhh.
-Creo que no hará falta.
Elliot se sobresaltó, no sabía que hubiera más personas en el piso. Pero mucho más le extrañó (hasta el punto que se atragantó) ver a su cliente en la casa.
-¡¿Pero qué narices es esto?! –Exclamó Elliot.
-Que sepas que me debes el dinero que te adelanté. Te han descubierto incluso antes de que comenzases la misión.
-Eres muy malo. –Comentó Maite–. No entiendo por qué tienes tanta fama.
-Mi hermana tiene razón.
-¿Cómo que hermana? ¿Es tu hermana?
-Que poca profesionalidad, ni siquiera te leíste el informe.
-¡Sí que lo hice! Pero siempre me piden investigar a un “amigo”, a una “hermana” o a la “mujer de un amigo”. Cosas así. Siempre mentís.
-Pues mira, esta vez no. –Dijeron al unísono los hermanos.
-Pero... No entiendo nada.
Los hermanos se echaron una mirada de complicidad y procedieron a explicarle todo. Ambos pertenecían a un familia adinerada que se podía permitir gastar el dinero en tonterías. En este caso, el hermano quería averiguar qué le regalaría Maite a su madre por su cumpleaños.
Sí, sí, como lo oís. Maite era una persona muy detallista y siempre le hacía quedar mal, y esta vez su hermano quería ganarle. Así que, ¿por qué no contratar a uno de los mejores detectives de la ciudad para averiguarlo?
Dio con Elliot y le contrató, esa era la historia.
-Decidme que me estáis vacilando.
-Me temo que no. –Dijo Maite.
-Así es, mi buen amigo. Bueno, después de este desternillante momento, yo me voy y os dejo que os tendréis que poner al día. Ha sido un placer Elliot. Hermanita…
El cliente de Elliot desapareció y cuando se hubo cerrado la puerta de la calle se hizo el silencio.
Elliot se sentía tremendamente avergonzado, y Maite, divertida, observaba la escena.
Después de lo que a Elliot le parecieron horas, por fin se decidió a hablar.
-Jamás lo habría dicho.
-Bueno, nadie lo esperaría. ¡Que graciosa es la vida!
-Cuando quiere. Por lo que yo se, no suele… Vaya sorpresa que me llevo hoy a la cama.
-La vida no es como la teorizamos, Elliot. Es como es. Hoy sales de casa con ganas de trabajar y se te chafan los planes.
-Bueno, aún se puede arreglar el día.
-¿Si? ¿Seguro?
-Según lo que quiera la vida.
-¡Mira el tímido qué gracioso!
-No sé de qué me hablas. –Dijo riendo Elliot.
-Sabes lo que quieres.
-Sé lo que quiero, una lástima que quiera lo que no sé
Aquella mañana se levantó para hacer un ensayo, le gustaba hacerlo, se obligaba a sí mismo a mantener los pies en el suelo, a no confiarse, saber como moverse mejor por la ciudad, etc… Aunque él no se engañaba, lo hacía en cierta parte porque le gustaba, no, miento, amaba pasear, no había nada que le gustase más que salir y dar una vuelta.
Y en esa misma semana tendría la oportunidad de hacerlo como parte de su trabajo, ¿qué más podía pedir?
Se fue a una oficina céntrica de la ciudad, así recorrería la zona que tendría que seguir al día siguiente. Esperó un rato con sus cascos puestos, solía escuchar dos canciones diferentes, una para el entrenamiento, y otra para el trabajo de verdad. La del entrenamiento era “Have I told you lately” de Van Morrison, tenía esa calma que necesitaba (tampoco quería emocionarse el día antes) pero a la vez esa intensidad y sentimiento que son necesarios para meterte en tu mundo… ¡encontraba inspiración, vaya!
La segunda era una canción un poco más movida, por decirlo de alguna manera: “You’re gonna go far” de Offspring, porque tenía energía hacía que si estaba un poco adormilado se pusiera las pilas y si no lo estaba, mejoraba su autoconfianza, sus ganas de empezar.
Cuando acababan estas canciones, comenzaba. En el caso de hoy, que era un ensayo, escogía una persona al azar. Le gustaba esperar un poco a ver si veía una persona interesante.
Para aquellos que crean que viendo caminar por delante de ti a un persona, sin nada más, sin hablar dos frases siquiera, no se puede saber si es especial o no, Elliot lo tiene claro. Cuando se lo pregunté me lo explicó muy bien y tiene un buen argumento para contrarrestar a todos los que no lo creen: “Cuando vosotros veis a un grupo de personas que dan muchos gritos, vestidos de negro, con la cabeza rapada, alguno con cresta, etc, etc… ¿Qué hacéis, seguís en la misma acera o cruzáis?”
La gente normalmente se calla al instante al escuchar esto, incluido yo, y aunque hay alguno que niega la evidencia, por lo general, no. Entonces ees cuando él saca toda su lógica: “Pues lo mismo me pasa a mí con esto, escojo una persona sin saber si de verdad es especial, sólo que con una diferencia, vosotros estáis pensando mal y yo bien”.
Y así lo hacía, tampoco había muchas opciones de saber si de verdad eran o no especiales, para el tiempo que iba a estar con ellos, mejor casi no saberlo.
Pero volvamos a lo que nos interesa, ¿a quién cogería hoy? Se quedó un momento pensativo, tampoco quería hacer de esto un drama, ni que estuviera trabajando de verdad. Sin embargo, hacía tanto que no estaba en acción que no podía dejarlo sin más, a un cualquiera.
Pasó un rato, no tenía claro a quién coger, ¿hombre o mujer? Hombre, mañana tenía que investigar a una mujer… Pues ya está, una mujer. Bien, ya tenía el sexo pero ¿cuál? Vio varias chicas pasando por delante… no se decidía.
Por fin la vio, una chica normal, ¿guapa? Sí, pero vamos, que tampoco era nada del otro mundo. Castaña, ojos marrones, normalita vamos. ¿Qué le llamó la atención? La persona con la que hablaba por el móvil consiguió sacarla una sonrisa. Y eso fue bastante para Elliot.
Adelante, pues, empezó a seguirla. Puso una lista de reproducción en la que había una mezcla de todo, Beatles, Antonio Vega, Ketama, Zaz… Esta lista había ido siendo mejorada, poco a poco, con cada trabajo que había tenido que hacer.
Siguió a la chica por diferentes calles, el trayecto no estaba siendo precisamente bonito, y se estaba empezando a cansar.
Cosas de la vida, en un momento de despiste, se chocó con alguien, cuando levantó la cabeza para pedir perdón, se encontró con lo que jamás pensó que se encontraría, los ojos de la chica que estaba siguiendo.
-¿Que pasa, que no me vas a pedir perdón?
-Sí, sí, perdona. Lo siento, no me he dado cuenta de que estabas ahí. –Dijo algo confuso Elliot.
-¿Y ya?
-¿Ein?
-Normalmente no acostumbro a que me sigan, no sé cómo lo verás.
Elliot en este momento se quedó completamente a cuadros. Esto sí que no se lo esperaba.
-Eh- eh. No sé qué dices.
-Ella se rió. Bueno, al menos sé que no me quieres hacer nada malo, tenía una corazonada tienes cara de inocente. Me llamo Maite, ¿y tú?
-Elliot.
-Anda, mira qué bien, como el de la peli. Bueno mira, te perdono, invítame a una caña y lo solucionamos.
Elliot que en ocasiones normales ya habría salido corriendo, se encontraba tan sumamente desubicado, y perdido, que aceptó.
Como podéis imaginar, lo que iba a ser una caña, se convirtió en cena y la cena en un paseo a casa de Maite.
-Bueno Elliot, me lo he pasado muy bien, tienes mi número de teléfono. Espero tu llamada.
-No prometo nada. Sólo digo que intentaré llamarte.
Y con esta broma acabó uno de los encuentros más raros que había tenido en su vida.
Corrió a casa y se metió en la cama rápidamente, quería estar despejado para el día siguiente. A primera hora tendría que coger el sobre con la persona que sería su presa.
-Pffff lo peor de mi trabajo. –Pensó.
Comprobó que la pistola tenía puesto el seguro y la dejó sobre la mesilla de noche.
“Buenos días Madrid, son las siete de las mañana y hace un precioso día. Hoy os recomendamos un paseo por nuestro gran parque del Retiro.
Os dejamos ahora con Lucha de Gigantes del gran Antonio Vega, que siempre quedará aquí”
-¡Qué remedio! –Pensó Elliot.
Estaba terminando de afeitarse, ya había desayunado, se había duchado y tenía la pistola ya bien enfundada. Cuando hubo acabado se lavó la cara y salió de casa.
Cogió el coche, no sabía si su víctima iría andando o no.
Llegó al Retiro, a la parte que daba a la Puerta de Alcalá, allá esperó hasta que un hombre con una cazadora de cuero llegó con un sobre en la mano, se lo dio y se fue sin mediar palabra.
Elliot no perdió ni un instante, se metió en el coche y salió hacia su destino, venía puesto en el remitente. Era una manía de Elliot, le gustaba ir poco a poco, lo primero era llegar y luego ya conocería la persona con la que compartiría el día.
Esta vez había tenido suerte, le había tocado en la Castellana, cerca de la zona donde había conocido a Maite.
En este momento Elliot se quedó helado. “¿Y si nos encontramos? No podré cumplir mi misión. ¿Y si ve que sigo personas? ¿Qué pensará? No querrá volverme a ver nunca más… ¡Ay qué mal!
Bueno, tranquilo, no tiene por qué pasar nada.”
Llegó a su destino y aparcó en el parking del Corte Inglés de Raimundo Fernández Villaverde. Salió con el sobre en la mano y se colocó en un cristal apoyado para abrir el sobre con calma.
Sacó el informe para ver leer un poco el historial, lo ojeó sin mucho interés con la dirección y la cara le valía. El resto iba sólo.
Pasó las hojas y cogió la foto, la miró por encima y vio una mujer con un jersey amarillo de cuello alto y unas gafas. Se la veía un poco de lejos.
“Pues parece buena gente, no lo entiendo”
Apartó la mirada y comenzó a mirar a la puerta de la torre del BBVA a ver si salía.
Después de cinco o diez minutos, comenzó a aburrirse (no estaba acostumbrado a trabajar), volvió a mirar la foto...
“¿Qué estará haciendo Maite en estos momentos? Es curioso, un solo día y ya creo que va a ser la chica ideal para mí. Cada día estoy peor…”
¡CHIIIIIUUUNNN ZAS! Más o menos así me describió Elliot que sonó en su cabeza el proceso por el cual se dio cuenta de que la mujer de la foto, no era ni más ni menos que su querida Maite.
-No puede ser… Maite.
Empezó a no encontrarse bien, tampoco era tan malo lo que tenía que hacer, pero… ¿Es que no había más mujeres en toda la ciudad?
-Oye. –Dijo una voz.
Elliot sólo pudo mascullar un “¿Eh?” apenas perceptible.
-¿Te encuentras bien? Que sepas que tengo fotos en las que salgo mejor.
Elliot en este momento dejó de respirar, se le abrieron los ojos de par en par. Poco a poco fue levantando la mirada como si así la realidad fuera a cambiar, como si ese proceso de retroversión pudiera cambiar ese pelo, esa boca, la nariz, los ojos…
Cuando terminó de levantar la cabeza la vio claramente: Maite.
Elliot abrió los ojos en un casa que estaba decorada de forma muy peculiar, era de un estilo… como decirlo... la palabra que mejor lo define es “hippy”. No es muy correcto, ni literario, pero… no se me ocurre nada mejor.
Al poco de estar allí tumbado apareció Maite con una infusión que le dio a beber.
Elliot se incorporó y observó la casa, estaba muy tranquilo hasta que se dio cuenta de que no debía estar allí.
Giró rápido la cabeza hacia Maite.
-Holaaaa, ¡¿qué?! Vaya susto, ¿eh?
-Si, si. P-p-p-pero… eeeeehhh… te-te-te-te-te puedo explicar… eeeehhhh.
-Creo que no hará falta.
Elliot se sobresaltó, no sabía que hubiera más personas en el piso. Pero mucho más le extrañó (hasta el punto que se atragantó) ver a su cliente en la casa.
-¡¿Pero qué narices es esto?! –Exclamó Elliot.
-Que sepas que me debes el dinero que te adelanté. Te han descubierto incluso antes de que comenzases la misión.
-Eres muy malo. –Comentó Maite–. No entiendo por qué tienes tanta fama.
-Mi hermana tiene razón.
-¿Cómo que hermana? ¿Es tu hermana?
-Que poca profesionalidad, ni siquiera te leíste el informe.
-¡Sí que lo hice! Pero siempre me piden investigar a un “amigo”, a una “hermana” o a la “mujer de un amigo”. Cosas así. Siempre mentís.
-Pues mira, esta vez no. –Dijeron al unísono los hermanos.
-Pero... No entiendo nada.
Los hermanos se echaron una mirada de complicidad y procedieron a explicarle todo. Ambos pertenecían a un familia adinerada que se podía permitir gastar el dinero en tonterías. En este caso, el hermano quería averiguar qué le regalaría Maite a su madre por su cumpleaños.
Sí, sí, como lo oís. Maite era una persona muy detallista y siempre le hacía quedar mal, y esta vez su hermano quería ganarle. Así que, ¿por qué no contratar a uno de los mejores detectives de la ciudad para averiguarlo?
Dio con Elliot y le contrató, esa era la historia.
-Decidme que me estáis vacilando.
-Me temo que no. –Dijo Maite.
-Así es, mi buen amigo. Bueno, después de este desternillante momento, yo me voy y os dejo que os tendréis que poner al día. Ha sido un placer Elliot. Hermanita…
El cliente de Elliot desapareció y cuando se hubo cerrado la puerta de la calle se hizo el silencio.
Elliot se sentía tremendamente avergonzado, y Maite, divertida, observaba la escena.
Después de lo que a Elliot le parecieron horas, por fin se decidió a hablar.
-Jamás lo habría dicho.
-Bueno, nadie lo esperaría. ¡Que graciosa es la vida!
-Cuando quiere. Por lo que yo se, no suele… Vaya sorpresa que me llevo hoy a la cama.
-La vida no es como la teorizamos, Elliot. Es como es. Hoy sales de casa con ganas de trabajar y se te chafan los planes.
-Bueno, aún se puede arreglar el día.
-¿Si? ¿Seguro?
-Según lo que quiera la vida.
-¡Mira el tímido qué gracioso!
-No sé de qué me hablas. –Dijo riendo Elliot.
-Sabes lo que quieres.
-Sé lo que quiero, una lástima que quiera lo que no sé
Thursday, February 10, 2011
Las aventuras de Toni.
Cuando Toni (así le llamaban sus amigos) levantó su palo de fregona todos se preguntaron qué sería esa vez. Habían visto hacer tantas cosas a ese chavalín…
Tenía 20 años y todo el pueblo le tenía mucho cariño, la verdad es que no podía ser de otra manera, era una persona inocente, con una gran ilusión por la vida, disfrutaba cada instante del que disponía.
-¡Que todo el mundo se aparte, yo el gran Toni, aprendiz del gran Coperfield, soy el más grande de los magos de este mundo! Y por eso quiero que todo el mundo deje la plaza libre, voy a desarrollar el más grande de los trucos.
Todos sonrieron, la verdad es que tenía gracia.
-¡Pero ten cuidado que un día te vas a hacer daño, hombre! Gritó uno de los habitantes del pueblo.
-¡Pero como se puede ser tan osado! ¡¿Yo el gran Toni haciéndome daño?! Deja de decir chorradas, y apártate vas a ver el mayor de mis trucos.
Toni salió disparado como una bala hacia las puertas del ayuntamiento que había en la plaza…
......................................................................................................................................................
-Mamá, ¿te encuentras bien?
-Sí, hijo, sí, tú no te preocupes y llévanos rápido al médico.
-Esta vez te veo peor, tienes la frente empapada de sudor y te has quedado blanca como las nubes en primavera.
-¡Por Dios hijo! Cursi hasta en estos momentos…
-Lo siento mamá, me sale solo.
-Si sabes que me encanta, no seas tonto. Lo que pasa es que te sale en cualquier situación. Venga dale un poco de velocidad a esta cosa que quiero que me vean ya.
-Como quieras, estate tranquila que el médico terminará quitándote a Susi le voy a ayudar a encontrar, con el libro de pócimas, una solución para curarte.
-Muy bien hijo, así me gusta. Susi está revuelta hoy…
Cuando llegaron, Toni ayudó a su madre a bajar para que pudiera ir hasta la puerta, llamaron y esperaron a que el médico abriese.
-¿Quién va? Se oyó desde el otro lado de la puerta.
-Soy Toni, vengo con mi madre, que parece que Susi está algo inquieta.
La puerta se abrió y en el umbral apareció la cara del médico.
-Pasa, pasa. Ponla en el sofá del salón, y dala esta pastilla, voy a mirar su historial.
El médico salió de la habitación y se quedó Toni con su madre, que ya estaba tumbada en el cómodo sillón que había. El médico del pueblo era una buena persona, siempre muy servicial y amable con todo el mundo. Y desde que Susi se había crecido, había mantenido una estrecha relación con Toni y su madre.
Cuando volvió, lo hizo con una carpeta que contenía alrededor de 5 folios.
-Oye Toni, ¿te importa salir? Tengo que examinar a tu madre.
-Sí, claro.
Toni se fue hacia la cocina a esperar a que terminaran con su madre.
-Vamos a ver…
..............................................................................................................................
-¡Papá, papá! Vamos a la plaza a jugar, venga papá.
-Ya voy, ya voy.
El padre de Toni cerró la puerta y salió a la calle donde su hijo -que con 15 años ya medía mas que él- le estaba esperando.
-Vamos allá. ¿A qué quieres que juguemos hoy?
-Mmmmmmm. Pues yo seré el señor de la barba blanca tan grande que me dijiste anoche.
-¿Merlín?
-Sí ese, ese, y tú, túuuuu, tú serás mi fiel acompañante, ¿vale?
-Me parece bien hijo mío.
El padre no pudo evitar sonreír, siempre le tocaba a él ser el fiel acompañante. Llegaron a la plaza y un recibimiento inesperado les aguardaba. ¡Ahí estaba Susi!
-¡¡Cuidado papá!! Que nos ataca, cúbrete.
Merlín y su fiel compañero fueron corriendo a cubrirse detrás del banco que había.
-¿Te encuentras bien? –Dijo Merlín.
-Sí.
-Ten cuidado recuerda que puede hacer magia. La última vez se hizo muy pequeña y entró dentro del cuerpo de mamá.
-Vale. ¿Cual es el plan? No aguantaremos mucho así.
-A la de tres salimos los dos corriendo cada uno hacia un lado.
-Muy bien.
-1, 2, 3. ¡Ahora!
Los dos valientes salieron corriendo, pero claro, Susi no se iba a dejar ganar tan fácilmente, hizo un movimiento de muñeca apuntando a Merlín, pero este ya se había protegido con ayuda de su vara mágica.
Susi gritó, estaba muy furiosa, y ésta vez atacó a su fiel aliado.
-¡Cuidado, que va a por ti!
Pero ya era demasiado tarde, le había alcanzado, y había caído fulminado.
-¡NOOOOOOOOO! -Gritó Merlín, mientras Susi reía-. ¡MUERE!
-¡Ya no harás más daño a la gente de este pueblo, ni a mi compañero, ni siquiera a mamá!
Y le lanzó un hechizo con su vara contra el que Susi no pudo hacer nada, que cayó al suelo derrotada.
-¡Hemos vencido, hemos vencido! Amigo, levántate su magia ya no te afectará.
Pero su compañero no se levantaba.
-¡Venga! ¡Arriba! No sabemos que más peligros nos aguardan, cuánta gente tendremos que salvar.
Nada, su compañero ahí seguía tirado en el suelo.
-Vaaaaamos levanta que ya estás bien. Papá, papá, que así no es el juego. ¿Te has dormido?¡PAPÁ QUE TE LEVANTES! ¡VENGA!
...........................................................................................
-¡Qué bien se ve todo desde aquí!
-¡Oye Toni! Bájate de ahí que te vas a hacer daño! ¡Venga deja de hacer el tonto!
-No quiero, estáis a punto de presenciar algo maravilloso.
La gente del pueblo había empezado a asustarse. Uno sugirió que fueran a casa del médico para que viniese en seguida y hablara con él.
-Es igual, no hay nada que hacer. –Dijo otro-. Nadie le convencerá de que se baje.
-¡Con eso no ayudas!
-¿Y? No pretendía ayudar diciendo eso. Sólo digo que el médico no le convencerá. No nos oye, es como es.
-¡Ya sabemos todos como es! ¡Por eso mismo tenemos que hacer algo cuanto antes! ¡Ya está que alguien coja unas colchonetas del colegio, vamos a ponerlas. ¡Vamos, vamos, vamos!
-… ¡Ahora con todos ustedes el fantástico número del gran Toni!
Agitó el palo de la fregona y salieron fuegos artificiales de ella. Con un toque en el suelo hizo florecer una fuente en medio de la plaza con césped y flores surgieron a su alrededor. Cuando estaba a punto de hacer un tercer truco, oyó ese grito de nuevo: Susi.
-¡Esta vez te mataré! ¡No volverás a hacer daño a nadie más! ¡Esta vez acabaré contigo! Bastante daño me has hecho ya maldita, pero esta es la última vez que nos enfrentamos.
-¡Tooooooooooniiiiii! ¡Baja de ahí ahora mismo!
Por fin había llegado el médico.
-¡No te acerques, o te matará a ti también, como hizo con mi gran amigo y mamá!
-Déjalo ya, hijo. Que Susi se fue hace mucho tiempo.
-¡Pero ha vuelto! Y ahora volaré hasta ella y la mataré con mi potente arma, he estado entrenando y se que esta vez, es la mía. Por fin acabaré con esta pesadilla.
-¡TONI!
Toni saltó del balcón y se echó a volar, hacía mucho que no lo hacía, y por eso cayó unos metros hacia abajo, pero pronto recuperó la altura y se dirigió hacia Susi.
Ya no oía las voces de la gente que estaba animándolo en la lucha, ni veía nada, todo se había vuelto algo oscuro.
-Malditas seas tú y tu magia –Masculló entre dientes-
Siguió volando y cuando ya se encontraba cerca de ella, le atizó, un sólo golpe certero y preciso bastó para acabar la pelea.
Por fin se habían acabado tantos años sufriendo, tantos años llorando al fin podría descansar tranquilo, cerró los ojos y dejó que el viaje de la vida continuara.
Tenía 20 años y todo el pueblo le tenía mucho cariño, la verdad es que no podía ser de otra manera, era una persona inocente, con una gran ilusión por la vida, disfrutaba cada instante del que disponía.
-¡Que todo el mundo se aparte, yo el gran Toni, aprendiz del gran Coperfield, soy el más grande de los magos de este mundo! Y por eso quiero que todo el mundo deje la plaza libre, voy a desarrollar el más grande de los trucos.
Todos sonrieron, la verdad es que tenía gracia.
-¡Pero ten cuidado que un día te vas a hacer daño, hombre! Gritó uno de los habitantes del pueblo.
-¡Pero como se puede ser tan osado! ¡¿Yo el gran Toni haciéndome daño?! Deja de decir chorradas, y apártate vas a ver el mayor de mis trucos.
Toni salió disparado como una bala hacia las puertas del ayuntamiento que había en la plaza…
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-Mamá, ¿te encuentras bien?
-Sí, hijo, sí, tú no te preocupes y llévanos rápido al médico.
-Esta vez te veo peor, tienes la frente empapada de sudor y te has quedado blanca como las nubes en primavera.
-¡Por Dios hijo! Cursi hasta en estos momentos…
-Lo siento mamá, me sale solo.
-Si sabes que me encanta, no seas tonto. Lo que pasa es que te sale en cualquier situación. Venga dale un poco de velocidad a esta cosa que quiero que me vean ya.
-Como quieras, estate tranquila que el médico terminará quitándote a Susi le voy a ayudar a encontrar, con el libro de pócimas, una solución para curarte.
-Muy bien hijo, así me gusta. Susi está revuelta hoy…
Cuando llegaron, Toni ayudó a su madre a bajar para que pudiera ir hasta la puerta, llamaron y esperaron a que el médico abriese.
-¿Quién va? Se oyó desde el otro lado de la puerta.
-Soy Toni, vengo con mi madre, que parece que Susi está algo inquieta.
La puerta se abrió y en el umbral apareció la cara del médico.
-Pasa, pasa. Ponla en el sofá del salón, y dala esta pastilla, voy a mirar su historial.
El médico salió de la habitación y se quedó Toni con su madre, que ya estaba tumbada en el cómodo sillón que había. El médico del pueblo era una buena persona, siempre muy servicial y amable con todo el mundo. Y desde que Susi se había crecido, había mantenido una estrecha relación con Toni y su madre.
Cuando volvió, lo hizo con una carpeta que contenía alrededor de 5 folios.
-Oye Toni, ¿te importa salir? Tengo que examinar a tu madre.
-Sí, claro.
Toni se fue hacia la cocina a esperar a que terminaran con su madre.
-Vamos a ver…
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-¡Papá, papá! Vamos a la plaza a jugar, venga papá.
-Ya voy, ya voy.
El padre de Toni cerró la puerta y salió a la calle donde su hijo -que con 15 años ya medía mas que él- le estaba esperando.
-Vamos allá. ¿A qué quieres que juguemos hoy?
-Mmmmmmm. Pues yo seré el señor de la barba blanca tan grande que me dijiste anoche.
-¿Merlín?
-Sí ese, ese, y tú, túuuuu, tú serás mi fiel acompañante, ¿vale?
-Me parece bien hijo mío.
El padre no pudo evitar sonreír, siempre le tocaba a él ser el fiel acompañante. Llegaron a la plaza y un recibimiento inesperado les aguardaba. ¡Ahí estaba Susi!
-¡¡Cuidado papá!! Que nos ataca, cúbrete.
Merlín y su fiel compañero fueron corriendo a cubrirse detrás del banco que había.
-¿Te encuentras bien? –Dijo Merlín.
-Sí.
-Ten cuidado recuerda que puede hacer magia. La última vez se hizo muy pequeña y entró dentro del cuerpo de mamá.
-Vale. ¿Cual es el plan? No aguantaremos mucho así.
-A la de tres salimos los dos corriendo cada uno hacia un lado.
-Muy bien.
-1, 2, 3. ¡Ahora!
Los dos valientes salieron corriendo, pero claro, Susi no se iba a dejar ganar tan fácilmente, hizo un movimiento de muñeca apuntando a Merlín, pero este ya se había protegido con ayuda de su vara mágica.
Susi gritó, estaba muy furiosa, y ésta vez atacó a su fiel aliado.
-¡Cuidado, que va a por ti!
Pero ya era demasiado tarde, le había alcanzado, y había caído fulminado.
-¡NOOOOOOOOO! -Gritó Merlín, mientras Susi reía-. ¡MUERE!
-¡Ya no harás más daño a la gente de este pueblo, ni a mi compañero, ni siquiera a mamá!
Y le lanzó un hechizo con su vara contra el que Susi no pudo hacer nada, que cayó al suelo derrotada.
-¡Hemos vencido, hemos vencido! Amigo, levántate su magia ya no te afectará.
Pero su compañero no se levantaba.
-¡Venga! ¡Arriba! No sabemos que más peligros nos aguardan, cuánta gente tendremos que salvar.
Nada, su compañero ahí seguía tirado en el suelo.
-Vaaaaamos levanta que ya estás bien. Papá, papá, que así no es el juego. ¿Te has dormido?¡PAPÁ QUE TE LEVANTES! ¡VENGA!
...........................................................................................
-¡Qué bien se ve todo desde aquí!
-¡Oye Toni! Bájate de ahí que te vas a hacer daño! ¡Venga deja de hacer el tonto!
-No quiero, estáis a punto de presenciar algo maravilloso.
La gente del pueblo había empezado a asustarse. Uno sugirió que fueran a casa del médico para que viniese en seguida y hablara con él.
-Es igual, no hay nada que hacer. –Dijo otro-. Nadie le convencerá de que se baje.
-¡Con eso no ayudas!
-¿Y? No pretendía ayudar diciendo eso. Sólo digo que el médico no le convencerá. No nos oye, es como es.
-¡Ya sabemos todos como es! ¡Por eso mismo tenemos que hacer algo cuanto antes! ¡Ya está que alguien coja unas colchonetas del colegio, vamos a ponerlas. ¡Vamos, vamos, vamos!
-… ¡Ahora con todos ustedes el fantástico número del gran Toni!
Agitó el palo de la fregona y salieron fuegos artificiales de ella. Con un toque en el suelo hizo florecer una fuente en medio de la plaza con césped y flores surgieron a su alrededor. Cuando estaba a punto de hacer un tercer truco, oyó ese grito de nuevo: Susi.
-¡Esta vez te mataré! ¡No volverás a hacer daño a nadie más! ¡Esta vez acabaré contigo! Bastante daño me has hecho ya maldita, pero esta es la última vez que nos enfrentamos.
-¡Tooooooooooniiiiii! ¡Baja de ahí ahora mismo!
Por fin había llegado el médico.
-¡No te acerques, o te matará a ti también, como hizo con mi gran amigo y mamá!
-Déjalo ya, hijo. Que Susi se fue hace mucho tiempo.
-¡Pero ha vuelto! Y ahora volaré hasta ella y la mataré con mi potente arma, he estado entrenando y se que esta vez, es la mía. Por fin acabaré con esta pesadilla.
-¡TONI!
Toni saltó del balcón y se echó a volar, hacía mucho que no lo hacía, y por eso cayó unos metros hacia abajo, pero pronto recuperó la altura y se dirigió hacia Susi.
Ya no oía las voces de la gente que estaba animándolo en la lucha, ni veía nada, todo se había vuelto algo oscuro.
-Malditas seas tú y tu magia –Masculló entre dientes-
Siguió volando y cuando ya se encontraba cerca de ella, le atizó, un sólo golpe certero y preciso bastó para acabar la pelea.
Por fin se habían acabado tantos años sufriendo, tantos años llorando al fin podría descansar tranquilo, cerró los ojos y dejó que el viaje de la vida continuara.
Tuesday, February 8, 2011
Sombra aquí, sombra allá...
Y entonces, me giré... Vi aquella figura que
me había estado susurrando al oído todo este tiempo. Era una sombra gris y eso
era todo lo que podía percibir... No sabría decir si era alta o baja. Por supuesto,
no tenía ojos ni boca, sólo eso una sombra, que no paraba de susurrar y cuanto
más la miraba, más ruido oía en mi cabeza.
La ciudad de Nueva York de noche tiene una
magia especial, y esta sombra era algo que sólo podría ocurrir allí. La sombra
estaba apoyada sobre la farola verde, yo la seguía mirando sin adivinar qué
era, escuchando los ruidos que metía en mi cabeza, esos malditos murmullos. Me
di cuenta de que había algo que me ponía enfermo en ella, era su actitud de
prepotencia, de saber que ella me podía guiar por el camino correcto, pero que
no quería ser clara.
Poco a poco, me pareció ver como se metía las
manos en el bolsillo y miraba hacia abajo como decepcionada.
-¿Qué narices quieres de mí? -Me preguntaba a
mí mismo, ¡SOLO DEJAME EN PAZ!, ¿VALE?
Pero no se iba... Ahí estaba ella, impasible,
su expresión se fue transformando paulatinamente de esa prepotencia a indignación,
no se creía que no le entendiera. Pasó después a impacientarse y, por último, a
entristecerse.
Me miró fijamente, y a pesar de que no podía
distinguir sus figuras vi la condescendencia en su cara...
Me estaba haciendo sentir miserable... No
quería seguir mirándola, pero no podía, tenía la sensación de que en ella había
algo que tenía que sacar, y los murmullos no cesaban, se clavaban en mi cabeza
atormentándome, tanto... que grité:
-¡BASTA!
Pero no duró mi imposición, paso a ser una
súplica.
-Basta, por favor te lo suplico, dejame ya...
Dime lo que sea y vete, pero por favor, no sigas torturándome, vete ya...
La sombra ahí seguía, su figura denotaba que
cada vez estaba más triste, observando cómo esparcía mi dignidad y mi
sufrimiento por el suelo, ella iba mudando su cara, cada vez de mayor tristeza,
compasión...
-¿Quien eres? No sé que quieres de mí, y me da
igual, por favor haz que pare.
Pero no paraba seguía ahí, no me dejaba en
paz, me estaba volviendo loco. Las lágrimas resbalaban por mi cara, y se podía
ver cómo iba formándose un charquito diminuto en la acera.
No sé cuánto tiempo estuve suplicando y
llorando, luchando contra mi cabeza, sólo sé que todo empezó a parecerme más
claro.
Comencé a distinguir los susurros, me estaban
diciendo cosas, las escuchaba bajas, pero podría llegar a entenderlas si prestaba
más atención, era mi hermano. ¡Sí, sí, la voz de mi hermano!
-Hermano, hermanito. ¿Me oyes? ¿Cómo estás,
que quieres?
Empecé a escuchar con claridad lo que me
decía: “Estáaaaa dentrooooo”. Y la voz se desvanecía...
Al rato volvía: “Estáaaaaa dentrooooo
d-d-de...”
-Qué es, qué, dímelo ya, por favor.
Sonó en mi cabeza como un grito, como un
enorme grito que me bloqueó los oídos.
¡¡¡ESTÁ DENTRO DE TÍ, ESTÚPIDO!!!
Vinieron más susurros, esta vez bajitos.
“Enfréntate a ello” “Guárdalo y déjalo estar”
Entonces lo entendí, levanté la mirada y la sombra asentía con resignación. No quería salir, la había enterrado en vida. Había hecho como si su existencia era una más, la había intentado relegar a un puesto que no la correspondía, y todo lo que hacía era inútil, porque la seguía queriendo, con toda mi alma.
Cada vez que hablaba con ella y fingía como
que no había pasado nada, me estaba clavando un hierro oxidado, su imagen, su
sonrisa, su forma dulce de tratarme, la forma que tenía de reírse, todo, lo
tenía grabado a fuego dentro de mí, y por mucho que lo quisiera esconder, no
había nada que hacer.
La sombra se acercó y me abrazó, lloré
desconsoladamente en su hombro, como jamás lo había hecho, lloré amargamente, y
un terrible dolor se acentuó en mi pecho y se hizo más y más insoportable...
Se extendió y se mezcló con mi cansancio, las piernas me empezaron a fallar y
la sombra me dejó caer de rodillas sobre la calle.
Giró sobre sus tobillos y se fue, se alejó
poco a poco de mí hasta que se la tragó la noche, no miró ni una vez atrás, ni
una sola vez...
Yo por mi parte me sentí helado, un frío
gélido me paralizó. La sombra... había sido la sombra la que me había dejado
así... Un frío que sentía como cuando despierto de una pesadilla, aterrorizado
por si la volvía a ver. A ella, sí a ella...
Martinita
“Ganas, ganas, Martinita, déjalo ya” Ahora me sonrío cada vez que escucho estas palabras en mi cabeza, pero qué desastre era aquella chiquilla, un terremoto, se lo digo yo.
¿Qué quién soy yo? Antonio Morales de Cantalejo, para servirlos y más a sus señoras... ¡Pero no se me enfaden señores! De verdad, ¡qué sensibles están ustedes hombre! Ya no se aguanta el humor de los andaluces, y menos si son gitanos... ¡Qué época Dios Mío!
Bueno, ¡qué me enrollo! Y pá una vez que me dejan contar mi historia, mal se hablaría después de mí si no me centrase en ella.
Ahhh Martinita que ojos negros que tenía mi gitana... ¿Podrán imaginárselos si les digo que eran negros como el azabache? Sí, amigos sí, una cosa como pocas se han visto, ¡qué brillo, que vida irradiaban! La pena fue que se desperdiciara tanta vida, ¡créanme, el mayor delito de la humanidad!...
Ya de pequeña ella era especial... Se le veía un salero que pocas chicas de su edad tenían, muy bien lo sé yo, pues era hija de mi compadre. ¡Y bien sabe el de ahí arriba, que algo hubiera intentado con la muchachilla si no le hubiera sacado 23 años!
Su padre, mi compadre como decía, José Gómez Tuntena, de profesión: vividor, pero de los buenos, de los que ya no hay, un señor que salía de su casa por la mañana para ir a trabajar como todo buen hombre que se precie, y de camino a la fábrica (pues ahí trabajaba él muy honrosamente, en la fábrica de puertas de Don Mingón), que estaba pues como de su casa al súper del barrio, el muy señor mío, ¡qué en paz descanse! ya había catado el vino en un par de bares, o tres...
Pero como les iba diciendo, Martinita de pequeña era de lo que no hay, te cogía un día, con cuatro añitos ná más, y te decía: “Tito Tonio (¡vive Dios que nadie menos ella me llamaba así!) me está dejando dezcuidaíca, hágame el favor de jugar conmigo un poco, hombre ya” A mí me camelaba, ¡qué desparpajo, y tan chica! Y ahí era cuando yo me negaba, no tenía yo la cabeza nunca para jueguecitos, por supuesto, la muy endemoniada, no se callaba y seguía de la siguiente manera, “Xiquillo, que desavorío me eres” Entonces le decía la frase con la que comenzaba tan brillantemente mi relato, y empezábamos a correr como locos por los alrededores de su casa, la verdad es que tenía muxa guasa, la niña.
Como era de esperar, la chica fue creciendo, y se plantó en la edad mala, había cogido la belleza de su madre y la gracia que caracteriza estas tierras del Sur. Y era cuestión de tiempo que pasara lo que tenía que pasar... ¡Una pena la verdad! Ya lo creo...
A Martinita se le conocieron las primeras conquistas a la edad de 15 años, en un pueblo, como en el que vivimos, todo se acababa sabiendo, y el padre merodeando por los bares, se enteraba, el pobre diablo. Siempre fue muy sentimental, y el vino que no ayudaba, ¡pá que negarlo! El caso es que salía como un rayo para casa, y lo que pasara allí sólo su esposa, su hija y él lo sabían. Pero baste decir que no se veía ni a una ni a otra fuera de la casa en una semana bien pasada.
Perdonen ustedes que me empiece a poner a serio, pero la historia deja de tener gracia en este momento. Mi compadre José no siempre había sido tan violento, los años le hicieron mal, y yo no estaba de acuerdo con lo que hacía, ¡cómo iba a estarlo!, pero claro, hace 40 años nadie movía un dedo por el vecino, y menos si eran dos mujeres.
Mala fortuna fue, que se enterara de uno de los juegos de su Martinita el día que llevaba una botella de vino bien holgada. Se lo contó esta vez el carnicero del pueblo, se conoce que por aquella época, no pasaba buena racha y decidió que sería divertido llevar desgracias a nido ajeno. José, salió como un miura, y de tan mal carácter lo ví, que lo intenté parar. Casi siete minutos fueron, desde el bar a su casa, intentando tranquilizarlo, de poco sirvió, abrió la verja de su casa, y ahí me dejó plantado. Yo me quedé inmóvil, no iba a entrar yo en la casa de mi amigo José siendo asuntos familiares los que había de por medio.
Muerto me tendría que haber quedado en ese momento, todo tipo de improperios que no voy a citar escuché, oí una hebilla sonar, y la madre de Martinita gritar, poco tiempo tardó en recibir su castigo también por: “haber criado una hija tan buscona”, según pude escuchar.
Señores no me juzguen mal, no entré porque no era mi deber, más hice que el resto, que provocaban, cuchicheaban y en cierto modo se satisfacían, nadie movía un dedo. En aquella época... ¡ni locos!
Pero que mal duermo desde entonces, no hay noche que no me arrepienta de no haber parado a ese mal bicho de José.
Sé que dije que era mi compadre, nos criamos juntos desde que éramos dos chavalines, a todos lados íbamos juntos, le ví casarse, tener su hija, y siempre me decía que era gracias a mí que sin mi amistad, poco habría hecho en la vida.
Sin embargo, nada de eso le hizo ser feliz, dudo a veces de que valorara nuestra amistad.
Soledad Quintana, esa chica le cambió, la conoció en un pueblo vecino, se enamoró rápido de esos rizos dorados, y cuando parecía que el señor José se nos iba a casar, algo pasó, se presentó en mi casa bien entrada la noche, parece ser que la tal Soledad había decidido irse con algún otro señor a conocer mundo.
José se refugió en la botella, a partir de ahí entró en una mala racha, su carácter cambió, ya no era aquel chico joven que se arrancaba a cantar y hacía bromas sin parar. Lo que les diga... que el tiempo no le había hecho bien.
Conoció unos meses después a su actual mujer, una chica que siempre había estado enamorada de José, lástima que no se diera cuenta que con quien se casaba no era José sino una sombra de lo que fue. Unos años más tarde nacería de ese infeliz matrimonio Martina, mi querida Martinita. Todo el mundo pensó que ella sería la que arrojara luz al bueno de José, los vecinos del pueblo sabían perfectamente lo que seguía sintiendo por esa Soledad, incluso su mujer, pero decidió ponerse una venda al dar el “Sí quiero”, y con ello condenó su vida, la de su hija y, espero las vidas de todos los habitantes del pueblo, quiero pensar que desde entonces no soy el único que tiene pesadillas con lo que pasó aquella fatídica noche del domingo de Resurrección del 63.
Martinita llamó a mi puerta el día anterior para pedirme un favor, tenía que ayudarla a escaparse con David, un gran chico, le había conocido en un pueblo cercano, su tío le había ofrecido trabajo en Madrid y ella entraba dentro de sus planes, así que le ofreció la posibilidad de dejar atrás tanto sufrimiento. Ella, joven y con fuerzas aceptó sin dudarlo, había intentado convencer a su madre durante una semana para que se fuera con ella, pero no pudo convencerla.
La primera parte de mi misión era sencilla, llevarme a su padre de fiesta el domingo y asegurarme de que no pasara por casa hasta bien entrada la noche, la segunda iba a ser más complicada, tenía que proteger a su madre. Debí de poner buena cara cuando ella sin que yo abriese la boca me dijese: “Tito Tonio, ¿no me irá a defraudar ahora no?”
Se fue de mi casa con la promesa de que haría todo lo que estuviese en mi mano por ayudarla, tanto a ella como a su madre.
Y así llegó el famoso domingo de Resurrección, me llevé a su padre después de la comida, pues se empeñó en ir por la mañana a misa, “Mal fario me da esto”. -Pensé yo.
Llevábamos ya un par de horas en el bar, cuando entró por ahí el carnicero, maldito sea mil veces, rojo como un tomate y con problemas de habla. Según entra y ve a mi compadre, se dirige a él con cara de satisfacción, yo viendo como iba, quise entretenerlo, no fuera a ser que supiera algo, pero de nada sirvió, se soltó, se arrimó a José y le soltó las siguientes palabras:
-No creerás lo que he oído en el pueblo de al lado, tomando un vinillo.
-Mi buen amigo, yo a ti te creo todo, bien me ayudaste hace un tiempo a enderezar a mi familia, ¿que habría sido de ella sin ti? –Contestó José.
-Pues porque te aprecio, y sólo por eso, te diré que David el hijo del panadero del pueblo vecino, ¡se marcha a la gran ciudad!
-¡Pero bueno hombre! ¿Ya estás borracho? ¡Y a mi eso que más me da!
Juro que en este momento noté como la sangre se congelaba en mis venas, intenté interrumpir la conversación.
-¡Venga carnicero, a cortar filetes que se te está yendo la olla! –Solté mientras le empujaba fuera del bar.
-Oye, oye sin faltar y mejores modos, que yo no digo las cosas por decir. ¡Que se nos marcha acompañado de tu Martinita José!
En ese momento un rayo me paralizó por completo, vi cómo se giraba José y le cogía por el cuello de la camisa al carnicero, apartándome a mí en el acto.
-¿Cómo te atreves a decir una cosa así? Mi hija jamás abandonaría su familia, nos quiere con locura.
-Sabes que yo nunca miento, y si no ve a casa a comprobarlo...
-Por tu bien que sea cierto o te las verás conmigo.
-Dios no lo quiera.
Y José salió por la puerta corriendo como alma que lleva el diablo. Yo salí disparado detrás de él repitiendo la misma escena que había vivido unos meses antes. Intenté persuadirle, y tan pesado me puse que me metió un puñetazo y en el suelo me dejó.
Cuando me levanté era de noche aún, salí corriendo a casa de Martinita, al llegar encontré la puerta abierta, entré y me dirigí al salón donde la madre de Martinita, con un ojo morado, estaba delante de ésta para protegerla. Martinita, estaba agachada llorando y con la cara ensangrentada y José tenía una pistola en su mano.
Ya estaba casi a su lado cuando se escuchó un disparo, me quedé paralizado, inmóvil, el cuerpo de la madre de Martinita se desplomó. Martinita empezó a gritar como una loca y se avalanzó sobre el cuerpo de su madre recibiendo otro disparo.
En ese momento pude reaccionar, le aparté de un empujón y me tendí sobre las dos mujeres, aún llegué a tiempo de escuchar a Martinita decirme: “Tito Tonio, no pasa nada, ahora descansaré”
Me giré con intenciones claras de matar esa mala bestia que había cometido esa monstruosidad, pero no hizo falta. Él mismo tenía ya la pistola en la boca, un segundo después una tercera bala dejaba otro cadáver.
•••
Como pueden imaginarse ustedes, a mí me costó recuperarme de aquella noche, los tres fueron enterrados y por petición expresa mía José fue enterrado apartado de su mujer y su hija.
Yo malviví como pude unos años y creo que nunca he llegado a superar la tragedia. Pienso de verdad que fui culpable al igual que el resto de los vecinos que conocíamos la situación de la pobre Martinita y su madre. No quisimos hacer nada, o lo hicimos tarde y mal. Pero ya se sabe, hace cuarenta años...
¿Qué quién soy yo? Antonio Morales de Cantalejo, para servirlos y más a sus señoras... ¡Pero no se me enfaden señores! De verdad, ¡qué sensibles están ustedes hombre! Ya no se aguanta el humor de los andaluces, y menos si son gitanos... ¡Qué época Dios Mío!
Bueno, ¡qué me enrollo! Y pá una vez que me dejan contar mi historia, mal se hablaría después de mí si no me centrase en ella.
Ahhh Martinita que ojos negros que tenía mi gitana... ¿Podrán imaginárselos si les digo que eran negros como el azabache? Sí, amigos sí, una cosa como pocas se han visto, ¡qué brillo, que vida irradiaban! La pena fue que se desperdiciara tanta vida, ¡créanme, el mayor delito de la humanidad!...
Ya de pequeña ella era especial... Se le veía un salero que pocas chicas de su edad tenían, muy bien lo sé yo, pues era hija de mi compadre. ¡Y bien sabe el de ahí arriba, que algo hubiera intentado con la muchachilla si no le hubiera sacado 23 años!
Su padre, mi compadre como decía, José Gómez Tuntena, de profesión: vividor, pero de los buenos, de los que ya no hay, un señor que salía de su casa por la mañana para ir a trabajar como todo buen hombre que se precie, y de camino a la fábrica (pues ahí trabajaba él muy honrosamente, en la fábrica de puertas de Don Mingón), que estaba pues como de su casa al súper del barrio, el muy señor mío, ¡qué en paz descanse! ya había catado el vino en un par de bares, o tres...
Pero como les iba diciendo, Martinita de pequeña era de lo que no hay, te cogía un día, con cuatro añitos ná más, y te decía: “Tito Tonio (¡vive Dios que nadie menos ella me llamaba así!) me está dejando dezcuidaíca, hágame el favor de jugar conmigo un poco, hombre ya” A mí me camelaba, ¡qué desparpajo, y tan chica! Y ahí era cuando yo me negaba, no tenía yo la cabeza nunca para jueguecitos, por supuesto, la muy endemoniada, no se callaba y seguía de la siguiente manera, “Xiquillo, que desavorío me eres” Entonces le decía la frase con la que comenzaba tan brillantemente mi relato, y empezábamos a correr como locos por los alrededores de su casa, la verdad es que tenía muxa guasa, la niña.
Como era de esperar, la chica fue creciendo, y se plantó en la edad mala, había cogido la belleza de su madre y la gracia que caracteriza estas tierras del Sur. Y era cuestión de tiempo que pasara lo que tenía que pasar... ¡Una pena la verdad! Ya lo creo...
A Martinita se le conocieron las primeras conquistas a la edad de 15 años, en un pueblo, como en el que vivimos, todo se acababa sabiendo, y el padre merodeando por los bares, se enteraba, el pobre diablo. Siempre fue muy sentimental, y el vino que no ayudaba, ¡pá que negarlo! El caso es que salía como un rayo para casa, y lo que pasara allí sólo su esposa, su hija y él lo sabían. Pero baste decir que no se veía ni a una ni a otra fuera de la casa en una semana bien pasada.
Perdonen ustedes que me empiece a poner a serio, pero la historia deja de tener gracia en este momento. Mi compadre José no siempre había sido tan violento, los años le hicieron mal, y yo no estaba de acuerdo con lo que hacía, ¡cómo iba a estarlo!, pero claro, hace 40 años nadie movía un dedo por el vecino, y menos si eran dos mujeres.
Mala fortuna fue, que se enterara de uno de los juegos de su Martinita el día que llevaba una botella de vino bien holgada. Se lo contó esta vez el carnicero del pueblo, se conoce que por aquella época, no pasaba buena racha y decidió que sería divertido llevar desgracias a nido ajeno. José, salió como un miura, y de tan mal carácter lo ví, que lo intenté parar. Casi siete minutos fueron, desde el bar a su casa, intentando tranquilizarlo, de poco sirvió, abrió la verja de su casa, y ahí me dejó plantado. Yo me quedé inmóvil, no iba a entrar yo en la casa de mi amigo José siendo asuntos familiares los que había de por medio.
Muerto me tendría que haber quedado en ese momento, todo tipo de improperios que no voy a citar escuché, oí una hebilla sonar, y la madre de Martinita gritar, poco tiempo tardó en recibir su castigo también por: “haber criado una hija tan buscona”, según pude escuchar.
Señores no me juzguen mal, no entré porque no era mi deber, más hice que el resto, que provocaban, cuchicheaban y en cierto modo se satisfacían, nadie movía un dedo. En aquella época... ¡ni locos!
Pero que mal duermo desde entonces, no hay noche que no me arrepienta de no haber parado a ese mal bicho de José.
Sé que dije que era mi compadre, nos criamos juntos desde que éramos dos chavalines, a todos lados íbamos juntos, le ví casarse, tener su hija, y siempre me decía que era gracias a mí que sin mi amistad, poco habría hecho en la vida.
Sin embargo, nada de eso le hizo ser feliz, dudo a veces de que valorara nuestra amistad.
Soledad Quintana, esa chica le cambió, la conoció en un pueblo vecino, se enamoró rápido de esos rizos dorados, y cuando parecía que el señor José se nos iba a casar, algo pasó, se presentó en mi casa bien entrada la noche, parece ser que la tal Soledad había decidido irse con algún otro señor a conocer mundo.
José se refugió en la botella, a partir de ahí entró en una mala racha, su carácter cambió, ya no era aquel chico joven que se arrancaba a cantar y hacía bromas sin parar. Lo que les diga... que el tiempo no le había hecho bien.
Conoció unos meses después a su actual mujer, una chica que siempre había estado enamorada de José, lástima que no se diera cuenta que con quien se casaba no era José sino una sombra de lo que fue. Unos años más tarde nacería de ese infeliz matrimonio Martina, mi querida Martinita. Todo el mundo pensó que ella sería la que arrojara luz al bueno de José, los vecinos del pueblo sabían perfectamente lo que seguía sintiendo por esa Soledad, incluso su mujer, pero decidió ponerse una venda al dar el “Sí quiero”, y con ello condenó su vida, la de su hija y, espero las vidas de todos los habitantes del pueblo, quiero pensar que desde entonces no soy el único que tiene pesadillas con lo que pasó aquella fatídica noche del domingo de Resurrección del 63.
Martinita llamó a mi puerta el día anterior para pedirme un favor, tenía que ayudarla a escaparse con David, un gran chico, le había conocido en un pueblo cercano, su tío le había ofrecido trabajo en Madrid y ella entraba dentro de sus planes, así que le ofreció la posibilidad de dejar atrás tanto sufrimiento. Ella, joven y con fuerzas aceptó sin dudarlo, había intentado convencer a su madre durante una semana para que se fuera con ella, pero no pudo convencerla.
La primera parte de mi misión era sencilla, llevarme a su padre de fiesta el domingo y asegurarme de que no pasara por casa hasta bien entrada la noche, la segunda iba a ser más complicada, tenía que proteger a su madre. Debí de poner buena cara cuando ella sin que yo abriese la boca me dijese: “Tito Tonio, ¿no me irá a defraudar ahora no?”
Se fue de mi casa con la promesa de que haría todo lo que estuviese en mi mano por ayudarla, tanto a ella como a su madre.
Y así llegó el famoso domingo de Resurrección, me llevé a su padre después de la comida, pues se empeñó en ir por la mañana a misa, “Mal fario me da esto”. -Pensé yo.
Llevábamos ya un par de horas en el bar, cuando entró por ahí el carnicero, maldito sea mil veces, rojo como un tomate y con problemas de habla. Según entra y ve a mi compadre, se dirige a él con cara de satisfacción, yo viendo como iba, quise entretenerlo, no fuera a ser que supiera algo, pero de nada sirvió, se soltó, se arrimó a José y le soltó las siguientes palabras:
-No creerás lo que he oído en el pueblo de al lado, tomando un vinillo.
-Mi buen amigo, yo a ti te creo todo, bien me ayudaste hace un tiempo a enderezar a mi familia, ¿que habría sido de ella sin ti? –Contestó José.
-Pues porque te aprecio, y sólo por eso, te diré que David el hijo del panadero del pueblo vecino, ¡se marcha a la gran ciudad!
-¡Pero bueno hombre! ¿Ya estás borracho? ¡Y a mi eso que más me da!
Juro que en este momento noté como la sangre se congelaba en mis venas, intenté interrumpir la conversación.
-¡Venga carnicero, a cortar filetes que se te está yendo la olla! –Solté mientras le empujaba fuera del bar.
-Oye, oye sin faltar y mejores modos, que yo no digo las cosas por decir. ¡Que se nos marcha acompañado de tu Martinita José!
En ese momento un rayo me paralizó por completo, vi cómo se giraba José y le cogía por el cuello de la camisa al carnicero, apartándome a mí en el acto.
-¿Cómo te atreves a decir una cosa así? Mi hija jamás abandonaría su familia, nos quiere con locura.
-Sabes que yo nunca miento, y si no ve a casa a comprobarlo...
-Por tu bien que sea cierto o te las verás conmigo.
-Dios no lo quiera.
Y José salió por la puerta corriendo como alma que lleva el diablo. Yo salí disparado detrás de él repitiendo la misma escena que había vivido unos meses antes. Intenté persuadirle, y tan pesado me puse que me metió un puñetazo y en el suelo me dejó.
Cuando me levanté era de noche aún, salí corriendo a casa de Martinita, al llegar encontré la puerta abierta, entré y me dirigí al salón donde la madre de Martinita, con un ojo morado, estaba delante de ésta para protegerla. Martinita, estaba agachada llorando y con la cara ensangrentada y José tenía una pistola en su mano.
Ya estaba casi a su lado cuando se escuchó un disparo, me quedé paralizado, inmóvil, el cuerpo de la madre de Martinita se desplomó. Martinita empezó a gritar como una loca y se avalanzó sobre el cuerpo de su madre recibiendo otro disparo.
En ese momento pude reaccionar, le aparté de un empujón y me tendí sobre las dos mujeres, aún llegué a tiempo de escuchar a Martinita decirme: “Tito Tonio, no pasa nada, ahora descansaré”
Me giré con intenciones claras de matar esa mala bestia que había cometido esa monstruosidad, pero no hizo falta. Él mismo tenía ya la pistola en la boca, un segundo después una tercera bala dejaba otro cadáver.
•••
Como pueden imaginarse ustedes, a mí me costó recuperarme de aquella noche, los tres fueron enterrados y por petición expresa mía José fue enterrado apartado de su mujer y su hija.
Yo malviví como pude unos años y creo que nunca he llegado a superar la tragedia. Pienso de verdad que fui culpable al igual que el resto de los vecinos que conocíamos la situación de la pobre Martinita y su madre. No quisimos hacer nada, o lo hicimos tarde y mal. Pero ya se sabe, hace cuarenta años...
San Valentín
Hoy no es 14 de febrero, es el día de San Valentín.
Tengo que ser responsable y estar con todas. No puedo despistar ninguna pues todas ellas son importantes. Es lo que tiene ser adulto, tengo la responsabilidad de asegurar mi futuro y para ello las necesito a todas. Son las páginas de mi libro de Historia.
Abro la tapa que reza: Historia, por un momento me pareció leer “de mi vida”, pero no fue más que una ilusión. Tema uno, la inocencia se viste de ilusión, todo son buenas intenciones y un amor a primera vista, todo es bonito, pero empiezo a notar que necesito terminar este tema, me agobio. Finalmente lo acabé, me siento aliviado, ni siquiera leeré este capítulo de nuevo
Segundo tema, comienza como todos, con ilusión. Éste es cortito, mucho, demasiado. Siento que estoy disfrutando, que puede ser el bueno, pero de repente, ya no está, se ha desvanecido y otro lo disfrutará. Estoy desanimado, triste y sin camino... ¿cuánto me queda aún?
Lo dejo, ya estudiaré en otro momento, ahora no tengo ganas.
Ha pasado el tiempo, hacía demasiado que no abría el libro, este es el último tema, he aprendido cosas y no dejaré que nada estropee éste, es demasiado bueno, cada línea que leo es una anécdota divertida, intensa... Cada foto un regalo para mis ojos: los suyos, su boca, su pelo... Cada página es un placer, su olor; y a cada segundo que pasa más miedo me da acabar. Llevo algún tiempo y no me canso, me ha cautivado, aún no he terminado y sin embargo sé que acabará...
Este es mi libro de Historia, este es el libro de mi Historia.
Tengo que ser responsable y estar con todas. No puedo despistar ninguna pues todas ellas son importantes. Es lo que tiene ser adulto, tengo la responsabilidad de asegurar mi futuro y para ello las necesito a todas. Son las páginas de mi libro de Historia.
Abro la tapa que reza: Historia, por un momento me pareció leer “de mi vida”, pero no fue más que una ilusión. Tema uno, la inocencia se viste de ilusión, todo son buenas intenciones y un amor a primera vista, todo es bonito, pero empiezo a notar que necesito terminar este tema, me agobio. Finalmente lo acabé, me siento aliviado, ni siquiera leeré este capítulo de nuevo
Segundo tema, comienza como todos, con ilusión. Éste es cortito, mucho, demasiado. Siento que estoy disfrutando, que puede ser el bueno, pero de repente, ya no está, se ha desvanecido y otro lo disfrutará. Estoy desanimado, triste y sin camino... ¿cuánto me queda aún?
Lo dejo, ya estudiaré en otro momento, ahora no tengo ganas.
Ha pasado el tiempo, hacía demasiado que no abría el libro, este es el último tema, he aprendido cosas y no dejaré que nada estropee éste, es demasiado bueno, cada línea que leo es una anécdota divertida, intensa... Cada foto un regalo para mis ojos: los suyos, su boca, su pelo... Cada página es un placer, su olor; y a cada segundo que pasa más miedo me da acabar. Llevo algún tiempo y no me canso, me ha cautivado, aún no he terminado y sin embargo sé que acabará...
Este es mi libro de Historia, este es el libro de mi Historia.